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Jude y sus anillos 04

en Sadomaso

Capítulo 19.

Jude tuve que esperar tres días para cumplir su objetivo. Un tiempo que dedicó a broncearse al sol, bailar por las noches y acariciar con la lengua a su ama, que exigió un cuerpo uniforme de tono. Esto obligó a Jude a personarse en el salón de estética y usar los aparatos de rayos uva sobre su zona pélvica, mientras tapaba el resto de su cuerpo. La humillación le provocaba excitación y se mostraba en la humedad de los labios verticales sonrosados. Por añadidura, ya no obtenía orgasmos. Rebeca le indicó que debía concentrarse en su nuevo amante.

Cuando llegó la noche esperada, Jude recibió las instrucciones, minuciosas y detalladas. No supo qué decir. Si había alguna esperanza de éxito, se desvaneció al observar los atuendos que iba a llevar y los retos exigidos. Rebeca le había ofrecido la separación, si era lo que deseaba. Por su parte, quería seguir con Jude y comprendía que, en cierta medida, buscaba nuevas sensaciones. Ella misma anhelaba unos brazos fuertes y el vigor masculino. Y con los nuevos cambios en la empresa viajaría más a menudo. No era práctico que siempre fueran juntas y tampoco deseaba dejar a Jude sola con asiduidad. Le propuso un triángulo con Jude de vórtice. Antes de que se hiciera ilusiones, debía de alcanzar la perfección a la hora de satisfacer a un hombre de igual manera que lo hacía con ella. Exigencia y devoción. Jude aceptó al instante, aún a sabiendas de lo difícil que podía resultar. No entendía como iba Pierre a ser el tercero en discordia, siendo casi un chaval y viviendo en la otra punta del país. Rebeca sólo le dijo que eso eran temas triviales, lo importante era saber si Pierre querría usar a Jude, nada más.

 

Para abrir el apetito, Jude tuvo que convencer a Pierre a salir con ella. La empresa tenía una política de no fraternización con los clientes más allá del contacto casual. Y ni siquiera el excelso cuerpo de Jude parecía recompensa suficiente. Todavía le molestaba el retintín de su dueña cuando se lo dijo. Después de duras negociaciones y ofertas sonrojantes, Pierre aceptó con la condición de ir a otra ciudad a más de cien kilómetros de distancia.

 

Capítulo 20.

Repasó con la mirada todo su attrezzo. Vio una mujer enfundada en dos trozos de látex rojo, muy fino, los pezones contorneando el material. la parte inferior de los pechos cubiertos y estilizados. La falda estrecha y corta acentuaba los largos muslos. Una cadena plateada y estrecha ceñía la cintura por encima del látex encerrando el esbelto talle. De uno de los lados salía otra cadena. Llegaba hasta debajo de la falda. Otra cadena encerraba su cuello como si se tratara de una argolla. De aquí surgían dos nuevas ligaduras de metal: una larga que trataba de acercarse hasta la cintura y otra que alcanzaba el escote. Eran mucho más finas que las de la cintura y parecían aderezos. Dos pulseras rodeaban sus muñecas. Los zapatos de tacón altos eran los habituales de Jude, los de diecisiete centímetros con intensificador en el tobillo y el anillo en el dedo gordo. Al ponérselos, la humedad inundó su vagina.

Enormes aros plateados atravesaban los lóbulos de sus orejas. Tropezaban con los hombros, las cadenas y la cara, alertando de su presencia con su vaivén. Como único maquillaje, unos labios rojos. Frescura sin tapujos había dicho Rebeca. La falda llevaba el odiado reborde plateado que simulaba latigazos en los muslos. Al ser tan corta, Jude sentía la electricidad a pocos centímetros de su vagina. Cualquier movimiento generaba un roce con sus muslos y consecuentemente la excitaba. La estrechez impedía levantar la falda, cada vez el reborde generaría la electricidad estática apropiada. Las piernas lucían alargadas y expuestas con su color dorado y brillante. Rebeca había comentado que estaban tan sedosas como siempre. Jude ansiaba tocárselas. Disfruto contemplándolas unos segundos.

