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Una tarde cualquiera

en Dominación

Una Tarde Cualquiera

© Oscar D. Salatino

Fines del mes de marzo.

Principios de otoño.

Viernes, día de vestimenta informal.

4.30 PM., una tarde cualquiera.

La ventaja de ser mi propio jefe me facilita las cosas y no necesito de ningún tipo de excusa para darle el resto del día libre a Martha -la secretaria heredada de mi padre- para poder dirigirme –sin culpas ni remordimientos, porque soy un hombre común y a los hombres comunes les suceden este tipo de cosas- hacia el centro comercial más cercano a mis oficinas, donde tras conseguir una ubicación de privilegio en alguno de los innumerables cafés, me dedicaré, con mucha atención, a disfrutar del paso de la multitud de muchachitas –la mayoría alumnas de las tres escuelas de la zona- que recorren, como si se tratara de pasarelas de modelaje, los relucientes pasillos de las cinco plantas del lujoso establecimiento.

Era la tercera vez en las dos últimas semanas que me tomaba una tarde libre para dedicarla a tan placentero menester, porque la sensación de que estaba a punto de producirse algo irrepetible en mi vida era cada vez más intensa.

Altas y bajas; gordas y flacas; blancas, negras, amarillas; rubias, morenas, pelirrojas, skin heads, darks, etc., todas tan diferentes pero todas tan similares, todas mujeres.

Con sus andares desgarbados y sensuales, con sus risas tontas y sus silencios serios, hablando generalmente a los gritos y sólo en susurros cuando lo hacen para referirse al atributo viril de alguno de aquellos hombres a los que ya le resulta imposible disimular la excitación que ellas le causan y, porque todas, sin excepción, exhiben en sus miradas esa peligrosa combinación de pretendida inocencia y promesa sexual que termina atentando contra la serenidad de aquellos que como yo ya superamos la barrera de los treinta, aunque en mi caso en particular sea por muy poco.

######

El encontronazo se produjo en el recodo que conecta la zona de artículos de computación con el patio de comidas, y aunque no fue particularmente fuerte, no hubo manera de evitarlo.

Por obra y gracia de ese mismo destino que nos había unido en una prevista conjunción de tiempo y espacio, la rodilla de la jovencita impactó de lleno en mis testículos y aunque no me imagino lo que puede haber visto ella en mi cara, si sé que su rostro empalideció para pasar luego por distintas tonalidades de rojo.

El por qué lo comprendí cuando descubrí que mi mano izquierda se había independizado momentáneamente de mi mente para posarse en un sitio donde no debería haberlo hecho.

Al menos no en ese momento ni en esas circunstancias.

El hecho de que Florencia –no es que sea adivino, simplemente lo leí del dije de oro que pende de su cuello- se apresurara a disculparse me dio claras muestras de su buena educación y aunque sus palabras -casi ininteligibles por los aparatos de ortodoncia que parecen llenar su pequeña y carnosa boca- me llegaran como a través de una nube de algodón, no lo fueron por efecto del golpe que estuvo a punto de dejarme con las mismas secuelas de la más encarnizada de las paperas, sino, porque en ese mismo momento me di cuenta de que lo que sujetaba con tanto cuidado entre el índice y el pulgar de mi mano izquierda no era otra cosa que su pezón derecho.

Aunque parezca enredado no lo es.

-¡Duele! – se quejó cuando se me ocurrió apretárselo.

El tono de su voz, bajo y profundo, se dirigió raudo a mi libido y en respuesta volví a cerrar mis dedos sobre el tierno retoño de la adorable tetita de la tierna adolescente que por su porte no podía superar los tiernos dieciocho años.

Sus ojos, en ese momento muy grandes y del color de la miel, reflejaron sorpresa, dolor, y algo que me pareció excitación –aunque no puedo asegurarlo- seguramente por el inesperado accionar del desconocido con el que el destino la había hecho toparse en esa tarde que yo me había empeñado en definir como una tarde cualquiera. Algo que evidentemente ya no era así.

No sé si fue su Ángel de la Guarda o el mío, el que en lugar de interponer una de sus níveas alas, utilizó el enorme bolso que llevaba en bandolera, para de esa manera ocultar a la vista de sus dos acompañantes -tan jóvenes y bonitas como ella- lo entretenida que estaba mi mano siniestra –nunca una definición más exacta por la forma tan poco gentil en que se estaba comportando- acariciando su teta y fue seguramente lo enredado de nuestro aspecto que hizo que las jovencitas se echaran a reír con esa risa tonta y seductora que tanto nos calienta a los hombres, sobre todo a aquellos que como yo tienen ese gusto especial por ¿lo prohibido?

