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Katie 002

en Grandes Relatos

Capítulo 5 - La verdad.

Estuve horas, que parecieron años y años que parecieron minutos, contemplando el cuerpo de mi amante, amada, esclava y ama. Todo eso me parecía. El corazón no cesaba de latirme furioso e ingrávido. Nunca había sentido nada parecido. En todo caso no era sexo. Mejor dicho, era sexo, amor, devoción y un vacío que me hacía dudar si lo perdería todo, si había algo que perder o si yo era la pérdida. Me había convertido en el esbelto cuerpo de Katie.

Cuando se rompió el hechizo y se despertó, supe que sentía mi mano de nuevo en su cintura. Se giró, me sonrió, me besó en los labios, con su sublime movimiento virginal y seductor.

-¿Estás bien? -me preguntó. Supe a ciencia cierta que era una alienígena. Ninguna mujer del planeta lo hubiera dudado.

-En el lugar más cercano entre el cielo y la tierra. De hecho, me quiero dirigir hacia otro punto entre tus piernas para comprobar si hay alguno todavía más próximo.

La alienígena desapareció y la antigua e irritante Katie planeó unos instantes entre los ojos de mi amada. Supe que algo no iba bien, nada bien. El trasfondo de dolor me resultó por primera vez evidente. ¡Qué mal había tratado a éste ángel! Empecé a llorar por ella y sobre todo mí, me sentí despreciable.

La alienígena volvió, me volvió a besar y como si todos los días se desayunase a futuras psicólogas sociales me dijo:

- Ya te has dado cuenta. Por fin. Ardo en deseos en disfrutar de mis labios inferiores, ni te lo puedes imaginar. Desdichadamente, ahora tocan los superiores.

Bien, una ración de femineidad en vena. ¿No es de lo que todos los hombres se quejan? ¿Demasiada cháchara? Nunca sentí más pena por el género masculino, aguantando generación tras generación el parloteo incesante de las hembras, ahora excitadas luego dolorosamente frías, sin posibilidad de pronosticar el próximo ciclo. Se disipaban incertidumbres, disfrutaba como una mujer, mi cerebro era masculino. Ni siquiera me quedaba el recurso del dolor de cabeza. Recordé lo que todo hombre sabe por instinto: haz como que escuchas, haz que parezca que te interesa. Mientras, la naturaleza seguía su curso entre mis piernas, rogando más de lo mismo. Caricias seductoras. ¿Tendría testosterona ahí? ¿Había algún caso documentado?

Nadie me había dicho nunca que conseguir sexo era tan difícil. Pobres chicos. Realmente los compadezco. Como táctica de distracción, volví a la imposible cintura.

-Cassandra, necesitaré tu ayuda -Katie interrumpió mis disquisiciones.

Estaba a punto de interrumpir, como un novio torpe, que era exactamente lo que era. Salvo en lo del género. Me contuve.

-Ya te conté la posición de mi madre. Está completamente loca. No sólo por promover una furibunda castidad en las adolescentes. Cree que ninguna mujer debe tener orgasmos salvo cuando esté casada.

Me puso un dedo en mis labios, para obligarme a estar en silencio.

-Estos dos días que he estado con ella, me ha tratado como a una niña de diez años. Y no sólo me pregunta que hago o si he tratado de estar con alguien. Me ha llevado de nuevo a una especie de sillón de ginecólogo, lo hace cada mes. Ha comprobado si sigo virgen y me ha colocado un nuevo dispositivo. Registra si me masturbo y tengo orgasmos. Ni te cuento lo de mi himen. Ya tenía uno instalado desde hacía cinco años. Sabía que me había estado masturbando unas pocas veces hace un año y me obligó a dejar de hacerlo. Acepté en su momento porque no sabía que hacer.

Incapaz de callarme, le quité su dedo mis labios. No sólo me resultaba atroz sino que me hacía sentir más culpable por mi placer.

-¿Es esto legal? ¿No se podría anular el dispositivo?

-Si lo hago, mi padre perderá todo.