Bajar las escaleras con esa falda hubiera sido imposible sin levantarla hasta la cintura, así que fue por el ascensor, ella sola, pues recogería a Pierre en otro lugar. De hecho, era la que alquilaba un coche y conduciría. Cuando llegó a su encuentro, la encontró descalza y con la falda prácticamente por la cintura o no hubiera podido ponerse al volante. Tuvo que ser ella la que diese el primer beso a un descreído Pierre, sabedor de su suerte y a la vez temeroso de la misma. Jude se divirtió de lo lindo durante el trayecto, los ojos de Pierre saltaban de las piernas desnudas a la carretera hasta que se cansó. Esta noche te pertenezco. Quiero saber lo que te gusta. Pierre dejó de disimular y fijó la mirada en los muslos pétreos. Esto no le impidió seguir conversando con Jude, quizás para disimular su inseguridad o acaso para acrecentar su ánimo. Pronto la conversación se armonizó y Pierre se sintió en el séptimo cielo, con una mujer de bandera, ofreciéndose e insinúandose. El trayecto se hizo tan corto que Pierre bromeó y dijo que debía haber indicado una ciudad más lejana. Jude le besó en cuanto paró el coche, los pechos amenazando salirse del top. Él acarició las piernas y confirmó el diagnóstico de Rebeca, suaves y sedosas. Jude no las abrió, tratando de acotar el terreno prohibido. Durante la cena te lo explico. Paso a paso. Galantemente, abrió la puerta para que saliese y no dejó de contemplar las piernas, curioso por saber cómo iba a levantarse con esa tela ajustada que llevaba en las caderas. Pudo observar con detalle la raja y los labios antes de que el látex apenas lo ocultase. Notó como Jude se estremecía. Quiso pensar que era por él y no podía ni imaginarse que el reborde de plata era el agente provocador.

Durante la cena, Pierre trató de cuidar su imagen no llevando los ojos a los pechos de Jude más de un par de veces cada pocos minutos, dedicándose a contemplar los aros colgantes y las cadenas enmarcando la bella cara, sonriente y seductora. El simbolismo era evidente. Una esclava ofreciéndose, un conjunto ceñido de manera imposible, una figura de otro mundo. Se sabía un juguete, en cualquier momento se acabaría el paraíso y caería de bruces al suelo. Su ánima lo seguía reflejando y Jude decidió acabar con la angustia, tan conocida para ella. Se lo llevó al servicio y condujo las manos a su top indicándole que lo bajase de un tirón. Dejó que juguetease con su pezones y le obligó a subirle la falda, algo que ocurría de manera natural con el transcurrir del tiempo. Sin oportunidad para dejarle disfrutar del paisaje, le sugirió que colocase la cadena larga que colgaba del cuello por detrás y enganchase las pulseras ajustadas de sus muñecas. Las manos de Jude quedaron vueltas hacia arriba y los codos inmovilizados. Se arrodilló, y trató de bajarle los pantalones a Pierre. La falta de práctica le obligó a pedirle que ayudase. Si que pudo bajarle los calzoncillos y se lo comió ahí mismo. Deglutió el semen desbordado por los acontecimientos y le besó en el cuello antes de explicarle que debía ajustarle el vestido y sólo en el último momento soltar la cadena. Pierre notó otro estremecimiento en Jude cuando el reborde de la falda sedujo los muslos. Maravillado sólo se atrevió a decir gracias.

