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Ojos azules

en Confesiones

Ojos Azules

© Oscar D. Salatino

1

El tiempo ha pasado tan velozmente que a veces pienso que fue ayer cuando te vi por primera vez.

Algo estaba mal con tu muñeca con cuerpo de trapo y pelo de lana, pues una profunda preocupación se reflejaba en tu carita de ángel mientras la traías arrastrando de su maltrecho brazo izquierdo.

Tus ojos azules –los llevaré en mi memoria por toda la eternidad si ello es posible- estaban llenos de lágrimas, lágrimas que milagrosamente no desbordaban, pero a las que les faltaba muy poco, casi nada, para deslizarse por tus mejillas tiznadas, porque ¿vaya a saber dónde habías estado jugando para ensuciar tu hermosa carita de esa manera?

Tus enormes ojos parecieron tornarse más azules cuando me descubriste sentado junto a tu padre.

Algo en mí pareció asustarte, y por la forma en que te echaste hacia atrás pensé que me habías confundido con algún fantasma ¿o quizás con tu destino?

Aunque sorprendido no me sentí molesto, pues pensé que reaccionabas así frente a cualquier desconocido, alguien a quien creí que veías por primera vez y tu reacción me pareció tan lógica como que yo me hubiera enamorado de ti apenas verte, porque todavía no podía recordarte de esa otra vida que seguramente habíamos compartido. ¿Puedes recordarla tú Carolina?

No hablé, tampoco hubiera sabido qué decirte, no recordaba cuáles eran las palabras adecuadas para llegar a esa mujer que se ocultaba en tu cuerpo de niña, pero algo en mi mirada te hizo recuperar la confianza perdida un instante antes de que tu padre nos presentara con toda esa pompa que una niñita de tu edad no tiene por qué comprender, pero con seguridad sirvió para despejar lo que creíste dudas.

Cuando finalmente te sentiste segura extendiste hacia mí la mano en la que con dedos trémulos todavía sostenías tu muñeca.

-¿Puedes curarla? –me interrogaste a quemarropa con la lógica de tus seis años a punto de ser cumplidos.

-No lo sé –respondí con la lógica de mis casi treinta que deseaba que fueran los mismo seis tuyos para poder abrazarte sin tener que darle explicaciones a nadie.

-¿Acaso no eres doctor? –interrogaste con dureza buscando la mirada de tu padre para que confirmara lo que ya por supuesto sabías muy bien, y no era solamente eso lo que sabías de mí.

-Sí –respondí tratando de contener esa carcajada que tanto daño te habría causado, porque me estabas ofreciendo tu alma en bandeja.

-¿Entonces?

Tu actitud de desafío me sorprendió, y aunque parezca increíble, lo que consideré recuerdos de esa otra vida que alguna vez habíamos compartido comenzaron a filtrarse en mi mente haciéndome ver con mucha claridad que no existe en el universo argumento alguno que pueda hacerte cambiar de idea cuando algo se te mete entre ceja y ceja, así que me limité a hacer lo que esperabas de mí y tomé la muñeca que sostenías entre tus largos y delicados dedos, donde una pequeña y perfecta uña mostraba residuos de laca roja.

######

Mientras examinaba «a mi nueva paciente» pretendí darle un toque de dramatismo a la situación, pero al notar que contenías la respiración esperando seguramente un diagnóstico desalentador di por finalizado el examen y aunque el desgarrón era importante procuré que mi sonrisa te devolviera la tranquilidad que estabas a punto de perder.

Ahora que hemos vuelto a ser aquellos que alguna vez fuimos puedo confesarte que en aquel momento dudé si mi entrenamiento de cirujano me permitiría repararla, pero de habértelo dicho seguramente te hubieras echado a llorar y yo no habría podido soportarlo, porque te hubiera ofrecido el mundo, de haberlo poseído, para que ello jamás ocurriera. Como lo intenté alguna vez.

-Creo que sí –dije a pesar de que para aquel entonces ignoraba todo lo relativo a la anatomía de las muñecas de trapo.

Tu padre nos observaba fascinado, en realidad lo hacía contigo, –después me lo confesó- porque era la primera vez que te veía adoptar esa compostura de adultez que caracterizaría tu personalidad de allí en adelante.

Adelantándote a mi pedido corriste en busca del costurero de tu madre y una vez provisto de aguja e hilo comencé a trabajar con tu mirada clavada en mis manos y por el rabillo del ojo alcancé a ver como movías la cabeza en forma aprobatoria.

Estabas tan cerca que hasta creí poder oír el suave sonido de tu respiración.

