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Lara en manos de Santi. Breve sesión

en Dominación

LARA EN MANOS DE SANTI

Recuerdo que aquel día había sido especialmente duro en el trabajo. Una discusión con una clienta había terminado con una bronca recibida de mi jefa. La sensación de no ser debidamente valorado en la empresa se asentó en mi convencimiento, y me fui de allí plenamente dispuesto a presentar mi dimisión el día siguiente. Como todos los calentones de gran intensidad, éste se diluyó rápidamente según hacía el camino hacia casa. No en vano en ella me esperaba mi preciosa chica y esta noche me correspondía el turno dominante.

Llegué con la idea de tomarla enseguida. Ella estaba en el salón, esperándome para preparar juntos la cena. Me dio un beso de bienvenida en los labios, yo la agarré por la cintura y no la dejé salir en unos segundos. Ante mi ímpetu se mostró estupefacta, no era normal que yo volviera del trabajo con esa pasión. Adiviné su pensamiento y respondí a su intriga suavemente.

<< Hoy me toca dominarte. >>

No hizo falta decir más para que comprendiera la situación. Según nuestro acuerdo, sólo era necesario indicar con estas palabras el deseo de ejercer el dominio sobre el otro, un dominio que se alternaba entre los dos. Instantáneamente, ella adoptó una postura sumisa con la mirada baja y poniéndose parada delante de mí.

Le desabroché los botones de la blusa uno a uno, despacio, recreándome en su docilidad. La blusa, según la iba desabrochando, iba dando mayor libertad a sus pechos, hasta ese momento prietos. Quedó al descubierto su precioso sujetador de encaje, suave y de un resplandeciente color blanco. Pasé el dorso de mis dedos por su ombligo y vientre, erizando el ligero vello de su tersa piel. Ella soltó un ligero gemido, fruto de la incipiente excitación que su cuerpo comenzaba a experimentar. Con la otra mano le sujeté la nuca, por debajo de su melena negra y rizada, y acerqué sus labios a los míos para fundirlos en un cálido beso. No dejaba de acariciarla alrededor de su ombligo. Sentía como unos sutiles escalofríos recorrían su cuerpo como respondiendo a las cosquillas que le provocaba. Me alejé de su boca y proseguí con su desnudo, tiré al suelo la blusa, me puse de rodillas y solté el primer botón de su pantalón. Desde esa posición miré a su cara, cuya mirada seguía sin dirigirse a mis ojos, y proseguí desabrochándole el resto de botones, despacio, recreándome nuevamente.

¡Qué gran placer tener en tus manos semejante cuerpo!

Le bajé el pantalón vaquero, con efecto gastado en la zona de los muslos y pantorrillas, admirando sus firmes piernas perfectamente torneadas en horas de gimnasio. Sus braguitas blancas quedaban a la altura de mi cara, podía olerla y eso acrecentó mi pasión. Con el pantalón en sus tobillos, acaricié sus piernas hasta llegar a sus pies y le saqué el pantalón para dejarlo a un lado. Otra vez mis manos volvieron a tocar su piel mientras ascendían hacia sus braguitas con disposición de librar a su cuerpo de ellas. Agarré con ambas manos la goma de la cintura, volví a mirarla a la cara.

<< Mírame>>, le ordené.

Ella así lo hizo. Como excepción a nuestra regla consensuada, nuestras miradas coincidieron en una sesión de dominación-sumisión. Pude apreciar en su mirada su encogimiento por la postura, y más cuando hice descender las braguitas poco a poco. Su pubis quedó descubierto. Ligeramente mojados, sus labios vaginales limpios de vello se mostraban apetecibles, me estaba empezando a costar el soportar las ganas de terminar con aquello y follarla con todas las ganas, pero debía seguir deleitándome en la espera por alcanzar ese momento. La respiración de ella adquiría mayor ritmo por momentos, su piel exudaba tensión a través de sus poros en forma de pequeñas gotas de sudor. Los dos estábamos alcanzando nuestro punto de ebullición, no había palabras entre nosotros, ni un solo ruido en la casa, sólo el retumbar de nuestros corazones en toda la sala.

