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Historia del Chip 042 — Terapia — Kim 017

en Dominación

Historia del Chip 042 — Terapia — Kim 017

La rutina se había aposentado en ambos a la vuelta de Córcega. Roger parecía algo desganado y Kim sintió que algo se apagaba entre ambos. Esa había sido la razón para consultar con una psicóloga. Mariona resultó ser tan estricta como su propio amante. Parecía comprender lo importante que era para Kim llevar la sumisión a otras áreas de su vida.

Fue la terapeuta la que sugirió que volviese a llevar pinzas a la hora de dormir. Kim fue con Roger a comprarlas. Escogieron entre los dos, bien asesorados por una preciosa coreana. Las pinzas metálicas soltaban un chispazo tanto a la hora de colocarse como al ser retiradas. Únicamente por la parte interior como bien pudieron comprobar ambos. Si bien la corriente no era excesiva, a duras penas contuvo Kim las manos a los lados. La del clítoris le resultó peor, a pesar de ser menos potente y de menor tensión. Roger ya tenía su erección, tan habitual en otros tiempos y allí mismo descargó el semen en la boca de Kim. Creyó saber en ese instante, mientras saboreaba y engullía el líquido grisáceo expulsado a borbotones, lo que había faltado: más iniciativa por su parte. Esa noche, ya en casa, cuando se puso las pinzas, durmió feliz. La mañana siguiente le costó concentrarse en el trabajo: el roce del tejido con los pezones no la dejaba tranquila.

La terapeuta estaba muy satisfecha con el cambio acaecido, explicándole lo importante que sería en la relación entre ambos la nueva conexión: le bastaría quitarle o ponerle las pinzas. Kim le comunicó sus temores sobre la resistencia de su piel. La terapeuta riéndose le dijo que eso no importaba demasiado: siempre se podría restituir con una operación. Esta vez con órganos más sensibles. 

Y Mariona tuvo razón. Roger y ella volvieron a compenetrarse, a salir frecuentemente, bordeando los límites. Kim no tenía ningún tipo de inhibición respecto a su vestimenta o a la hora de ofrecer su cuerpo. Bastaban unos segundos para estar desnuda y con las pinzas colocadas. La electricidad era tanto estímulo como agonía, mezclándose difusamente.

*__*__*

Transcurrieron unas semanas. Roger aparecía más feliz. Se encontraban más a menudo, en muchas ocasiones con más gente. No importaba: buscaban un lugar discreto, ella se quitaba el sucinto vestido y sacaba del bolso las pinzas. Habían terminado comprando unas simples, sin descarga eléctrica. Roger comentó que no quería que se acostumbrase. Debió haber hablado con la terapeuta o se asustaron ante su adicción.

Kim le colocó las pinzas en la mano, invitándole a que se las pusiese. Se había convertido en un ritual solemne y meticuloso. Nada parecido a lo que hacían en Córcega. Roger siempre empezaba por la de abajo, mientras que ella cuando se iba a dormir sola se colocaba primero las de arriba. Le costaba bastante encontrar el clítoris entre tanto pliegue húmedo así que determinaron que Roger estiraría la piel hinchada hasta que ella cerrase ligeramente las piernas, indicando así el punto correcto. Con la otra mano y sin inmutarse lo más mínimo colocaba el temido artefacto en el botón hinchado y solícito de su amante. Descubrieron con la práctica lo mucho que les excitaba a ambos. Derramaba su líquido casi en cuanto llenaba la boca de Kim. Por ello, los prolegómenos eran los pezones enhiestos, que parecían pedir las pinzas con ansiedad. Excitada por las caricias, las puntas agradecían por fin recibir un contacto humano, como contraste al lento transcurrir de las noches, encerrados en metal, al molesto roce del tejido durante el día y el constante anhelo de ser toqueteados. Agradecida, apreciando la excitación de su amante, no le importaba el dolor que sentía entre sus piernas, su clítoris impedido de responder a la pasión de sus pechos. Sabía lo mucho que suponía para Roger, lo manifiestamente agitado que estaba. Había sido la terapeuta la que le explicó el motivo: deseaba una amante genuinamente dedicada al placer de él, no como intercambio. Si su propio placer interfería en la relación debería ser anulado. En cambio, el dolor que sufría era la otra cara de la moneda. Una renuncia explícita a su propio deleite y una búsqueda incesante de dolor genuino era el camino de ser parte de la vida de su amante. Y una extraña forma de sentir otro tipo de placer.

Volvían a la barra del bar o a la cena con los amigos plenamente satisfechos. Él, todavía sintiendo en los dedos la forma de los pechos, la cintura y los muslos de su amante. Ella, caliente a más no poder, el clítoris nuevamente dolorido, ahora sin ni siquiera la anhelada corriente de la pinza al ser soltada. Los pezones hinchados al máximo e imposibles de ocultar, siempre velados por una tela demasiado ligera y avergonzados por no haber sido acariciados lo suficiente.

Se consumía por el deseo, debajo de las sábanas, desnuda salvo las pinzas, necesitada de las manos y del falo erguido de su amante. Un día, incapaz de dormir le llamó, suplicando que viniese. Roger le indicó que estaba acompañado. Se podía acariciar los muslos como mal menor. Muerta de envidia por la acompañante de Roger, imaginando su placer, se masturbaba los lisos muslos, agradecida de poder sentir la suavidad, tratando de sentir como su amante. Deseaba llegar a los labios verticales tan solitarios o tocarse la pinza del clítoris, algo que no tenía permitido hasta levantarse por la mañana.

*__*__*

La vida se aceleró para la maltratada Kim. Más exigencias, menos tiempo. Más excitación, menos descanso, aunque hallaba cierto reposo en terapia. Se le concedió el deseo de llamar por su nombre de pila a su terapeuta. Mariona consideró que más que terapia las sesiones podían considerarse una extensión de su vida sexual y le dio el certificado añorado aunque Kim seguía sin entender por qué era necesario si con una palabra de Roger hubiera bastado para dejar la terapia.

Mariona le sugirió seguir con las sesiones a título particular y por su propia voluntad, si Roger estaba de acuerdo. Profundizarían sobre los estados mentales y las emociones que sentía. Si accedía, Mariona deseaba someterla a una serie de experimentos. Podía considerar que tenía dos amantes: el primero le sometía a su voluntad, su obsesión era el control físico de su cuerpo. El segundo o la segunda, mejor dicho, le mostraba el camino del control emocional con las sesiones improvisadas en la oficina. Ella le ofrecía la posibilidad de explorar en su mente. En cuestionar, analizar y proyectar nuevas fantasías. Nueva maneras de desnudarse, de ofrecer más placer, de ser mejor amante y mejor esclava. 

No habría sexo entre ellas o al menos no sería convencional. Y Kim debía comprometerse por períodos mensuales. Sólo Mariona tendría derecho a interrumpir las sesiones cuando quisiese. Esa pequeña asimetría, tal y como lo dijo, era por la exigencia que se le impondría. Habría momentos que podría sentir tentaciones de abandonar. Por eso, solo se le dejaría decidir una vez al mes. Eso no se interpondría en su futura amistad, de la que se sentía profundamente orgullosa. Le recalcó que habría sexo, sobre todo para ella, no para Kim, aunque ciertamente nada de orgasmos, debido al chip.

*—*—*

Ese día Kim vestía de gris azulado, falda a mitad de los muslos. Larga para su vestimenta típica, blusa algo traslúcida y ajustada, los pezones irritados casi desde el principio del día. Para colmo, Lin no los había acariciado en todo el jornada, aunque se adivinaban en la blusa sin buscarlos demasiado. Se había enfadado cuando había ido a tomar el café, pues no encontraron mesas libres y se sentaron en los taburetes de la barra. Kim no había recordado levantarse la falda y posar sus nalgas desnudas sobre la dura madera. Cuando reaccionó, al ver su mirada, corrigió al instante. No podía saber si estaba mirando alguien, aunque revisó a través del espejo infructuosamente. Con sus posaderas aposentadas y en contacto con el rígido material, pidió perdón. Lin miró a los pezones perfilados y Kim asintió. Nada de toqueteos en esa zona. Se maldijo a sí misma por su descuido. Con la falda más larga de lo habitual se podía observar como quedaba doblada al no ser lo suficientemente amplia. Lin no perdió su habituales ganas de hablar, Kim supuso que no le había parecido importante.