Más o menos quince minutos más tarde, cuando la vida de tu querida muñeca de trapo podía considerarse fuera de peligro volviste a enfocar tus maravillosos ojos azules en los míos para decirme que me querías.

Fue la primera vez.

######

Los días se convirtieron en semanas, éstas en meses y aquellos en años.

Para cuando cumpliste los once dejaste de llamarme ¨tío¨ y comenzaste a hacerlo por mi nombre de pila.

¡Qué bien suena mi nombre en tus labios!

Me sentí inexplicablemente orgulloso de que lo hicieras y también de la indisimulable alegría que mostraste al saber que había roto el compromiso con mi novia de ese entonces, porque aunque tratabas de disimularlo, -te las habías arreglado para hacérmelo saber- la considerabas una enemiga.

Y no fue sólo con ella, sino también con todas las mujeres que tuvieron algún tipo de relación conmigo, las que para decir la verdad tampoco fueron demasiadas, porque me encontraba demasiado ocupado con mi profesión, o al menos eso fue lo que creía hasta que la verdad terminó abriéndose paso en mi mente.

Si algo faltaba para confirmarlo fue la conversación de la que me convertí en testigo involuntario en una de esas tantas noches en que me quedé a cenar en tu casa.

Aunque parezca increíble, todo se me hizo mucho más fácil de comprender cuando te oí comentarle a tu madre que apenas tuvieras la edad suficiente te casarías conmigo.

¿Sabes qué? me gustaron mucho tus palabras.

######

El paso del tiempo no hizo otra cosa que confirmar los planes que tenías con respecto a mí persona, y para cuando cumpliste los trece habías conseguido que me rindiera plenamente a tus encantos.

Eras una jovencita bastante alta para tu edad y aunque todavía te movías con esa gracia torpe de los potrillos me resultabas encantadora, aunque me negara a admitirlo, porque si lo hacía tenía que aceptar que comenzabas a adueñarte de mucho más que de mis fantasías.

Y a pesar de que intenté negármelo para que la realidad no me alcanzara con toda su intensidad continuaste creciendo, y a medida que lo hacías tus pretensiones de pertenencia se volvieron indisimulables, pero lo más difícil para mí –lo más fácil para ti- era que no desaprovechabas esos momentos en que nos quedábamos a solas –que sorprendentemente eran cada vez más- para no permitirme que olvidara tus intenciones de seducirme, a pesar de que todavía te faltaran las curvas y redondeces que seguramente considerabas la condición primordial -¡qué error!- para hacerlo y a mi la decisión para involucrarme en tan peligroso juego.

Fue así como el paso del tiempo que dicen que todo lo cura a mi en cambio me enfermó más de ti, sobre todo cuando tu mirada perdía la inocencia para convertirse en afiladas dagas que con una intensidad que me hacía estremecer se deslizaban sobre esa «carne oculta» que hacías despertar con todo su vigor.

Nada parecía causarte más gracia que observar mis intentos para ocultar esas erecciones que tanto te gustaba provocarme, porque sabías muy bien que mi resistencia era sólo una fachada, y estabas tan segura de conseguirme que decidiste esperar a que YO estuviera maduro para hacerlo.

Creo que la excusa perfecta para cerrar ese círculo inexorable de seducción estuvo dada por el momento en que tus pechos y tus caderas te convirtieron decididamente en la encantadora mujercita que apenas si podía apartar de mis pensamientos.

######

Y como todo pasa y todo queda, desde aquella primera vez en que mis dedos se cerraron sobre ese pezón insolente que parecía desafiarme, ya nada resultó casual entre nosotros.

-Apriétamelo fuerte –susurraste pegada a mí en el recodo del pasillo que llevaba al comedor donde tus padres aguardaban a que regresáramos con el postre que habíamos ido a buscar a la cocina.

Creo que el dolor que te provoqué fue mucho más intenso del que habías esperado, pero salvo el fulgor de las lágrimas a punto de desbordarse de tus enormes ojos azules no diste ninguna muestra de lamentar lo que me habías pedido que hiciera.

-Pensamos que se habían ido al cine –comentó tu padre con un tono jocoso del que no tardó en hacerse eco tu madre.

¿Continuarían bromeando en esa forma tan despreocupada si supieran lo que había sucedido?

Estoy seguro que no.

Aunque lentamente, la sangre que se había desviado hacia mi entrepierna volvió a irrigar mi cerebro permitiéndome recuperar algo de cordura, y aunque me sentí como el paradigma del farsante, pude volver a mirar a ambos a los ojos mientras dialogábamos sobre temas que ni siquiera puedo recordar.

