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Ladrón de sexo

en No Consentido

Ladrón de Sexo

© Oscar D. Salatino

1

Después de un vuelo que se había prolongado más de lo debido para superar un frente de tormenta en medio del atlántico, la comisario de a bordo Mariela Cortés, de veintisiete años de edad y de nacionalidad colombiana se sentía tan agotada que apenas podía mantenerse en pie cuando llegó al departamento que rentaba en el centro de la ciudad.

A pesar del contratiempo nada podía empañar la satisfacción que continuaba experimentando por su reciente promoción, un logro realmente importante para una persona de su edad.

El haber alcanzado esa posición en un tiempo considerado récord -cinco años menos que el promedio- la hacía sentirse tan bien que se le pasó por alto que de las dos cerraduras de la puerta de entrada sólo una de ellas tenía echada llave.

Tras dejar su maleta junto a la mesa de la entrada comenzó a quitarse la ropa mientras se dirigía hacia el cuarto de baño ubicado al final del pasillo, e ignorando la vigilancia a que era sometida terminó de desnudarse después de abrir las llaves de la ducha.

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Las cortinas del living se agitaron, aunque brevemente, cuando el hombre que se cubría el rostro con una máscara abandonó su escondite. Después de un breve vistazo por la puerta entreabierta del cuarto de baño enfiló sus silenciosos pasos hacia la alcoba.

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Con el cansancio a punto de hacerle flaquear las rodillas Mariela Cortés dio por terminada su ducha. Al mirarse en el espejo se encontró con el que muchos definirían como un rostro atractivo en el cual no habían terminado de borrarse las líneas de tensión causadas por demasiadas horas de vuelo.

Aunque para infundir seguridad a los pasajeros se veía obligada a sonreír constantemente, sólo aquellos que se ganan la vida desempeñándose a miles de metros de altura son capaces de comprender ese terror que vive instalado en sus huesos hasta mucho tiempo después de que los aviones aterrizan.

Una sonrisa desvaída se dibujó en sus labios mientras se echaba una bata sobre los hombros, y aunque se sentía famélica y la sed parecía devorarla, en lo único en que podía pensar en esos momentos era en acostarse y dormir durante los dos días que tenía libres antes de volver a embarcar esa vez hacia el lejano oriente.

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El aroma de una loción masculina desconocida activó el primer nivel de alerta –el de la sospecha- pero Mariela lo desechó rápidamente pensando que el agotamiento le estaba jugando una muy mala pasada.

El segundo nivel –el de la intriga- se activó cuando sus ojos se toparon con los dos pañuelos de seda que pendían del respaldo metálico de su cama, pero el tercero –el del pedido de auxilio- ni siquiera llegó a activarse porque la repentina aparición del encapuchado emergiendo del guardarropas hizo que Mariela se desvaneciera antes de caer entre sus brazos.

2

El despertar fue gradual y confuso con algo así como una especie de mareo que demoró la correcta percepción de la situación en la que se encontraba.

La tarde estaba dejando paso a las primeras sombras de la noche y fue muy poco lo que alcanzó a distinguir en la búsqueda de pistas que pudieran ayudarla a comprender un poco más qué era realmente lo que estaba sucediendo.

Todavía se sentía algo confusa cuando por el rabillo del ojo izquierdo alcanzó a distinguir lo que le pareció un movimiento. Al volverse descubrió que sus muñecas estaban amarradas con esos pañuelos de seda que habían activado su nivel de alerta número dos. Para ese entonces, la casi completa oscuridad le añadía un tinte de siniestralidad a lo que a todas luces era una amenazadora e inconfundible silueta masculina.

La respiración pareció congelarse en su pecho cuando él encendió la lámpara de la mesa de noche. El súbito resplandor acuchilló las pupilas de Mariela encegueciéndola un instante antes de que su mente decidiera rechazar la realidad haciéndola sumir en un nuevo desvanecimiento.

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Algunos días más tarde cuando su vida había regresado a la normalidad, Mariela trató de revivir cada instante de esa atípica tarde pero nunca pudo determinar con exactitud si la había despertado el ronco murmullo de su captor o la sensación de encontrarse prisionera en lo que parecía un capullo de seda.

-No temas, no te haré daño, estoy aquí para cumplir tus fantasías–le susurró él en forma repetida como si estuviera recitándole un mantra. Aunque deseaba con todas sus fuerzas de que se tratara simplemente de una pesadilla, Mariela sabía que lo que estaba sucediendo era real. Mucho más de lo que se atrevía a aceptar, a pesar de las cientos o quizás miles de veces que había fantaseado con ser violada mientras practicaba sus cada vez más frecuentes sesiones de sexo solitario.

Abstraída en sus propios pensamientos el repentino movimiento del hombre la tomó por sorpresa y ni siquiera pudo gritar –su garganta estaba cerrada por el terror- cuando le desgarró la bata como si fuera de papel.

Todo parecía estar en su contra y presentía que nada ni nadie podría salvarla de lo que se perfilaba como la más oscura humillación de su vida, cuando aunque algo retrasado, el cuarto nivel de alerta –el de la lucha por la supervivencia- se activó haciendo que disparara sus pies hacia el desprotegido vientre del desconocido. Aunque no con la fuerza y a la altura adecuada para causarle daño real.

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Como claro exponente de la generación de las mujeres de los 80 -como se dio en llamarlas por aquellos que renegaban de la independencia femenina- Mariela había antepuesto su carrera profesional a su vida personal y a pesar de que disfrutaba mucho de todo lo relacionado con el sexo, sentía que no tenía tiempo para tomárselo tan en serio como le hubiera gustado, y en realidad le gustaba mucho

Había hecho sus primeras armas en el sexo el verano anterior a cumplir sus quince años. En esa época acostumbraba a pasar las vacaciones con sus primos, dos chicos y una chica, hermanos entre ellos. El lugar elegido era indefectiblemente la casa de los abuelos paternos ubicada sobre la costa del mar caribe, un lugar de ensueño en la que todo, desde el cálido mar hasta la suavidad de las serranías invitaba a la libertad de los sentidos, sobre todo a los relacionados con las urgencias hormonales.

Mariela perdió la virginidad a manos –por decirlo así- de su primo Federico la segunda noche de estadía, mientras a su lado, casi codo con codo, Nicolás se ocupaba de satisfacer los deseos de su hermana. Más tarde, para la segunda ronda de juegos hubo cambio de parejas y esa vez fue Nicolás quién se ocupó de terminar la perforación –tenía la verga más gruesa- iniciada por su hermano Federico, mientras éste se ocupaba de rectificar la abertura trasera de su hermana.

Fueron casi dos meses de ensueño con sexo a diario -¡Gloriosa Juventud!- y con la alternativa de cambios de parejas en las que todo quedaba librado a la imaginación.

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El torpe intento de agresión por parte de Mariela fue neutralizado fácilmente por el enmascarado, que resultó ser tan fuerte que le bastó una mano para mantener sus piernas inmovilizadas.

-¡Suéltame ya hijo de puta o te juro que te mataré! –gritó ella fuera de sí, recibiendo por respuesta una carcajada que la hizo enfurecer todavía más.

-¡Te prometo que…!

El golpe la tomó por sorpresa.

-¡Hijo de…!

La fuerza del segundo golpe fue suficiente para provocarle un corte en el labio.

-¿Cómo te atreves? –lo interpeló Mariela hecha una furia.

Esa vez fue la boca del hombre aplastando la suya lo que la hizo callar. La gruesa lengua disparándose dentro de su boca consiguió que su libido finalmente la traicionara.

«Menta, tiene aliento a menta –pensó sorprendida de que su propia lengua respondiera a la de ese desconocido que seguramente se proponía penetrarla por todos los orificios de su cuerpo.

¡Si tiene la verga tan gruesa como la lengua me va a destrozar! –concluyó rápidamente.

A pesar de la excitación se mostró dispuesta a resistirse a cualquier precio e intentó golpearlo una vez más, pero antes de que siquiera pudiera moverse él la sujetó por los tobillos.

-¿Quieres que te viole o prefieres que te haga el amor?, elige –la conminó con una voz sonora y mucho más profunda que antes- porque si lo que quieres es que te cause daño no tienes más que pedírmelo y te complaceré, pero no es eso lo que yo quiero.