*__*__*

Cuando llamó al timbre, le intrigó como viviría Mariona. Los encuentros sería en su casa, otro cambio en la relación entre ellas. Abrió espectacular, envuelta en un camisón corto y tan poco opaco como su propia blusa. Descubría y ocultaba. Nunca la había visto tan sensual. Agachó la vista, sin realmente saber si tenía derecho a contemplarla. Mariona le levantó la barbilla.

—No seas recatada. Hoy te dejaré mirarme un rato. ¿Cómo es que no te has desnudado todavía?— le preguntó. Al ver la mirada de desconcierto de Kim, cayó en la cuenta.

—Es verdad, no te había dicho nada. ¿Ves esa caja trasparente a la izquierda?—  Kim se percató de qué se trataba... pero estaba por fuera. ¿Iba a dejar su ropa allí?

—Se cierra si pulsas dos veces en esta pestaña. ¿Entiendes? Así queda bloqueada— le explicó. —Voy a por la llave y te la abro de nuevo.

Kim aprovechó para quitarse la falda y la blusa, esperando por si los tacones debía de mantenerlos. Cuando volvió Mariona le indicó que debía dejar todo incluyendo el bolso y los tacones. Salvo el móvil por si lo necesitaba.

—¿Y las pinzas?— preguntó Kim.

—Naturalmente que debes llevarlas contigo. ¡Dónde tendré la cabeza!— contestó Mariona.

Kim las extrajo del bolso, junto al móvil y depositó lo demás con cuidado en la caja. Notó el clic que bloqueaba la cerradura y se levantó. Cualquiera que llegase a la casa vería su ropa y su bolso. No lo entendería, imaginó. A la salida ya no le quedaría duda a quién pertenecía. La cajita estaba colocada bastante alejada de la pared, era imposible no fijarse en ella. Mariona le marcó una regla.

—Siempre que vengas te desnudas aquí fuera. En el orden establecido de arriba a abajo, tacones lo último. Depositas todo en la cajita, salvo lo imprescindible y te aseguras de que quede bien cerrada. Luego puedes llamar. Si no hay nadie en casa, esperas de pie de cara a la calle. Tranquila, estás bien protegida por los setos, salvo que venga visita. Sobre todo alguno de los amigos de mis hijos.

—¿Hijos?— preguntó Kim. La primera noticia que tenía.

—¿No te había hablado de ellos? Angelina y Yann. Ella tiene veinte y él dieciocho. Les dije que venías y están dentro. No te asustes, que no muerden— añadió al ver la cara pálida de Kim.

—Pero... estoy desnuda— tartamudeó.

—Claro. Siempre que estés conmigo será así. No vamos a cambiar esa tradición. Salvo si salimos a cenar fuera algún día... en cuyo caso espero que me dejes escoger tu vestimenta. Para casa, tienes un par de zapatos.

Kim ya se estaba arrepintiendo de haber aceptado la proposición de Mariona. ¡Y tenía un mes por delante!

—Me va a resultar muy embarazoso— expresando su disconformidad en el tono neutro exigido. Escondió las pinzas todo lo que pudo dentro de la mano.

—Sí, puede que tardes un tiempo en acostumbrarte, pero es necesario para tu educación. Recuerda que Roger se siente muy orgulloso de tus progresos. Y yo también. ¿Alguna cosa más?

 Mariona sonreía ante la reluctancia de Kim, pero estaba segura que las manos se quedarían a los lados, pasara lo que pasara.

—¿Por qué tengo que estar desnuda?— preguntó Kim, arrepentida en cuánto las palabras salieron de su boca. No tenía derecho a cuestionar las acciones de Roger, Lin o Mariona. Sus preferencias o gustos. En cambio, debía siempre analizar y reflejar sus procesos internos. Mariona fue gentil.

—Bien, por esta vez, pasaremos por alto tu pregunta. Quería decir cómo te sientes. ¿Alguna incomodidad aparte de la aprehensión por estar desnuda?— le preguntó Mariona quitándole importancia a la ausencia de ropa. Kim siempre debía contestar de manera directa, sin subterfugios y explícitamente.

—Los pezones los tengo muy irritados. Deseo que me los acaricien.

—Bien. A ver si podemos encontrar una solución. Ahora para adentro sin más dilaciones.

En el hall había un pequeño estante bajo, con unos zapatos trasparentes y un joyero. Mariona le indicó que dejara allí su móvil y se pusiera los zapatos. Por delante tenían una plataforma de treinta centímetros y por detrás el tacón aparecía larguísimo, prolongando las piernas indefinidamente. Al ser todo el conjunto completamente trasparente, la suela de los pies se podían observar sin reparo, lo que todavía parecía alargar más las piernas. Kim se sintió más desnuda que nunca. Los pies quedaban casi en vertical. Se acordó de los taconazos terribles de Córcega. Una vez colocado el tacón derecho, le fue imposible ponerse el izquierdo como solía hacer. Los músculos de la pierna derecha no eran lo suficientemente fuertes. Mariona le indicó que para estos zapatos era mejor que se inclinase para colocarse el segundo. Alternaría lado en cada ocasión. Kim siguió las instrucciones. Notó como su culo sobresalía y se elevaba fuertemente. Lin hubiera disfrutado, eso seguro. Los dedos de los pies le dolerían en un rato, pensó mientras buscaba algún tipo de sujeción. Mariona abrió el joyero y sacó unas cadenas finas, de muy buen gusto. Blanquecinas, con reminiscencias grises como de plata. Mariona se agachó y comenzó a ajustar una. Era demasiado ancha. Con unos alicates o algo parecido, soltó varios eslabones. Volvió a probar y la cadena ya quedó bien. Entonces sacó otra cadena que se enganchaba a la que rodeaba al tobillo. La llevó hasta el dedo gordo del pie, visible detrás del plástico. Resultó que existía un minúsculo agujero cerca de la zona donde las zapatillas llevan el agarre. Kim no comprendía del todo el mecanismo. La cadena surgió por otro agujero ligeramente más adelantado. La arrastró suavemente hasta el tobillo. Quitó todos los eslabones que consideró oportunos y la sujetó también a la cadena principal.

Realizado el mismo proceso en el otro pie, Kim comprendió que a partir de ahora ya sería muy fácil enganchar y desenganchar las cadenas, una vez dispuestas con la longitud adecuada. El plástico ya no se deslizaría. Mariona le explicó que al día siguiente encargaría las cadenas definitivas que llevarían unos engarces para mayor comodidad. Le ayudó a llegar hasta el espejo dónde pudo contemplarse. Las piernas aparecían más sensuales que nunca. Seductoras a más no poder.

Le dijo que sería largo el entrenamiento hasta alcanzar la perfección con este calzado. Estaba completamente segura de que lo conseguirían si ponían el empeño adecuado. La conminó a alejarse. En el reflejo de un espejo cercano, los pies parecían flotar. Kim pudo apreciar que el tacón trasero llevaba una especie de aguja en el interior del plástico. Desde arriba hasta casi el extremo del tacón estilizando el pie. A dos metros ya casi no se distinguía el plástico, solo las partes metálicas. Como si sólo llevase un clavo desde el talón hasta el suelo, una cadena en el tobillo y otra hasta el dedo gordo. Era ilusión, ningún pie se podía sostener así. Pero también era enormemente sexy.