-Entonces, ella no es tu madre natural -medio pregunté, sabiendo la respuesta de antemano.

-No, claro que no. Pero me ha educado desde muy pequeña. Mi madre murió en el parto.

-Lo siento, cariño. ¿Por qué perderá todo tu padre?

-Su cargo es muy importante y está vinculando a la rama conservadora. Hace unos años tuvo un problema de liquidez importante y fue mi madre-madrasta la que le ayudó. A cambio, él tuvo que entrar en la asociación. También le obligó a través de una de sus empresas a desarrollar el dispositivo que tengo implantado, el mío está en fase de pruebas. Y firmó un contrato legal por el que si yo no llegaba virgen al matrimonio o en estado de perfecta virtud, renunciaba a su carrera política y al capital generado desde el préstamo.

-No lo entiendo. ¿Qué edad tenías entonces?

-Diez años, más o menos. Pero no se trata de eso. Quiere cambiar las leyes sociales sobre la familia. Imagínate un adolescente ebrio que mata a alguien: el castigo sería para toda la familia.

-Es imposible que algo así sea votado nunca.

-Lo sé, lo sé. Y ella también, es un desvío de atención mientras se centra en otros temas. Castidad total es su máximo proyecto.

- ¿Cuándo quedarás liberada? -lo pregunté sin realmente querer saber la respuesta.

- Cuando me case o cumpla veintitrés años.

- ¿Debo entender que me tengo que casar contigo o esperar cinco años para comprobar tu clítoris? -aportando un sombrío humor a la situación.

-No puedo casarme contigo.

-¿Por qué no?

-Si me caso, debo tener al menos dos hijos con mi marido y mantenerme en la familia hasta que vayan a la universidad.

-Es imposible que eso esté en el contrato de tu madre, perdón, madrastra. -Mis esperanzas de cambio de sexo se desvanecían.

-No, no lo están. Pero me seguirá amenazando con desahuciar a mi padre. Ya te dije que está completamente loca.

-Deberíamos pedir asesoramiento legal.

-Lo he hecho varias veces. El punto débil está en el contrato que firmó mi padre. Y aunque me obliga a mí, en esa parte, es más a discrecionalidad de mi madrastra que por otra cuestión.

-Se llama chantaje. ¿Por qué te hace esto?

-Cree que debe salvarme. ¿Te suena?

Vi los ojos de la Katie desesperada. Quería llorar, por ella, por mí. Y mi parte masculina vino al rescate.

-Sé que no es ningún consuelo, ahora que ya ha pasado, pero me siento fatal. Te he tratado de manera deplorable. Me siento como egoísta, superficial y no sé como ayudarte.

Ella volvió a besarme y me dio una respuesta enigmática.

-Queriéndome.

 

 

Capítulo 6 - Todo o nada.

Es sencillo manejar una situación cuando no hay salida. Consiste en ir probando. Encontrar a Cassandra fue la solución. Para empezar, yo la sentía bella. Mucho más de lo que ella misma se creía. Y necesitaba una parte masculina a la que agarrarme. Una parte a ser posible sin pene, para no empeorar las cosas. Las dos noches que pasé en casa de mis padres las pasé cavilando. Como aperitivo o preludio de venganza decidí ofrecer el máximo placer a quién me rodease. A disfrutar de mi cuerpo al máximo, dentro de las limitaciones impuestas.

De Cassandra entendí que era mujer sin inhibiciones. Su parte masculina me aterrorizaba y a la vez podía ser mi ancla. No conocía mi sexualidad, no me habían dejado apreciarla. Me ilustraría a través de otros.

-Bien, Cassandra. Hay una regla que vas a tener que seguir. Vamos a orientarnos a tu placer. Quiero conocer tus fantasías. Puede que no siempre pueda seguirlas y como ya sabes no tengo a derecho a ejercer las mías. Va a contar sólo tu placer y voy a ser tu esclava, con las limitaciones impuestas.

No reacciona demasiado bien. Reconozco que es excesivo. Vuelvo al ataque, desplegando batallones. No sé por qué, siento que Cassandra piensa a veces en términos militares. Debe tener algún pariente en el ejército.

