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Visita médica (2)

en Dominación

VISITA MÉDICA 2

Al llegar el marido a casa, éste se encontró a la pobre Lara sollozando en la habitación, con las rodillas en el suelo y la cabeza entre los brazos sobre la cama.

<<Amor, ¿Qué te pasa?>> preguntó angustiado el pobre marido, al ver tan desconsolada a su mujercita.

<<En la clínica…han abusado…de mí…>>. Él la abrazó en cuanto escuchó esas espantosas palabras.

<<¿Abusado? Pero…¿Qué te han hecho?>>. La miraba de arriba abajo, buscando alguna señal de violencia. Pero no veía nada extraño, trataba de consolarla besándola en las mejillas y en la frente.

<<Tranquila, vamos, dime que ha pasado>>

<<Ese doctor…primero me hizo desnudar, delante de él y de su enfermera…una mujer enferma…y después…me empezó a tocar por todo el cuerpo>>

<<Pero cariño, si era un examen médico, es…normal que te tocase, vamos, que te explorase para…encontrar algo, lo que hacen los médicos>>

<<¡¡NO!!, no solo fue eso. Me tocaba. No quería explorarme. Los dos me tocaban, esa enfermera también. Y…eso no es todo…>>

Lara se puso de pie, delante de su marido. Se desabrochó el pantalón vaquero y dejó que cayera.

<<Pero…¿Qué haces?...cariño>> Acto seguido ella se metió las manos debajo de sus braguitas blancas y se las bajó hasta los tobillos. El marido quedó absorto cuando contempló el coño perfectamente depilado de su mujer.

<<¿Ves? Esa enfermera me afeitó, para el examen de mañana, pues tengo que volver. ¿Te das cuenta? Para conseguir ese trabajo tengo que volver, y seguramente volverán a abusar de mí>>.

En ese momento, a Lara se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía el rostro congestionado de tanto llorar. Su marido primero la abrazó para consolarla. Después, no pudo evitar volver a mirar su coño.

<<Cariño, seguro que…eso lo hizo porque era necesario, no tienes que tomártelo así>>. Ella seguía con la cabeza apoyada en su hombro, mojándoselo con sus lágrimas.

Pasaron dos minutos y Lara pareció relajarse un poco.

<<Ese trabajo…es muy importante…pero yo…>>

<<Shhhh, sí, la verdad es que nos vendría de perlas. ¿Te imaginas?, hasta podríamos pensar en tener hijos dentro de poco. Yo te apoyo, ya lo sabes, pero…debes tratar de aguantar lo máximo posible, es una gran oportunidad y…no me lo tomes a mal…pero hay que hacer sacrificios>>

En un principio, a Lara no le gustó nada eso. ¿Sacrificios? ¿Qué sabía él?. Aunque, por otra parte, su marido había mencionado el tema de los niños. A ella le hacía mucha ilusión el formar una familia, y temía decírselo porque pensaba que él aún no esperaba ese cambio. Pero ahora, con ese trabajo y su marido convencido para tener hijos, veía la oportunidad de arreglar su vida y ser feliz el resto de ella.

<<Escucha, tienes razón, volveré y aguantaré lo que me hagan. Pero quiero que vengas conmigo, por favor, tienes que venir conmigo para que no se pasen. Seguro que contigo allí no se atreven a nada, o por lo menos no a tanto. Por favor, dime que vendrás>>

<<No sé Lara…mañana tengo una cita en el trabajo…bueno, de acuerdo, mañana te acompañaré a esa visita, shhhh, ahora deja de llorar cariño, shhhh>>

Para ayudar a consolarla, él se agachó, le agarró las nalgas firmemente y hundió su boca en el precioso coño de su mujercita. Ella tardó un poco en alcanzar el orgasmo, pero no le dijo que fue porque ya había tenido otro reciente en la clínica.