Mariona sacó más cosas del joyero. Unos pendientes que consistían en unos pequeños aros, culminados por una cinta negra y alargada que culminaba pasados los hombros. Mariona se los puso con cariño y dijo en tono medio formal.

—¿Ves? Ya no vas desnuda. Ahora ya puedo presentarte a mis hijos.

Los llamó. Y no tardaron demasiado en salir, lo que le hizo sospechar a Kim que la estaban esperando. Angelina se parecía a su madre: esbelta y estilizada. Algo más alta. Detrás le seguía Yann, que tenía una altura parecida a pesar de tener dos años menos. Kim comprendió de inmediato que sus pechos quedaban casi a la altura de los ojos de todos. A efectos prácticos, sus tetas se elevaban para facilitar la visión. Era diabólico. En unas cuantas visitas, conocerían sus pechos mejor que ella misma. Sin esfuerzo de ninguna clase, sabrían cuán duros y extendidos estaban los pezones o como oscilaban de lado a lado las ubres. Si no estaban bien echados hacia delante o no los había expandido lo suficiente.

La primera visión de los dos adolescentes fueron los globos de carne delanteros y excitados que tanto le gustaban a Roger. Y así sería para cualquiera que viniera a visitarlos. Bastaba que tuviera estatura media.

Los dos estaban bien educados y no trataron de tocarla, pero le dieron un repaso visual en toda regla. Kim no sabía que hacer exactamente. Roger siempre le decía que la primera impresión era importante. Quería que la viesen como una persona sumisa, complaciente y deseosa de ser contemplada. No iba a ser difícil en esta ocasión, ni en ninguna otra si llevaba estos zapatones de cristal.

Ninguno de ellos llegó a mirarla a los ojos. Hubiera supuesto levantar mucho la mirada, resultaba mucho más cómodo mirar al frente o algo hacia abajo. Kim supuso que tenían indicaciones al respecto.

—Es preciosa, mamá. Como dijiste.

Esta era Angelina.

—Sus pechos son perfectos.

Yann, naturalmente. Kim siguió con la barbilla alzada, los hombros hacia y el estómago encogido en su postura habitual. Estaba tan excitada que creyó que se iba a desmayar.

—Me alegro de conocer a tus hijos, Mariona. Son encantadores. Tienes una hija guapísima.

—¡Lo sé, lo sé! Chicos, poned la mesa. Kim, mientras tanto... ¿Te indico dónde está el baño?— preguntó Mariona

—Mejor me acompañas, si no te importa. Todavía no creo que pueda andar sola en este atuendo—reconoció sin tratar de engañarse a sí misma y aparentar una fortaleza de la que carecía.

—Claro, te indico dónde es. Espera un instante. Angelina. Ve preparando lo que falta   de la ensalada. Yann, puedes contemplar sus pechos durante la cena. Y por favor, tened paciencia. Igual tardamos un rato.

Mariona esperó a que sus hijos se fueran antes de indicarle a Kim como debía andar con los nuevos zapatos. Lo mejor sería levantar bien la pierna, hasta que el muslo quedase casi horizontal, sesenta o setenta grados por lo menos. Luego llevaría la pierna hacia delante lentamente y apoyaría los dedos de los pies, o mejor dicha la plataforma elevada para luego apoyar el tacón. Si no alzaba lo suficiente el pie, tropezaría. Con la práctica no le resultaría tan extraño.

Kim cumplió a rajatabla y comenzó a dar cautelosos pasos, con la mano de Mariona agarrándole el codo para servirle de apoyo. A la puerta del baño, sonrió mostrándose satisfecha de su logro.

Hizo sus necesidades y se lavó las manos y la cara. Después de pensarlo un momento, humedeció la toalla y se la paso por el cuerpo, para quitarse el sudor. Hizo hincapié en los pechos, las nalgas y los muslos. Le resultaba extraño sentirse tan alta. Sin dejar de mirarse en el espejo, dio cuatro pasos. Los pechos acompañaron a las piernas, las nalgas también. Se dio la vuelta y comenzó de nuevo. Con cada paso, el pecho saltaba actuando como un imán para las miradas. La nalga del mismo lado se encogía para volver a sobresalir. Cada muslo se mostraba alternativamente seductor y alargado. Las caderas iban y venían de lado a lado. Probó subiendo menos el muslo. La altura que tenía que subir era evidente. La acostumbrada con sus tacones sumándole la altura de la plataforma y algo más por precaución.

Salió del baño. Mariona seguía allí. Hizo un ademán para ofreceler el brazo y Kim, agradecida, se agarró a él. Consciente de cada paso y del espectáculo, siguió a su amiga para ser devorada por sus hijos.

Fue una cena muy agradable dadas las circunstancias. Dos a cada lado de una mesa alta y estrecha, típica de las cocinas. Sentados en unos altos taburetes. Angelina se puso a su lado y la ayudó a encaramarse y sólo cuando la vio bien colocada, se permitió acompañarla. Todo era un problema, la plataforma por sí misma no hubiera sido suficiente agarre en la barra metálica del taburete. Terminó por colocar un pie bien ajustado a una de las esquinas donde su juntaban la barra horizontal baja dónde suelen ir los pies con la barra vertical. El otro pie terminó en el suelo, la punta de la plataforma era lo único que mantenía el contacto. Por suerte, parte del peso se lo llevaba parte de una cadera apoyada en la mesa. Cuando se cansaba cambiaba de pierna.

Lo malo era que la postura era un terriblemente erótica. La típica pose de la playmate de la revista, muslos en diagonal, una pierna extendida, la otra doblaba. Por si hacían falta más elementos turbadores, Yann estaba sentado enfrente. Al ser la mesa tan estrecha, a duras penas cabían dos platos enfrentados, los pechos estaban peligrosamente cerca del muchacho. Cada vez que levantaba la mirada, al recoger un poco de arroz o cualquier otra cosa, iba directamente a los pechos que tenía a menor distancia que su brazo.

Mariona rompió el hielo cuando le preguntó si sabía de qué color eran los ojos de Kim. Los cuatro rieron un buen rato. Angelina fue la primera en atreverse a curiosear.

—Mamá, ¿Nos explicarás por fin por qué tiene que estar desnuda?

—No va desnuda, va ataviada de manera sexy— replicó Mariona burlona.

Y un cuerno, pensó Kim. A ver como sales de ésta. Por muy buena terapeuta que fuera, no se imaginaba ninguna manera de explicarle algo así a sus hijos, si algún día los tenía.

—¿Tú que crees, Yann? ¿Va desnuda?— preguntó Mariona. Yann, no tardó ni medio segundo en responder.

—No, mamá. Lleva unos zapatos de escándalo y unos pendientes preciosos. Además de las cintas negras que cuelgan. Es el vestido más sexy que he visto jamás.

—¿Ves, Angelina? Tu hermano tiene muchos horas de pantalla, de cibersexo, a sus espaldas. No está desnuda, va sexy —aseveró la madre, con semblante serio. Se giró levemente para hablar con Kim

—Kim, debes perdonar a mis hijos, si es que te has sentido incómoda con ellos. Me gustaría que hablases delante de ellos con la misma libertad que mostrabas en la consulta. Querría que aprendiesen de ti y tú de ellos.  Se trata de cumplir con las fantasías de los demás. Escrupulosamente. Siempre dentro de lo posible. De ser una mujer objeto o dejar de ser una mujer y convertirte en un objeto de placer, encaminada al otro. Parte ya los has logrado en tu relación con Roger, con Lin y conmigo misma.

Hizo una pausa que Kim aprovechó para cambiar de pierna, la humedad mantenía sus muslos brillantes. Hubiera dado lo que fuera por limpiarlos y cerrarlos. Sintió las miradas de los tres en sus ojos, por una vez.

—Continúa, por favor— solicitó Kim sin querer mostrar un asomo de duda.