-¿Conoces los libros de Desmond Morris? -le pregunto, yendo al flanco masculino.

No contesta, desdeñando mi cuerpo desnudo, mis ansias, mi mente y mi alma. Exagero un poco, lo sé, aunque no tanto como creéis.

-Desmond Morris tiene un libro llamado Comportamiento Íntimo. Según él, los humanos buscamos intimidad en nuestras relaciones, y eso es exactamente lo que yo necesito.

-Y John Gray dice que el hombre desea proporcionarle placer a la mujer.

Su réplica se convierte en mi primera victoria, si no contamos que he dormido con ella, le he proporcionado intenso placer y todavía sigo desnuda. No entiendo su lógica cuasimasculina. ¿Si no desea estar conmigo a qué sufrir manteniéndome sin ropa? Cerebros masculinos.

-He sentido mucho placer. El coito no lo es todo. Como bien has podido apreciar.

Respondo abriendo más flancos en la batalla. Mi descripción adolece de realismo. Tomo nota mental de prepararme varios resúmenes sobre ello. ¡Qué difícil es contentar a tu amante!

-Um, no sé si es la respuesta de una devota amante. Está bien, te daré algo de margen.

-Podemos decir que estamos en paz. Tú no me has tocado y yo no he tenido un orgasmo. -Un buen despliegue a tiempo es lo que necesitaba me digo a mí misma.

-No podemos comparar ambas cosas. -contesta con inseguridad. Sacó la artillería.

-¿Ah, no? Veamos, yo ardo en deseos de masturbarme y tener doscientos orgasmos seguidos. Dime que no deseas acariciarme y has ganado. -Aquí ya juego con tanta ventaja que siento pena.

-Es cierto, quiero acariciarte. -¿Entonces, a qué esperas? Farfullo para mí misma. Me coge el pelo, con suavidad, como arrullándome.

-Si lo hago, no podré parar y a lo mejor tendrás un orgasmo. No nos lo podemos permitir.

Sus argumentos masculinos son realmente consistentes. Mis planes de batalla se desvanecen. Siento tanto pesar que me cuesta respirar. Y sin yo quererlo una lágrima surge de mi ojo izquierdo. Cassandra la recoge con una dulzura que yo siento como amor y decido no cejar. En un instante le bajo en pantalón y me enfrasco en su triángulo que está húmedo. La biología no engaña, al menos no demasiado.

Decido quedarme un rato largo, explorando la campiña, los recovecos, los huecos, limpiando las sustancias. No diré que me resultan especialmente agradables, creo que preferiría el sabor del esperma, algún día lo sabré. Sé que ella está disfrutando. Gozando sería más apropiado. Decido centrarme en su placer, en su ser. Así que continuo hasta que completamente saciada me obliga a parar.

-Ten piedad de mí o me volveré una ninfómana. Necesitamos unos límites.

Me relamo los labios, tratando de apreciar los sabores y los olores. También porque estoy ganando la guerra. Ya sé que si me repudian puedo ser una buena prostituta, una excelente concubina o una meretriz. Cassandra toma el mando y me ordena vestirme. Las instrucciones son claras, concretas y diáfanas o eso cree ella.

-Vístete de arriba a abajo, con algo que no atraiga la mirada ni siquiera de una manada de adolescentes hipersexuados. Antes dúchate y ni se te ocurra ponerte maquillaje o dejarte el pelo suelto. Vamos a cenar fuera, pagando yo, que soy el macho de la familia. Espera, no te duches aquí. Ve a la habitación de Sara y quedate un buen rato por allí. Quiero estar un rato sin tener que vigilar mi espalda. ¡Ah! Olvida eso de la vestimenta. Yo la escogeré por ti y la dejaré sobre tu cama, con unas bambas.

Salgo con una toalla bien grande envolviendo mi agotado cuerpo después de tantas y tantas escaramuzas. Mi sonrisa ilumina el pasillo entero. Sara se alegra de verme. Me enjabono pensando en mi cuerpo de mujer. Me siento espléndida ante el espejo.