Aunque no encuentre las palabras adecuadas para describir lo mucho que estaba disfrutando de esos momentos si pude hacerlo para imaginarme las posibles consecuencias de mis actos a todas luces inoportunos si era descubierto en plena «faena» de ¿seducción?, que aunque forzada por circunstancias ajenas a nosotros, no por ello dejaba de ser lo que parecía ser.

Casi de inmediato, mi miembro, ya en estado de alerta desde mucho antes de salir de mi oficina, terminó de desperezarse por completo.

Sexto sentido o cercanía, no sé a que atribuirlo, pero la cuestión fue que Florencia no demoró casi nada en descubrir que esa dureza que presionaba contra su cuerpo era un producto ciento por ciento orgánico y una vez más las hermosas líneas de su rostro volvieron a sufrir las consecuencias de los cambios de coloración.

Su boca, llena con esos aparatos que en lugar de afearla le confieren una sensualidad casi dolorosa –para mí por lo menos- se abrió, ¿como si una queja?, ¿o quizás una súplica? fuera a brotar de ella, pero las fuerzas del universo volvieron a intervenir una vez más y sus pensamientos parecieron dar marcha atrás mientras hacía su aparición en escena una apetitosa y sonrosada lengua. Ese bocado tan apetitoso incrementó mi descontrol, así que sin más pérdida de tiempo me incliné hacia ella para tratar de devorársela.

Ese segundo acto de nuestro encuentro no me resultó tan favorable como lo esperaba, porque ella, ¿sorprendida? por mi audacia me detuvo colocando una de sus manos contra mi pecho.

-Pero... –murmuró mostrando una fuerza que me sorprendió en alguien de su contextura física y que sin duda le hubiera permitido librarse de mí sin más trámite… si así lo hubiera querido.

El resto de la frase quedó en suspenso cuando le apreté nuevamente el pezón, volcando en ese gesto mucho de la rabia que me había provocado el que se hubiera atrevido a detenerme cuando estaba por besarla.

Una vez más recibí por su parte una mirada de incredulidad que se prolongó por un lapso de tiempo que me parecieron días -aunque no fueron más que unas pocas fracciones de segundos- para luego cambiar a la de aceptación que yo estaba esperando para confirmar que el cambio que esperaba en mi vida había comenzado a producirse.

-No tan fuerte –murmuró haciendo pucheros con esa boca tan deliciosa para la que yo ya le había imaginado el primero, fundamental y casi exclusivo uso que le daría a partir del primer momento en que pudiera disponer de ella, algo que por la forma en que venían encadenándose los hechos no tardaría en suceder. Para aquellos escépticos que puedan llegar a pensar que mi ego se había proyectado en forma superlativa, permítanme decirles que no tuve que esperar mucho para que mis presunciones se vieran confirmadas, porque cuando la casi despiadada presión que mis dedos pulgar e índice ejercían sobre el pezón de Florencia se convirtió en caricia, la adolescente «enamorada» se lanzó -en forma casi literal- a tomar al toro por las astas.

Con la risa tonta de sus dos amigas llenándome los oídos me eché un poco hacia atrás para darle la bienvenida a la pequeña mano, que ansiosa, se deslizó por la furibunda anatomía del menor de mis miembros para recorrerlo una y otra vez con una ansia de posesión que me llenó de ¿orgullo?

Realmente no lo sé, pero puedo asegurarles que hacía mucho tiempo que no me sentía tan caliente.

Si hasta ese día todas las adolescentes me habían resultado excitantes, a partir de aquel momento Florencia se convirtió definitivamente en el paradigma de todas ellas. Sin discusión.

-¿Así está bien? –preguntó acariciando mi verga como a un objeto de devoción mientras me miraba de una manera que no puedo describir sin que se me encienda la sangre y se me nuble la visión.

-Muy bien -respondí con voz entrecortada porque no tenía la menor idea de cómo iba a hacer para detener la oleada de semen que comenzaba a gestarse en mis huevos.