—Lo que queremos, los tres, es que te acomodes a una nueva vida más acorde a tu ser, a tu sumisión. Queremos que desarrolles tu sexualidad para que sea más activa, sólo en una faceta. Tratar de ser más complaciente. Tu amante debe ver tu implicación en grado máximo. Sentir que harías cualquier cosa por él o por ella. Estamos todos agradecidos por tu dedicación a nosotros. Ahora queremos más— acabó Mariona, nada de convencida de estar expresándose con claridad.

—Sigo sin entender— dijo Kim.

—Está bien, no ha sido la mejor de mis exposiciones. Cojamos el ejemplo de hoy: tu inquietud a la hora de entrar en la casa desnuda, a la hora de dejar la ropa fuera. Sabes lo importante que es aceptar las cosas, no cuestionarlas. Tu reacción posterior es ejemplar y tu actitud digna de elogio. Queremos un ser plenamente entregado a sus amos, sin la sombra de una duda. Y en mi caso, mis hijos se incluyen en la ecuación. Son plenamente adultos y aunque no tendrán potestad absoluta sobre ti, serán parte integrante de tu vida. ¿Te ves capacitada?

—Prometo hacer lo posible—aseveró Kim.

—Me alegro. A tus amantes les gusta en ocasiones el juego del flirteo, de la seducción, las carantoñas. Como bien sabes, también son proclives a la dominación y al sadismo. A veces, -lo hemos notado los tres-, nos inhibimos a la hora de nuestras peticiones. Deseamos decirte las cosas con más claridad o de manera más precisa, sin atisbos de vergüenza. ¿Nos has notado cohibidos? —Mariona ahora sí parecía más acertada. Kim negó con la cabeza.

—No lo he notado, Mariona. No quiero que os sintáis mal. Y sobre tus hijos… ¿es correcto que los trate como amantes?

—¿Puedo intervenir, mamá?— interrumpió Angelina algo agitada. Su madre asintió.

—No te sientas cohibida, por favor. Lo que creo que mi madre quiere decir es que te orientas a tus sensaciones y, ante todo, debes de ver las cosas desde los ojos de tus amantes. Te voy a dar un ejemplo, aunque me da un poco de vergüenza. Adoro las piernas femeninas, me gusta acariciarlas. Siempre estoy con las amigas jugando con sus piernas. Tu postura en el taburete es fantástica, sobre todo cuando te pones del lado que me muestra tu pubis y es el muslo contrario el que está levantado. Te cansas y te pones del otro lado. Eso sería un desagravio para tu amante. O te mantienes todo el tiempo del lado bueno, aunque supongo que te cansarías o buscas otra postura. Por ejemplo, llevar tus piernas a mi regazo para que les acaricie si me apetece.

—No tiene permiso para eso, Angelina. Pero tu exposición ha sido correcta. Está claro que la imposibilidad de tener orgasmos te hace estar más alerta. Kim, como bien sabes, todas llevamos el dichoso chip. Angelina está ardiendo en deseos de irse con cualquier hombre. Sus fantasías están fuera de control— explicó Mariona, satisfecha con su hija pese a todo. Su tono expresaba el amor que sentía por ella.

—Mamá, no tienes razón sobre Angelina— corrigió Yann. —Sus fantasías son perfectamente razonables y si no puede tener orgasmos, por lo menos, debe buscar maneras alternativas de ser feliz.

—Vale, Yann, pero creo que tú eres el menos indicado para hablar de estos temas— señaló Mariona, en un tono cortante. Yann asintió. Kim no comprendió el porqué.

—Se hace tarde. Kim, a modo de resumen y antes de irte a casa. ¿puedes decirme los puntos relevantes de la noche de hoy?

Kim se lo pensó un tiempo para poder responder claro y conciso como se le solicitaba. A esto estaba acostumbrada. En este contexto y ante tanto auditorio, se aseguró sobre sus pensamientos.

—Quieres convertirte en amante mía, pero no me di cuenta y pensé que se trataba de amistad. Me has puesto estos zapatos para que tu hija pueda disfrutar de mis piernas largas y las cintas negras en los pendientes para demostrar a tu hijo que con un poco de ingenio una mujer puede resultar más atractiva añadiendo ornamentos. Quizás los zapatos tengan más funciones, como elevar mis pechos para acercarlos a los ojos de los que me contemplan. U obligar a mi cuerpo a moverse de manera más sensual. También debo acostumbrarse a mostrar mi cuerpo en situaciones no sexuales, cotidianas.

—Bien dicho, Kim. Bueno, chicos, dadle un beso a vuestra nueva amiga de juegos y a dormir. Yo la acompañaré a casa con el coche— ordenó Mariona mientras se levantaba. Kim bajó del taburete llevando la pierna no apoyada en el suelo hacia la otra y juntando las piernas. Angelina no se perdió el movimiento. Consecuentemente, los pechos se movieron arriba y abajo. Las nalgas ya estaban en su posición proyectada hacia atrás.

—Cariño, ve cambiándote y me esperas fuera. Vengo en un rato—le indicó Mariona en tono amable que no engañó a Kim, hacía tiempo que sabía distinguir una orden.

En el recibidor se agacha para quitarse los tacones. Rectifica y suelta primero las cintas negras y los pendientes. Se dobla para depositarlos en el joyero y con precaución suelta las cadenas. Las guarda también en el joyero para incorporada de nuevo retirar los pies de los zapatos. El dolor en las pantorrillas es intenso. No soporta mantener los pies apoyados. Eleva los talones quedando de puntillas. Los vuelve a bajar y se dobla completamente hacia delante. Recoge los zapatos y los deja en la balda cuidando que queden simétricos con las puntas hacia delante. Resultan mucho más estéticos mostrando su elevadísima parte posterior. Está a punto de preguntarse cuánto tiempo llevan allí esperándola y cambia su pensamiento a bocajarro. Vuelve a elevar los talones para aliviar el dolor y sale de la casa. Espera fuera de la casa, a oscuras, de pie y mirando a la calle, brazos a los lados, tal y como se espera de ella. Baja los talones. De alguna manera sabe que aquí las plantas de los pies deben estar en contacto con el suelo. Se da cuenta de que no lleva nada en las manos. Se ha centrado tanto en los zapatos que ha olvidado el móvil y las pinzas. Estaban en el mismo estante y, a pesar de ello, no los vio.

Bueno, ahora ya no queda duda de que estoy desnuda. Su mente bulle de preguntas y para no formularlas se centra en su cuerpo. Vuelven las molestias a sus pezones, por el frío o por la excitación. Las pantorrillas tampoco la dejan en paz. No ha estado tanto tiempo contrayéndolas pero parece una eternidad. Dolor con zapatos, dolor sin zapatos. La caja trasparente con su calzado y atuendo está algo a su izquierda pero casi no se ve, la única farola que ilumina la calle está lo suficientemente lejos. Ya nunca más pensará que sus tacones en el trabajo son altos.

Se enciende la luz exterior de la casa. Está algo a la derecha de ella. Ahora se la vería perfectamente si alguien abriese la puerta del seto. Sus cosas se distinguen con claridad dentro de la caja. Alguien abre la puerta. Debe ver su figura estilizada y femenina.

—Perdona la tardanza. Ya sabes, adolescentes con las hormonas agitadas. Quieren saber si volverás, si podrán jugar contigo. En fin, lo normal.

Kim hubiera querido gritar que no veía nada normal en la situación. En cambio, no habló ni movió músculo alguno. Recalcó su falta.

—He olvidado el móvil y las pinzas.

No le costó nada decirlo. Tenía una completa confianza en la comprensión de Mariona. Muchas horas de diván con los ojos cerrados. Hablando de sus pensamientos, sus deseos y de todo lo que consideraba importante. Nadie mejor que Mariona conocía sus sentimientos más íntimos y todos y cada uno de los errores que cometía.