 

 

Capítulo 7. Si las mujeres no hablasen.

Decido darme un baño. Antes, elijo un chandal, negro, grueso y áspero para mi hembra torturadora. No olvido coger un vestido corto, atrevido y sexy para mi. Sin ropa interior.

Al salir de las burbujas me seco con lentitud, aplico un buen aceite, froto con rigor y preparo el maquillaje. El vestido, lo último. He olvidado los zapatos. Salgo descalza y me encuentro a Katie leyendo en la cama. La parte superior del chandal le queda pequeña, sus pechos estiran la tela. Me sonríe. Ahora estamos en la guerra fría. Busco unos zapatos de tacón alto, no excesivos. No sólo no estoy acostumbrada, sino que la alienígena es capaz de convertirlo en un arma a su favor. La altura justa para realzar mis piernas, mis largas piernas. Dejo los pendientes para el final, estilizados y plateados, a juego con mi vestido rojo.

Echa una mirada galante y yo hago un giro de 360 grados como respuesta. Levantando la falda con el vuelo. Me coge por la cintura y salimos a gambetear.

Me gustaría decir que tuve el control de la situación durante la cena. Para qué engañaros: fue un completo desastre.

Si alguna vez queréis fastidiar a una amiga y destrozar su autoestima, no lo lograréis vistiéndola con un chándal. Conseguirá hacer que parezca atractiva. ¿Cómo puede hacerlo? ¿Fotones de belleza irradiando desde el interior? Después de eones de intenso análisis llegué a una conclusión: actitud, postura y sonrisa. Ese el secreto.

Me siento tan mal conmigo misma que decido centrarme en ella. Empiezo por lo último, así que la sonrío como respuesta.

-Me encanta tu sonrisa, Cassandra. -Ya estamos sentadas y pierdo la ventaja de mis piernas desnudas, escondidas tras la mesa.

-Y a mí la tuya, Katie.

-En eso estaba pensando. En mis labios jugando con tus labios, con todos tus labios.

Si existe un Dios en el universo, seguro que está de parte de ella.

-¿Eres una especie de maníaca sexual?

-Ahora que lo dices, sí. -mientras hace un gesto de asentimiento y vuelve a sonreír.

-Es debido a un pequeño problemilla que tengo con mis ancestros.

Además de bruta, insensible. Si sigo así, tendré que hacerme monja, mejor prostituta. Que elija el cliente.

-Disculpa, sólo es que estoy nerviosa.

-¿No te has relajado lo suficiente? ¿O resultan insatisfactorios mis servicios? -El alien ataca de nuevo.

-En absoluto. Sobre el particular mi satisfacción es plena. ¿Podemos hablar en serio?

Brota de nuevo una cautivadora sonrisa.

-Yo estaba hablando en serio. Está bien. Hagamos un reparto de jerarquías. Yo me ocupo de tu pene virtual y tu del resto.

-Me parece bien, salvo en un pequeño detalle. No tengo pene.

-No me refería a nada físico entre tus piernas, sino a tu cerebro.

Otra vez estoy a punto de rendirme. ¿Qué sera de mí cuando lleve un mes sorbiendome? Los sesos y eso otro.

-¿Pretendes hacer algo más con tu vida? ¿O vas a ser ama de casa?

-No lo tengo decidido. Fluyo, nunca mejor dicho. ¿Crees que sería una buena ama de casa?

Necesito una madriguera y una cabeza de avestruz, me digo a mí misma. Ese es el momento de la rendición incondicional.

-Ahora soy yo la que necesito ayuda.

-Estupendo. Me va el papel de hombre. Y me gusta tu papel de chica atractiva y sexy.

-¿Cual es tu intención? -requiero sin fuerza alguna.

-¿Te refieres a ti? ¿Al sexo? ¿A mi futura vida monástica?

-A todo.

No sé si nota mi irritación.

-Vale, no te molestes. Trato de crear una máscara de seguridad que no tengo. Casi prefiero estar desnuda que contarte esto.