Mariela dejó escapar un suspiro que marcó lo que podría considerarse su entrega física, aunque no la mental.

-Estoy esperando tu respuesta –susurró el enmascarado retorciéndole un pezón.

-¡Duele! –protestó ella.

Él volvió a reír, sólo que esa vez lo hizo en silencio.

-¿Qué me dices? -le preguntó una vez más.

-No sé de qué me hablas –le respondió Mariela con la mente muy lejos de allí.

-¿Prefieres que te viole o quieres que te haga el amor?

Mariela trató de buscar la mirada oculta tras esa horrible máscara.

Él no pareció amilanarse ante su abierta actitud de desafío, es más movió la cabeza en forma aprobatoria, ya que el juego se estaba desarrollando en la forma en que más le gustaba.

-Está bien, se hará como tú lo quieras, pero después no me pidas que me detenga –le advirtió apagando la luz antes de tenderse a su lado.

Mariela maldijo una vez más a su estúpida libido mientras respondía al beso de su captor, porque una vez más el misterio de lo desconocido había potenciado el deseo sexual de una mujer.

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Germán «trabajó» a Mariela en la forma lenta y cuidadosa que lo hace el experto utilizando la lengua como un estilete que punzaba en los sitios más sensibles de su cuerpo dejando a su paso un reguero de saliva ardiente, pero evitando deliberadamente los pezones, la vulva y el ano que dilataba con ese dedo que en ningún momento dejó de entrar y salir de su cuerpo con una cadencia que la hacía sentir que se derretía ¿DE AMOR? por el encapuchado.

Recién cuando estuvo seguro de que Mariela Cortés comenzaba a entregarse en forma incondicional decidió someterla a la prueba definitiva que confirmaría su dominio sobre ella.

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Mariela no había terminado de recuperarse del último orgasmo cuando su captor le soltó las manos y tras voltearla le colocó una almohada bajo el vientre.

El mensaje resultaba tan claro que no necesitó que él le aclarara lo que haría a continuación, porque nunca, ni siquiera en sus mas alocadas fantasías hombre alguno la había excitado tanto como ese violador hijo de puta que se disponía a meterle su gruesa verga por el culo, y lo peor de todo era que estaba dispuesta a soportar lo que fuera para demostrarle que no podría doblegarla. ¿O SÍ?

-Despacio, métemela despacio o me vas a destrozar –susurró alzando las caderas para ir a su encuentro.

¿Y su propósito de resistírsele dónde había quedado?

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Durante el resto de ese día y a lo largo del siguiente Mariela Cortés tuvo la oportunidad de probarse a si misma su fuerza de voluntad, porque aunque terminó afónica de tanto gemir y sollozar no le dio el gusto al ¿violador? de reconocer que le estaba procurando el mejor sexo de su vida.

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El hombre de la máscara se marchó después de asegurarse que no quedaba ninguna prueba de su presencia, al menos a la vista.

Mariela dormía profundamente sobre su costado derecho, tal como había quedado después de que él le perforara el culo por cuarta vez en esas últimas treinta y seis horas.

Tras besarla suavemente se marchó tan silenciosamente como había llegado.

######

Germán Villalobos sonreía satisfecho mientras se alejaba de la casa de Mariela Cortés conduciendo su deportivo último modelo.

La «conquista» había resultado tan excitante como lo había imaginado seis semanas antes al verla ataviada con su uniforme de auxiliar en el vuelo que lo había llevado hasta el país centroamericano donde la empresa para la que trabajaba acababa de abrir una nueva planta de producción.

Verla y desearla se habían aunado en un solo pensamiento y dejando de lado sus otros asuntos había utilizado cada minuto de la decena de horas de viaje que tenía por delante para planificar detalladamente cada punto de lo que él consideraba su «misión» redentora.

Germán Villalobos no ignoraba que estaba enfermo, aunque su enfermedad no fuera más peligrosa para él que para aquellas a las que acercaba con las oscuras intenciones sexuales que terminaban siendo tan bien recibidas.

3

-¿Cómo está Germán? -preguntó la psiquiatra poniéndose de pie y estrechándole la mano mientras sonreía de esa manera tan particular que a él le gustaba tanto.

-Bien Mercedes, gracias -respondió él sonriéndole a su vez.

-¿El diván o el sillón? -preguntó ella con ese gesto que le marcaba hoyuelos en las mejillas

-El diván –decidió Germán mientras trataba de pensar en otra cosa que no fuera en la mujer sentada cerca suyo para que no resultaran tan evidentes los efectos que ella le causaba.

Mercedes Montalbán contaba con poco más de treinta años, una figura envidiable y facciones casi angelicales. Utilizaba lentes de armazón metálico y llevaba el cabello color azabache peinado en una melena corta que le llegaba casi a los hombros. Usualmente vestía sobrios conjuntos de falda y chaqueta, los que hacían destacar sus redondeadas caderas y las esbeltas líneas de sus piernas.

Todo una tentación para ese ladrón de sexo que todos llevamos dentro y mucho más para Germán Villalobos que aún continuaba dudando si debía dejarse llevar por el instinto e incluirla en su «lista de espera». Era hora de volver a pensar en el tema.

-¿Volvió a aparecer la jaqueca? -preguntó Mercedes ignorante de los maquiavélicos pensamientos de su paciente.

-Sí -respondió él.

-¿Cuándo?

-Hoy por la mañana.

-¿Tan intensa como siempre?

-Sí.

-¿Estuvo pensando en su hermana?

-No.

-¿Entonces?

-No sé, apareció súbitamente y aún continúa -respondió Germán mientras se tocaba las sienes con las puntas de los dedos, porque el recuerdo de los sucesos vividos más de veinte años antes volvía a filtrarse una y otra vez en su mente.

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«Aunque era una salida no planificada, la familia de Germán decidió aprovechar los todavía cálidos días del recién iniciado otoño para salir de campamento hacia la zona de los lagos. El paraje era algo fuera de lo común, no sólo por la belleza del entorno, sino también por la escasa cantidad de viajeros que se animaban a llegar hasta allí.

La duración de las excursiones estaba dada por los tiempos de viaje y esa vez tenían planeado pasar por lo menos una semana lejos de los sonidos de la civilización y aunque generalmente llevaban provisiones para toda la estadía, esa vez alguien se había olvidado de cargar una de las cajas en el auto y al tercer día sus padres tuvieron que ir hasta el pueblo más cercano en busca de comida.

Germán (15) y Sofía (19) se quedaron para intentar pescar alguna de las esquivas truchas que abundaban en el riachuelo cuando fueron rodeados por tres hombres con los rostros cubiertos por máscaras de esquiadores.

Antes de que alguno de los adolescentes pudiera reaccionar fueron sujetados por dos de los encapuchados mientras el tercero comenzaba a revolver el contenido de la carpa y las mochilas en busca de dinero u objetos de valor.

En esa oportunidad, y para desgracia de los adolescentes, sus padres se habían llevado todo el dinero consigo y lo que hubiera quedado en algo tan frecuente como un robo terminó convirtiéndose en un suceso siniestro que marcó para siempre la vida de los hermanos, pero sobre todo la de Germán, que nada pudo hacer para evitar el abuso sexual contra su hermana.

Sin escape posible Sofía fue sometida por los tres depravados que hicieron oídos sordos a sus súplicas. Para cuando se dieron por satisfechos hacía rato que el piadoso manto de la inconsciencia se había abatido sobre ella, por lo que ni siquiera llegó a enterarse de que antes de marcharse los delincuentes la habían amarrado con su hermano

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El fuerte dolor repercutió como un eco en la parte posterior de su cabeza mientras comenzaba a despertar.

Aunque en forma algo lenta pudo tomar conciencia del entorno, pero nada podría haberlo preparado para encontrarse con la cara de su hermana a pocos centímetros de la suya y mucho menos para hacerlo con su cuerpo desnudo apretado contra el suyo… también desnudo.

Germán sintió que el corazón amenazaba con detenérsele cuando al intentar liberarse de las ataduras sintió que la punta de su pene rozaba la vulva de Sofía, que tenía los ojos vendados y respiraba pesadamente.