Con la boca bien limpia y los fondos bien pringosos, se sentó de nuevo enfrente de Pierre, cuya cara era lo más parecido a la de un ángel envuelto en gelatina. Los aros centellearon y las cadenas anunciaron a su amante su complementaria función. Los dos recordaban el día en la escalera, cuando explicó que los pies estaban encadenados sin estarlo. Ahora el amante sabía que podía dejarle las manos a la espalda cuando lo deseara. Jude jugaba con la cadena larga mientras la corta trataba de esconderse en los pechos. La conversación recayó en ese tema, los dos ansiosos de hablarlo. Jude trataba de evitar la excitación y él sólo quería volver al servicio. Hacía sólo quince minutos que habían estado allí. Jude le gastó una broma, declarando que sus labios y su lengua también cumplían un doble función igual de importante: tranquilizar al pene y a la cabeza de Pierre. Succión y parloteo. El joven y apuesto chaval no tuvo más remedio que admitirlo. Le gustaban las dos cosas. Continuaron la cena como si llevasen años hablándose.

Fuera del restaurante, antes de entrar en el coche, en pleno aparcamiento, Pierre le bajó el top de golpe, le subió la falda ocasionando daños colaterales y la besó en los labios. Jude, con sus automatismos bien aprendidos, llevó su lengua a la de él y los pezones a rozar la camisa. Esperó que cerrase el beso a sabiendas de que estaban expuestos en aquel lugar. Uno de sus pies estaba hacia arriba, mostrando el inmenso tacón. Una condición de Rebeca. Jude se cansaría mucho antes en la posición. El vestido tampoco ayudaba con el calor que provocaba. Sentía el dilema de acabar pronto para evitar que les sorprendiesen y el agradecimiento de poder refrescar su cuerpo. Cualquiera vería una mujer excitada ofreciéndose a su novio, la postura de la pierna doblada lo refrendaba. Pierre quería asegurarse de que su esclava era real y no se iba a echar atrás. Al acabar, acarició la parte interna de los muslos abiertos sin la barrera de la falda y notó otra vez el estremecimiento. Las yemas de sus dedos notaron un cosquilleo que por un momento le asustó. Le bajó la falda expectante a las sensaciones de Jude y una vez colocado el top estratégicamente le abrió la puerta del conductor.

 

Capítulo 21.

Otra vez en el espejo comprobando si las formas eran lo suficientemente atractivas. Si su escaso atuendo estaba correctamente asegurado. Se colocó las calzas doradas y salió del baño. Pierre la contempló estupefacto, a pesar de estar acostumbrado de verla en el hotel. Jude llevaba una especie de triángulo durado que a duras penas cubría su pubis. Un hilo dorado iba hacia atrás dónde quedaba sujeto al ano. El no sabía todavía que el culo de Jude contenía cinco bolitas de plástico. El agujero estrecho no permitía su salida, por lo menos si Jude no se contraía y expandía demasiado. La electricidad estática rondaba su pubis, sus pies y sus lóbulos estrujados por unas pinzas doradas acabadas en ligeras y largas cadenas que tocaban sus hombros o su espalda.

Salió del baño con su caminar habitual, erguida, pechos bien hacia fuera, talones levantados. Expectante a la reacción de su amante. Había dejado en la cama las restricciones: el pañuelo para sus ojos y el guante para sus brazos. Se permitió un último vistazo a su amante antes de colocarse la venda. Luego le ofreció el guante y se dio la vuelta. Pierre tardó en comprender como ponérselo. Encerraba las manos de Jude fundiéndolas, así como los brazos hasta mucho más allá de los codos. Los hombros comenzaron a sentir el dolor al ser empujados hacia atrás. El guante no se abriría, no sólo la cremallera apretujaba los brazos, sino que tres enganches con pestañas de cierre a diferentes alturas lo impedirían. Jude rápidamente sintió que se quedaba sin brazos y sin hombros. Esperó a Pierre, frustrada e inquieta. Las reglas eran mantenerse así el resto de la noche, sin penetración y sin orgasmos. Los hombros ya mostraban signos de cansancio, sus orejas angustiadas, los brazos inanes. Sus pechos se ofrecían sin barrera, expectantes a los dedos de su amante. Un tesoro a la vista. No tardaron en explorar las montañas horizontales. Los pezones reaccionaron al instante. Pierre se quedó comprobando la rigidez y la elasticidad un buen rato, admirado de que Jude no se quejase. Los pechos sobreextendidos ayudaban a crear la ilusión de la ofrenda. Estaba contenta, la dedicación a sus mamas atenuaba el dolor en hombros y lóbulos. Por otra parte, acentuaba la excitación en su vagina, en sus piernas y en sus pies. Mantenía las piernas bien alargadas con los dedos de los pies bien estirados hacia adelante, limitando el contacto de sus zapatitos dorados y evitando el dolor en sus gemelos y en sus pantorrillas.