Al día siguiente, a la misma hora, los dos se encontraban ante la puerta de la clínica, agarrados de la mano. Él le ayudó a encaminarse hacia dentro con un ligero apretón en la mano y una mirada sonriente. Entraron, y en el mostrador de recepción se encontraban las mismas dos mujeres del día anterior. <<Hola, buenos días>> dijo la morena radiante de alegría al volver a ver a Lara. <<Hola>>, contestó secamente. <<Vengo a ver al doctor Menéndez, tengo otra cita hoy>> <<Sí, por supuesto, ya les están esperando. Pasen>>, con la mano hacía una indicación en dirección a la consulta del médico, aunque Lara conocía perfectamente el camino. Esta vez, se hallaba en el centro más cantidad de gente, de todas las edades. Lara miraba a esas personas en busca de algún cómplice, que le indicase lo que sabía que le pasaba. Pero no encontró nada de eso, cada uno estaba ensimismado en sus propios asuntos, y a no ser por algunos niños que se dedicaban a corretear por el pasillo, el ambiente hubiera sido terriblemente sombrío.

Alcanzaron la sala de espera, en la que, al contrario del resto de la instalación, no se encontraba nadie. Lara no hablaba ni emitía ningún sonido, a pesar de las bromas con las que su marido trataba de animarla. La tensión dentro de ella era enorme, no sabía como iba a reaccionar cuando estuviese frente a ese médico, y sobre todo, frente a la enfermera, la señora García. Sin duda, esa señora desprendía un magnetismo poderoso con su presencia. De cierta edad, pero muy bien cuidada, con una cabellera lisa negra que le llegaba hasta los hombros y que le daba una apariencia de gran mujer. Alguna arruga en su cara, pero que sin duda no hacía más que añadirle atractivo a esa mirada severa y digna que poseía.

De sus pensamientos la sacó precisamente la voz de la enfermera. Lara, al verla, le costó levantarse, y solo lo hizo cuando su marido le dio un impulso con la mano. <<Lara Fernández, pase. Sí, usted también puede pasar>>. Los dos entraron. Lara sintió la mirada de la señora García recorrer todo su cuerpo. Volvía a llevar unos vaqueros ajustados, y una blusa de color celeste. No podía evitarlo, llevase lo que llevase, su cuerpo siempre se mostraba tremendamente apetecible.

<<Lara Fernández. Bien, veo que hoy trae acompañante, perfecto. Por favor, siéntese aquí>>. El marido aceptó la orden del médico y se sentó en una de las sillas que estaban enfrente de la mesa. Lara permaneció de pie unos segundos, dubitativa, hasta que le médico le ordenó dirigirse hacia la mesa…y desnudarse. Aquello le sobresaltó, se puso nerviosa, no dejaba de mirar a su marido, pero este se mostraba tranquilo, sin apreciar nada extraño. Ante la expectativa de las tres personas, Lara empezó a quitarse la ropa. Lo hacía despacio, como si así mantuviese viva la esperanza de que algo pudiese ocurrir para que aquella situación terminase repentinamente. Pero no pasó nada. Tanto el médico, la enfermera y su marido se mostraban expectantes ante el delgado cuerpo de Lara.

Cuando le tocaba quitarse el sujetador, la enfermera se acercó a Lara por la espalda. Cerró los ojos, sabiendo lo que iba a ocurrir, aunque sin llegar a pensar en el atrevimiento que iba a tener la enfermera para tocarle las tetas delante de su marido. Otra vez, como el día anterior, al retirarle las copas de los senos sus manos volvieron a acariciarlos suavemente y sin disimulo. Lara miraba hacía su marido, sentado pero orientado ligeramente hacia donde ella se encontraba. Él no sabía que pensar, estaba viendo como esa señora magreaba a su mujer, pero dudaba sobre si aquel tocamiento formaba parte normal del examen o si Lara tenía razón y era un abuso en toda regla. También había algo que le impedía actuar en defensa de su mujercita, la gran excitación que le proporcionaba aquella visión.

Una vez terminado el magreo por parte de la enfermera, ésta aún se quedó detrás de Lara, mientras el médico se le acercaba de frente. <<Voy a realizarte la primera parte del examen.>>, y esa primera parte consistía en examinar sus tetas.