Germán luchó por soltarse una y otra vez, pero el exiguo espacio acabó atentando en su contra y cada nuevo intento significó un roce más intenso entre su sexo y el de su hermana, hasta que…

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Aún sumida en un sueño inquieto Sofía se sobresaltó al sentirse penetrada.

Las cuerdas se le clavaron profundamente en las muñecas cuando intentó escapar del cerco de esos brazos que la inmovilizaban.

-¡Basta por favor, no me cojan más! –susurró ignorando la identidad del que confundía con su violador.

-Perdóname pero no puedo evitarlo –trató de disculparse su hermano menor.

-¿Germán? -preguntó Sofía con voz quebrada.

-Sí –respondió él comenzando a mover las caderas instintivamente en esa cadencia tan antigua como la humanidad misma.

-¡Oh Dios! –gimió Sofía al darse cuenta del giro del destino que los había colocado en una situación sin retorno.

A pesar de todo, el instinto pudo más que los prejuicios, el razonamiento y el temor a lo prohibido, porque Sofía continuó lloriqueando mientras copulaba con su hermano en lo que consideró un intento de exorcizar la humillación recibida.

Cuando todo terminó aunaron sus esfuerzos para liberarse, y esa vez sí lo consiguieron.

Para las primeras horas de la tarde cuando sus padres regresaron al campamento con las provisiones los hermanos habían conseguido capturar tres enormes truchas y aunque sus vidas habían cambiado para siempre, ninguno de los dos volvió a hacer mención de lo sucedido entre ellos.

4

El suceso que marcara casi definitivamente la vida sexual de Germán lo llevó a buscar experiencias en un «mundo» completamente desconocido y fue un hecho meramente circunstancial el que determinó que la primera víctima de la recientemente adquirida afición de ladrón de sexo fuera la nueva profesora de inglés de la secundaria en la que él cursaba el último año del bachillerato.

Sus miradas se habían cruzado por primera vez durante unas milésimas de segundos a la puerta de la escuela, luego ella había desaparecido como llevada por un torbellino, aunque en realidad no había hecho otra cosa que subirse a un taxi que no tardó casi nada en desaparecer en medio del intenso tráfico céntrico del mediodía.

Una semana más tarde volvió a verla, sólo que esa vez fue en el aula y acompañada por la rectora del establecimiento. ¿Si eso no era una señal, entonces qué era?

######

A los veintitrés años de edad Lila Gutiérrez dejaba tras de sí una vida de caprichos y malacrianzas, además de siete años de danza y cuatro de equitación, verdaderos crisoles de físicos esbeltos y sumamente gráciles como el suyo.

Hija única de una médica y un ingeniero era la menor de una familia donde abundaban los tíos, las tías y los primos que no tenían nada mejor que hacer que consentir a la más pequeña del linaje. Decir entonces que había sido malacostumbrada estaba bastante cerca de la verdad, pero reconocer que era una persona de carácter resultaba una definición mucho más realista y también mucho más compleja.

El que por ese entonces pretendiera dar clases en una escuela secundaria obedecía más a su deseo de independencia que a la necesidad de ganarse la vida, porque contaba con un fondo fiduciario legado por sus abuelos maternos que le garantizaban una renta mensual lo suficientemente elevada como para no preocuparse de los asuntos que tienen a mal traer a la mayoría de los mortales.

Si quisiera catalogársela tomando como referencia los cánones comunes de belleza femenina, podría decirse que era bella en conjunto y extremadamente sensual en ciertos aspectos en particular, esto se explica más o menos así: aunque de labios llenos y bien delineados su boca resultaba algo grande, pero a la vez proporcionada con respecto a su mediana y apenas respingada nariz, que aunque salpicada con media docena de pecas no desentonaba con sus orejas pequeñas. Llevaba el pelo renegrido largo hasta los hombros en un peinado descuidado pero asombrosamente prolijo. Por otra parte sus pequeños hombros eran la percha perfecta para los pechos medianos, firmes y bien plantados en un torso en el que no sobraba ni un gramo de carne, aunque su mayor activo era, sin dudarlo, su trasero firme, musculoso, y casi Davinciano por lo perfecto.

Si tenemos en cuenta que para asistir a clases vestía falda y chaqueta podríamos decir que sus códigos de vestimenta eran conservadores, pero lo que no resultaba conservador era la forma en que esas prendas se ajustaban a su cuerpo.

A la mujer provocativa que cohabitaba con la normalmente reservada Lila le fascinaba provocar, y aunque a veces lo hiciera en forma inconsciente, generalmente sabía muy bien el efecto que podía causar un oportuno cruce de piernas y/o una también oportuna inclinación cuando había más de tres botones sueltos en el frente de su blusa color champagne.

En ésa, su primera experiencia docente con chicos en la última etapa de la adolescencia se sentía bastante cómoda -sobre todo con el introvertido chico de quinto año del turno tarde que la miraba como si estuviera enamorándose de ella- pero era consciente de que detrás de esas miradas se escondían pensamientos tan oscuros como su renegrido y abundante vello púbico.

El chico Villalobos le parecía muy aplomado por sus diecisiete años, tanto como para llegar a dejarse tentar de correr el riesgo de involucrarse con él, aunque fuera solo un poco, porque en la errática vida amorosa de Lila Gutiérrez siempre parecía haber lugar para una aventura más.

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Los pensamientos que poblaban la mente de Germán eran bastante similares a los de su profesora de idiomas, pero diferían en cuanto a los fines que ambos perseguían, porque mientras los de Lila tenían que ver con lo carnal, los de Germán tenían que ver con lo psíquico.

Analizándolos a los dos en general y a cada uno en particular resultaban ser como el día y la noche, la llanura y la montaña, en definitiva, el deseo de ser poseído y el deseo de poseer. Sólo que ella todavía no sabía que formaba parte de los planes de posesión de Germán.

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Comportándose en forma casi obsesiva, conocer todo lo posible sobre esa mujer que no podía apartar de sus pensamientos le demandó a Germán un período de diez días de intenso trabajo. En el día once descansó repasando los datos por enésima vez. Todo le decía que ella era la candidata ideal para comenzar su tan particular «carrera delictiva» y no había nada ni nadie que pudiera quitárselo de la cabeza.

Ajustar los detalles de la operación planeada para apoderarse de ella le demandó casi dos semanas más de un tiempo que sentía que se le agotaba sin obtener resultados, pero decidido como era su costumbre a tomarse las cosas muy en serio, recién para principios del mes siguiente pudo asegurarse de que podía llevar adelante su plan con una efectividad de por lo menos el 98%.

La fecha elegida fue el viernes anterior al feriado largo del día de la independencia y como para ese día necesitaba contar con absoluta libertad de movimientos preparó una nota supuestamente rubricada por su padre donde éste le solicitaba al jefe de preceptores que le permitiera retirarse más temprano para poder acudir a su cita con el dentista.

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El amanecer del día tan anhelado lo encontró almacenando en su mochila todo lo que consideraba necesario para las cuarenta y ocho que pensaba pasar fuera de su casa. Incluso llevaba las anotaciones con los horarios en que debía comunicarse telefónicamente con sus padres para hacerles saber que pasaría el feriado en casa de un amigo. Al llegar a la escuela trató de actuar con normalidad y después de presentar la nota en la sala de preceptores aguardó al último recreo para despedirse de sus compañeros hasta el siguiente martes. Una vez en el patio se confundió con la multitud, y en lugar de enfilar hacia la salida lo hizo en dirección al cuarto donde se guardaban los materiales de limpieza.

Con tiempo suficiente por delante repasó una vez más cada detalle de su plan.

Estaba seguro de que no muchos de sus compañeros estaban interesados en saber que Miss Lila era una de las últimas personas en abandonar la escuela, y que antes de hacerlo pasaba por la biblioteca -hasta tenía una llave de la misma- para dejar el material audiovisual que volvería a utilizar para dictar sus clases. Todo un logro para un aprendiz de detective ¿o de ladrón?, en cualquier caso el resultado iba a ser el mismo.