Los dedos se cansaron de los pezones o decidieron explorar otros lindes. Las piernas resultaron el siguiente objetivo, de arriba a abajo y viceversa. Docenas de veces. Mandando a los canales eléctricos los estímulos que Jude debía evitar. Se tomaron su tiempo, apreciando la textura de la piel, la longitud de los muslos, la excitación que provocaban. Jude sentía el deseo desbordado de su amante. Sintió como le giraba, para comprobar si las nalgas tenían la dureza suficiente o su redondez era la adecuada. Las apretó con fiereza. Una caricia en la columna provocaba un espasmo. Pierre retiró una de las bolitas del ano y volvió a introducirla con suavidad, mandando a Jude a nuevos niveles de excitación. Volvió a comprobar las piernas, siempre midiendo su longitud, inabarcables.

Pierre se mantuvo tanto rato acariciando y sobando a su amante que Jude comenzó a sudar, avergónzandose por ello. Cuando las manos pararon, escuchó la puerta del baño y el grifo. Esperó tal y como la habían dejado, a cuatro patas en la cama. Pegó un brinco cuando una toalla húmeda comenzó a limpiarle el cuerpo. Una vez hubo terminado la limpieza, pidió permiso para hablar. Sólo cuando no te esté acariciando las tetas o las piernas. Jude comprendió. Le pidió permiso para recoger otra vez el semen en su boca y comprensión para no usar su vagina o su ano. Pierre no entendió que ganaría con eso. Acceso futuro. Jude quiso explicarse, sin llegar a hacerlo. Cómo decirle a un hombre excitado que esperase a un futuro incierto, a una mujer que vivía a miles de kilómetros, a un ser inaccesible. Por contra, con un gesto podía tirar del cordel, sacar las bolitas, elevar la tela dorada y penetrarla de un golpe. Era lo que los dos deseaban con todas sus fuerzas.

Jude trató de estudiar el pene de Pierre de la misma manera que él estudiaba sus pezones, con suavidad y precisión. Tomándose su tiempo. Mientras comprobaba si eran reales, ella investigaba el falo siempre erguido. Ventajas de la juventud. El movimiento creaba tensión en sus comprimidos lóbulos, contenta de habérselos pedido a Rebeca o no hubiera podido evitar un orgasmo. La compensación había sido el guante para los brazos. Debía tener cuidado, al no poder usar las manos como apoyo, se elevaba con sus abdominales y forzaba todavía más los hombros para equilibrar. Con el paso de los minutos, el placer de Pierre de introducir su pene en la boca de Jude se convertía en la agonía de ella para mantener la postura. En cuanto eyaculó de nuevo, se derrumbó sobre la cama, provocándose más dolor en los brazos y sin importarle, sus abdominales, ya no la sostenían. Pierre volvió a limpiarla. Antes de dejarla descansar, sin quitarle nada del atuendo, le hizo la oferta. Me contendré pero si nos volvemos a ver te quiero como ahora, sin brazos ni ojos. Jude asintió y trató de dormir un poco mientras Pierre le arropaba.

 

Capítulo 22.

Tenía que darse prisa o Rebeca se enfadaría. Se ajustó como pudo el top y los pendientes. El roce de la falda en los muslos y en las nalgas no la dejaban ni respirar tranquila. Rebeca vio como salía corriendo, la ligera tela blanca elevándose. Jude seducía con sus movimientos, con sus pechos ofrecidos y sus muslos desnudos. Sus tacones, los habituales con anillo intensificador y exageradamente altos, servían para extender las piernas infinitamente. La seda blanca más que ocultar ponía de relieve las zonas pudorosamente cubiertas. La falda, sin ser de vuelo, era ancha y las caderas ayudaban a moverla y elevarla con un mero suspiro. El top se posaba en los pechos, acariciándolos y rozando los pezones. El tejido permitía vislumbrar la piel. Consistía en un triángulo que acababa poco después de los pezones y no conseguía cubrir lateralmente las ubres de Jude. Los pendientes eran anillos intensificadores, entrenando a sus lóbulos a recibir las corrientes que generaba su cuerpo.

