Estas preciosa durmiendo desnuda, ignorando lo que
esta apunto de pasarte.
Lo primero que ves cuando abres los ojos es el frío brillo de unas esposas y la
expresión mi cara más fría aun.
-Póntelas en los tobillos y que queden bien apretadas
Te presuras a cumplir la orden y quedar expuesta para mi. Con calma y cierto
placer te pongo un segundo par de esposas sujetándote los brazos tras la espalda
y me sigues mansamente hasta la puerta de la calle.
Aun es casi de noche y la calle esta desierta pero la vergüenza hace que te
quedes clavada en la puerta mirándome suplicante. Se que nunca lo has hecho, se
cuanto te cuesta así que me limito a mirarte a los ojos y enseñarte la llave de
las esposas.
-Dime ¿Es esto lo que quieres?
- No
- susurras bajando la mirada
Aun así te cuesta dar el primer paso y tengo que ayudarte sujetándote por el
brazo. Solo hay que cruzar para llegar al coche, y aun así no puedes dejar de
mirar a los lados, aterrada porque un algún vecino madrugador pueda verte.
Esposada, desnuda y con la cabeza baja, sometida a mi capricho. El aire frío de
la mañana y la excitación de saberte indefensa han endurecido tu pezones.
Te siento en el viejo descapotable sin decirte una palabra más. Sé que sospechas
a donde vamos, y que sabes porque tengo que castigarte.
Cuando salimos de la ciudad el sol empieza a subir y nos cruzamos con los
primeros trabajadores que se quedan mirando pasar el coche intentando saber si
la visión fugaz de una mujer desnuda en el asiento del copiloto ha sido real o
es que aun están medio dormidos. Mientras tú intentas hundirte en el asiento
avergonzada hasta que me obligas a reñirte para que te sientes recta. Hago que
el coche vaya más despacio para que te vean bien, para que te señalen y oigas
los comentarios sorprendidos y obscenos de los últimos hombres con los que nos
cruzamos antes de salir del pueblo y entrar en el desierto.
Donde mandan las serpientes y los escorpiones, las carreteras asfaltadas dejan
paso a los caminos polvorientos mientras que el sol sigue subiendo y el calor
empieza a apretar.
Estas sedienta y el sudor te cubre la piel pero ya sabes que no debes preguntar
pero se te escapa una mirada que lo dice todo, así que me compadezco y te
tranquilizo diciéndote que falta poco. Con una mano aguanto el volante, con la
otra acaricio tu coño peludito, comprobado que a pesar del miedo y la vergüenza
estás muy húmeda, tanto que has manchado el asiento. Con una sonrisa de
satisfacción me huelo los dedos disfrutando del aroma de tu excitación. El saber
que te mojas como una perra por estar indefensa y sometida hace que aun huela
mejor.
Por fin llegamos, ya conoces esa cueva en mitad del desierto, un sitio apartado
donde nadie nos molestara. Una gruta natural excavada en la roca por lo que en
otro tiempo debió ser un río subterráneo y que ahora no es más que un riachuelo
que serpentea por el fondo de la cueva de arenisca, tenuemente iluminada por la
luz que se filtra por una gran grieta.
Te cuesta andar con los tobillos esposados, es parte del castigo, pero en cuanto
llegamos te suelto las manos y los tobillos, dejando que te frotes la piel
dolorida, pero la libertad te va a durar poco.
En la cueva quedan los restos de alguna prospección minera fracasada, unas
viejas vigas de madera son las ideales para atarte con los brazos por encima de
la cabeza y los tobillos bien separados. Anchas tiras de cuero crudo que te
inmoviliza de tan manera que casi tienes que estar de puntillas.
-¿Sabes por qué hago esto?
- Sí, - susurras tímidamente y bajas la mirada, pero te cojo por la barbilla y
te obligo a mirarme a los ojos.
- Has abandonado tus deberes y yo he sido más paciente de lo que mereces.
Saco unas espuelas de plata y te las enseño para que sepa lo que va a pasar.
Antes de comenzar a pasarlas lentamente por tu piel. Haciendo la presión justa
para que sienta las puntas pero sin que se claven, la presión justa para que
sientas el riesgo de lo que podría pasar si aprieto un poco más.
Paso las espuelas por tu cuerpo como te acariciaría un amante cariñoso,
lentamente y buscando las zonas más sensibles.