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Cuarenta minutos más tarde el leve bip de la alarma del reloj pulsera alertó a Germán, quien luego de realizar algunos ejercicios para desentumecer los músculos de brazos cuello y piernas se ajustó la máscara que lo mantendría en el anonimato y comenzó a prepararse mentalmente para entrar en acción en menos de diez minutos, con seguridad los más largos de su vida.

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Tal como lo tenía planeado, Germán Villalobos capturó a Lila Gutiérrez a mitad de camino entre la biblioteca y la por entonces desierta sala de profesores, y el ataque resultó tan sorpresivamente exitoso que antes de que ella pudiera reaccionar, ya estaba atada, amordazada y con una venda cubriéndole los ojos. Aunque anacrónicamente intentó resistirse mientras era conducida a su lugar de cautiverio el golpe que le aplicó su captor a un costado de la cabeza no sólo la disuadió sino que le hizo comprender que todavía no estaban dadas las condiciones para enfrentársele, si es que alguna vez lo estarían.

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Después de mucho evaluarlo, Germán había decidido que la biblioteca era el lugar adecuado para pasar los siguientes dos días junto a la mujer de sus sueños, y que la dependencia contara con su baño propio había resultado el factor decisivo para elegirla.

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Superada la parálisis inicial provocada por el pánico Lila comenzó a analizar su situación en busca de una forma de escape. El que se encontrara en territorio conocido podría llegar a facilitarle las cosas, siempre y cuando consiguiera hacerse con el control de las cosas, pero los nerviosos pasos que sonaban como los de una fiera enjaulada le hicieron saber que debía continuar esperando.

Estaba segura que si pudiera conseguir que el nerviosismo de su captor se volviera en su contra entonces ella…

-¡NO ME TOQUES! –gritó en forma destemplada al sentir el roce de una mano sobre la mejilla.

Una carcajada ronca y profunda fue la respuesta a su descontrol. Algo en contra.

-¿QUÉ DIABLOS QUIERES DE MÍ? –preguntó con toda la potencia que le pudo dar a su voz estrangulada por ese pánico que había regresado imprevistamente en oleadas muy intensas.

En lugar de responderle con palabras, Germán la sujetó de los cabellos y mantuvo su boca apretada sobre la de ella hasta que la sintió ahogarse por falta de oxígeno.

-¿Esto responde a tu pregunta? –dijo con un murmullo ronco.

-¡Hijo de puta! –bramó Lila al oírlo alejarse.

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Sabiendo que el tiempo era su mejor aliado Germán se retiró hasta el otro extremo del cuarto donde descansó por una hora, luego regresó junto a Miss Lila, porque estaba seguro de que para ese entonces ella se habría serenado lo suficiente como para tratar de hacerla entrar en razones.

SUS RAZONES, POR SUPUESTO.

-¿Por qué me haces esto? –preguntó ella al oírlo acercarse.

Germán estuvo a punto de responderle, pero no estaba seguro de que pudiera llegar a comprenderlo, por lo menos no todavía.

-Si lo que quieres es dinero toma mi cartera y…

El golpe no le dolió tanto como el hecho de que él la hubiera castigado como si pudiera hacerlo cuando se le diera la gana.

Enfurecida una vez más comenzó a insultarlo a viva voz hasta que lo oyó alejarse. Creyéndose la vencedora de tan singular contienda se echó a reír, aunque sus carcajadas tuvieron el tinte de la desesperación.

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Germán regresó a su rincón. El que todo estuviera saliendo de acuerdo a lo planeado le daba una sensación de intensa seguridad, aunque todavía tuviera que encontrar la manera de controlar la arrogancia natural de Miss Lila, algo que sin duda ocurriría cuando ella tuviera la irreprimible necesidad de utilizar el toilette.

Hasta en esos detalles Germán se había informado con excesiva exactitud y sabía -de acuerdo a los datos que había recolectado- que el promedio de tolerancia era de tres horas, y que transcurrido ese lapso, eran muy pocos los seres humanos capaces de soportar la creciente presión en la vejiga.

Ya habían transcurrido casi cuarenta minutos desde el momento de la captura y quien sabe cuántos más desde que ella había evacuado su vejiga y/o su vientre por última vez.

Todo era cuestión de tiempo y él contaba con el suficiente como para quebrar la voluntad de por lo menos una docena de mujeres como Lila Gutiérrez.

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-No quise insultarte, lo lamento.

Germán fingió no haberla oído mientras continuaba ojeando un libro sobre paleontología que había tomado del estante más cercano

-Te lo digo de verdad –insistió Lila.

-¿Qué quieres? –le preguntó finalmente Germán.

-Necesito ir al baño –respondió ella.

-¿Qué me darás a cambio?

-Te pagaré.

-No me interesa tu dinero.

-Entonces no iré al baño –dijo Lila tratando de mostrarse firme.

-Como quieras –respondió Germán volviendo a concentrarse en el libro que continuaba sosteniendo entre sus manos.

######

-Si no me llevas al baño me voy a hacer pis encima –insistió ella.

Germán sonrió. No necesitaba consultar su reloj para saber que no habían transcurrido más de cinco minutos desde que le había dado a entender que NO iba a negociar.

Las cosas estaban funcionando tal y como lo esperaba.

-Lo lamento por ti –fue la lacónica respuesta que recibió la profesora de inglés.

-Está bien ¿qué es lo que quieres?

-Todo depende de lo que estés dispuesta a dar.

-¿A ti?, absolutamente nada –dijo con desprecio.

-Bien, entonces no tenemos más que hablar.

-¡Espera!

La voz de Lila comenzaba a mostrar urgencia.

-¿Qué? –preguntó Germán con su ronco murmullo.

-Una paja –susurró Lila juntando las piernas para tratar de controlar esa presión que comenzaba a resultar intolerable.

-No te entiendo –dijo Germán sabiendo que la presa estaba muy cerca de meter la cabeza en la trampera.

-Que si me dejas ir al baño te hago una paja –le dijo ella tratando de imaginarse que le estaba haciendo el ofrecimiento a Germán Villalobos.

-No gracias, seguramente no tienes tantas ganas de hacer pis como crees, porque si así fuera supongo que tratarías de demostrarme tu agradecimiento de una forma mucho más….

-¡Muérete! –rugió Lila interrumpiéndolo.

######

Germán estaba muy entretenido en su libro cuando Lila volvió a hablarle algunos minutos después.

-Si me permites ir al baño te chupo el pito –le ofreció con la mente puesta nuevamente en Germán Villalobos.

-Creo que nos vamos entendiendo –respondió el Germán real.

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Tras soltarle las manos y las piernas la acompañó hasta el minúsculo cuarto y cuando ella estuvo lista para salir le hizo entreabrir la puerta y sacar las manos para volver a amarrárselas, porque Germán no había llegado hasta allí para correr riesgos innecesarios.

Ella refunfuñó su disconformidad pero no le quedó otra opción que obedecer sus indicaciones hasta que volvió a ocupar el lugar que había abandonado por unos pocos minutos en los que apenas si se había desentumecido.

-¿Cómo quieres que me coloque? –le preguntó Germán una vez que se hubo asegurado que no podía escapar ni causarle daño.

-¿Para que? –le preguntó ella con una indisimulable sonrisa de autosuficiencia en su hermoso rostro.

-¿Para qué va a ser?, para que cumplas con tu parte del trato.

-Yo no puedo hacer tratos con un vulgar secuestrador y si creíste que accedería a tocar siquiera un maldito pelo de tu maldito cuerpo estás malditamente equivocado.

A Germán le costó refrenar el golpe que amenazaba con surgir de sus manos como una llamarada, pero consiguió asimilar esa derrota parcial porque todavía controlaba la situación, y mientras ello sucediera Lila Gutiérrez tendría que aceptar lo que su amo le ordenara.

Le gustó como sonaba la palabra amo y la repitió mentalmente para sí por lo menos una docena de veces antes de regresar a su rincón.

-Está bien, este round es tuyo –susurró más para sí que para ella.

######

Lila no demoró mucho en volver a dar muestras de vida.

-Tengo sed, dame de beber –pareció ordenarle un rato después.

-Se acabó el agua –le respondió Germán en forma cortante.