Antes de salir, Rebeca subió el top para comprobar si los pezones estaban bien duros. Un fuerte pellizco mandó electricidad a la vagina, a los pies y a las orejas. Luego un dedo se introdujo en sus raja, fácilmente accesible con esa falda. Rebeca sintió la suavidad de la seda y como generaba la corriente en su propia mano, diluyéndose en la cavidad estrecha y apretada de su esclava.

Renovaban los votos cada día, de esa manera. Jude debía contraer su esfínter y su vagina como si succionase un pene entre sus labios verticales, mientras levantaba los talones, agitaba los pechos y la cabeza. Durante el tiempo que el dedo se mantuviese explorando su agujero, debía continuar el movimiento. A Rebeca le gustaba que lo hiciese diez veces por lo menos. Cada vez le resultaba más difícil, la humedad aparecía con la primera contracción y la electricidad que generaba su vagina servía para alterar todo su cuerpo. Chupó el dedo de Rebeca y se encaminó a la puerta. Excitada y preparada.

Se enteró en el coche. Pierre venía hoy. Habían pasado dos meses. Jude tuvo estremecimiento. Surgió en los pies y llegó hasta los anillos que colgaban de sus orejas. Rebeca lo apreció aunque estaba conduciendo. Jude le obligó a parar y la besó. Sacó los conos del guantero del coche y se los dio a Rebeca. Ella misma se levantó el top y esperó con los ojos cerrados inclinando el pecho derecho hacia su ama, ofreciendo el pezón, rogando ser pellizcado y asediado. Cuando Rebeca colocó el primer cono, el pezón estrujado surgió caliente y asfixiado. Recibió un nuevo pellizco, fuerte y en el centro. Se giró para ofrecer el otro pezón y esperó ansiosamente el otro cono. En cuanto estuvo puesto, volvió a colocarse para que le retirara el cono derecho, el ardor repetido. Otro giro y el pezón gemelo preparado para sentir lo mismo. Esperó al último pellizco y soltó el top mientras abría los ojos. Los pezones, extremadamente sensibles recibieron el roce con la tela con protestas. Se puso el cinturón de nuevo. Nunca se acostumbraría a los conos, las dos lo sabían. Los pezones eran cada vez más grandes con tanto estímulo y coacción. Los pequeños tubitos no se dilataban. Los gestos, repetidos cientos de veces, parecían indicar que Jude los deseaba con todas sus fuerzas. Un extraño que hubiera pasado por allí en ese momento, así lo hubiera creído.

 

Capítulo 23.

Aún a sabiendas de que tenían una semana por delante, el encuentro fue una suma de ansiedades. Jude quería agradar a Pierre, mientras éste deseaba recorrer su cuerpo de arriba a abajo. En medio de la estación, los billetes en la mano, junto al bolso, el primer beso les supo a ambrosía, los labios relamiéndose, los anillos refulgentes en los lóbulos, el tacón izquierdo girado hacia arriba, los pechos presionando el torso de su hombre. Sus manos recorriendo el lateral cimbreante, comprobando medidas, o yendo hasta los hombros y agitando las joyas colgadas. Sin saberlo, excitando más si cabe con los devaneos eléctricos que brotaban sin esperanza de remisión. Jude quería mostrarse apasionada y excitada. Sin pensar en el lugar, ruidoso y ajetreado. De cuando en cuando, alejaban las bocas un instante para respirar y al establecer el contacto nuevamente, la electricidad iba hacia los lóbulos, los pezones, la vagina y los pies de Jude. Pierre notaba un leve estremecimiento en su amada, así como los pezones duros que no podían ocultar su excitación horadando la seda y apretujados en su pecho.

