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La última sesión

en Dominación

Hay tres coches aparcados. Lo imaginaba y lo temía, aunque no los he visto hasta que mi amo ha dado la vuelta a la casa.

No estoy desconcertada, pero si irritada y con mucho miedo. Ha parado el motor y me mira, provocativo. En sus ojos veo desprecio y crueldad. "Por favor, amo, no lo hagas". Creo que ya se lo h dicho antes. Parece no oírme. Deja pasar un tiempo. "No has querido aceptarlo cuando te lo pedí", "¡puta!", "ahora será a mi manera".

Estoy aterrorizada y totalmente desvalida, frente a él.

Me gustaría huir, pero como hacerlo en mi estado. Mi embarazo es de 30 semanas, aun estoy ágil, pero hasta la carretera hay mucha distancia, y además él no me dejara. Seria peor.

La casa esta a 500 metros de la carretera, pero no se ve desde ella. Un carril de tierra, polvoriento casi siempre y lleno de barro cuando llueve, da la vuelta a la loma, y en su espalda, casi en el vallejo, esta la casa.

No tiene pretensiones, desde fuera, solo unas tapias blancas, coronadas de teja, en el ángulo una torrecilla de dos pisos, con arcadas abiertas a todos los aires. En un costado un portón de chapa metálica verde. Y a la espalda, siniestros para mi, tres coches aparcados. Cuatro con el de mi amo.

Ahora no puedo verlo, solo pienso como podría escapar de este infierno. Pero tengo grabado el paisaje, promesa de felicidad tantas veces, antes que el trato de mi amo fuera haciéndose mas cruel conmigo.

Desde aquí, junto a la puerta, mas pequeña, también de hierro verde, donde siempre para el coche, lejos de las miradas, solo visible desde lo alto de la loma, interminables hileras de cepas, ahora estaban color verde tierno, con los pámpanos recién brotados. Soledad, mirando desde aquí solo se ven los campos de vides.

Mas allá un circo de pequeñas lomas, y entre ellas el azul rielar del

Mar lejano. Cuantas promesas en aquellos días...

La casa es cómoda, rústicamente cómoda. Aunque yo apenas la conozco. Conmigo siempre ha usado el patio, con el suelo de ladrillos de canto. Mis pies, las rodillas y las palmas de las manos, conocen bien su aspereza, su agradable calidez inicial, transformada poco a poco en irritación y dolorosas rozaduras, aceptadas orgullosa, cuando quería usarme como una perra, compañera de juegos del gran pastor alemán que cuida de la casa.

Para otros juegos, la "bodega", no un sótano, estas tierras de marisma no permiten hacerlo, sino una gran habitación junto al patio. Enorme, sirve para todos los usos. Tiene una chimenea en el rincón, dos ventanas con las mismas vistas de viñas, pero desde ninguna de ellas se ve el mar.

Las vigas del techo están a la vista. De ellas cuelgan toda clase de cosas, útiles e inútiles. Entre tantas cosas pasas desapercibidas algunos ganchos y cuerdas "especiales". Mi cuerpo los conoce bien. Mi amo puede ser muy cruel.

Yo le aceptaba así, me agradaba que se mostrara duro y cruel conmigo, me parecía lo propio. Después tenia alguna frase agradable, alguna caricia, antes de follarme con la dureza que el siempre lo hace.

Hay dos grandes mesas, sólidas, macizas, de madera cruda, pulidas por años de uso. Una mesa tocinera, baja, de patas inclinadas y robustas, capaz de soportar el cochino en las matanzas, con sus argollas para atarle antes de degollarle sabiamente, para asistir a su lenta agonía desangrándose.

¿Porque habrá cambiado tanto mi amo?. Nunca fue cariñoso, pero me gano su seguridad y corrección. Me parecía justo cuando me castigaba.

Ha sido a partir de mi embarazo.

Estoy casada, mi hijo es de mi marido. El no tiene hijos. Nunca me ha hablado de ello, pero creo que cuando le dije que estaba embarazada de mi marido algo desagradable paso por sus ojos.

Unos días después, sin insistir, menciono el aborto. No le lleve la contraria, pero en mi silencio noto el rechazo. No ha insistido, pero se que tampoco lo ha perdonado.

Sigue usándome igual que antes. Aunque el embarazo fue progresando y empezó a ser ostensible en mi cuerpo, continua tratándome igual. Estoy segura que le gustaría hacerme abortar a la fuerza, pero aun mantiene un cierto respeto que le impide forzar las cosas.

En mi recuerdo le veo, repantigado en uno de los desvencijados sillones de la bodega, mientras a un metro de el, estoy yo desnuda, tumbada de espaldas, o de rodillas con el culo en pompa, y con un palo de escoba, acabado en una muñequilla de trapo que yo misma hice me golpea en el interior del culo y del coño.

O tumbado en el catre del rincón, obligándome a sentarme sobre él, y sujetándome las piernas, para que todo mi peso descanse sobre su polla, empujar violentamente para clavármela dentro.

"Vamos ¡puta!, desnúdate y deja aquí la ropa". "No querrás entrar y que te vean mis amigos vestida". "Vas a entrar desnuda y de rodillas, y atada a la cadena, como la perra preñada que eres".

Ha ido haciéndose mas cruel según avanzaba el embarazo. Ya no le quiero como amo. Además con lo avanzado de mi embarazo se me hace difícil dejarme usar como el desea. Pensaba decírselo, pero los acontecimientos me han desbordado.

Hace quince dias, me dijo que quería que hiciera de puta para sus amigos. Por primera vez le negué algo. Le pedí que pensara en el bebe.