-Yo no tengo dudas, te prefiero desnuda.

¿Existe un salvavidas dónde agarrarse?

-¿Y cuál es el problema? Si tú disfrutas y yo acepto.

-Me siento como el más vil de los gusanos, aprovechándose de la doncella virginal.

Katie extiende la mano y yo extiendo la mía. Ternura sin sexo. Por fin, algo femenino dónde esconderme. En ese momento, disfruto de la sensación de mis piernas desnudas y me compadezco de ella en su vestimenta opresiva. ¿Por qué le hago esto? Va a empezar a hablar y me adelanto.

-Sin contar, hablando de seguridad, con mi burda manipulación. El chandal y mi vestido. Hacerte esperar. Yo sí que me siento insegura. Para describirlo mejor: aterrada. No te mereces todo esto. Quiero que sepas que te admiro. Y que considero monstruoso lo que te han hecho.

Con un gesto, paro el inicio de su réplica. Tengo un nudo en la garganta y continúo.

-Eres bella, amorosa, seductora y mágica hasta en un chandal asqueroso. Me encanta tu sonrisa. Y quiero tus labios otra vez besando todos mis labios. Aunque sólo disfrute yo.

Katie no me deja seguir hablando. Y en su rol de hombre viene a besarme, por suerte para mí estamos en el restaurante y sólo lo hace como en el cine. Quiero decir arriba y no abajo. Ahora surgen mis lágrimas femeninas, suelto tantas lágrimas de amor, de compasión y de frustración por ella que necesitaría una docena de manteles. Y todo esto más que simbolizar una ruptura es un beso de unión. Asumo que va a estar conmigo, mi responsabilidad va a ser cuidarla. ¡Qué crueldad! Obtendré el placer de ambas. ¿Qué puedo darle a cambio?

El hombre virtual en la mesa se decide a hablar.

-Sé lo que piensas. Sí, es injusto, asimétrico, perverso. ¿Prefieres que esté sola? ¿Que me recoja un chico calenturiento y en un desliz me excite o me penetre? No me importa que disfrutes, te lo mereces. Y espero que te sientas libre de irte con otra chica o chico. No quiero fidelidad o nada parecido. Lo que necesito es una ama, rígida y comprensiva, al mismo tiempo. Alguien que me ponga límites reales, yo no creo que pueda hacerlo por mí misma. Alguien que me enseñe como se disfruta, que comparta conmigo esta maldición. ¿Hasta dónde puedo llegar? Prefiero que lo decidas tú.

- ¿Por qué yo? La universidad está llena de gente. -¿acaso hay todavía esperanza? pienso vagamente.

- No dabas tu brazo a torcer, te peleabas conmigo. Quería saber si te atraía. Eres bisexual, más a mi favor. Tienes una parte dominante, con resquicios femeninos.

En otro contexto, me hubiera sentido insultada. Ahora percibía que volvía a jugar conmigo.

- ¿Resquicios, eh? Soy una hembra atractiva

- Salta a la vista. A mí me gusta tu cerebro masculino, como ya te dije.

- Katie, es muy muy peligroso.

- ¿No lo es menos quedarse sin hacer nada cinco años?

- ¿Y pasarme a mí la responsabilidad? ¿Eso no cuenta? No creo que tenga la personalidad adecuada. Buscas un amo, un dominador.

- Lo he pensado. Quiero que seas tú.

Y por una vez, la última palabra la tuvo un chico.

 

Capítulo 8. En la nevera.

Nos despedimos con un beso. Por mi parte, un beso ardiente. Por el suyo, un mal intento de jugar al escondite. Decido quedarme en la habitación de Sara. Le he pedido a Cassandra que se lo piense antes de tomar una decisión.

La pobre Sara no tiene la culpa de que una mujer frágil e insegura la despierte a medianoche. Para mas inri, le pido que se acurruque junto a mí. Prefiero no dormir sola. No me he quitado el irritante chandal. Toda mi ropa está en la habitación de al lado.