Las fuerzas del cosmos que se habían aunado desde el principio de los tiempos para que ella y yo pudiéramos encontrarnos aquel día decidieron tomarse un respiro en el momento en que mi mano izquierda se deslizó hasta el vientre tenso que los pantalones de tiro bajo dejaban al descubierto.

Todo sucedió muy rápido, mucho más de lo que se tarda en relatarlo, y si acaso llegan a preguntarse cómo fue que me animé a hacer algo semejante, ni yo mismo lo sé, porque, como en muchos otros actos de mi vida, actué en forma totalmente espontánea, no olviden que soy un hombre común.

-¡Pero!

La urgencia en su voz me sorprendió, pero como yo estaba más que decidido a continuar con toda esa locura sus palabras no me afectaron en lo más mínimo.

-¿Pero qué? –le pregunté en forma tan desafiante y autoritaria que ni mi madre hubiera podido reconocerme en ese momento, mucho menos mi abuela.

El silencio por parte de Florencia, aunque breve, me hizo presagiar catástrofe, y en esos pocos segundos mi imaginación se disparó y casi sin dificultad pude adivinar los encabezados de los periódicos del día siguiente:

«Reconocido Economista, asesor de la Presidencia Nacional, detenido en centro comercial al intentar abusar de una menor»

Una, dos, o quizás diez, realmente no sé cuántas fueron las increíblemente gruesas gotas de transpiración que corrieron por mi cuello cuando tomé conciencia del tremendo error que estaba cometiendo.

Tampoco recuerdo si llegué a balbucear una torpe disculpa mientras intentaba retroceder sobre un par de piernas que parecían de cartón, pero la repentinamente sumisa voz de Florencia filtrándose en mi convulsionado cerebro me detuvo una vez más.

-Nada, no dije nada –suspiró apretándome el miembro en un inconfundible gesto de capitulación.

-Eres una jovencita muy traviesa –afirmé respirando trabajosamente.

Toda una típica frase de viejo verde, pero fue la primero que se me ocurrió para poder liberar el aire contenido en mis pulmones. La sensación de que volvía a la vida fue tan intensa que sentí que se me humedecían los ojos.

-¿Te sientes bien? –preguntó ella tuteándome por primera vez.

-Sí –respondí cuando su atisbo de sonrisa me hizo saber que en esa partida me venía perfilando como el posible vencedor.

El piercing que Flor tiene en el ombligo tembló bajo mis dedos y los enormes ojos del color de la miel se abrieron interrogantes una vez más cuando su ruborizada dueña comprimió el estómago para que mi mano pudiera deslizarse dentro de sus pantalones.

-¿Adónde vamos? –le pregunté al borde del colapso físico cuando las puntas de mis dedos alcanzaron las primeras guedejas de vello púbico.

Estoy absolutamente seguro de que la excitación hizo que mi voz sonara como un graznido, pero seguramente ella no lo notó porque tenía puesta toda su atención en las sacudidas del miembro que parecía querer escapar del cerco que formaban sus pequeñas y ansiosas manos.

-¿Para qué? –preguntó con ese ceceo que se tornaba más pronunciado a medida que aumentaba su calentura.

-Para coger, por supuesto –le respondí con toda la sabiduría de mi descontrol pasional o definitivamente alienado. ¡Si me oyera mi abuela!

Lo que creí un silencio cargado de malos presagios, fue solamente una pausa para recuperar el aliento.

-¿Ahora? ¿y qué le digo a ellas ? –preguntó volviéndose hacia donde sus amiguitas parecían muy entretenidas hablando por sus teléfonos celulares.

Una costumbre muy actual para una sociedad que está dejando de comunicarse cara a cara.

-Que te vas a coger conmigo y que cuando terminemos se encuentran en algún lugar – respondí con una calma -¿producto de mi locura temporal?- que me sorprendió a mí mismo.

-¿No quieres que te dé mi número de teléfono y arreglamos para otro día? -preguntó sin parecer molesta por lo crudo de mi lenguaje y de mis intenciones, que obviamente no parecían diferentes de las suyas.

-¡No!, tiene que ser ahora –insistí recuperando ese tono de voz autoritario que tan bien había funcionado antes.

-¿Pero dónde? –preguntó contagiada, ¡por fin!- de mi urgencia.