Lara se encontraba de pie, con las braguitas como única prenda en su cuerpo. Eran blancas, de algodón, muy finas (casi transparentes, se intuía el color de su piel bajo ellas) y adornadas en la goma elástica de la cintura por una cenefa rosa y verde impresa en un suave bordado. Eran muy pequeñas, apenas abarcaban media nalga, y a veces (como también ocurría en ese momento) se le metía un poco de tela en la raja del culo. Este detalle no se le escapó a la señora García, la enfermera, y lo aprovechó para llevar su mano izquierda a la nalga también izquierda de Lara, y acariciarla suavemente. Lara sintió el dedo de la enfermera, como subía y bajaba por su nalga, la apretaba, incluso le pellizcaba, y le hacía poner la piel de gallina. El marido de ella, sentado y embelesado mirándola, no podía percatarse del nuevo tocamiento al que la enfermera sometía a Lara. Ella sabía que él no podía ver lo que le estaba haciendo, así que decidió aguantarlo sin decir nada.

El médico abarcó con sus manos las tetas y empezó a realizar movimientos de presión sobre ellas. <<Increíbles tetas>> pensó él, del tamaño justo, redondas, bien formadas, con los pezones rosas y las aureolas no muy grandes tampoco. Incluso le daba la sensación de que despedían un aroma agradable. Sintió como a ella se le ponía la piel de gallina, y eso le excitó, puesto que sabía que ella se sentía humillada de esa manera delante de su marido. Éste, ahora, estaba totalmente girado en la silla. Veía al médico sobar las tetas de su mujer, y la mano de la enfermera se le perdía de vista justo detrás del culo de Lara ¿La estaría tocando? Ese simple pensamiento fue lo que terminó de desatar su excitación e hizo que su polla se pusiese totalmente dura.

El examen de los senos duró casi diez minutos. Lara incluso había comenzado a temer la aparición de signos de excitación, puesto que ante un estímulo tan constante, no se podía preveer la reacción de su cuerpo. Pero eso no pasó, la humillación era mucho más grande que el estímulo, y tanto su cuerpo como su mente seguían fríos en ese aspecto.

En la mirada del médico comenzó a atisbarse un brillo especial. Ya no era la fría mirada anodina con la que él la había recibido y tratado el día anterior. Podía también intuirse como lograba obtener una pequeña satisfacción lujuriosa con aquél tocamiento al entornarse la boca en una especie de media sonrisa, algo que viniendo de él ya se podía considerar como un logro, puesto que rara vez sonreía.

Durante el examen, Lara tuvo que soportar no solo las manos del médico, sino que la enfermera, mientras también le seguía acariciando la nalga, le susurraba cosas obscenas al oído de ella <<Estás buenísima, cielo. Si te tuviera sola otra vez, te iba a provocar tantos orgasmos que perderías el sentido. Quiero comerte entera…preciosa…>>. Lara estaba a punto de llorar. Los ojos se mojaron algo e inconscientemente procuraba apartar la mirada de su marido, para no mostrarle esa mirada húmeda y que la situación no terminase con un examen médico sin pasar y un trabajo respetable rechazado.

Cuando el médico creyó oportuno finalizar el tocamiento, le dio a Lara su primer veredicto <<Los senos están bien. No se aprecia ningún bulto y ninguna mancha sospechosa. Ahora, por favor, sácate las bragas y acuéstate sobre la camilla. La señora García te ayudara.>>.

Dicho esto, Lara se sacó las braguitas rápidamente, para evitar que la enfermera la volviese a tocar. Una vez totalmente desnuda, lanzó una última mirada a su marido antes de recostarse en la camilla. Éste la mirada hipnotizadamente. Su mujer tenía un cuerpo espléndido, pero aquella situación lo hacía resaltar aún más. No quería que le hiciesen daño, de ninguna manera, pero hasta ahora todo había sido tan sutil y tan encubierto que no había encontrado la manera de justificar el rechazo a aquél examen médico. Y por otra parte, que ella trabajase en Beckelar era asegurar el futuro de su familia, por lo que debía de pasar algo terriblemente alarmante para acusar de abuso a aquella clínica.

La enfermera ayudó a Lara a subirse a la camilla y situarse boca arriba. Todo contacto con la enfermera, a Lara le producía calambres, puesto que conocía las intenciones de la señora García y sabía que muchos contactos se prolongaban en unas sugerentes caricias por su piel. También fue ayudada a levantar las piernas y poner los tobillos sobre los estribos, y esa ayuda resultó necesaria porque los hierros se encontraban a más altura de lo normal. Una vez situada, Lara comprendió que no podía quitar las piernas de esa postura sin ayuda, debería permanecer abierta hasta que el médico terminase.