Al rato, cuando tu madre comenzó a ponerse de pie para ir por el café te ofreciste a hacerlo por ella y como era lógico me pediste que te acompañara.

También como era lógico lo hice.

-Si tardan más de quince minutos nos vamos a dormir –bromeó tu padre.

¿Bromeó tu padre o estaba dando su respaldo a las locuras que pasaban por nuestras mentes? Nunca lo supe.

######

Hicimos casi todo el camino hasta la cocina con mi mano entre tus muslos…porque tú te habías ocupado personalmente de que así fuera.

-Me quema –susurraste presionando con tu mano para que pudiera sentir la inflamación de tu vulva como tu querías que la sintiese.

-No Caro, no lo hagas –conseguí susurrarte cuando me hiciste detener para que te besara.

Si me oíste no diste muestras de ello, ¿para qué?

######

Llegar a la cocina terminó resultando toda una odisea, porque con tu trasero encajado en mi ingle, mi mano entre tus muslos e intercambiando besos como si el mundo estuviera a punto de estallar no existía la manera de coordinar la marcha.

-¡No, ahora no! –te supliqué cuando intentabas abrirme la bragueta.

-Déjame verte –casi sollozaste perdida en una calentura que te hacía brillar los ojos como si hubieran encendido fogatas detrás de ellos- por favor.

Mi suspiro te confirmó la tan temida –por mí- rendición incondicional.

Tus manos temblaban tanto o más que mi verga, y la sonrisa que iluminó tu rostro cuando conseguiste ¡por fin! atraparla entre sus manos resultó algo digno de haberse registrado en una película.

-¡No! –supliqué cuando quisiste recompensarme con una paja, porque era consciente que un solo movimiento más de tus manos y ya nada podría detener la marejada de semen que bullía en mis huevos.

No sé si no me oíste o no quisiste oírme, el resultado fue exactamente el mismo.

######

Volvimos a reunirnos con tus padres en el minuto trece o catorce de los quince fijados, la verdad es que no lo recuerdo con exactitud. Además, ¿a quién le importa?

-¿Qué sucedió con tu blusa? –preguntó tu madre al ver que llevabas una diferente.

-El café estaba demasiado caliente y al verterlo en la cafetera me salpicó.

-¿La pusiste en remojo?

-Por supuesto que si –le respondiste.

Claro, ¿que otra cosa podías hacer, decirle que el mejor amigo y socio de tu padre había eyaculado prácticamente en tus narices?

Por supuesto que no, la del café era una excusa mejor.

Creo.

2

Borrón y cuenta nueva creo que dice un dicho popular, aunque no siempre es tan sencillo como parece.

Por ese día había tenido demasiados «sobresaltos» -por así definir el camino sin retorno al que me habías llevado-, así que apenas terminé con el café emprendí lo que sin vergüenza puedo llamar HUIDA –sí así con mayúsculas- aunque no sin que antes me arrancaras la promesa –realizada frente a tus padres y con su aprobación por supuesto- de que el siguiente fin de semana te llevaría al cine.

Tarde comprendí que lo que había confundido con torpeza adolescente se había esfumado en un instante ¿mágico? haciéndote abandonar el capullo en forma definitiva para convertirte en la más seductora de las mujeres, aunque todavía no tuvieras quince años.

Puedo asegurarle a todo aquel que quiera escucharlo, que desde ese momento ya nada te pareció imposible.

######

Carolina me llamó el viernes por la mañana para recordarme la cita del día siguiente y pedirme si esa tarde podía pasar por ella a la salida de la escuela porque quería comprar un regalo para sus padres.

Mientras pensaba en una excusa para escapar a lo que presentía como una trampa cortó la comunicación.

3

Realmente estaba preocupado cuando pasé a buscarte a la salida de la escuela. Las bromas de tus compañeras te hicieron sonrojar, pero nada te impidió que les sacaras la lengua en un gesto de burla antes de tomarte de mi brazo en un claro gesto de posesión que no me pasó desapercibido, y tampoco a ellas, que pasaron a mirarnos de esa forma que sólo las mujeres pueden comprender.

Mientras nos dirigíamos hacia mi 4x4 volviste a recordarme que tus padres no sabían nada de tus planes y que estaban convencidos de que ibas a estudiar a la casa de tu mejor amiga, de dónde yo pasaría a buscarte antes de la hora de la cena. Eso nos dejaba algo así como cuatro horas libre por delante.

Toda una eternidad o una minúscula fracción de tiempo, dependiendo de lo que hubieras pensado hacer conmigo y de mí.

Mientras ocupabas tu asiento traté de resistir la tentación de mirarte las piernas, pero una vez más fui derrotado.