-No sé, ya se nos va a ocurrir algo -alcancé a decir antes de que una de sus amiguitas –Mercedes- nos interrumpiera para preguntarle si se iba a demorar mucho más. Si la respuesta hubiera corrido por mi cuenta podría haberle dicho que no, porque podía sentir la leche bulléndome en los huevos, y si quería saber más, hasta podría explayarme explicándole que todavía no sabía cómo era que no se había producido el derrame.

-Enseguida las alcanzo –respondió Florencia sin apartar su mirada de la mía- perdóname pero ahora no puedo, ¿quieres mi número de teléfono? –volvió a preguntarme haciendo con la boca uno de esos pucheritos que comenzaban a volverme loco.

-Me encantaría, pero no, la verdad es que no tengo tiempo para salir, pensé que tú también querías que hiciéramos algo ahora –respondí tomando conciencia de la realidad. No era muy común que una chica de su edad tuviera una cita con un tipo que la doblaba en edad.

-Ahora no puedo, de verdad que no puedo –susurró moviendo la cabeza en dirección a donde la esperaban sus amiguitas- ¿seguro que no quieres que nos encontremos otro día?

La innecesaria vanidad masculina que demostré en ese momento, mi habitual torpeza personal, o quizás el miedo a perderla, me llevaron a darle la respuesta equivocada.

-No.

El desencanto que se reflejó en su cara mientras se separaba de mí me dejó un sabor amargo en la boca.

Maldiciendo mi estupidez me quedé mirándola hasta que su cabeza desapareció entre la multitud.

######

Ensimismado en mis pecaminosos pensamientos y maldiciendo una vez más la obsesiva impaciencia con la que me dotó el creador, caminé un rato por ahí casi sin prestar atención a la horda de jovencitas que comenzaban a saturar los distintos niveles del shopping -muchas de ellas quizás más hermosas que Mi Florencia (porque aunque parezca increíble ya se me había desarrollado el sentido de posesión propio de la especie humana)- seguramente con las mismas ansias de convertirse en protagonistas principales del juego sexual en el que comenzaban a participar apenas trasponían las entradas del enorme edificio, pero en mi mente y en el lugar donde ¨mi otro corazón¨ palpitaba cada vez más rápido no había espacio nada más que para Mi Florencia y para ese apasionante ceceo que convertía cada una de sus palabras en algo realmente fascinante.

Creyendo que había perdido -¿para siempre?- una oportunidad casi única con esa deliciosa adolescente, decidí regresar a mi departamento, donde como en alguna otra oportunidad podría rumiar mi pena con toda la solemnidad y la soledad que el caso requería.

Automáticamente me había encaminado hacia la zona de los juegos electrónicos ya que era el mejor atajo para llegar hasta el lugar donde había dejado estacionada mi 4x4 y llevaba recorridos una decena de metros cuando me volví a encontrar con ellas.

En ese momento la atracción principal era su amiga Mercedes, quien con un infartante revoloteo de faldas estaba utilizando una de esas alfombras de baile que tanto furor hacen entre los adolescentes.

Una verdadera multitud de jovencitos y muchos que ya no lo eran la aplaudían y la vivaban a rabiar, mientras ella, con el rostro encendido por el esfuerzo, disfrutaba del intenso magnetismo sexual que generaba su actuación.

Consciente de que cada movimiento de sus caderas dejaba al descubierto la ceñida malla de baile que llevaba debajo de la minifalda, las sacudía con una carga de sensualidad sin par, y puedo asegurarles que cualquier hombre –me incluyo entre ellos- y más de una mujer también –estoy seguro- que se encontrara en un radio de diez metros a la redonda debía esforzarse para no perder la calma al ver la forma en que la tela se adhería a su insolente trasero, o para aquellos privilegiados por la cercanía, a su pequeña y carnosa vulva.

######

Cuando creía que nada más podría sorprenderme por ese día, Florencia me volvió a demostrar que el sexto sentido femenino realmente existe cuando se volvió para buscarme con la mirada a pesar de que nos separaba una distancia de casi treinta metros.

La inocultable expresión de alegría que se dibujó en su rostro hizo que mi pesar desapareciera en forma instantánea y ya no tuve motivos para dudar de que todo lo que sucediera a partir de allí nada tenía que ver con la casualidad.

Mi quimera estaba cada vez más cerca de convertirse en realidad.

Una inclinación de cabeza por mi parte recibió una especie de reverencia muy femenina por la suya y ya no pude pensar en otra cosa que no fuera estar junto a ella.