"Esta decidido, perra", "será como yo quiera".

Así quedo aquel día, aunque creo que después de mi negativa me trato con mayor dureza. La ausencia de mi marido me permitió que los moratones no me delataran.

Volvió a insistir, de pasada unos días después. No le contrarié, pero permanecí en silencio. Ya había decidido dejarle, al menos hasta después del parto. "¡Puta!, mejor acepta por las buenas o será peor".

Le sabia capaz de cumplir su amenaza, pero pensé que antes le iba a pedir que lo dejáramos.

"Estoy esperando, ¡guarra!, te desnudas, o te desnudo yo a hostias".

Estaba agarrotada, con nauseas de terror, pero algo me guiaba a obedecerle. "Mejor fuera del coche, mi amo", conteste humildemente, aun esperaba ganármele con mi obediencia.

Desnuda, con la ropa en el asiento del coche, me sentí mal. No era la primera vez que me mandaba dar vueltas a la casa, desnuda. Pero esta vez la sentía peor. Notaba el odio con el que miraba mi vientre.

"De rodillas perra preñada", ato la cadena al collar y tiro de mi hacia la puerta. Cruzamos el vestíbulo y salimos al patio.

Entonces les empecé a oír. Eran varios hombres gritando, como cuando se pasa delante de una taberna en el barrio bajo. Estaba aterrorizada. Lo intente de nuevo. "Amo, por favor, haré lo que tu quieras, pero no me hagas esto, hazlo por mi hijo". "Calla ¡puta!, ya te advertí que lo hicieras por las buenas, ahora vas a saber lo que es desobedecerme".

Mi amo empuja la puerta de la bodega. Se callan las voces. Tira de la cadena para subir el umbral. Hay cinco caras expectantes mirándome.

Un montón de botellas de cerveza en la mesa. Dos de vino. Un jamón a medias y un queso. Deben de llevar un rato esperándome.

"Aquí tenéis a la puta perra". "Podéis hacer lo que queráis con ella, como os dije". "Vaya, macho, no creí que fueses a cumplir, cabronazo". "Cuando yo prometo algo, siempre cumplo, gilipollas".

"Pero que vamos a hacer, con lo preñada que esta". "No te preocupes, vamos a calentarla bien", "y como no se porte bien la voy a dar una patada en la tripa que se lo voy a sacar por la boca, por guarra".

Me rodean. Mi amo me ha quitado la correa y se ha sentado en su sillón favorito. "He, hacer lo que queráis, pero dejarme ver, cabritos".

Estoy a cuatro patas, con la cabeza baja, resignada. Solo quiero que este infierno acabe.

Me cogen del pelo, violentamente me levanta la cabeza, no necesito mas, abro la boca un una polla, empalmada, entra en mi boca. Mecánicamente me aplico a darle gusto, cuanto antes acabe, mejor

Una palmada en el pecho, muy fuerte, dolorosa. "Buenas tetas". Mas golpes. Me retuerce el pezón, brusco, no puedo contener un grito. El que tiene la polla en mi boca me da una bofetada. "Guarra, atiende a lo tuyo".

Un gran peso en los riñones. Uno se ha sentado sobre mi culo. Se inclina sobre mi y amasa los pechos brutalmente, clavándome los dedos.

No puedo explicarlo todo. Recuerdo a pedazos, creo que en algunos momentos perdí la conciencia. Entube apoyada sobre la mesa, fallándome uno tras otro. Tumbada boca arriba en la tocinera, atada, con las piernas y los brazos abiertos, aunque no podría moverme aunque estuviera libre, amoratada y entumecida. Les sentía comer y beber a mi alrededor, alguno ya bebido.

Me penetraron por todos los sitios, con las pollas, y después cuando ya no podían, rabiosos, con lo que encontraron. Los botellines de cerveza, el cuello de las botellas de vino...

Recibí golpes, pellizcos...

Al final, me encontre en el suelo, acurrucada, mi amo seguia sentado. Se levanto y se acerco a mi. Esperaba una palabra, una caricia. A pesar de todo le sentia como mi amo. Sentia su poder sobre mi.

"Que tal puta perra", "te enteras de lo que pasa por no obedecerme".

Me sentia aun peor, estaba sobre mi, entre sus piernas. Despacio, se quito el cinturón. Le doblo con cuidado y comenzó a golpearse la palma de la mano izquierda. Supe lo que me esperaba. "Por favor amo". "Calla, puta", Empezó a azotarme metódicamente, golpeándome plano en los pechos, con el canto en las caderas y el los brazos.

Cuando se harto, jadeando, yo hecha un ovillo entre sus pies, intentando protegerme el vientre. "Debía darte una patada en la barriga y sacártelo por la boca, guarra", "No lo voy a hacer, pero te voy a follar hasta que te sangre el coño y el culo". "Levanta y ponte en la mesa, ¡perra!".

Sus amigos, ya cansados y medio borrachos, miraban expectantes. Me follo desde atrás con toda la violencia que podía. Me hizo girarme, y con la espalda en la mesa baja y los pies en el suelo, todo su peso sobre mi vientre, sin poder penetrarme bien, pero intentanto hacerme daño.

No se corría, apenas estaba excitado, solo pretendía dañarme.

Harto ya, de un abofetada me hizo caer al suelo. Empezo a orinarme encima. "Abre la boca, ¡puta!". No le obedecí, ya todo me daba igual.

"Vosotros, que miráis", "venir a mear, cabrones". Soporte todo lo que quisieron....