Tu piel se eriza con el contacto del metal frío, por la forma en que las
espuelas van dejando pequeñas marcas de su paso. Tomándome mi tiempo para jugar
con tu pezones, mientras que tu gimes y forcejeas con las ataduras, hasta que
aprieto demasiado haciendo que te estremezcas y una única gota de sangre brota
junto a tu pecho. Me apresuro a recogerla con mi lengua, a lamerla junto tu
sudor salado que tanto me gusta y termino chupándote los pezones,
mordisqueándolos y estirándolos con mis dientes. Esto es una tortura también
para mi ¿Acaso crees que me gusta tener que castigarte? Pero no puedo dejar que
me consideres débil. Cuando me mires debe haber respeto en tus ojos.
Sigo pasando la espuela por tu vientre, haciendo dibujos secretos sobre tu piel,
rozando el vello de tu coño y pasándola por el interior de tus muslos, cada vez
un poco más cerca de tu raja. Preguntándote si voy a dejar que las púas toquen
una piel tan delicada.
Abandono la espuelas y te agarro del pelo para besarte, pero no hay amor en ese
beso, igual que no hay cariño en la forma en que mis dedos están ahora jugando
con tu coño.
Mientras que devoro tu boca, tirando un más de tu
pelo, los dedos se hunden sin piedad en tu coño ya empapado y caliente. Solo los
saco para palmear tu clítoris y apretar tu coño con fuerza, para que el placer
se mezcle con un poco de dolor.
Te desato y te llevo a una manta en el suelo, aun con las tiras de cuero
colgando de tus muñecas y tobillos.
Hoy no hay las caricias y los mimos que te habrías ganado si fueras una buena
sumisa. Hoy te monto sin piedad obligándote a mirarme a los ojos. Se que esta
indiferencia es lo que más te duelo. Que te dijera cualquier cosa, incluso que
te insultara sería mejor que el silencio. Pero a pesar de eso mi polla da
placer, te llena por completo, mientras nuestras pieles se rozan y nuestro sudor
se mezcla. Así, bajo el peso de mi cuerpo, no puedes resistir el orgasmo que te
recoré todo el cuerpo, mientras el eco de tus jadeos resuenan por la cueva como
si estuviéramos rodeados por una orgía.
Quedas vencida por el orgasmo, pero no voy a dejar que recobre el aliento.
Bruscamente de coloco a cuatro patas y te suelto un par de azotes que te dejan
el culo rojo antes de abrirlo para que mi verga se apoyé en tu ano. Durante un
segundo estoy tentado a meterla de golpe, solo para oírte gritar. Pero después
de todo no soy tan cruel, recojo los restos de tu orgasmo y lo uso para como
lubricante para penetrarte lenta pero firmemente. Al principio cuesta un poco
pero poco apoco se va abriendo paso, y me alegra de que apenas te quejes.
La penetración es lenta, no siento ninguna necesidad de hacerte daño, no quiero
estropear mi juguete. Muy lentamente voy acelerando, cada vez un poco más
profundo, dejando que te acostumbres al grosor de mi polla. Hasta que, casi sin
darme cuenta, mis huevos están golpeando contra tu coño. Solo te oigo gemir, es
entonces cuando sé que estas domada, entregada por completo a mi y al placer.
Te cojo por las tiras de cuero de las muñecas como si fueran riendas, haciendo
que te alces hasta casi quedar sentada sobre mis rodillas, aun con la mi polla
profundamente clavada en tu culo. Te acerco a la boca una cantimplora de agua
helada y bebes ansiosa dejando que el agua se escape entre tus labios y se
escurra por tu cuello. Tu cuerpo se vence hacia delante pero aun tengo bien
sujetas las ataduras de tus manos. Derramo el agua fría sobre tu espalda
haciendo que tiembles mientras que bebo directamente de tu piel. Para luego de
volver a follarte, esta vez más fuerte, más profundo, mientras que noto como
prietas los músculos como si quisiera atrapar mi verga, como si tuvieras miedo a
perderla. Haciendo que pierda el control cuando un fuerte orgasmo me azota,
derramándome en tu interior hasta quedar rendido sobre tu cuerpo aun
penetrándote hasta que recupero la respiración.
Cuando me separo, mi leche te escurre entre las piernas y te doy permiso para
que te asees en el riachuelo y te pongas algo de ropa. Te observo mientras te
lavas el sudor y el polvo. La forma en que tus pezones aun siguen duros y los
surcos que dejaron las espuelas empiezan a desaparecer.
Es un largo camino de regreso y te dejas dormir acurrucada en el asiento, igual
que cuando te saque de la cama esta mañana. Soñando con un sonrisa.