El médico se sentó enfrente de su coño, las piernas de ella le quedaban un poco por encima de la cabeza a ambos lados. La enfermera se situó al lado de la cabeza de Lara, y el marido de ésta acercó la silla un poco más para situarse al lado de ella, pero aún dejando un espacio. El médico empezó a tocarla. <<Shhhh…debes relajarte para que no te haga daño>>. Parecía no necesitar ningún otro instrumento, solo sus manos, las cuales, nadie pudo apreciar si estaban cubiertas con guantes de látex porque en ningún momento nadie le vio ponérselos. Acariciaba el pubis de Lara, primero bajo el ombligo, después más abajo hasta llegar a los labios. Los abrió e introdujo decididamente un dedo, aunque sin fuerza excesiva. En ese momento, al sentir al médico dentro de ella Lara cerró los ojos y apretó el rostro. Aquella sensación de intrusión era más fuerte de lo que ella había pensado. La mano derecha palpaba el interior de ella con un dedo, mientras la mano izquierda acariciaba suavemente los labios y el clítoris. Era una paja suave, seguramente no buscando el orgasmo sino solo la relajación de su musculatura lisa. Necesitó introducir otro dedo, y lo hizo con algo más de esfuerzo. Los movía y palpaba el interior de sus paredes vaginales. Sentía el calor de ella en la mano desnuda, sentía como se mojaba con sus fluidos. Si no hubiese traído al marido…

Éste no perdía detalle de todo. Observaba el rostro congestionado de Lara, pensando que, en todo caso, un examen ginecológico no era agradable. Veía a la enfermera acariciar la cara de Lara, incluso le daba tiernos besos en la mejilla, y encima de los labios. La enfermera miró al marido, como él tenía esa mirada de desconcierto y excitación a la vez, y decidió forzar un poco más, valdría la pena. Descendió su cara hasta Lara y le plantó un beso en la boca. No era un beso cariñoso, era fogoso y dominante. La enfermera sujetaba las mejillas de Lara para evitar que la rechazara, e introducía su lengua dentro de su pobre mujercita. En un momento, las miradas de Lara y de su marido se cruzaron. La mirada de Lara era de súplica, una mujer mayor le estaba besando, le estaba dando toda su saliva, y se sentía avergonzada delante de su hombre. Él se iba a levantar para poner fin al escarnio, pero fue interrumpido por el médico cuando éste comunicó que el examen estaba finalizado, y que todo estaba en orden.

Esta vez, Lara recibió la ayuda de su marido para quitar las piernas de los estribos y descender de la camilla. La cara de Lara estaba roja, y los ojos mojados. Intentaba cubrirse con las manos, hasta que su marido le acercó la ropa. El médico se limpió las manos con una toalla <<Espera, antes de vestirte, necesitamos otra cosa>>. Lara estuvo a punto de estallar de rabia ¿Otra cosa? ¿Es que no se cansaban de pedirle cosas?. <<Necesitamos una muestra de sangre, otra de orina y otra de flujos vaginales para realizar un análisis y descartar infecciones venéreas o de otro tipo>>.

<<Pero si usted acaba de decir que todo está bien>>, intervino el marido de Lara irritado.

<<El examen físico está bien, pero falta el análisis microbiológico. Sin él, no puedo expedir el certificado médico.>>

No dejaron vestirse a Lara. Sentada sobre la camilla, la enfermera le limpió la zona interior del codo izquierdo con alcohol. Después le clavó una jeringa en una de las venas, que provocó un gesto de dolor en su cara. Su marido estaba ahora a su lado, acariciándole la espalda y animándola a terminar con aquello.

La muestra de orina debía recogerse en un contenedor pequeño. La enfermera le dio un bote, con la boca algo más amplia y le dijo que lo llenase allí mismo.

<<¿Aquí, cómo? No puedo aquí, debo ir a un servicio>>

<<Debes hacerlo aquí, a la vista de todos, para comprobar que no cambias el recipiente del análisis por otro con orina de una persona sana>>

El marido no se contuvo <<Oiga, eso es excesivo, vaya con ella al servicio si quiere, pero aquí no>>. Cuando dijo esto se dio cuenta del error, no podía mandar a su mujer sola con la enfermera a un servicio. Afortunadamente, intervino el médico.