Desnuda de cintura para abajo, con el sujetador como única prenda, así se encontraba expuesta mi bella Lara delante de mí. El siguiente paso fue buscar una cinta de plástico, de las que se utilizan para cerrar grandes paquetes, y atarle las muñecas por detrás de su espalda. Dejarla indefensa se antojaba sumamente provocador, tanto para mí como sobre todo para ella, conocía sus gustos y sabía que el ser atada era uno de sus mayores morbos. Aún de pie, alcancé con mi boca su coñito y comencé a comerlo, degustándolo intensamente. Su sabor y olor eran altamente deliciosos. Tragué y respiré captando su aroma y su sabor. Podría alimentarme de sus fluidos para siempre.

Ella estaba alcanzando el máximo punto de excitación. Sus brazos luchaban por desatar la cinta y liberar las manos para actuar, pero estaba imposibilitada para ello. Tras unos arduos minutos de degustación, con mi rostro impregnado con sus jugos, me erguí y volví a besarla, con todo el sabor de su coño en mi boca. Cogí un cuchillo de la cocina y corté las tiras del sujetador. Sus pechos aparecieron en todo su esplendor, con ese brillo especial de sudor que recubría su piel por entero. Ninguno de los dos podía mantener ya la boca cerrada, necesitábamos tomar gran cantidad de aire para aplacar la tensión.

Terriblemente excitada, hice que se hincara de rodillas en el suelo, sobre un cojín convenientemente colocado, y lejos de cualquier soporte en el que apoyarse. Sin que me viera, me desnudé rápidamente, cogí un preservativo y me lo coloqué con cuidado para evitar roturas. Después apliqué el lubricante para hacer más sencilla la penetración. Me acomodé detrás de ella, también con las rodillas sobre el cojín. Acaricié sus hombros y omóplatos, le susurré al oído.

<< Ahora viene lo mejor, tranquila, ya falta poco. >>

A través de sus piernas, ligeramente abiertas, me fui abriendo paso hasta alcanzar su coño. Introduje primero la cabeza, despacio, la dejé estar en su interior unos instantes antes de proseguir con el avance. Con las manos abarqué sus pechos, con la plenitud de las palmas de las manos agarré con firmeza las tetas y, apoyándome en ellas, dí un largo empujón que terminó con mi polla en su interior. Ella seguía atada, con las manos en la espalda y en contacto con mi vientre. Después de estar dentro de ella unos segundos retrocedí hasta sacarla, todo con movimientos suaves y lentos, su cuerpo ansiaba que la penetración fuese más directa, pero el goce que se alcanzaba de esa manera era muy superior.

Al cabo de media hora la penetración ya era constante y rápida. Yo ocultaba mis jadeos mordisqueando su hombro, pero ella no los podía ocultar y sus gemidos eran espectaculares. Su vientre comenzaba a mostrar los primeros indicios de orgasmo. No le había prohibido correrse porque ella tiene la capacidad de hacerlo varias veces en la misma sesión. Al notar los primeros temblores aceleré el ritmo y su cuerpo se convulsionó en un brutal orgasmo. Ella tenía en mí su único punto de apoyo, no podía soltarla, debía pegarla a mi cuerpo para que no cayera. Tener a una mujer temblando de orgasmo entre tus brazos, atada, sudando como en una sauna…debería describirlo un poeta.

Proseguí con mi arremetida una vez su cuerpo se relajó. Estaba a punto, pero me encantaba ralentizar el momento de mi orgasmo y recrearme en la situación. Cuando estaba a punto yo me detenía, pero con mis manos seguía estimulando su clítoris para que no perdiera la calentura. Su cuerpo recibió otro orgasmo, y mis brazos volvieron a recibir la corriente de aquél a través de sus temblores. La abracé intensamente para absorber cada estertor.

Logré repetir la operación un par de veces más. La sesión era el punto final perfecto para un mal día. Al final, no pude aguantar más y sin querer, en una arremetida profunda, alcancé el orgasmo. Los dos acabamos rendidos, exhaustos y mojados. Ella apenas no podía tenerse, así que la llevé en brazos hasta la habitación y la tendí en la cama. No tardamos en quedar dormidos.