—No importa. Ha sido un día agitado. Si no estás demasiado cansada ¿Puedo estar un rato contemplándote antes de irnos? También te pondría en antecedentes.

Aquí se pudo comprobar el entrenamiento de Kim. No hace mucho hubiera dicho que Mariona tenía todo el derecho a ordenárselo. Sin embargo, había sido una petición no una orden. Y ya no era únicamente su terapeuta, sino una amiga... o una futura amiga. Siempre sería su guía mental, la persona que daba orden a su tumulto interior. No contestó, siguiendo la regla de esperar a sentir claridad en su interior.

Mariona se sentó enfrente de ella. El césped debía de estar frío o mojado. Fue a buscar una pequeña silla de playa que estaba plegada y apoyada al borde de la pequeña elevación que hacía la casa. Se puso a par de metros más o menos. Kim trató de no mover un músculo, para no romper la contemplación de su amiga. Le resultaba más difícil que antes. ¡Cuántas veces la había visto desnuda! Si lo pensaba un poco, siempre se había desvestido en la consulta. Ahora comprendía también que la deseaba desnuda física y mentalmente pero como terapeuta había actuado de manera profesional, no implicándose más allá. Y esa noche, -hasta ese momento-, había actuado más como madre y como terapeuta exigente. El mensaje le resultó diáfano: te quiero desnuda, te quiero como amante. No te lo ordenaré, no me creo con derecho. No, se corrigió a sí misma. No se cree con derecho todavía. Debo dárselo.

Pasaron los minutos. Las pantorrillas dolían cada vez más. Los pezones, hambrientos e irritados. El clítoris lo sentía muy expandido. Sin pinza que le impusiese límites lo encontraba extrañamente erecto. Como el pene de Roger, si es que eran sensaciones comparables.

Las interminables horas con Roger le daban un plus. Por otra parte, podía moverse cuando quisiera, pero no lo haría. No era una guerra de voluntades, ni imposiciones. Se sentía muy querida. Bastaba con que la contemplasen para sentirse amada.

Se imaginó mentalmente desde fuera. Corrigió algo la postura, no pensaba que pudiera considerarse una ruptura de su quietud si era para mejorar su posición. Alzó algo más la barbilla, lo que le dificultaba la visión de Mariona, sin llegar a impedirla. Giró las manos hacia ella, ahuecándolas como si llevase unas pelotas de golf.  Lo hizo todo muy, muy lento.

Mariona asintió cuando vio su nueva postura. Y usando gestos le indicó que levantase los talones. Kim obedeció. Le hubiera gustado elevarlos con lentitud pero sabía que no tenía los músculos descansados, así que los llevó lo más alto que pudo a toda velocidad. El culo quedó más alto y sobresaliente. Los pechos más hacia afuera. Corrigió para quedar bien erecta y equilibrada. Mariona aplaudió con las manos. Un aplauso silencioso. Y habló.

—Yo me quedaría toda la noche, pero sería injusto para ti. Cuando te tiemblen las piernas, puedes abandonar la postura. O cuando así lo desees.

Así de sencillo, el mero capricho del observador y un nuevo dilema para ella. Cerró los ojos para dejarla a su aire. Cuando ya no pudo con su alma (ni con sus piernas), bajó los talones con toda la fluidez que pudo y se quedó quieta nuevamente. Mariona continuó la conversación.

—Supongo que te extrañará un poco que involucre de esta forma a mis hijos. No crecieron aquí sino en Batavia. No sé si has oído hablar del lugar: en todo caso, te diré que las costumbres sociales y afectivas son muy diferentes a las nuestras. La sexualidad es completamente diferente. Y antes de que preguntes, su padre murió hace dos años y por eso decidimos que viniesen conmigo. Si conocieses Batavia, comprenderías que nunca hubiera permitido que no tuviesen la  oportunidad de crecer allí, a pesar de estar lejos de su madre. No te preocupes por tu sexualidad ante ellos, es algo normal en Batavia y están acostumbrados. Han estado cohibidos por mí, saben de mi atracción por ti.

Mariona se incorporó, volvió a dejar la sillita donde estaba anteriormente. Sacó la llave del bolsillo de su pantalón y abrió la caja para que Kim pudiera vestirse., que negó con la cabeza.

—Me debes una cita. No pienso irme a casa hasta obtenerla. Quiero que ligues conmigo. Quiero sentirte excitada toda la noche. Quiero romanticismo, devoción y ver en ti que me quieres llevar a la cama. Si no lo haces, no volveré por mi voluntad. Sólo por la obligación que me has impuesto.

Mariona respondió sin pausa.

—No hay problema. Pero es muy tarde y mañana trabajas. En fin, supongo que podrás tomarte una pastilla contra el sueño. Pero tenemos toda la vida por delante.

Kim negó con la cabeza y matizó.

—Hoy. Algo me dice que nunca darás el paso. Se me exige claridad en mi sumisión. Y expresar mis deseos, sin expectativas de que puedan cumplirse. Puedes tenerme como amante con mi entrega incondicional o por obligación, pero hoy no quiero quedarme sola en la cama con las pinzas. Ni siquiera podría dormir. Quiero que expreses tu deseo hacia mí, con tu cuerpo, hablando. Supongo que tienes el chip colocado y no puedes tener orgasmos. Eso siempre es un límite. No creo que te resulte tan importante.

En ese momento, -por primera vez-, Kim se planteó que Lin tenía orgasmos con ella. ¿Cómo era posible? Ni siquiera se había dado cuenta en todo ese tiempo tan concentrada que estaba en darle placer. Mariona no le dio tiempo a seguir pensando sobre el tema.

—Es la primera vez que no te veo como terapeuta. No he tenido tiempo de expresarte mi afecto o mi amor. Me cuesta más a mío que a ti. Puedes vestirte y nos vamos.

—Es una noche especial también para mí. Busca un atuendo sexy. Algo que te excite especialmente. Incluyendo unos zapatos de tacón alto que vayan a juego y que te haga disfrutar al vérmelos puestos. Maquillaje, pendientes. No importa lo que tardemos.

—Pues tendrás que entrar en casa. Buscaremos algo— sugirió Mariona con cierto desespero a estas alturas.

Sabía que se había equivocado a la hora de seducirla. Kim vislumbró su indecisión. Se sentó en el porche a pesar de la frialdad del mismo. Casi agradeció sentir ese frescor en las piernas, tan cansadas las tenía. No la tocó, pensó primero en la falta de la pinza entre sus muslos. Pensó en Roger, se lo diría mañana. Quiero que esté orgulloso de mí. Trató de animar a Mariona.

—Quizás he exagerado un poco. Si no puedes hoy…— le dijo con suavidad. Le tocó negar con la cabeza a Mariona.

—Tienes razón, Kim. Todo estaba perfectamente preparado. La caja, los zapatos, la cena con mis hijos. Eres la mujer más hermosa que conozco. Y las pruebas eran extremadamente difíciles. Quiero una tregua. Nada de ultimátum. Deja que te muestre lo que siento por ti. Quiero hacer las cosas bien. Esta noche y siempre, pero no voy a saber cómo vestirte ni adónde llevarte en este estado.

Kim se quedó pensativa. A punto estuvo de hacerse una pregunta. Por un momento, casi llevó la mano a la cabeza para golpearse. Sólo cuando su habitual control sobre sus manos tomó el relevo se frenó. Miró a Mariona con enormes ganas de cogerle las manos, molesta consigo misma. Giró la cabeza para asegurarse de que las pinzas siguen ahí, en la caja. Después de todo estaba abierta. Demasiado fácil. En cuanto la llevase puesta y se tocasen, su sumisión se abriría paso completamente y Mariona se escondería. Quería alguna implicación más real por su parte. Pónselo difícil se dijo. Rastreó hacia atrás. Se hizo la pregunta ¿qué había dicho Angelina? Se maldijo. Era imposible no hacerse preguntas de cuando en cuando. Ya daba igual. Dijo: A mi madre le gustan tus piernas tanto como a mí. Tenía la respuesta. Angelina se implicaría. Estaba segura.