Unos pocos segundos y algunos codazos más tarde lo conseguía.

-Creí que te habías marchado –susurró premiándome con una sonrisa que resultó todavía más deslumbrante por el acerado brillo que le conferían sus aparatos de ortodoncia.

-No pude –respondí pensando que mis palabras la harían tan feliz que caería rendida a mis pies, algo que por supuesto no sucedió.

Muchas veces mi EGO también me traiciona haciéndome escribir cosas que son sólo producto de mi imaginación, pero por supuesto no pierdo nada al imaginarlo a mi manera ¿verdad?

Al volver a tenerla a mi lado después de esa eterna hora de vagar confundido, sentí que estaba dispuesto a tragarme el orgullo –en ciertas ocasiones tengo muy poco- y hacer lo que fuera necesario para no volver a perder el contacto con ella, porque aunque pueda resultar difícil de creer, hasta terminé aceptando la idea de pedirle su número de teléfono para arreglar otro encuentro, ello a pesar de que todavía no sabía cómo haría para sobrevivir hasta el momento en que volviera a verla.

Todavía continuaba pensando sobre qué era lo que tenía que hacer para llevar adelante una relación que parecía una utopía cuando su amiga dio por terminada su función en medio de ensordecedores aplausos e innumerables pedidos de bises.

Al verla acercarse me di cuenta de que me quedaban cuatro o cinco segundos para formular mi propuesta -una que yo mismo todavía desconocía- a mi ceceosa enamorada antes de quedar desplazado a un segundo plano, pero no lo conseguí.

-Hola –dijo Mercedes sonriéndome de ese modo tan particular que tienen las mujeres para hacerte saber que no existían los secretos entre ellas. Su otra amiga continuaba entretenida con su teléfono celular, pero si se hubiera volteado a mirarme no me habría sorprendido encontrarme con la misma expresión en su cara.

Aunque estaba realmente orgulloso de lo que consideraba por lejos la mejor conquista de mi vida, no pude evitar sentir un dejo de vergüenza por mi incalificable accionar, bien, en realidad era calificable, y eso era precisamente lo que me hacia avergonzar. Aunque para ser sincero no demasiado.

Afortunadamente los efectos me duraron muy poco, sólo el tiempo que le llevó a Florencia escuchar lo que sus amigas –la otra había interrumpido la conversación telefónica para participar del conciábulo- pusieron mucho cuidado en susurrarle al oído y tras asentir e intercambiar una sonrisa gigante con ellas, regresó a mi lado para darme la más maravillosa noticia que había recibido en mucho tiempo.

-Tenemos una hora ¿está bien? –me preguntó con el rubor comenzando a extenderse por sus mejillas que en ese momento descubrí llenas de pecas.

Algo realmente adorable.

Para cualquiera que en ese momento nos estuviera observando le hubiera resultado mucho más sensato pensar que yo movía la cabeza porque tenía un enjambre de avispas dentro y no porque no podía terminar de convencerme de que esa jovencita que permanecía a mi lado refregándose las manos con nerviosismo estuviera dispuesta a mantener un furtivo y súper caliente encuentro sexual conmigo.

-Yo también tengo muchas ganas de hacerlo –susurró Florencia imaginando quizás que iba a ser rechazada una vez más. ¡Dulce y tierna niña!

Sus ojos brillaban con tanta intensidad que me pareció que se iba a echar a llorar, pero no, cuando pude salir de la parálisis momentánea provocada por sus palabras y moví la cabeza en forma aprobatoria terminó regalándome otra de esas brillantes y aceradas sonrisas que tanto me gustan.

-¿Vamos al cine? –preguntó con esa mezcla de pretendida inocencia y promesa sexual a punto de concretarse.

-Vamos –respondí con voz ronca.

Sin dudarlo y casi sin pensar en las posibles consecuencias de mis actos, acababa de poner mi cabeza en lo que me pareció el tajo del verdugo.

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La chica que atendía la boletería –a simple vista no mucho mayor que mi compañera de aventura- me miró de esa forma en que miran las mujeres cuando descubren nuestras verdaderas intenciones, pero me entregó el par de entradas para la función que había comenzado casi una hora antes.

En ese momento me sentía tan audaz que le acaricié la punta de los dedos buscando una complicidad que no necesitaba, pero que me hacía sentir bien, y aunque pueda parecer mentira, me sonrió como aprobándolo. Si algo me faltaba para terminar de ganarme su complicidad lo conseguí con un guiño que la hizo sonreír.

