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Muñequita - Castigo y cura

en Dominación

- Estoy en el Café Random, lo tienes a 5 minutos, te doy 10.

Sólo el hecho de escuchar tu voz ya le acelera el corazón.

La niña de tus ojos durante los últimos meses se está cambiando en su pequeño apartamento, se está vistiendo rápidamente para ti. Selecciona un vestido sencillo, de corte un tanto infantil y tonos pastel; tal y como a ti te gusta.

Debajo nada. El suave tejido del vestido enmarca sus pezoncitos que se señalan tímidamente, abajo comienza a estar húmeda. La sensación de salir sin ropa interior le encanta: expuesta y húmeda.

Han pasado 7 minutos, sentado al fondo de la cafetería ves como una joven con un aire un tanto infantil pero sensual al mismo tiempo, entra por la puerta. Hoy lleva la melena suelta y su vestido deja ver unas infinitas piernas más bronceadas que en vuestro último encuentro.

Tu muñequita no puede evitar mostrar un poco de entusiasmo al verte esperándola, sonríe y llega a tu mesa casi saltando.

Sin embargo, cuando está a un paso de ti se detiene y agacha un poco la mirada, parece que está siendo algo descarada.

- Siéntate, bonita. – le dices.

Una tímida sonrisa vuelve a surgir y tu muñequita entiende que no hay ningún error, se sienta.

Te acercas y le regalas un tierno y corto beso en la frente.

- Bueno cuéntame, ¿qué tal ha ido la semana?

- Bien – comienza – bueno, en realidad…

- En realidad qué – insistes.

- Nada, cosas del trabajo. Mi jefe está muy estresado y lo paga con nosotros. Yo lo hago lo mejor que puedo, ¡de verdad! Pero al final siempre termina gritándome por cualquier tontería… entonces me pongo nerviosa y ya… y ya no sé nada!

Le ves triste, no te gusta cuando se pone así. Aprovechas que tienes la mano colocada sobre su muslo desnudo para continuar subiendo, debajo del corto vestido recorres el pequeño tramo y compruebas que no lleva bragas, sin embargo está seca.

- Ya bonita. Entiendo. Pero tú tienes que entender que tu jefe es un hombre con mucha responsabilidad, y tú tienes que hacerlo lo mejor que puedas…

- ¡Si yo..! – Se detiene, acaba de interrumpirte y eso no está nada bien.

- Sí – tu tono se vuelve severo – tú te esfuerzas. Pero tienes que esforzarte más. Tu deber es complacer a un hombre en todos los sentidos, para tu jefe en este caso tienes que ser lo más eficiente posible. Y te aseguro que si no te castiga él, lo haré yo.

Es cierto que te molesta que te interrumpa, que te contradiga. Pero la verdad es que tu tono de voz ha cambiado porque tienes una idea y el juego ha comenzado.

- ¿Me has entendido? – le dices.

- Sí… sí – repite como si creyera que un solo “sí” no fuera suficiente.

- Levántate, nos vamos.

Camináis dos manzanas, ella no sabe donde la llevas pero parece que no le importa. Llegáis a tu apartamento. Es la primera vez que vas con tu muñequita y lo cierto es que a ella se le encienden los ojos al saber que por fin va a poder ver tu hogar.

Una vez traspasáis el umbral de la puerta le das un pequeño empujón en la espalda.

- Vamos, quiero ver esto perfectamente limpio y ordenado en media hora. Vienen unos colegas y es muy importante que esté todo perfecto, me juego un gran negocio.

Te mira con desconcierto.

- Media hora he dicho, y ya has perdido un minuto.

Lo cierto es que la cocina es un caos, se nota que hace días que no has limpiado los platos. El baño se merece una limpieza a fondo y en tu habitación hay ropa por todos sitios.

Ella comienza por la cocina, es lo que más llama la atención. Se dispone a fregar los platos. La observas desde la puerta, queda de espaldas a ti y has de reconocer que lo hace con esmero, pero falta algo…

- Toma, ponte eso – le lanzas un delantal de plástico.

- Gracias – contesta al tiempo que lo toma al vuelo y comienza a atárselo al cuello y a la espalda.

- No, no… - dices mientras niegas con la cabeza – no me has entendido.

Te acercas y le das una buena cachetada en las nalgas. Ella responde con un respingo.

- Te he dicho que te pongas eso. Sólo eso.

Se le ruborizan un poco las mejillas, aunque sabes que se está excitando nada más imaginándose la situación.

Se deshace del vestido rápidamente y se coloca el delantal, el cual deja toda su espalda, su trasero y sus piernas expuestos ante tu mirada de nuevo desde la puerta.

Cuando se gira un poco puedes ver alguno de sus pechos que prácticamente se escapan por los laterales del delantal, ya que es algo estrecho.

- Si sigues así de lenta te voy a poner una cuenta atrás para que compruebes lo ineficiente que eres.

Ella acelera el ritmo. Friega cada vez más rápido y tú te paseas de un lado a otro, detrás de ella, cada vez más cerca.

PLAF!! Una fuerte cachetada a la que responde con un leve gemido y un gesto de dolor.

Sigues paseándote, te acercas a su oído: - Vamos, vamos, vamos!! – le dices aumentando la intensidad del sonido en tus palabras - ¿Es que eres una tortuga, eh? ¿Eso es lo que eres? ¡Vas a hacerme perder mi negocio!

PLAF!!