<<Vamos, hágalo cuanto antes y todos nos iremos pronto a casa>>

No pudo más. A punto de sollozar, Lara cogió el bote, se bajó de la camilla al suelo, se puso de cuclillas con el bote debajo de su coño y empezó a orinar. Su marido no podía verla, aquella terrible humillación era ya demasiado, y sabía que su presencia allí la acrecentaba. Las últimas gotas de orina cayeron en el suelo, pero ya nada le importaba. Le tendió el frasco muy enfadada a la enfermera y ésta lo recogió con una sonrisa burlona.

Pero aún le quedaba proporcionar la muestra de flujos vaginales. ¿Cómo se haría?.

<<Ahora ponte de pie ahí en medio. Eso es. Sujeta este otro frasco y mastúrbate. Cuando te corras, recoge todo el flujo que puedas>>

No lo soportó más, y las lágrimas cayeron abiertamente por su cara. Buscó consuelo en su marido, y este se encontraba también totalmente superado por la situación. ¿Debía permitir aquello? ¿Valía la pena?. El médico, contemplando las dudas de ambos, les dijo <<Esta será la última prueba. Se lo garantizo. Una vez realizada y pasado el análisis, su esposa será admitida en Beckelar como investigadora titular. Sólo un último paso>>.

Lara se secó las lágrimas y miró con una mirada helada al médico y a la enfermera. ¿Lograría correrse en aquella situación?. Su marido la miraba, pero no le decía nada, solo se mostraba contemplativo.

Así pues, Lara se llevó la mano derecha a su coño, y empezó a estimularlo. No sabía como hacer para alcanzar la excitación necesaria, de momento se tocaba y procuraba llevar su mente a los recuerdos de su cama con su marido. La enfermera a su lado, y el médico y su marido enfrente de ella, permanecían en silencio contemplando el espectáculo de la paja de Lara. Le costó meterse en situación, pero ahora ya tenía dos dedos dentro, y había empezado a lubricar. Mantenía los ojos cerrados, puesto que si veía a los demás probablemente se cortaría el rollo. Recordaba a su marido masajeándole la espalda, realizando pequeños juegos sexuales antes del coito, como le besaba las nalgas, como le acariciaba los muslos, como le amasaba las tetas, como sus bocas se fundían suavemente, como su polla lubricaba dentro de ella, como sentía su rigidez y su calor… Los gemidos ya eran elocuentes. Sus músculos abdominales sufrían las primeras contracciones, le costaba mantenerse de pie, alternaba su peso corporal sobre una pierna, y luego sobre otra. Ahora se sentía bien, había conseguido abstraerse del lugar y la excitación le llevó al umbral del orgasmo. Se acariciaba la piel, sentía el vello erizarse, la saliva se le salía de la boca por las comisuras de sus labios, la mano totalmente mojada.

Tras unos minutos llenos de gemidos y contorsionismos corporales, Lara se corrió. Apenas pudo ajustar el frasco para recoger los flujos, puesto que sentía perder el equilibrio. La enfermera, siempre atenta al cuerpo de Lara, la sujetó de las axilas para que no cayese al suelo. Su cuerpo tembló largo tiempo, exprimiendo hasta los últimos flujos. Mientras temblaba, con los ojos cerrando y gimiendo airadamente, la enfermera la aferraba contra ella, para sentir ese orgasmo que ya había disfrutado el día anterior.

Cuando recuperó las fuerzas, se hallaba de rodillas en el suelo, con su marido besándola y acariciándola. El médico recogió el frasco, lleno de material líquido. <<Aquí hay material en abundancia para el análisis. Por hoy ya hemos terminado, recuerde que mañana a la misma hora tiene cita con la fisioterapeuta para tratar su espalda. Si todo va bien, la semana que viene se incorporará a la empresa. Les dejo. Hasta otro día>>.

La enfermera también se fue. No hubo despedidas por parte del matrimonio. Ambos estaban en el suelo, ella llorando desconsoladamente y él tratando de recuperarla. Después partieron a su casa.