—Mariona. Yo también estoy cansada, aunque agotada sería mejor descripción. También estoy en una nube. Sabes casi mejor que yo que vivo en un cóctel de endorfinas, fantasías y amantes rigurosos. Pero hablan conmigo y me dicen qué quieren de mí. Tú hoy no lo has hecho, al menos, desde que te sentaste aquí fuera. Estoy de acuerdo contigo en que no debemos ser tan drásticas. Te sugiero que despertemos a Angelina. Que decida ella que debemos hacer. Si me debo ir a casa o a buscamos un restaurante romántico y cenamos de nuevo. Que me maquille y elija el atuendo. Hasta si debo llevar la pinza. Me da una enorme vergüenza que tus hijos sepan que debo llevarla para que me toquen.

Mariona salió disparada. Volvió con una Angelina que no parecía muy dormida. ¿Les habían oído toda la noche desde sus habitaciones? Una pregunta más que no debía haber realizado.

Angelina parecía preparada, como si todas las noches tuviera que vestir a una mujer desnuda en el porche de su casa. Kim casi se mordió la lengua y el cerebro para no hacer ninguna pregunta. Angelina primero se agachó para ponerle los zapatos. Suela metálica roja con un saliente trasero para evitar que el pie escapase por detrás. Un aro de cuero para el dedo gordo del pie y otro para el tobillo. Los dos se cerraban se ajustaban al milímetro gracias a un velcro resistente por el interior. El pie quedaba desnudo. Eran bien altos, algo menos que los que solía llevar pero todo el peso iría al dedo gordo. Observó el esmero que se tomaba Angelina. Esos zapatos eran para ella. Le quedaban como un guante. Si pudiera preguntar. Le adivinó el pensamiento.

—No seas tonta. Llevamos semanas discutiendo qué zapatos ponerte en casa. Mi madre quería que llevaras éstos. La convencí de que aceptarías los de cristal sin rechistar. Si te hubieras resistido, te hubiera ofrecido éstos.

Kim iba a preguntar lo del cristal. Reformuló: “Creí que eran de plástico”. Angelina negó y respondió a la vez, sin dejar de mirar las piernas desnudas de Kim: “Son de un cristal especial y adaptable, aunque sea difícil de creer. Se ajustarán a tus pies a medida que los uses, igual que tu cuerpo cambiará su postura por ellos.”

—Sois fetichistas— dijo Kim aunque casi hace la pregunta. Se hubiera puesto una pinza en la boca con una pregunta más en su cráneo. No podía dejar de admitir la sabiduría de Mariona. Su mente cambiaba tan rápido como su cuerpo. Angelina la miró como extrañada de que no lo supiese a estas alturas, creyendo que había ido a la casa sabiendo a qué venia.

—No sabía nada, Angelina. Me he convertido de paciente y alumna de tu madre en…— Se paró porque sintió que no se expresaría con claridad.

—Nuestro animal doméstico. Eso es lo que debes ser en casa. Entre otras cosas. Sólo si lo deseas, claro. Mamá es demasiado recatada para pedírtelo. No sabes cómo ha cambiado desde que te ha conocido. Lleva demasiado tiempo entre adolescentes y pacientes.

Todo esto transcurrió con las dos ya de pie. Kim mantenía los brazos levantados en vertical como Angelina le había indicado. Los ojos cerrados, expectante a ver que vestido le colocaba. Se sentía agasajada. No hubiera podido explicarlo. La vestían en el porche de una casa. Hacía frío (ya estaba acostumbrada debido a las sesiones en la sala de los servidores) y estaba casi desnuda. Dejó de hacer recuento y se centró en sentir la tela. Era suave y cálida. Nada de rozaduras infames. Quizás eso sería peor. Puede que hubiera debido de llevar el clip, la habían tocado por momentos. Decidió que era razonable. El contexto también contaba. No podía estar continuamente evaluando, era una de las reglas. Volvió al vestido. Exiguo seguro que era, y sexy como el demonio. Tan ligero como un body o una negligé. La espalda descubierta, las piernas y los... lados. Bajó los brazos y abrió los ojos. Se miró. Angelina sacó un pequeño espejo del kit de maquillaje que había traído, sabedora de que Kim se moría de ganas por verse. Como le pasaba a todas las mujeres. El espejo resultaba insuficiente así que Kim recorrió el vestido con las manos, cuidando de no tocarse. Angelina ayudó todo lo que pudo.

—Es abierto a los lados, salvo un pequeño enganche que tiene justo en cada cadera. Se moverá a la menor brisa, al menor de tus gestos. Gírate.

Kim se puso de puntillas y realizó un giro de 360 grados. El tejido era tan leve que se despegó en su frontal y la falda se levantó. Pero no notó mayor frescor o un cambio de aire. No entendía por qué. Por suerte, Angelina estaba tan excitada que le explicaba cada característica como si fuese un vestido de novia.

—Es un polímero especial, muy parecido a la piel. Transpira casi igual. A medida que te acostumbres, no notarás que lo llevas. Ni cuando se despegue ni cuando vuelva a posarse sobre tu cuerpo. Es bastante ajustado pero tan liviano que se alejará si te mueves con suficiente velocidad. Los pechos te quedan perfilados y tus pezones son obvios. Su forma al menos. No se ven. No es un vestido trasparente o traslúcido. Tiene un agarre al cuello, además de los de las caderas. De hecho, son dos telas independientes. La delantera va creciendo en anchura para tratar de esconder los pechos, aunque no llegar a asomar a cada lado, salvo si la tela se despega, en cuyo caso, se ven sin demasiado esfuerzo. Pero tú no deberías notar si el tejido está pegado.

Kim asintió con la cabeza. Era endiabladamente sexy. Ni siquiera sentía algo puesto salvo por el contacto metálico en el cuello y el ligero peso del vestido, más por el metal que llevaba en las caderas. Angelina fue a la casa y no tardó en regresar.

—Lo había olvidado. Tiene un cinturón negro para la cadera o la falda estará todo el tiempo alejada de tus piernas al andar. Te lo engancharé bien abajo aunque si no tienes cuidado puede que se te mueva a la cintura.

Esto sí que lo sintió. Angelina lo colocó algo inclinado hacia el lado izquierdo. Le indicó que caminase de un lado a otro. Kim supo que descubría los pechos y las nalgas al andar. Tanto por las miradas de madre e hija como por simple lógica. Los pechos vacilaban y las nalgas oscilaban de lado a lado. Por la exigua parte trasera el tejido caía inclinado hasta la mitad del culo y luego verticalmente. En esa zona, Kim sentía como se despegaba y volvía a contactar. La sensibilidad de su culo era algo muy apreciado por Lin, que llegaba a usar plumas de diferente grosor y la obligaba a adivinar cuál era. Kim imaginó que al cabo de unos minuto la piel se acostumbraría y ya no podría saber si se alejaba el tejido.

Angelina le colocó unos pendientes de aro. Pesaban bastante. Se explicó de nuevo: “Están bañados en oro. El interior es de plomo. A lo mejor te duelen los lóbulos dentro de un rato. Lo mejor es que trates de no mover mucho la cabeza. Ahora cierra los ojos y abre ligeramente la boca. Te maquillaré un poco.”

No tuvo oportunidad de saber cómo quedó su cara. Angelina cerró el kit mucho antes de que le fuese permitido abrir los ojos. Mariona se había cambiado y lleva un conjunto rojo. Falda larga y plisada con botas altas. El top ajustado mostraba su pecho por un ligero escote frontal. Un collar de artesanía era el único añadido. Discreta y elegante. Bueno, ella también estaba elegante, pero no tan discreta.