Con la mente muy lejos de allí le di marcha a la camioneta con un despreocupado giro de muñeca y tras poner primera aceleré a fondo.

El rechinar de las cubiertas y lo brusco del arranque te tomaron desprevenida.

Tarde descubrí que no habías alcanzado a colocarte el cinturón de seguridad e instintivamente extendí el brazo para detenerte cuando el rebote contra la butaca te devolviera hacia el panel delantero.

Al sentir mi mano sobre tu pecho reíste con tantas ganas que se me terminó contagiando tus ganas de continuar adelante con toda esa locura.

Tu mano izquierda reaccionó inmediatamente al estímulo saliendo disparada hacia mi entrepierna.

-Tienes el pito muy duro –susurraste presionando con tu mano sobre mi verga a punto de explotar.

Mi respuesta fue un nervioso movimiento de cabeza. Me moría por besarte, mientras también me moría porque me masturbaras, pero la sola idea de que pudiéramos ser descubiertos por alguna de tus compañeras me provocaba escalofríos de terror.

-Vámonos ya –susurraste sacándome del aturdimiento en que me había sumido la excitación.

Con una mueca de disgusto que no pude disimular retiré mi mano de tu pecho, pero cuando intenté retirar la tuya de mi verga me lo impediste.

-Nadie puede verme–susurraste recostándote contra mí hombro.

No recuerdo si asentí con la cabeza o te rogué que continuaras, pero cuando tus dedos traviesos se introdujeron por la abertura de la bragueta creía que se me detendría el corazón.

-¿Te gusta? –jadeaste con lo que parecía tu último aliento.

No sé como fue que conseguí reunir las fuerzas para hacerlo, pero cuando mi mano derecha –para ese entonces convertida en una especie de garra- presionó sobre tu cabeza, no te quedaron dudas de qué era lo que esperaba de ti y lo hiciste tan bien que no demoré casi nada en eyacular en tu boca.

######

A esa hora de la tarde y ese día de la semana el estacionamiento estaba casi desierto. Tú sabias tan bien como yo que era la oportunidad y el lugar perfecto para lo que seguramente considerabas un ensayo de la salida del día siguiente. Porque no eres de dejar nada librado al azar, puedo dar fe de ello.

Tu cuerpo pareció empequeñecerse entre mis brazos mientras saboreaba la dulzura de tu lengua donde persistía el sabor de mi esperma.

Con tus gemidos resonando en mis oídos, mis otrora seguros dedos de cirujano temblaron al intentar soltar los botones de tu blusa escolar. Cuando finalmente lo conseguí era tal mi prisa por sentir el calor de tu carne que casi desgarré tu sostén de encaje.

-No me muerdas –susurraste guiando mi cabeza hacia esos pezones que chupé hasta que me suplicaste que me detuviera porque -me quema –gemiste colocando mi mano entre tus piernas, donde, por esa cuestión de no dejar nada librado al azar, ninguna prenda indeseable se interponía entre tu sexo desnudo y mi mano temblorosa.

######

Mis recuerdos de esa tarde no son tan claros como quisiera. Pero recuerdo perfectamente que cuando intentabas sentarte a horcajadas sobre mis muslos para proceder a la inmolación de tu virgo intenté detenerte.

-Tenemos que irnos –me pareció oírme decir.

Para serte sincero, realmente no sé si llegué a pronunciar esas palabras, y si lo hice –algo que dudo- no estoy seguro de que hayas podido oírlas porque mi voz hubiera resultado un graznido ininteligible.

Casi simultáneamente con tu apagado grito de triunfo tus enormes ojos azules se clavaron en los míos para demostrarme que estabas decidida a continuar adelante.

Aferré tus caderas intentando frenar tu descenso ¿al paraíso?, pero cuando reaccionaste como una fiera herida clavándome los dientes en el hombro no dudé en soltarte.

Mi sofocado grito de dolor y el claro grito de triunfo tuyo se superpusieron uno al otro con la misma intensidad que pusiste tú para clavarte mi verga hasta los huevos.

-Ahora si soy realmente tuya –declaraste como cierre de ese capítulo de nuestra vida antes de besarme una vez más con toda tu ternura.

######

El sonido de la alarma de un auto cercano nos devolvió a la realidad y cuando intenté disculparme por haber eyaculado dentro tuyo me hiciste saber que habías tomados tus precauciones.

¿Qué debo hacer para no olvidarme que eres una de esas personas que no deja nada librado al azar?

No sé, quizás tomar algún tónico reconstituyente cerebral.