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La urgencia de Florencia no le iba en zaga a la mía y apenas si pudimos esperar a trasponer la puerta de la sala antes de arrojarnos uno en brazos del otro.

Para ser sincero, debo reconocer que quizás no estuve a la altura de las circunstancias, porque a pesar de mi supuesta experiencia me comporté con la torpeza de un principiante, pues si bien besar a alguien que usa aparatos de ortodoncia se convierte en una experiencia sumamente extraña, a mí en particular terminó resultándome muy excitante.

En el pasillo apenas iluminado por los agónicos reflejos de luz que llegaban de la pantalla, mi novia adolescente volvió a encoger el estómago para que mi mano pudiera, esa vez sí, alcanzar su sexo.

Cuando mi dedo mayor penetró en su vagina se colgó de mi cuello poniéndome al borde de hacerme perder el equilibrio.

El conducto, a todas luces muy poco usado, pero en ese momento muy caliente y extremadamente lubricado aferró mi dedo con la fuerza de una ventosa.

-Ojalá pudieras cogerme ahora –susurró Flo en mi oído con esa voz ceceante que tanto me excita.

Si todavía conservaba algo de control lo perdí al oír el desenfado con que pronunció esas palabras que tanto significaban para mí. Creo que nunca antes ni tampoco después de aquel día, las palabras Causa y Efecto fueron más representativas que en esa oportunidad.

Sin detenerme a pensar en lo qué estaba haciendo y dónde, la hice voltearse de cara a la pared y actuando como el predador en que me había convertido, le bajé, con un solo movimiento, los pantalones hasta los tobillos.

La bombacha, un minúsculo trocito de encaje, pareció deshacerse entre mis dedos cuando tiré de ella.

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A la letanía de ayes y quejidos de Florencia no tardó en sumársele el temblor de sus piernas que fue creciendo en forma directamente proporcional a cada centímetro de verga que se tragaba su vagina.

Para cuando terminé de metérsela mi ego me había elevado hasta alturas hasta entonces inimaginadas y en mi ceguera pasional terminé por perder el control de mis embestidas, que descontroladas, sacudían su menudo cuerpo como si en esos escasos minutos hubiera perdido su condición humana para convertirse en una marioneta operada por un titiritero loco.

Cuando todo parecía estar desarrollándose de acuerdo con mis más oscuros deseos, en el repentino final del la película la queja de Flor sonó con la misma intensidad de una bomba.

-¡Duele!- se le oyó decir con voz entrecortada.

Si después de sus palabras aún me quedaban dudas sobre el contenido del mensaje, la epidemia de toses y algún que otro nervioso movimiento de pies de las personas que allí estaban me hicieron saber que había llegado el momento de suspender momentáneamente lo que en vez de un acto sexual placentero para ambos parecía haberse convertido –al menos por mi parte- en uno de demolición.

Nos arreglamos la ropa como pudimos y salimos del cine a la carrera.

Mi corazón todavía no había recuperado su ritmo normal cuando Florencia volvió a sorprenderme al hacerme notar que todavía teníamos por delante una buena parte de la hora «feliz» que tan gentilmente nos habían concedido sus amigas para que pudiéramos «conocernos mejor».

Seguramente fue por eso que si en algún momento de esa maravillosa tarde se me hubiera llegado a cruzar por la mente, aunque más no fuera la mera idea de que podría estar aprovechándome de la juvenil inocencia de esa tierna adolescente que me miraba con los ojos muy abiertos y su acerada y deslumbrante sonrisa, la extrema sagacidad que puso en sus ceceosas palabras hizo que tal posible pensamiento quedara descartado para siempre de mi vida. Y aunque estaba convencido de que nada podría sorprenderme volví a equivocarme

-¿Dónde vamos? –nos preguntamos ambos casi a dúo.

Una prueba más de que nuestro encuentro no tenía nada de casual pero si mucho de causal.

Casi simultáneamente nos volvimos hacia la zona de estacionamiento donde mi 4x4 nos ofrecía la posibilidad de una aventura diferente.

El tiempo, aunque limitado, resultó suficiente para que tras cogérmela a conciencia ella me hiciera una de las mejores chupadas de pija de mi vida mientras yo le taladraba el culo con un par de dedos, y aunque en el momento culminante se atragantó, terminó pasando la prueba de su primera ingesta de mi leche en forma airosa.