-Busca más –replicó ella recuperando algo de esa arrogancia de la que tenía que curarla.

-No, lo único que me queda es leche.

-Bueno entonces dame lech… ¡perverso hijo de puta! –rugió cuando se dio cuenta del engaño.

Ese pequeño triunfo le devolvió a Germán las ganas de continuar con lo que por momentos parecía desatinado.

La arrogante Lila había caído en su propia trampa y no había nada que le diera más placer que pagarle con su propia moneda pensó Germán mientras reía hasta que se le saltaron las lágrimas.

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-No aguanto más, voy a morir de sed –dijo Lila un rato más tarde.

-Ya sabes que lo único que tengo es leche.

-¡Muérete perverso hijo de puta! –respondió ella tirando de las ligaduras como si con eso pudiera librarse de ellas.

Las estruendosas carcajadas de Germán terminaron haciéndole más daño que si la hubiera golpeado.

######

Lila Gutiérrez terminó de quebrarse el sábado a las 2.48 de la madrugada.

-¿Y ahora qué quieres? –le preguntó Germán con evidente mal humor cuando ella comenzó a gritar despertándolo de su inquieto sueño.

-Tengo hambre y sed –respondió Lila en un tono de voz que trataba de parecer ¿humilde?- ¿que quieres que haga?

-Ya me engañaste una vez así que si quieres algo vas a tener que pagarlo primero.

Lila lo miró con odio y por un momento pareció que intentaba asesinarlo con el frío gris de sus pupilas.

-Está bien acércate.

Germán verificó que su máscara estuviera correctamente colocada antes de quitarse los pantalones y los calzoncillos.

-¿Qué haces? –le preguntó Lila.

-Me quito la ropa ¿o acaso me vas a chupar la pija con los pantalones puestos?

-No necesitas ser grosero.

-No soy grosero, soy realista.

Ella dejó escapar un suspiro.

-¿Cuándo me vas a dar de beber?

-Después de que termines conmigo –le respondió Germán deteniéndose frente a ella.

Lila clavó la mirada en la verga que se balanceaba frente a sus ojos. Los peludos huevos parecían dos pelotas de golf henchidas de semen.

-Debo advertirte que no trago.

-Debo advertirte que sí lo harás –respondió Germán acercando el glande a los labios de su cautiva.

-Si no me das al menos un poco de agua no voy a poder…

-¿No vas a poder qué?

-No voy a poder chuparte la… pija –susurró ella moviendo la piernas en la forma inquieta que delata a las mujeres cuando se calientan.

-Voy a darte de beber, pero si después pretendes engañarme te aseguro que lo vas a pasar muy mal .

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La idea de volver a rechazar los avances de su captor una vez que hubiera conseguido lo que quería pasó por la cabeza de Lila, pero tras analizarlo detenidamente llegó a la conclusión de que no valía la pena correr riesgos innecesarios.

-Los huevos, comienza chupándome los huevos –susurró Germán acercándose a ella. Lila obedeció y continuó haciéndolo hasta que fue liberada el domingo por la noche.

5

Veintidós años más tarde mientras recorría los pasillos de su antigua secundaria Germán volvía a revivir con mucha claridad los hechos que habían marcado definitivamente su vida sexual.

Tal como lo había supuesto -¿casualidad o suerte de principiante?- Lila Gutiérrez había resultado ser todo lo que él esperaba y por unas horas se había convertido en la más puta de las putas para poder satisfacer los deseos de su maquiavélico y juvenil amante, y aunque era algo de un pasado bastante lejano, todavía le parecía que podía oírla pidiéndole que le hiciera cosas que él ni siquiera había imaginado posibles.

######

El encuentro lo tomó por sorpresa y sin poder evitarlo se quedó como paralizado por lo que confundió con una visión del pasado.

-¿Miss Lila? –preguntó con incredulidad.

-¿Quién lo pregunta? -respondió la atractiva joven deteniéndose para observarlo por encima de sus lentes.

-Germán Villalobos –dijo él acercándose.

-Ud. me confunde con mi madre –dijo ella con una sonrisa que le iluminó los ojos- si quiere verla puede encontrarla en la rectoría –agregó señalando en dirección al despacho al final del pasillo.

-¿Y tú eres?

-Lara Rosales –respondió ella tendiéndole su delicada mano.

Germán sintió que el tiempo no había pasado y que volvía a ser aquel adolescente «enamorado» de su profesora de inglés a la que había raptado para poder llevar a cabo sus más secretas fantasías.

Lara continuó sonriéndole mientras lo acompañaba a la rectoría sin saber que acababa de convertirse en la siguiente víctima del ladrón de sexo.

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La madurez le había sentado muy bien a Lila Gutiérrez, y a pesar de que sus formas eran más rotundas que en su primera juventud se la veía en muy buena forma.

El sonido de pasos sobre el entarugado piso de su despacho le hizo levantar la mirada para encontrarse con alguien a quien no había visto en muchos años y al que todavía recordaba, sobre todo en ciertos momentos muy especiales.

¿Se entiende?

Después de observarlo durante unos instantes abandonó su sillón para saludarlo.

-No puedo creerlo –dijo con esa voz nasal que tanto le gustaba a Germán.

Esa frase tenía un significado especial para ambos, pero sobre todo para ella, porque dos años después de que Germán se graduara de la secundaria se habían encontrado por casualidad –según ella-, por causalidad –según él- en una discoteca y durantes las seis semanas siguientes habían vivido una más que intensa relación amorosa.

Lo que podría considerarse como una especie de romance no duró demasiado, pero ambos los disfrutaron, aunque él mucho más que ella porque sabía exactamente cuales eran los «botones» que tenía que oprimir para que Miss Lila se convirtiera en la refinada putita dispuesta a satisfacer todos sus deseos sin importarle el lugar donde se encontraran.

6

Germán trató de mantenerse impasible mientras Lila le comentaba con orgullo que su hija también era profesora de idiomas, sólo que de francés, algo en lo que había tenido mucho que ver la procedencia de su abuela materna.

La charla se prolongó durante dos cafés y luego, tras una promesa de un próximo encuentro, la antigua víctima y el antiguo victimario se despidieron.

Aprovechando que tenía la tarde libre Germán regresó a su departamento para cambiarse de ropa, y al rato, cuando salió vestido con un equipo deportivo daba toda la apariencia de un hombre de mediana edad que salía a correr para hacer ejercicio.

Eran cuatro las manzanas que lo separaban de la vieja casona que había comprado tiempo atrás y que utilizaba como depósito de sus «herramientas de trabajo»: un auto viejo y anónimo, una motocicleta discreta y ropa y disfraces varios que utilizaba para sus «robos de sexo».

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Al término de sus clases del día Lara decidió hacer unas compras y mientras recorría el concurrido centro comercial no notó que era seguida por un hombre que por su aspecto anodino no recibiría jamás una segunda mirada por parte de la misma persona.

Los seguimientos de Germán se prolongaron durante tres semanas, al cabo de los cuales había conseguido recabar una importante cantidad de datos sobre Lara, pero aunque todos resultaban significativos, los que a él más le interesaban eran aquellos relacionados con sus hábitos. Lara llevaba una vida bastante normal para una chica de su edad y eran muy raras las oportunidades en que salía de noche durante la semana, pero los viernes y los sábados concurría con sus amigas a un lugar que se había puesto de moda a nivel mundial poco tiempo antes.

El sitio en cuestión era una especie de discoteca donde se formaban parejas temporales en busca de un poco de divertimento sexual sin ningún tipo de compromiso sentimental. ¡Algo realmente ideal!

Los posibles candidatos a formar parejas se fijaban un límite de algunos pocos minutos para conocerse y buscar coincidencias con el otro.

Si las cosas parecían funcionar se dirigían hacia una especie de reservado con casi nada de iluminación donde los aguardaban una cincuentena de mullidos sillones lo suficientemente amplios para hacer algo más que conversar.

Contando con esos datos, Germán buscó la forma de poder estar más tiempo cerca de ella y terminó encontrando la excusa perfecta al inventar la historia de un escritor que necesitaba recabar datos para un futuro libro que describiría los mejores sitios de diversión de la ciudad, por supuesto la idea de la publicidad gratuita terminó de convencer al dueño del lugar que permitió el libre acceso de Germán mientras éste fingía trabajar de camarero.