Cuando te dejé frente a la puerta de tu casa me miraste como si estuviera abandonándote y debo confesarte que mientras regresaba a mi departamento se me cruzó por la mente la idea de dejar todo como estaba e irme a otro país, pero como buen cobarde no lo hice, porque ya no sabría como sobrevivir sin tenerte a mi lado.

######

Traté de alejarme de ti y lo conseguí durante dos semanas. Sin duda las más difíciles de mi vida.

Cada día tu padre me preguntaba si tu madre o él habían hecho algo que me ofendiera y yo le respondía que no, pero cada vez que le respondía no me animaba a mirarlo a los ojos. No después de haberme cogido a su hija, aunque si analizamos los hechos en retrospectiva, podríamos ver que fuiste tú la que me cogió a mí, porque eres una de esas personas que no dejan nada librado al azar.

Casi lo olvido.

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Al enterarme de la profunda tristeza que te causaba mi ausencia capitulé y la noche que regresé a tu casa lo hice llevando dos ramos de flores.

Tu madre se mostró encantada de que todo volviera a la normalidad y tomándome del brazo me condujo hasta uno de los sillones de la biblioteca donde me obligó a sentarme mientras me servía una copa para festejar mi regreso.

Por sobre su hombro alcancé a verte cuando subías las escaleras rumbo a tu cuarto para cambiarte de ropa.

Estabas a punto de llegar al último peldaño cuando tu sexto sentido te hizo volverte y al verme me soplaste un beso que atrapé mentalmente para guardarlo en mi corazón.

Ese corazón que junto con el resto de mi cuerpo ya te pertenecía.

######

Promediaba una cena tranquila cuando decidiste que era hora de recordarme ciertas cosas que yo parecía haber olvidado, pues tomando mi mano la posaste sobre el muslo desnudo que la minifalda dejaba al descubierto.

Decir que tu audacia me sorprendió no sería totalmente veraz, pero debo reconocer que estuve a punto de atragantarme con un trozo de pollo.

Superado el momento de zozobra continué conversando con tus padres como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo y mi prolongada ausencia no se hubiera producido.

Todavía no podría terminar de convencerme de lo sencillo que me estaba resultando traicionar su confianza en forma tan vil, pero antes de que el sentimiento de culpa volviera a ganar en importancia separaste las piernas haciéndome saber que tenía «un incendio» que apagar antes de que llegaran los postres.

Una tos muy bien ensayada –hasta en eso eres previsora– disimuló perfectamente lo que podría haberse confundido con un gemido de placer cuando llegaste al clímax.

######

Con tu perfume íntimo en los dedos bebí un sorbo de vino antes de excusarme para ir al baño.

No sé como lo hiciste, pero me encontraba a mitad de camino de una maravillosa paja cuando apareciste a mi lado.

-Déjame a mi –susurraste haciéndote cargo de la situación de inmediato.

Al enfrentarme a la mirada de tus ojos azules por sobre mi verga supe que ya no podía negarte absolutamente nada.

Cuando tus labios rodearon el glande todo fue tan rápido que hasta llegué a dudar de que realmente hubiera sucedido.

El temblequeo en mis rodillas fue disminuyendo lentamente y para el momento en que conseguí recuperar el control de ellas ya te habías marchado con mi esperma a buen recaudo en tu estómago.

######

Dos semanas antes de tu cumpleaños tu padre debió viajar para presidir un congreso de su especialidad y me pidió –en la forma en que sólo se le pide a un hermano- que ayudara a tu madre con los preparativos.

Su mirada suplicante me impidió negarme y así fue como me encontré cada vez más cerca de ti.

######

Hoy es la última prueba con la modista y tal como lo he hecho en las cuatro oportunidades anteriores me ocuparé de llevarte, esperar a que termines tus pruebas y luego regresarte a tu casa.

Con esta hacen un total de cinco y también un total de casi ocho las horas que hemos podido robarle a nuestros viajes de ida y vuelta gracias a mis exagerados cálculos de tiempo de viaje.

Tal como lo decía, son casi ocho las horas que durante estos últimos diez días hemos conseguido estar a solas dentro de mi 4x4 en el desierto estacionamiento del centro comercial.

Afortunadamente para mí, una vez más has demostrado que no eres de esas personas que deja algo librado al azar y sólo me permites penetrarte para que pueda eyacular dentro de ti, porque según tus propias palabras «me encanta que me cojas, pero vamos a tener que esperar hasta después de la fiesta porque me dijeron que si coges mucho se te ensanchan las caderas y no puedo correr el riesgo de que no me quepa el vestido.»

Un último beso te arranca el gemido que confirma tu placer y el mío.

Finalmente te relajas.