Jude no le permitió una sola palabra y le llevó al servicio de caballeros, dónde un par de chicos sonrieron al verlos. Dentro de un aseo, le bajó los pantalones y los calzoncillos. Sin mediar un sólo sonido, se puso la verga erecta en la boca y llevó sus manos a los pezones. Cuando los dedos agarraron las puntas duras, le obligó a tirar de ellas mientras su lengua comprobaba los puntos más sensibles del artefacto engullido. En un plis plas, el cálido líquido blanquecino descendió por su garganta. Agitó los pechos en señal de alegría y le obligó a seguir tirando de los pezones. El pene se mantenía bien erguido, así que decidió continuar. Al final tuvo piedad de él y después de lamerlo concienzudamente lo soltó. Salieron los dos del aseo y se encontraron a un señor calvo y orondo, alucinado por la hembra solícita que surgía por arte de magia. Los tres sonrieron y Jude lanzándole un guiño, llevó un dedo a sus labios suplicando silencio. Se lavó la boca concienzudamente y los dos aprovecharon para asearse antes de coger el tren.

Después de unos minutos de tentempié y trivialidades románticas, Jude le expuso las condiciones: Libertad total. Quería que él le acariciase todo el tiempo que desease, sin preocuparse por ella. No sólo era su esclava deseosa de ser tomada, también quería participar activamente en todo lo que le supusiera placer. Anhelaba conocer todas sus fantasías. Sentirse obligada a satisfacerlas. Su amante debía estar orgulloso de ella, nunca cohibido y ante todo sentirse plenamente libre de usarla a su antojo, sin trabas o ataduras mentales. Sólo debía contar con una restricción, no le podría otorgar placer siempre que él quisiera. Las cadenas con Rebeca debían permanecer presentes. Durante ese día podría tener un orgasmo, a partir de ese momento dependería de una serie de factores que luego le contaría. Con incertidumbre, miró el rostro de Pierre buscando señales de contrariedad o decepción. Jude respiró de alivio cuando su amante asintió perplejo y excitado a partes iguales... o desiguales.

Fue una suerte para Jude que el trayecto no durase más de dos horas. Se los pasó con los talones levantados a petición de Pierre y con las piernas ligeramente abiertas, algo escandaloso ante la nimiedad de la falda/pañuelo. La mano izquierda de Pierre no abandona los entresijos de las piernas salvo cuando alguien pasaba a través del pasillo. Entonces, con cierta reluctancia bajaba ligeramente la mano aprovechando para llevarla hacia la rodilla, dando a entender que se trataba de un simple flirteo. En cuanto se quedaban solos otra vez, las dos manos jugaban con los pezones semiescondidos por la seda, a veces por encima o a veces por debajo, gracias al fácil acceso. Sólo cuando la respiración de Jude pasaba de agitada a entrecortada, retiraba las manos y volvía al trabajo entre las piernas. Los dedos se dedicaban a rozar con ligereza y suavidad los muslos, por el exterior y el interior, a lo largo y a lo ancho, incansables y hablando por sí mismos. No le costó a Jude adivinar lo que más le gustaba a Pierre: sus pechos y sus muslos. Se prometió mantener pechos erguidos y muslos entreabiertos siempre que estuviera con él. Lo primero era lo habitual, lo segundo la excitaba más de lo que quería reconocer. Los talones levantados no le permitían relajarse del todo, unido a la espalda bien recta para ofrecer las mamas. Pierre le corrigió en otra cuestión, los labios algo entreabiertos, siempre dispuestos a besar o ser besada. Le pilló de sorpresa y provocó tal cúmulo de percepciones que el torrente eléctrico se disparó. Los dedos gordos de los pies se convirtieron en los principales sumideros junto a los lóbulos, allá dónde los anillos intensificadores reforzaban el caudal nervioso. Se escudriñaba mentalmente de arriba a abajo, buscando maneras de llevar al máximo la perfección en su postura, mostrándose como una estatua de amor, cálida y preparada. Se confundió con el paisaje externo, incapaz de distinguir las manos subyugantes del cuerpo acariciado. Ahora tenía dos amantes: uno rudo, rígido y exigente, el otro sensible, adaptable y amoroso. Uno mujer y el otro hombre.