######

Gracias a su nueva ocupación el cerco de Germán sobre su nueva víctima comenzó a estrecharse.

Amparado en el anonimato de la multitud y en el de su uniforme de camarero llegó a conocer cuántos eran los tragos que podían consumir Lara antes de ponerse «alegre», o si cuando quería conocer a algún chico lo hacía sola o en compañía, y para su beneplácito comprobó que lo hacía sola.

A la medianoche del segundo viernes de observación a Germán le pareció notar que Lara se veía más locuaz que de costumbre y previendo su próximo movimiento se apresuró a quitarse la chaqueta de camarero para vestir su campera de cuero negro.

La correcta presunción de Germán le permitió encontrarse en el camino de la Lara achispada por el último trago, que sintiendo un agradable calorcillo en el bajo vientre caminaba lentamente entre los posibles candidatos buscando uno que la atrajera lo suficiente para pasar un rato a solas con él.

El gesto del desconocido la tomó por sorpresa y antes de que pudiera reaccionar se encontró devolviéndole el beso. Sin importar su preferencia acababa de hacer su elección. Mientras se dirigían hacia la zona del reservado Germán comenzó a acariciarla, y ella, azuzada por la calentura, dejó escapar una risita tonta mientras le respondía con sus caricias creyendo que se trataba de un viejo amigo con el que de vez en cuando trasgredían los límites sexuales de su amistad. Después de tres o cuatro detenciones en las que se besaron y acariciaron más a fondo llegaron al lugar elegido previamente por Germán, que sin saber exactamente qué era lo que estaba sucediendo comprendió que el destino estaba brindándole una oportunidad única que decidió aprovechar al máximo.

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Convencida de encontrarse compartiendo un momento de pasión controlada con su amigo Patricio, Lara no puso demasiado reparos cuando él la hizo sentar a horcajadas sobre sus muslos.

-Cuidado con lo que haces –le advirtió todavía en tono algo jocoso al sentir el contacto del pene desnudo contra la piel suave de la cara interior de sus muslos.

Patricio-Germán la hizo callar con un beso mientras la tomaba del trasero para marcarle el movimiento.

Dos semanas antes, en el último encuentro con el verdadero Patricio, las cosas no habían terminado del todo bien entre ellos porque él había intentado forzarla a que le chupara la pija, algo a lo que ella se había negado rotundamente, no porque le disgustara hacerlo, sino porque al igual que su progenitora, sentía que debía ser ella quien tuviera la última palabra en determinadas situaciones y esa era sin duda una de ellas.

Con la mente todavía algo turbada por el alcohol no tomó conciencia de las arteras manipulaciones de Patricio-Germán hasta que fue demasiado tarde.

-¡No, déjame, no quiero! –gemía mientras su pretendido amigo le hundía la pija hasta los huevos.

######

Aunque hubiera dado el resto de mi vida por poder mirarla a los ojos mientras le daba a comer más verga de la que seguramente habría comido en toda su vida- algo me decía que no era una chica muy suelta de libido- más me hubiera gustado poder comunicarme mentalmente con ella para hacerle saber qué el que se la estaba cogiendo era el mismo que se había cogido a su madre cuando ella tenía más o menos su misma edad.

Pero todo lo que empieza también termina y superado el momento de ¿sorpresa? la naturaleza colaboró haciendo su parte y Lara no pudo permanecer ajena a tal circunstancia.

Sus roncos jadeos resonaban en mis oídos confundiéndose con los insultos que me prodigó sin restricciones cuando le coloqué las piernas sobre mis hombros para clavársela hasta el fondo.

-¡Me vas a reventar la concha! –se quejó mientras colocaba sus manos contra mi pecho como si con eso pudiera detener mis embestidas.

Un rato más tarde cuando terminé con ella tenía la apariencia de una desmadejada muñeca de trapo.

Después de limpiarme la verga en su preciosa minifalda le cerré las piernas y me alejé de ella tan silenciosamente como me le había acercado.

######

Con el correr de los días descubrí muchas más cosas sobre Lara, pero sin dudarlo la más importante fue la de enterarme que Denise Müller, la hija del presidente de la empresa donde me desempeño como jefe de seguridad era su amiga más íntima

Algunos meses antes me había ocupado de supervisar la instalación de un nuevo sistema de alarmas en la casona donde vive con sus padres y ello me había dado la oportunidad de conocer- aunque fuera por fotografías- a esa jovencita rubia con cara de inocente y tetas chiquitas que acostumbraba a pasar sus vacaciones en la costa azul. Ahora las pasa conmigo.

Aunque mis reglas establecían que no debía involucrar con mi segunda profesión a personas cercanas a la primera, incluí a Denise Müller en mi «lista de espera preferencial», y el que posteriormente llegara a descubrir que mantenía una estrecha relación con Lara Rosales no hacía más que confirmar lo acertado de mi decisión.

En algunas semanas mi jefe y su esposa emprenderían su habitual gira anual por la filiales europeas y sabía que Denise no iba a participar del periplo, y quizás Lara se mudara por un tiempo con ella para hacerle compañía y entonces…

De sólo pensarlo siento escalofríos, pero son como los que provoca la fiebre descontrolada.

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Para evitar suspicacias me mantuve alejado de la discoteca durante los dos siguientes fines de semana, pero sí forcé un nuevo encuentro con Lara, esa vez a la salida de la escuela.

El que en principio me desconociera me tranquilizó porque eso significaba que nunca me relacionaría con los sucesos –la terrible cogida que le había dado- de la discoteca.

-¿Café o té? –pregunté sonriéndole de esa manera que sé que le gusta a las mujeres sin importar cual sea su edad.

-Prefiero el té, y sé que te conozco pero no consigo recordar de dónde –respondió sin parecer molesta. ¿Por qué estarlo?

Dos frases –no precisamente esas en las que piensas- bastaron para hacerle recordar quien era yo y después de un diálogo amistoso y con la promesa de encontrarnos otro día nos separamos cuando las primeras sombras le daban la bienvenida a una fresca noche de otoño en la que decidí retomar el «trabajo de investigación» para mi libro.

######

El regreso a la discoteca marcó una nueva etapa en mi supuesta carrera delictiva, digo supuesta porque jamás le he causado daño a persona alguna, es más, estoy convencido de haberlas ayudado a conseguir algo que jamás podrían haber conseguido de no haberme conocido.

Aprovechando la poca concurrencia de esa noche decidí poner a prueba una especie de teoría que me había planteado hacía bastante tiempo y la afortunada en experimentarla por primera vez fue una morenita muy risueña con la que me crucé cuando ella se empeñaba en llegar al toilette con sus pasos algo vacilantes por la ingesta de alguna copa de más.

La niña estaba tan borrachita que cuando le toqué las tetas se echó a reír como si le hubiera contado el mejor de los chistes. Totalmente desinhibida por el alcohol no mostró prurito alguno en echarle mano a mi paquete en lo que supongo que consideró una retribución justa a mis avances.

Después de una nueva ronda de caricias y apretones le susurré al oído que tenía el remedio para su mareo. Carolina me miró como si supiera que estaba engañándola pero sin terminar de convencerse de que así era en realidad.

-No te creo –me dijo dejando escapar un hipido seguido a continuación por esa risita tonta que provoca el alcohol.

Para terminar de ¿convencerla? le propuse un desafío y hasta nos estrechamos las manos para darle la seriedad que la ocasión merecía.

Una vez en el reservado la hice sentarse y abriéndome la bragueta coloqué mi verga frente a sus labios.

-¿Estás seguro de que si te la chupo se me va a ir el mareo?

-¿Vas a dudar de mí? –le pregunté con tono de ofendido.

-No, no, sólo preguntaba –dijo abriendo su boquita para devorarse mi pija.

Carolina resultó ser una chupadora nata y llegado el momento de la ingesta del gel antimareo se tragó toda la dosis sin rechistar.

Al rato la volví a encontrar totalmente respuesta y cuando me miró de esa forma que miran a veces las mujeres creí saber las palabras exactas que iba a pronunciar.