La tarde siguiente, nos encontramos en el pasillo. Cassandra nota que llevo el mismo chandal de la noche anterior. Ni siquiera me pide disculpas. Más tarde me lleva a la habitación de Sara, un vestido, unos tacones, una toalla y el cepillo de dientes. Nada más. No digo nada. Si le doy tiempo y espacio para deglutir, rumiar y escupir, puede que acepte.

Pierdo la esperanza, los días van pasando. Mis libros ya están en el nuevo asilo, todavía prefiero no considerarla mi habitación. Todas las noches recibo mi vestuario para el día siguiente. El mensaje es evidente: nada de ropa interior, sólo vestidos o faldas y tacones. Es mi único contacto con el malévolo cerebro masculino de Cassandra.

Me cuesta estar sin la protección de la ropa interior. Todo el mundo se da cuenta. Los vestidos son demasiado finos y cortos. Las faldas tienen demasiado vuelo, lo que me vuelve más precavida a la hora de girarme. Los tacones no son excesivos, sin embargo realzan mis piernas, siempre expuestas y según aprendo a percibir, admiradas. Hay una sutil diferencia entre elegir mostrar tu cuerpo un día, a no tener nada que decir sobre el asunto. Los chicos, naturalmente, están encantados. Aunque algo parece retener sus manos en sus bolsillos. Cassandra debe estar propagando infamias sobre mi, algunas repletas de detalles escabrosos y fidedignos para los oyentes.

Estoy casi siempre excitada. Nadie me toca, a veces ni me miran. No importa. Todas las noches pienso en el vestuario que ha sido depositado en mi cama. Un día, el top deja un buen escote, otro, la falda es tan ajustada que se sube sola al caminar.

Sara está entre alucinada y divertida por el juego entre Cassandra y yo. No es tonta, y no sé que se imagina. Agradezco que sea tan comprensiva. Duermo desnuda junto a ella, prefiero no dormir sola. Cassandra no me ha dejado un pijama y supongo que no quiere que lo tenga. No parece que a Sara le resulte un problema. Y eso que no he encontrado un cerebro masculino entre sus orejas. Tampoco es que sea una monja. En ocasiones me acaricia los muslos, los brazos o el pelo. No sé si es buena idea. Puede que Sara y Cassandra están coordinando fuerzas. He decidido que mi actitud sea pasiva, sumisa y confiada. A lo mejor lo de convertirme en ama de casa es una buena idea.

Necesito estar ocupada y hacer ejercicio cuando no estoy en clase o en la biblioteca. Hay actividades limitadas por los tacones y los escasos umbrales de mis vestidos. Después de humillantes y fallidos intentos en el gimnasio, en el aula de yoga y en la pista de atletismo, termino practicando Tai Chi. Debo ser la única mujer del planeta que lo hace con tacones.

A mi profesor no parece importarle. Creo que le encanta observar mi cuerpo, en esa danza lenta entre giros de cadera, pechos oscilando, pies y talones apenas tocando el suelo. Sin dejar de ser profesional, creo que acabó tocándome todo el cuerpo salvo las piernas y el pecho, corrigiendo errores, mejorando posturas o reforzando articulaciones. Si algún hombre está leyendo esto y necesita una excusa para tocar a una mujer en las nalgas o en su pubis, os puedo dar su teléfono.

El otro ejercicio al que me he habituado es el de caminar. Mis tacones parecen crecer solos por arte de magia y las caderas y los glúteos se elevan más. No tardo en acostumbrarme a ello, a mi pesar. Las faldas acompañan con su vuelo rasante y los pechos no desentonan. No tengo más remedio que acostumbrarme a sentirlos sueltos y libres, entre bamboleo y bamboleo.

Creo que Cassandra obtendría empleo en la CIA a poco que lo intentase. Empiezan a rodearme multitud de mujeres, comprensivas y afectuosas. Ningún hombre se acerca, ninguno deja ya de mirarme.

Al cabo de un mes, me canso de bamboleos. Esa noche, lloro en el hombro de Sara. La mañana siguiente hay un sobre junto a mi vestido.

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