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Ese primer encuentro con Florencia terminó marcando un antes y un después en mi vida amorosa y sin poder evitarlo -tampoco lo hubiera querido- terminé convirtiéndome en un adicto a ella.

Traten de no considerarme vanidoso cuando les digo que creo poder asegurar que a ella le sucede algo similar, y tal situación no obedece a mis cualidades viriles ni nada por el estilo, -ya les dije que soy un hombre común y mis atributos varoniles y mi capacidad amatoria son las normales- sino porque ella encuentra en mi una comprensión que piensa no poder encontrar en los chicos de su edad. Aquellos que peinan canas saben lo mucho que hay de cierto en mis palabras.

Creo que debo aclarar que a pesar de su excelente «predisposición», la experiencia sexual de Florencia es limitada ¡Algo que me agrada en demasía! No es ninguna come hombres y aunque no fui el primero al que masturbó, ni tampoco al primero al que se la chupó, por una cuestión de fechas sí fui el primero de gozar de esa hermosa boca en la que la abundancia de acero inoxidable la hace parecer un Terminator femenino dispuesto a devorarme la verga.

Cuando se lo hago notar, mis sagaces comentarios estimulan tanto sus sentidos que cuando me la chupa -chupar pijas le gusta más que comer, quizás fue por eso que nunca la invito a comer- pone tanto entusiasmo que a veces me hace temer por la integridad del menor de mis miembros.

El resto de sus cualidades sexuales se encuentra en etapa de desarrollo.

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Mecha, además de su mejor amiga es la más fiel de las cómplices, y es gracias a ella que podemos encontrarnos hasta tres veces por semana para que pueda cogerme a su amiguita.

¡Bah! en realidad es ella la que me coge a mi –al igual que todas las mujeres de la humanidad lo hacen con sus hombres- pero esa es una cuestión dialéctica en la que no pienso entrar.

Conociendo como conozco ya a Florencia no me caben dudas de que su amiga está al tanto, con pelos y señales de «todo» lo que hacemos y algunas veces cuando nos reunimos los tres a tomar algo la descubro mirándome como si estuviera evaluando mi resistencia.

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Mi novia adolescente se muestra cada día más enamorada y aprovecho esos momentos en que está particularmente receptiva para susurrarle en el oído lo mucho que me gustaría un «encuentro» con ella y su amiguita.

Entre gemidos y quejidos Florencia alguna vez me confesó que Mecha parecía tentada de unírsenos, pero invariablemente al recuperar el pleno uso de sus facultades me lo ha negado calificándome de viejo verde.

Por supuesto me lo dice con una sonrisa plagada del brillo acerado de sus aparatos manchados de semen.

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Llevábamos casi dos meses de «noviazgo» cuando tuve que ausentarme del país algunos días para asistir a un congreso de mi especialidad.

A mi regreso me encontré con diecinueve mensajes en el contestador telefónico. Diecisiete eran de Florencia, los otros dos de Mecha.

Para ese fin de semana cancelé todos mis compromisos familiares y el sábado al anochecer recibí por primera vez en mi departamento la visita de mi novia adolescente y su mejor amiga.

Aunque me sorprendió verlas cargando sus mochilas no tuve tiempo de preguntar a qué obedecía tal circunstancia porque Florencia se echó en mis brazos para besarme como si no me hubiera visto en más de dos siglos.

Recién cuando pude contenerla un poco me volví para saludar a Mercedes que no paraba de reírse por las muestras de efusividad de su amiga.

Cuando mi boca se acercaba a su mejilla ella se volteó poniendo sus labios en el camino.

Sorprendido me quedé paralizado.

Un instante después la intensidad de una mirada clavada en mi nuca me hizo volverme.

-Está bien, háganlo de una buena vez –susurró Florencia con un tono de voz que en esos momentos no pude identificar plenamente.

Mecha tembló un poco cuando mis brazos rodearon su estrecha cintura y enrojeció bastante cuando debido a la diferencia de alturas mi endurecida verga presionó entre sus minúsculas tetitas.

-Hola –le susurré con la mirada clavada en sus renegridos ojos.

-Ho...la –alcanzó a responder jadeando antes de que mi boca cubriera la suya en ese beso tanto tiempo demorado y que significó el comienzo de una vida nueva para los tres.