-Tenías razón –dijo sonriendo.

7

Un viernes por la noche de tres semanas después fui tras Denise y Lara hasta la discoteca del amor y esperé a verlas entrar antes de hacerlo yo por la puerta de servicio.

La escasa concurrencia –todavía era temprano- me obligó a mantener una distancia prudencial pero con la paciencia casi infinita que tenemos aquellos que trabajamos en seguridad permanecí al acecho hasta que vi a Denise Müller ponerse de pie. Una vez que tuve la seguridad de que se dirigía hacia la doble fila de posibles candidatos para pasar un rato de diversión anónima ocupé mi lugar entre ellos.

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A la rubiecita con cara de ángel y tetas chiquitas le pareció divertido que le propusiera una disquisición filosófica en un sitio menos ruidoso, pero me observó en forma minuciosa antes de responderme.

-No sé si pueda estar a la altura de tus conocimientos –respondió en lo que parecía un rechazo.

-Si cambias de idea voy a estar esperándote allí –le respondí señalándole el rincón más próximo.

Diez minutos más tarde cuando ya pensaba que la niña rubia de tetas chiquitas no acudiría a la cita la vi detenerse frente a mi con su pequeña cartera colgada del hombro y una expresión de ¿intriga? en el rostro.

Su mano pareció perderse dentro de la mía mientras la conducía a la parte más oscura del reservado.

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-¿Podemos descansar un poco? –preguntó Denise Müller diez minutos más tarde mientras intentaba subirse la remera de tirantes que ella misma se había ocupado de bajar para que yo pudiera chupar sus preciosas y dulces tetitas.

-Podemos –le respondí tomándole las manos para impedírselo. Todo a nuestro alrededor era oscuridad y el corazón del reservado parecía un mundo aparte del resto de la discoteca, aunque la música llegaba hasta nosotros como un eco lejano que nos recordaba exactamente dónde nos encontrábamos. Denise continuaba aturdida por la velocidad de mis avances pero aún seguía a mi lado -buen indicio- aunque sentada casi en el borde del sillón, como si me temiera, y antes de que pudiera pensarlo mucho le dí una razón más.

-¿Qué haces? –preguntó alarmada al oír abrirse el cierre.

-El pantalón me aprieta un poco ¿por ?

-Por nada –respondió tratando de mostrar una indiferencia que seguramente no sentía, porque después de ese rato de "intercambio" con ella había encontrado demasiados indicios que me hacían pensar que no era la joven sexualmente experimentada con la que había creído encontrarme.

Las cosas me estaban saliendo mejor de lo planeado, pero tenía que aplicarle el golpe de gracia y sabía como hacerlo.

-Ven –dije pasando mi brazo por sobre sus hombros.

-¿No estaremos yendo demasiado rápido? –preguntó cuando mi mano presionó sobre su nuca.

-Creo que no - respondí alzando las caderas para poner la punta de mi pija al alcance de sus labios.

######

Las luces de la discoteca comenzaron a encenderse haciéndonos saber que se acercaba la hora de cierre.

Aquellas/os que habían aprovechado hasta el último minuto de intimidad con su compañero/ra se apresuraban a poner su vestimenta en orden.

Denise se había quedado dormida con el "biberón" entre los labios después de lo que sin dudas debe de haber sido la noche más caliente de su vida.

Apenas pueda se lo voy preguntar, pero no sé si me va a responder, porque todavía le avergüenza tratar ciertos temas en forma abierta. ¿Qué cosa no?

Ella no tenía por que ser diferente al resto de las maravillosas mujeres que pueblan más de la mitad del mundo y sentir como sienten todas ellas. Creo que el secreto de hacerle perder la cabeza y la bombacha a una mujer es hacer las cosas como tienen que ser hechas, sin prisas pero tampoco sin pausas, sin cuartel y sin respiro, sin dolor y con placer.

Después de aplicarle el especial de la casa -no confundan experiencia con pedantería, aunque a veces soy pedante, pero les juro que este no es el caso- Denise estaba en ese punto de maduración en el que todo es permitido y sólo hay que apretar el botón correcto para conectarse.

Durante lo que algunos de los destacados miembros de la hipócrita sociedad actual podría definir como una vida delictiva, había conseguido satisfacer casi todas mis fantasías, -pero recién ahora comenzaba a darme cuenta de que todo lo que en su momento me había parecido algo realmente insuperable no era otra cosa que hacer lo que yo creía que hacía cuando en realidad eran ellas las que me lo hacían creer así, pero las había llevado a cabo con mujeres hechas y derechas, posiblemente tanto o más perversas que yo, no lo digo con ánimo de ofender, es sólo para destacar esa predisposición especial para cierto tipo de sexo, pero nunca había tenido la oportunidad de oficiar de instructor de alguien como Denise y/o Lara, y que por esos giros del destino se me brindara la posibilidad de hacerlo, desataba en mí una fiebre de orgullo –léase me volvía loco de la calentura- capaz de cubrir las necesidades físicas, psíquicas y emocionales de por lo menos mis tres próximas vidas.

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Después de su ¿no estaremos yendo demasiado rápido? y ante lo gráfico de mi respuesta al bajarle la cabeza hasta mi verga, hecho que por supuesto no pareció disgustarle, pudimos pasar directamente al siguiente estadío –como dicen los psicopedagogos, ¿o acaso yo no estaba estimulando su inteligencia para obtener un mayor rendimiento de su parte cognitiva?, me parece que sí- donde ya sí pudimos dedicarnos más de lleno a lo «nuestro». Porque si Denise había confiado en mí no podía defraudarla.

######

Lo limitado de su experiencia sexual se ha convertido sin dudas en el mayor premio que yo pueda haber obtenido después de tantos años de robar sexo para satisfacer mis ¿ansias, deseos, etc.? algo que muchos miles de dólares gastados en terapias todavía no me han ayudado a descubrir, pero esa es una cuestión que nada tiene que ver con la maravillosa relación que comenzaba con Denise Müller y con el maravilloso trabajo que hacen los terapeutas.

Volviendo a ella es bueno aclarar que su falta de experiencia se relaciona mayormente con la falta de sazón- no sé si este es el término que mejor describa lo que quiero hacer entender, pero creo que es el que más se le aproxima a todo lo que tenga que ver con el sexo.

¿Cómo se entiende esto?

Así de fácil. Veamos si estoy en lo cierto, porque en el afán de proteger una virginidad que no siempre es tal como quieren hacernos creer a novios, padres, madres, tíos, etc., las jóvenes de la actualidad no tiene pruritos en realizar lo que sin dudas terminan resultando verdaderos actos de sabotaje sexual, y lo digo con fundamento, porque parecen no tomarse las cosas con la seriedad que deberían. Según mi punto de vista, una paja –masculina o femenina, da igual- es para disfrutarla y no solamente para aliviarle las pelotas a tu amiguito de turno o los ovarios –realmente nunca supe qué es lo que se le alivia a las mujeres cuando las masturbamos- a tu amiguita, amigovia, novia, prima, tía o lo que fuere. Una chupada, -sea de lo que fuere-, tiene que ser hecha con verdadero sentimiento –no del que te hace llorar por supuesto- porque los actos mecánicos, reflejos o pavlovianos -si te gusta más definirlo de esa manera-, no gratifican el espíritu, sólo el envoltorio del alma, verdadera identidad del ser.

Si tu espíritu no es gratificado, entonces tu cuerpo no sirve para mucho, recuerda que sólo es un envoltorio, algo así como un papel de regalo, de mejor o peor calidad, pero que nunca te va a revelar lo que hay dentro de él, entonces… perdón por la digresión, volvamos a la historia con Denise.

Esa falta de sazón que muestran las jovencitas en lo relacionado con el sexo -acabo de consultar el diccionario y creo que es el término más adecuado para definir lo que quiero definir- es algo así como un mal endémico al que voy a intentar erradicar dedicándoles mi tiempo en exclusiva a Denise y Lara, pero no sólo porque son jóvenes y bonitas, sino porque encuentro en ellas indicios de que pueden llegar a convertirse en las mejores alumnas que maestro alguna pueda pretender en una materia tan difícil como la de llevar adelante una vida sexual sin –estúpidos- sentimientos de culpa ni –arcaicos- remordimientos.