Mariona sacó el coche, mientras Kim esperaba en la acera, al otro lado de los setos. Se había despedido con una genuflexión y un giro completo. Antes de salir, Angelina había ido corriendo a buscar un bolso que hiciera juego. Negro y minúsculo, sin correa. Estaría obligado a sujetarlo. Le hubiera gustado tener las manos libres, nunca se sabía. Las pinzas y el móvil todavía estaban en la casa, a nadie se le había ocurrido en toda la noche sacarlos. Otra vez Angelina reaccionó antes que su madre y fue a por ellos. Kim notó como aumentaba su humillación (y la humedad entre sus piernas) cuando Angelina se los entregó. Lo puso todo en el diminuto bolso que ni siquiera tenía cierre. Si no tenía cuidado, se desparramaría el contenido. Antes de salir, Mariona sugirió que cogiera la documentación. Kim usó su instinto. La tardanza hubiera sido una falta y se agachó como dentro de la casa. Piernas juntas y rectas, elevando el culo. Dejó el bolso negro en el suelo, levantó la tapa de la caja trasparente, fijándose ahora que estaba enclavada al suelo: ¡Habían hecho obra! Otra vez supo que todo había sido previsto de antemano. Las dos telas cumplieron con su cometido y enseñaron culo y tetas. Los pezones sí notaron como quedaban descubiertos, pero senos y nalgas no sintieron nada. El vestido era maravilloso... para las circunstancias adecuadas. Bajó la tapa y pulsó dos veces la pestaña. Dio un último vistazo. Mañana tendría que volver al trabajo con esa vestimenta. Todo el mundo sabría que no había dormido en casa. Le divirtió el pensamiento hasta que comprendió que Lin también lo sabría. Quizás tampoco recibiría mañana caricias en los pezones. Dadas las circunstancias estaban bastante modositos. O no había tenido tiempo de centrarse en ellos.

Por suerte, o por hábito, cayó en la cuenta de levantar la tela posterior antes de sentarse. Ni se preocupó por el resto, era imposible no mostrarlo todo. Adoraba los asientos de cuero y odiaba los de plástico.

—Te mancharé el asiento de cuero. Lo siento— se disculpó Kim. No podía evitar su humedad.

—Lo considero un honor— respondió Mariona, sin facilitar las cosas. Kim iba a decir ¿puedo ir al grano?, rectificó a tiempo.

—Voy a ir al grano— masculló. Mariona asintió, dando su aprobación. —Quiero saber algo más de ti, de tus hijos, de tu vida.

Sonó a exigencia. Y lo lamentó.

—Todo llegará. Ya te lo dije antes. Puedes relajarte.

—No, no puedo relajarme.

—Pareces idiota. Nos llevábamos mejor cuando llevabas tus pinzas. Nada de discusiones, nada de peleas.

—Sí, es cierto. Estamos enamoradas— replicó Kim, ahora siempre recitaba su preguntaba con la respuesta más probable que se le ocurría, si tenía visos de ser cierta.

—No, yo estoy enamorada. Y recuerda que no puedo tener orgasmos, por el maldito chip. También quiero lo mejor para mis hijos— admitió sin dejar de conducir con suavidad. Kim, como siempre, dijo lo que sentía. Cuando volvía a ese estado mental de quietud, confiaba plenamente en Mariona. O en cualquier otro de sus amantes.

—No puedo ni imaginarme como me ven. Deben de creer que estoy enferma o loca.

La voz de Kim parecía mostrar amargura.

—Deja que yo decida eso. Te dije que habría grandes retos.

—No sé si los he superado o seré capaz de superarlo, Mariona. Lo siento mucho.

Ahora la aflicción surgía espontánea.

—Eso también he de decidirlo yo. Está bien. Hablemos de mis hijos— así Mariona zanjó la cuestión.

— [¿Por qué ...]— Kim se interrumpió por su confusión.

Nota del editor: a partir de ahora todas las preguntas o requerimientos de Kim que incumplan las reglas (incluyendo pensamientos difusos o inconcretos) se pondrá en corchetes.

—¿Es porque son mis hijos o por su edad? — inquirió con clara sorna Mariona.

—[Ofrecer así como así las tetas a un adolescente] Por las dos cosas— respondió Kim.

—Deja que aparque por aquí. A ver si encontramos un lugar agradable.

Entraron en lo que resultó ser un bar de lesbianas. Solo había mujeres en top-less en la barra, salvo un par de camareros descamisados y con unos paquetes descomunales entre las piernas, apenas disimulados por unos pantalones demasiado ajustados

Pidieron cerveza y unas tapas. Kim estaba tan sosegada que se sentó con toda tranquilidad descubriendo su pecho y su culo. El asiento le resultaba algo picajoso, seguro que era de plástico cubierto de algún otro tejido artificial. Se sentó ladeada, lo que mostraba todo su pierna derecha a Mariona y cuando se inclinaba los pechos se descubrían.

—!Fantástico!—dijo Mariona ante su postura. Kim cayó en la cuenta del verdadero problema que había tenido con su terapeuta. No es lo mismo escuchar lo que te narran, que vivirlo de cerca. Ahora era parte de su universo, una parte activa. Antes, su labor era escucharla. Había decidido incorporarse a su universo. Y había resultado un choque de trenes devastador. Debía ser difícil, supuso, tenerla desnuda y con las pinzas día tras día, escuchando todo lo que le hacían —o no le hacían— otras personas. Si se había enamorado, hubiera bastado con seducirla un poco. [¿Por qué unas fantasías tan forzadas en su casa y ante sus hijos?]. Empezaba a quedarse adormilada. Se levantó y se sentó junto a Mariona, para permitirle tener acceso a su cuerpo. Entonces escuchó como le preguntaba:

—¿Acaso llevas la pinza puesta?— Kim despertó de golpe. Se le había vuelto a olvidar. Roger ya no estaría demasiado orgulloso de ella. Agachó la cabeza y se inclinó un poco, lo que descubrió los pechos, pero no se percató encerrada en sus pensamientos.

—¿Quieres que hablemos de ello?— volvió a preguntar Mariona.

—Ha sido un error imperdonable. [Estoy cansada]. Debes estar muy decepcionada— dijo Kim sonándole la voz hueca. Su expresión era desoladora.

—Te juzgas con demasiada dureza. Ahora bien, no parece que te preocupes por tu acompañante o ya hace rato que estaría colocada tu pinza. Era tu deber estar accesible y únicamente te has preocupado de como se ajustaba el vestido—le recriminó Mariona, aunque Kim notó que hablaba de manera irónica y su expresión era de ternura. Comprobó su vestimenta y ahora sí  supo que estaba mostrando los pechos de nuevo, tanto a Mariona como a todo el que mirase hacia ellas. Todo su lateral izquierdo estaba desnudo, desde la punta del pie hasta la cabeza.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó, girándose para poder ver a Mariona con más comodidad. Ni se planteó como quedaba la tela. Tampoco se dio cuenta de qué había hecho una pregunta.

—Bueno, una pregunta sólo agrava el problema. No te preocupes por mí. He disfrutado enormemente de la noche, salvo esos instantes en el porche en los que me encontré perdida. ¿Puedes cogerte libre mañana en el trabajo? Es viernes. Si te quedas con nosotros hasta el lunes, trataré de ayudarte. No te será fácil, no nos engañemos— sentenció Mariona, bromeando.

—[¿Sabré algo más de ti?]Llamaré por si hay algo urgente o imprevisto... no sé si podré resistir la idea de que tus hijos me vean de nuevo—Kim lo matizó sin ánimo de disculpa.

—Te propongo un trato. Acepta libremente ser nuestro animal doméstico y tendrás derecho a hacerles todas las preguntas que quieras— ofertó Mariona con cierta desasosiego.

—¿Siempre que quiera?— preguntó ansiosa. Kim se dio cuenta de que había vuelto a hacer una pregunta. En fin, ya no tenía remedio. Mariona soltó una carcajada.