 

Capítulo 24 -

Tuvo su orgasmo en cuanto la penetró, el deseo le carcomía desde la mañana, el cansancio nublaba su mente. Hacía horas que se mantenía con las piernas abiertas, excitada sin descanso. Previamente le había limpiado de la última gota de esperma, a indicación suya. Por precaución había dicho. No le faltaba razón. Se sentía fértil. Su vagina se contrajo tal y como tenía por costumbre en cuanto sintió el falo. No recordaba mucho más. Durmieron en un abrazo, los brazos de Pierre rodeando los suyos, los de ella estaban bien a cubierto detrás de su espalda, como era su deseo. A veces, sin poder evitarlo, Pierre llevaba un dedo a la acogedora gruta de su amada, contando las contracciones, devoradoras y posesivas. Notaba como Jude llegaba al borde del orgasmo y hacía esfuerzos para evitarlo. Volvía a los muslos expandidos y como un bebé rememoraba el lugar de donde salió, introducía de nuevo el dedo para comprobar si la invitación continuaba en pie. Sólo cuando Jude suplicó clemencia se contuvo, molesto consigo mismo por su falta de atención. Se prometió no volver a cometer el mismo error. Le besó a modo de disculpa y cuando fue a soltarle el apretado guante de los brazos, negó con la cabeza. Sin brazos y sin ojos. Siempre. Se durmieron conocedores de la placidez de estar juntos. Un sueño corto y eterno.

Todo hábito se incorpora después de una primera vez. En cuanto Jude se despertó, comprobó la respiración de Pierre tal y como hacía siempre con Raquel. No sería fácil salir de la cama sin evitar despertarlo. Lo intentó de todas maneras, con los brazos enganchados y vendada. La lentitud era su guía. Cuando volvió del baño se colocó es la postura de esclava de placer, pies doblados detrás de las nalgas, erecta y expectante. Acompasó su respiración a la de su dueño. Revisó su postura, el dolor en los hombros, los brazos desaparecidos, los pezones acallados, los pechos bien ofrecidos, los muslos deseosos, el clítoris escondido. Extrañaba los tacones, estaba descalza. Pierre había dicho que esa noche quería acariciar sus pies. Sentirla realmente desnuda. La venda y el guante eran para acrecentar la sumisión y realzar el cuerpo.

Jude estaba pocas veces descalza. Siempre se ponía los tacones en cuanto se levantaba, después del baño. Con los brazos atados, era imposible. Se sentía más desnuda que nunca. Frágil y disponible. Sin saber lo que estaba haciendo, se sumergió en la olas de respiración, en un pozo de meditación. De repente recordó. Pechos y muslos. Llevó los pechos más hacia delante y abrió algo más los muslos, todavía impidiendo una visión clara pero insinuando lo abierta que estaba. Respiró desde la cintura. Supo cuando se despertaba, la respiración cambió. Sin ojos veía. Él estuvo contemplandola tanto rato que cuando por fin le dijo que viniese a darle un beso las piernas estaban tan agarrotadas como los brazos. Con lentitud se incorporó y fue directamente al pene, sabiendo que estaría erguido y expectante. Las manos fueron a los pechos y los labios al falo, un círculo virtuoso para Pierre. Jude quería que la primera eyaculación del día fuese siempre rápida. Inmediata. Demostrando el poder que tenía. Saber cuánto esperma se fabricaba durante el sueño. El líquido traspasó su garganta y en cierta manera hizo compañía a los dedos pegados a los pezones. Tiró de ellos para indicarle a su amante que los pellizcase. Quería que se acostumbrase a hacerlo. Que pensara sobre ello en sus fantasías.

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