A esta segunda cachetada, la cual te ha dolido a ti casi tanto como a ella, responde con un gesto torpe en el cual un par de cubiertos y un plato caen al suelo.

Te mira suplicante, pidiendo perdón.

- Vale, se acabó. – tu voz se ha vuelto suave de nuevo.

Sin más dilación metes la mano entre sus piernas.

- Serás guarra… estás chorreando. – sonríes – Sabía qué era lo que necesitabas.

Ella se relaja un poco y esboza una pequeña sonrisa.

- ¿Puedo compensar el plato roto? – pregunta con un hilo de voz.

- No cariño, tú no compensas nada, tú eres castigada por tu mal comportamiento.

Acariciando su nalga dolorida la acompañas hasta tu habitación. Una vez dentro y sin encender la luz… Clack! Se oye un chasquido y tu muñequita siente como el frío acerlo se enrosca en su cuello. Comprende que está a tu merced.

- Bien – comienzas – no has realizado tu trabajo, me has decepcionado y vas a ser castigada por ello. Eres una pésima empleada que ni siquiera vale como sirvienta.

Ella empieza a girar en torno a sí misma, no tiene ni idea de qué va a ocurrir a continuación.

Entonces, asiéndola por las axilas, bajas suavemente hasta su cintura, le deshaces del delantal con delicadeza y rápidamente sujetas sus muñecas, un giro brusco de 180º y las atas sujetándolas a una argolla que cuelga del techo.

- No te muevas ni un milímetro.

Enciendes la luz.

El panorama que se delata frente a ti no puede ser mejor. Una muchachita pelirroja de melena salvaje hasta mitad de la espalda se encuentra indefensa en el centro de tu dormitorio. Sus pechos, no demasiado generosos pero redonditos y bien puestos están erguidos, y su culo bien proporcionado con su cuerpo, despunta ansioso debido la rectitud a la que su espalda se ve obligada.

Decides taparle los ojos. Al hacerlo notas como se estremece, la incertidumbre le excita.

Entonces te diriges a un cajón de tu armario y sacas un utensilio, te acercas, ella ya sólo puede oír, te siente cerca, siente tu aliento, y nota cómo un objeto duro y muy delgado se pasea por su cuerpo.

Deslizas la fusta por su espalda tensa, juegas con sus pezones y la pasas entre sus piernas, acariciando el interior de sus muslos atrás y adelante una y otra vez. Ella aprieta la mandíbula, no sabe cuando le vas a sorprender con el primer azote.

- Sigues cachonda, ¿no?

ZAS! Un primer azote en las nalgas y un aullido de dolor invade la habitación.

Acaricias la zona dolorida: - Creo que no ha sido suficiente, no, una buena trabajadora tiene que estar bien adiestrada.

ZAS!! ZAS!! Dos nuevos azotes más intensos en el interior de los muslos.

- Muñeca, no creas que me gusta castigarte, pero es necesario que aprendas a hacer las cosas bien. – le besas la sien.

ZAS! ZAS! ZAS!...pierdes la cuenta, esta vez te detienes en sus pechos, su culo, sus muslos por ambos lados. Una lágrima asoma debajo de la cinta que tapa sus ojos.

- Oh, por favor señor, lo haré lo mejor que pueda, me esforzaré más, de verdad. Pero no me castigue más.

Miras su cuerpo pálido lleno de marcas rojas. Las tocas, están calientes. Sueltas sus muñecas y la coges entre tus brazos.

- Está bien, ha sido suficiente por hoy – tocas su entrepierna y te empapas de sus jugos – mi perrita sigue calentita. Dijiste que querías complacerme, ¿no?

- Sí, por favor, pero necesito reponerme un poco.

- Vamos a poner un poco de hielo, ya ha dolido bastante, pero has quedado perfecta. – miras tu obra de arte. La tierna pelirroja, aun invidente, blanca como la leche pero llena de marcas rojas, tus marcas, las que dicen descaradamente que es TU perra.

Traes algo de hielo, la tumbas en la cama y juegas un poco, lo deslizas con cuidado sobre su cuerpo, parándote en las marcas, ves como se estremece. Haces círculos alrededor de sus tetas. Ella gime, gime de placer y también de dolor.

Te desabrochas el pantalón y bajas la cremallera, el simple sonido de tu cremallera hace que tu muñeca se remueva y abra los labios.

- Mi perra quiere polla, ¿eh?

Sacas tu polla erecta y la paseas por su cuerpo, por sus labios que intentan atraparla pero no se lo permites, la aprietas contra sus tetas, sus pezones… bajas y la envistes de sorpresa. Se la metes hasta el fondo, un gemido largo escapa de su boca.

La follas lento, lento al principio y vas acelerando el ritmo, sujetando sus caderas y ayudándola a moverse a tu ritmo.

Sigues el bombardeo continuo apretando con ambas manos sus nalgas, apretando muy fuerte. Y oyes como su respiración se acompasa a vuestro ritmo.

Sí, hoy toca darle marcha a ese coñito hambriento de perra.

Empiezas a sentir el orgasmo, viene, se acerca, ella detecta tus espasmos, tus arritmias y se aprieta contra ti.

Su espalda se tensa, se arquea y ambos estalláis en un orgasmo simultáneo que parece durar horas. Finalmente te derrumbas sobre tu muñequita, vacío, débil. Ella se quita la venda de los ojos y te mira, estás derrotado sobre su pecho, te acaricia el cabello y cierra los ojos también.