—De acuerdo. Está claro que necesitas preguntar todo el tiempo. El precio va a ser muy alto y por ahora desconocido para ti.

Kim asintió y se sintió obligada a confirmar que pagaría.

—Me tienes sujeta por obligación y tu deseo de que acepte libremente me extraña cada vez más. Te importa tanto que aceptas un intercambio innecesario. No te debe extrañar que quiera saber más de lo que tanto deseas. Sé que es mi mente la que desear cambiar.

—Y tu cuerpo. Por ejemplo, desnudas tus pechos como intercambio, como favor hacia mí. Tratando de disculparte por tus acciones... digamos de la última parte de la noche. Tu actitud displicente. Sigues con la idea del control. En el fondo quieres tener la posibilidad de elegir. Y es cierto. Lo que yo quiero es que aprendas a distinguir entre tus elecciones y tus deseos. Que aprendas a actuar sujeta a los deseos de los demás.

—[¿No es lo que ya hag...?] Creía que es lo que he estado haciendo desde que estoy con Roger— afirmó Kim con turbación. Se consideraba la perfecta sumisa, la perfecta esclava.

—Sí, con matices. Lo que se te pide es que conviertas los deseos de tus propietarios en tus propios deseos, sin contrapartidas—explicó Mariona.

—[¿propietarios?] No entiendo eso de propietarios. Pertenezco a Roger, luego a Lin, ahora acepto pertenecerte. Me resulta hasta confuso... y contradictorio.

Kim no terminaba de estar convencida de su forma de expresarse, en clara contradicción con sus órdenes.

—Tu confusión proviene de tu mente. Si te centraras en tus reglas, hallarías más claridad. Cojamos un ejemplo, la pinza en el clítoris. Tu principal amo no desea que seas acariciada sin llevarla, pues gusta de tu dolor tanto como de tu placer. No necesita estar junto a ti, le basta saber que lo llevas en esas circunstancias. A partir de ahí, tu libertad es plena. Hay pequeñas preferencias por su parte: que lo lleves cuando duermes y una excepción: si llevas pinzas en los pezones no se permite que te toquen aunque sí las lleves en el clítoris ¿Lo he descrito correctamente?

Kim lo confirmó. Realmente era así. No era tan difícil, por mucho que ella se empeñase en obviarlo. Mariona continuó la exposición.

—A partir de unas sencillas premisas, tienes unas enormes dosis de libertad, de cuerpo, de mente, de alma y de espíritu. Si te preguntasen si eres libre ¿qué contestarías?

Mariona miraba el cuerpo ofrecido de Kim, sin llegar a mantener contacto visual.

—Soy libre... de aceptar esas condiciones. De sentirme orgullosa. De no esperar nada a cambio.

 Kim se sentía tan contenta de expresarlo, de demostrar su amor por Roger. No estaba delante pero estaba presente.

—Aparte de Roger, Lin, tú y yo... ¿Alguien más conoce las reglas?— preguntó Mariona. Kim negó sin llegar a saber adónde quería ir a parar.

—Roger te acaricia cuando lo desea. Lin se ajusta a tus deseos, te pones la pinza y le das barra libre. Tú venías a mi sesiones, te ponías las tres pinzas, lo que de por sí implicaba que no te podía acariciar. Ahora no llevas ninguna. ¿Hay alguna diferencia?— preguntó Mariona que estaba sorprendida de haber encontrado de nuevo su habitual compostura.

Kim comprendió entonces lo que quería decir Mariona. Su desconsideración. Esa noche se había presentado en la casa y había cumplido con todos los requisitos. Había sufrido humillaciones dolorosas. Mariona estaba satisfecha de su comportamiento, pero ella no se había ofrecido realmente. Nunca había comprendido que su cuerpo era inaccesible en dos estados diferentes. A Lin se le había explicado específicamente en qué momentos podía jugar con ella. Pero siendo Kim la que en el fondo decidía. Era su necesidad de caricias, no el deseo de Lin, el verdadero motor. Y, Mariona, le había colocado en la disposición mental para comprenderlo.

Kim creía que se había entregado esa noche, hasta que llegó su exabrupto. También lo había creído ahora cuando descubría su cuerpo, lo poco que tapaba el vestido.

—Tienes razón, Mariona. Debemos aprender a ser amigas, amigas de verdad. Y, sin engaños. Y cuando yo lo considere, ceder mis... derechos. Darte plena libertad sobre mi cuerpo. Si es lo que deseamos las dos. Entiendo que yo sólo puedo ceder una vez... luego es algo que ya no me pertenece— reafirmó Kim vislumbrando la trascendencia de lo que, en el fondo se estaba diciendo a sí misma.

—Es algo sagrado, pero claro que tienes el derecho de retirar tu permiso. Es tu implicación lo más importante... junto a tu conciencia de lo que estás haciendo. Tienes un solo amo. Los demás siempre sabremos de las limitaciones. Aunque simplemente sólo hay una: no podemos darte orgasmos. Si te paras a pensarlo, Roger sólo pone símbolo hay un hecho evidente: tu chip te impide tener orgasmos con todos menos con él. Ha añadido que sufras dolor y que sea evidente para cualquiera con quién quieras estar. Sólo tú puedes decidir si aceptas sus deseos. Por lo demás, tu grado de libertad es mucho mayor que cualquier mujer casada— aclaró Mariona.

—Necesito que me hables siempre así, Mariona. Con claridad, con confianza. [¿Me quieres?]. Te quiero. Seré tú animal doméstico. Tu amante. Lo que tu desees. Mi sumisión será completa.

—¿Incluyendo a mis hijos? Marcando yo los límites, si es que los hay— inquirió de nuevo Mariona. Kim asintió. Se obligó a afirmarlo verbalmente.

—Sí, incluyendo a tus hijos.

Salieron del bar casi arrastrándose, agotadas. Mariona la acompañó a su casa. Antes tuvieron que ir a la suya, dónde Kim se desnudó en el porche. Sacó el móvil y las pinzas del bolso y se lo entregó a Mariona, quien entró en la casa para dejar todo en el recibidor. Volvió a salir, abrió la caja y contempló como Kim se vestía con la ropa con la que había llegado. A pesar del cansancio, Kim se había desnudado de arriba a abajo, terminando por los tacones, el culo bien elevado. Ahora se vestía de abajo arriba. Como eran sus tacones habituales, elevó primero una pierna y luego la otra. Mariona había contemplado este gesto muchas veces en la consulta. Era muy bello.

Mariona había debido cambiar de opinión y no dormirían juntas esa noche. Pero se abstuvo de hacer comentario alguno. La condujo a su casa y subió con Kim. Vio como se desnudaba nuevamente de arriba a abajo y guardaba el vestido y los tacones. Se puso la pinza inferior y esperó de pie con las manos a los lados y la barbilla bien alzada. Mariona entendió lo que quería. Acarició los pezones. Comprobó lo eróticos que eran. Estaban duros. Adorables. No se mantuvo mucho rato. Tendría todo el tiempo del mundo para disfrutar del cuerpo de Kim. Esperó a ver como se colocaba las pinzas en las pezones y se enroscaba en la cama. La arropó y se recostó junto a ella, queriendo sentir como se dormía.

Cuando Mariona notó que Kim ya se había dormido, se fue a casa. Sus hijos también estaban dormidos. Le extrañó. Casi hubiera pensado que se habían quedado preocupados toda la noche. O es que confiaban ella. Prefirió creer lo último.

Como tenía por costumbre, se centró en lo que había hecho bien antes de dormirse. Por la mañana, se preocuparía por los errores del día. Como todas las noches, se masturbó tocándose los muslos mientras se iba quedando dormida. Hacia ya mucho tiempo que se había despreocupado por unos orgasmos imposibles de alcanzar. Pensó en Lin y la suerte que tenía.

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