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Sucedio en Sicilia

en Zoofilia

Cualquier pueblo rural del interior de Sicilia, 1925.

Paolo "il caldo" (Pablo, el cachondo), 30 años, alto, delgado, moreno de pelo y de tez, bigote poblado, ojos muy negros.

Volvió hace tiempo del norte de Italia, estuvo en la gran guerra.

Desde entonces, so pretexto de sus heroicas acciones no ha vuelto a trabajar.

Se las arregla bien, gusta a las mujeres, su vida es un continuo perseguirlas…

Maria, 35 años, bonita, triste siempre, ya ajada, casada hace 17 años con Piero, un hijo natural del rico del pueblo.

No tienen hijos.

Piero la culpa por ello.

Se caso con ella sobre todo para dar un nieto a su padre.

Él esperaba que aunque bastardo, fuese el único y ganara su corazón.

El no trabaja, ella malvive cosiendo, ayudando en las casas, etc.

Con frecuencia el la maltrata de palabra y de hecho.

Por simple capricho un día Paolo "il caldo" pone sus ojos en Maria.

Ella conoce su reputacion, hace oidos sordos a sus dulces palabras.

Él es insistente, ella esta necesitada de cariño.

Al final Maria cede.

Es otoño avanzado, ya ha terminado la vendimia, empieza a hacer frió.

A media tarde Maria y Paolo están en un pajar, en las afueras del pueblo.

Él esta acabando de vencer las ultimas resistencias.

Ella le ha dejado desnudarla el pecho y él acaricia y besa sus tetas.

Ella desfallece por momentos.

Paolo levanta las largas faldas y enaguas, descubre su sexo, le acaricia, saca la verga, ya a punto y monta sobre ella, apoyada sobre el montón de paja.

A su espalda suena un grito alegre y bestial.

Distraídos, no se han dado cuenta de que les han descubierto.

Dos mujeres y un mozo ocupan la puerta, riendo y gritando "Están en el nido", "están en el nido".

Es la señal de haber descubierto un adulterio.

La señal de un espectáculo de jolgorio y diversión para todo el pueblo.

Paolo reacciona rápido, sujetándose los pantalones, escala el montón de paja y salta por el ventanuco superior.

Enseguida se oye el golpe al caer en la callejuela posterior y la carrera rápida que le aleja de los curiosos.

Maria, sorprendida, confusa, tarda en incorporarse.

Antes de que pueda hacerlo manos brutales la sujetan, la arrancan la ropa que aun conserva.

Un mozo la sujeta de casa brazo.

Las mujeres tiran con fuerza de los pelos.

La arrastran por el pueblo, van paseándola por las calles, gritando "estaba en el nido", "estaba en el nido".

Todo el pueblo va incorporándose al tropel.

Ella atontada por la sorpresa y los gritos empieza a pensar en lo que la espera.

Intenta debatirse, mira suplicante hacia alguna cara conocida…

Después de recorrer todas las calles, vuelven a las afueras, casi donde la encontraron, todo el pueblo va detrás, gritando, insultándola, preparados para el espectáculo que les resarcirá de muchos días monótonos.

Llegan a un "corral", un gran circulo rodeado de una pared de piedras, sin mortero, solo piedras apiladas, alrededor de una explanada, llena de lodo y excrementos.

Otros mozos, entran en el corral con una gran cerda "de vientre", enorme, al menos de tres años.

El animal, asustado del griterío avanza con dificultad, arrastrado por tras mocetones.

En el centro del corral, sujetando a la cerda, atan a Maria, desnuda como esta, boca arriba, sobre el lomo del animal, los brazos abiertos a las paletillas, vueltas de soga unen a Maria y a la cerda, espalda contra espalda, pasando una y otra vez por sus vientres.

Finalmente las piernas de Maria, espatarradas, se atan firmemente a las patas del asustado bicho.

Cuando suelta a la cerda, el espectáculo es grotesco, todo el pueblo subido a la pared de piedra, gritando salvajemente.

Las botas de vino circulando.

En el lodo del corral el gran animal, furioso y desesperado por soltarse las ataduras, se frota contra las piedras, arañando piernas y brazos de Maria.

El escándalo sube de tono cuando se abre una puertecilla de madera, desvencijada, que da al corral.

El otro protagonista del espectáculo va ha hacer su aparición.

Se trata del "verraco comunal".

Entre todo el pueblo mantienen a un enorme cerdo sin castrar, para cubrir a las cerdas de vientre.

El cerdo sin castrar es un animal feroz, arisco y grandísimo.

Puesto como ejemplo de lubricidad.

Acomete rabiosamente a cuanta hembra se encuentra en su proximidad.

Es recibido con vítores y aplausos.

Bromas groseras corren entre los mozos y las mozas.

El cerdo, aun deslumbrado al salir de la cochiquera, hoza en el cieno, se remueve y finalmente levanta la jeta oliscando el deseado olor.

Se dirige a la cerda, olvidando el atronador rugido de todo el pueblo.

El resto prefiero que lo imaginéis; pensad en el enorme peso, al menos 25 arrobas, quizás más, del brutal verraco.

Sus patas, afiladas por pisar solo en el cieno blando del corral y de la cochiquera, que al tratar de montar a la cerda se clavaran en el vientre y en las tetas de Maria.

Los colmillos inferiores, que crecidos por la falta de uso, han perforado la mandíbula superior, y con los cuales y toda la boca intentara instintivamente sujetarse sobre el lomo de la cerda…

Y los esfuerzos del verraco por penetrar a la cerda, que encontraran, sin buscarlo, el coño de Maria...