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Despecho

en No Consentido

Despecho

© Oscar D. Salatino

Número dos la vio cuando se dirigía hacia el camión de su patrón en busca de una caja de gaseosas para reponer las que se habían consumido durante el primer entreacto del recital de rock de esa noche.

El nombre de número dos era Roberto, pero a su jefe, un chino de China continental, le resultaba casi imposible pronunciarlo y en un arranque de inspiración oriental había rebautizado a sus cuatro empleados locales asignándoles un número de orden acorde con la tarea en que se desempeñaban o con la responsabilidad que tenían en el almacén.

Roberto había sabido ganarse ese número "dos" con mucho esfuerzo, pero como para su jefe la remuneración parecía no tener relación proporcional con la confianza o con el esfuerzo de sus empleados, número dos o sea Roberto, recibía el mismo salario –escaso por supuesto- que número cinco -Juan- el encargado de la limpieza.

En su media lengua, Shin Zut –número uno- no dejaba de echarle la culpa al despiadado sistema capitalista -al que había llegado tras sufrir por casi cuarenta años los rigores del comunismo- que por toda esa cuestión del libre mercado y un sin fin de razones a las que Roberto ya ni le prestaba atención, lo obligaba a pagar sueldos muy bajos a sus empleados, a los que según él, les tenía tanto aprecio como a sus hijos. Hijos que ninguno conocía y de los que todos dudaban de que realmente existieran.

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La chica no parecía tener más de diecisiete o dieciocho años, y aunque su cuerpo no tenía la exuberancia que enloquece a la mayoría de los hombres, emanaba de ella cierto áurea de misterio y fragilidad que hizo que Roberto no dudara en catalogarla como la mujer más excitante con la que se había cruzado en toda su vida.

Los gritos de los fans del conjunto que estaba realizando un megarecital lo hicieron regresar a una realidad que generalmente trataba de ignorar, pero de la que todavía no tenía posibilidades de escapar, porque lo humilde de sus orígenes y el marrón achocolatado de su piel no eran precisamente las mejores cartas de presentación en un mundo globalizado y lleno de estereotipos.

Tras echarle un último vistazo a la rubiecita que no dejaba de tirar de su falda para cubrir sus delgados muslos cargó la caja de gaseosas que había ido a buscar sobre su hombro derecho y echó a correr hacia el kiosco de bebidas de su patrón.

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El nuevo intervalo encontró a Roberto "soñando" con ese cuerpo que nunca podría ser suyo, porque aunque a veces la "curiosidad" de algunas mujeres le permitían variar su "dieta sexual" con la "ingesta" de carne blanca no creía que en ese caso en particular resultara así.

Número uno lo sacudió del hombro para llamarle la atención y Roberto se lo quedó mirando sin comprender qué era lo que sucedía hasta que notó la cantidad de personas que se acercaban para refrescar sus resecas gargantas.

Antes de que su jefe le dijera lo que necesitaban Roberto ya había echado a correr en busca de… la rubiecita, "a la mierda con las gaseosas" –se dijo tratando de tranquilizarse.

Recién cuando pudo verla sentada en el mismo lugar donde la había visto por primera y última vez pudo volver a respirar con tranquilidad y frenó su alocada carrera.

Refugiado detrás de la cabina telefónica la observó tirar del ruedo de su minifalda tratando de cubrir sus piernas de la mirada ávida de todos los hombres y de la gran mayoría de las mujeres que pasaban frente a ella.

Aunque su experiencia en las lides amorosas era limitada, Roberto sabía que las primeras palabras que le dirigiera tenían que ser graciosas e inteligentes a la vez, pues si así no sucedía tenía la partida perdida de antemano.

Antes de que llegara a ocurrírsele algo realmente digno de destacar la vio levantar una mano para llamar la atención de un joven alto y rubio que no dejaba de mirar a su alrededor.

Una gran sonrisa se dibujó en la cara de ella cuando él le respondió con un gesto similar.

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Un beso breve -demasiado breve pensó número dos (Roberto) desde su sitio de observación- y una caricia al descuido sobre la espalda de la jovencita fue todo lo que el Adonis –así bautizado por sus rubios y largos cabellos- pareció dispuesto a concederle mientras le murmuraba algo a la vez que echaba una rápida ojeada a su reloj pulsera.

Aunque no alcanzó a oírlas, Roberto supo por la mirada de la chica que esas no eran las palabras que ella seguramente esperaba oír, algo que podría traducirse más o menos como ¡no puedo creer que me estés diciendo eso!, a lo que Adonis le respondió con esa otra mirada de: ¡si no te gusta puedes irte sola!

Tal como se preveía, Adonis se marchó dejando sola a la rubiecita con su minúscula minifalda y una expresión de resignación tan sentida que hasta hizo descender la calentura de Roberto.