Por supuesto que «mis niñas» conocen las técnicas –tan rudimentarias como las de cualquier jovencita de entre 18 y 22 años- para satisfacer a un hombre ¿y por qué no a una mujer? o a muchos hombres y/o a muchas mujeres. Eso todavía está por verse, porque es un aspecto en el que todavía no tuve tiempo de profundizar, pero seguramente ya lo haré, y luego se los contaré porque no soy muy bueno guardando secretos, sobre todo porque pienso que los tengan que ver con el sexo hay que compartirlos.

Nunca sabremos a cuántos espíritus gratificaremos con nuestras pequeñas infidencias. ¡JA!

######

Como no podía ser de otra manera, a Denise le sucedió lo que le sucede a todas las mujeres ya sean muy jóvenes, jóvenes, medianamente jóvenes, jóvenes maduras, medianamente maduras, maduras, etc., cuando alguien como yo –no lo digo por jactarme, ya les expliqué que solamente es una cuestión de experiencia- les alimenta el espíritu logrando que su envoltura corpórea se sienta etérea ¡Se sienten enamoradas! Cuando abandonamos la discoteca del amor, el gris del amanecer tiñó nuestra salida con una pátina de irrealidad que hizo revivir en nuestros cuerpos el fuego de la pasión compartida -¿suena poético verdad?- revelándole a todos aquellos que supieran identificar las señales, que la inflamación de los labios de Denise no era otra cosa que el resultado de que la damisela en cuestión había estado chupándome la pija durante horas, aún después de haber deglutido con verdaderas ansias hasta el último residuo de leche sin lactosa.

8

Tal como lo había imaginado, cuando Herr Müller partió para realizar su gira europea junto con su esposa, que a su vez era gerente financiero del grupo económico, Lara se mudó a casa de Denise para acompañarla.

Mis visitas a la discoteca en busca de datos para mi libro «Los lugares más divertidos y seguros» -al dueño del lugar le encantó el nombre- se prolongaron durante tres semanas más, tiempo durante el cual tuve la oportunidad de instruir a siete niñas, que aunque algo achispadas por la ingesta de alcohol terminaron por aprender la forma correcta de chupar una pija sin derramar nada.

Con respecto a mis próximas víctimas potenciales no volví a relacionarme con ellas mientras estrechaba aún más el cerco, pero siempre desde las sombras. Incluso corté todo contacto con Miss Lila, porque quería evitar cualquier suspicacia que pudiera relacionarme con lo que tenía planeado hacer.

EPÍLOGO

Los sistemas de escucha que había colocado la semana anterior me hicieron conocer sus planes por anticipado.

Una vez dentro de la casa me refugié en uno de los cuartos para huéspedes donde cambié las ropas de calle por las de «trabajo».

Todavía contaba con tiempo suficiente para comprobar que los otros dispositivos continuaban en el mismo sitio donde los había dejado y estaban en condiciones de cumplir con su cometido.

Denise llegó un rato antes de lo esperado y estuvo a punto de sorprenderme pero alcancé a refugiarme en la biblioteca y luego escapar escaleras arriba hacia los dormitorios. Al rato hizo su aparición la deliciosa Lara.

######

Gracias a mis cámaras espías pude seguir todos sus movimientos y esperé a que Denise terminara de ducharse y Lara entrara al baño antes de capturar a la primera de ellas.

Una vez que neutralicé a la rubia bonita de tetas chiquitas y boca laboriosa fui en busca de la morocha de labios gruesos y vagina ardiente, y aunque ella sí alcanzó a verme no pudo evitar que le aplicara el paño empapado en narcótico sobre su preciosa naricilla.

Una vez desvanecida la cargué sobre mis hombros para llevarla hasta la planta alta donde la dejé cómodamente acostada al lado de su amiga en el inmenso lecho matrimonial de mi jefe.

Después de atarlas con la firmeza y la suavidad de la seda envolviendo sus tobillos y muñecas tomé un baño antes de regresar a su lado para festejar el reencuentro.

EPÍLOGO 2

Germán despertó al recibir de pleno un rayo de sol sobre los ojos. Con la mente todavía embotada demoró algunos instantes en darse cuenta de que esa cama no era la suya y algunos más en identificar los cuerpos femeninos que flanqueaban el suyo.

A la derecha se encontraba Denise Müller y a la izquierda su amiga Lara Rosales. Ambas dormían profundamente.

######

«Todo ha terminado» -pensó Germán al darse cuenta de que ya no llevaba la máscara de esquiador y tenía las manos amarradas a la cabecera de la cama con los mismos pañuelos de seda que él había utilizado para amarrarlas a ellas.

Al tratar de comprobar la tensión que tenían las ligaduras sus movimientos hicieron despertar a sus acompañantes.

-¿Cuando llega la policía? -preguntó sin dirigirse a ninguna de ellas en particular, porque de repente sintió vergüenza, algo que hacía mucho tiempo no experimentaba.

-Todavía no la hemos llamado -respondió Lara tomando la palabra tras una pausa que utilizó para estudiarlo.

-¿Por qué no?

-Porque todavía no sabemos realmente lo que eres, ¿tú cómo te definirías? –le preguntó Denise interviniendo por primera vez.

Germán conocía la aguda inteligencia de Lara y la de Denise no parecía irle a la zaga, estaba casi seguro de que entre ellas habían urdido un plan para ¿humillarlo? antes de entregarlo a la policía, pero como todavía no tenía la certeza de que fuera así estaba seguro de que seguirles la corriente no iba a modificar en nada su situación.

-Como un simple ladrón de sexo.

-Bien, veo que comenzamos a entendernos –dijo Lara- pero debo advertirte que debes responder correctamente a todas las preguntas que te haga Denise, porque de lo contrario vas a tener que pagar las consecuencias de tus actos. ¿Estamos de acuerdo?

EPÍLOGO 3

En la siguiente reunión de gerentes convocada por Pedro Müller, Germán se encontró con que alguien le había reservado el asiento contiguo al de la Sra. Müller.

Aunque parecía sonreírle, ella se mostró tan inflexible como de costumbre cuando discutieron los presupuestos para cada departamento y cuando finalizó la misma y Pedro Müller lo invitó a cenar esa noche en su casa Germán estuvo a punto de negarse, pero el gesto de Erika lo convenció de aceptar.

######

Realmente le pareció extraño entrar por la puerta de esa casa que un mes antes había tomado casi por asalto.

Después de las formalidades de costumbre Don Pedro lo invitó a tomar una copa en la biblioteca antes de pasar al comedor, donde henchido de orgullo paternal le presentó a su hija Denise, futura colaboradora en el departamento de Seguridad y a su amiga Lara que estaba de visita.

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Germán llamó desde su teléfono celular para cancelar la cita con la Dra. Montalbán cuando faltaban pocos minutos para la hora fijada.

-Hágame el favor de avisarle a Mercedes que se me presentó un problema en la oficina y no terminaré hasta muy tarde.

-¿Se siente bien? -preguntó la secretaria.

-Perfectamente -respondió Germán antes de cortar la comunicación.

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Cuando Mercedes Montalbán abrió la puerta de su departamento seguía con la mente puesta en Germán Villalobos y en su cancelación de última hora, así que ni siquiera notó que algo estaba muy, pero muy mal.

Lo último que recuerda antes de perder el conocimiento fue la luz que titilaba en el panel de control de la alarma.

######

Al despertar boca abajo y amarrada de pies y manos a los postes de su cama con dosel Mercedes Montalbán intentó gritar, pero la mordaza que le cubría la boca se lo impidió.

Su murmullo de temor sonó confuso, pero Germán pudo interpretarlo, no en vano cargaba con doce años de terapia sobre sus espaldas y veinticuatro robando sexo.

-¿Qué quiere de mi? -preguntó atemorizada.

-Agradecerle como es debido -respondió Germán separándole las nalgas.

-¿Agradecerme qué? –alcanzó a murmurar Mercedes antes de que la punta del miembro comenzara a hundirse en su trasero, porque ese día Germán no tenía tiempo para seguir la rutina y había decidido pasar directamente a la prueba definitiva.