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Aunque lo que más deseaba en ese momento era acercarse a ella para tratar de… ¿de qué?, "de lo que pueda" se dijo permaneciendo alejado hasta que juntara ¿el coraje? de acercársele para ¿consolarla? ¡JA!, recién lo hizo cuando consiguió acomodar su verga dentro de los pantalones para que sus intenciones no resultaran tan obvias.

Roberto finalmente se puso en marcha, y casi en el mismo momento en el que los gritos de los fans recibían a sus músicos preferidos se detuvo frente a la rubiecita para tenderle su mano.

Ella reaccionó como era de esperarse y mientras tiraba una vez más de su minifalda lo miró con la desconfianza propia que muestran los blancos y rubios hacia las personas que tienen otro color de piel y de pelo.

Roberto no es persona de ocultar lo que siente y su mirada lo traiciona con demasiada frecuencia, pero el resentimiento de la rubiecita hacia su novio y esa pizca de curiosidad que generalmente le cuesta la vida al gato y le complica bastante la vida a las mujeres pudo más que el temor y la desconfianza, y cuando el peso de la desilusión comenzaba a inclinar sus hombros, Gabriela se puso de pie y aceptó su mano morena.

Una vez más el despecho había dado mejores resultados que algunos centímetros más de estatura, una blonda cabellera y el supuesto millar de frases ingeniosas que nunca se le hubieran ocurrido.

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La multitud gritaba enfebrecida mientras Roberto llevaba a Gabriela hacia una zona en donde la oscuridad era casi impenetrable.

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-Tengo novio –fue lo primero que dijo cuando Roberto la rodeó con sus brazos buscando ese primer beso liberador.

Sofocado el simulado intento de defensa con un trabajo de lengua que la dejó jadeando, no resultó muy difícil convencerla de tomar en su mano lo que le pareció la verga más grande del mundo, aunque en realidad no lo fuera.

-Tengo que volver rápido –murmuró mientras pajeaba con total entrega a ese desconocido que intentaba quitarle su primorosa bombachita de encajes.

-¡No hago eso! –protestó cuando las callosas manos se posaron sobre sus hombros, aunque terminó arrodillándose para chupar la tercera pija de su recientemente iniciada vida sexual.

-Más despacio o me vas a ahogar –le advirtió cuando los movimientos de Roberto llevaban la punta de su miembro hasta el fondo de su delicada garganta.

-No trago –le previno unos instantes antes de que su boca recibiera una potente descarga de semen que se deslizó rauda hasta su estómago.

-¿Y ahora qué? –preguntó ya casi sin fuerzas mientras él la hacía voltearse hacia la pared y le separaba las piernas.

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La brutal penetración dejó a Gabriela sin aliento y con las piernas convertidas en algo parecido a la gelatina. Su dilatada vagina ardía por la calentura y olvidada de todo a su alrededor respondió casi con salvajismo a las embestidas de Roberto quien se la estaba cogiendo como si no existiera un mañana.

El orgasmo no demoró casi nada en llegar, y durante él, no dejó de gimotear pidiendo más de esa pija que tanto placer le causaba. Y la tuvo.

Pletórico de placer y con la respiración convertida en un jadeo, Roberto se lanzó finalmente por la presea dorada de tan singular competencia y con amenazas mezcladas con pequeñas palabras de amor consiguió romperle el culo a tan agraciada damisela.

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El fin del recital coincidió con el momento en que Roberto acompañó a Gabriela hasta el lugar en que debía reencontrarse con su novio. Una frase murmurada a su oído le arrancó una risita nerviosa, luego fue el roce de sus labios lo que la hizo mirar con temor a su alrededor.

Roberto comprendió el mensaje y comenzó a alejarse de ella para siempre.

Mientras lo hacía iba pensando en renunciar esa misma noche.

¡A la mierda número uno y su maldita hipocresía!

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Mientras veía alejarse a ese muchacho del que ni siquiera sabía el nombre, la cortedad de su minifalda ya no parecía preocupar a Gabriela, a pesar de que su bombacha de encajes hubiera quedado olvidada en ese oscuro rincón donde acababa de pasar la hora más excitante de su vida.

La gente comenzaba a abandonar el estadio y entre la multitud que se acercaba creyó distinguir la familiar silueta de Jorge.

Sus movimientos resultaron algo frenéticos, pero cuando ya comenzaba a desesperar encontró en el fondo de la cartera el mágico caramelo de menta que la ayudaría a cubrir el tan peculiar aroma del semen que había ingerido en cantidades desacostumbradas.

El escozor en la vagina estaba desapareciendo, pero el ano continuaba punzándole y tendría que moverse con mucho cuidado para que no resultara tan obvio en qué había empleado el tiempo de espera.

-Aquí –gritó haciéndole señas con la mano a Jorge mientras sonreía para sus adentros al imaginar la cara de sorpresa de su enamorado si se enterara de lo que se es capaz de hacer por despecho.