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Mónica quiere jugar 1

en Dominación

-        Me aburro.

-        ¿Qué?

-        Que me aburro – Repitió ella.

Ángel miraba a su esposa con actitud interrogante.

-        Lee algo, cielo. Hace tiempo que no lees.

-        Oh, vamos Ángel, si se tratara de esa clase de aburrimiento, ya lo habría solucionado.- le reprochó ella haciéndose la ofendida – necesito algo distinto, un giro en mi vida, en nuestra vida como pareja, en nuestra forma de hacer las cosas…

Él se incorporó un poco, estaban en la cama, recién acostados con una luz tenue y un silencio abrumador. – Ya sé por dónde vas. Siempre te pasa igual Mónica, creo que deberías mirarte esos achaques de locura.

Mónica levantó una ceja en tono irónico y dio un resoplido, una vez más su marido no era capaz de seguirle el juego, no entendía cómo podía permanecer tan pasivo ante la vida que se les escapaba entre los dedos. De este modo apagó la luz y ambos se sumieron en un sueño, cada uno en el suyo.

Apenas llevaban tres años de matrimonio y es cierto que habían pasado unos años muy felices, habían viajado bastante, ambos se encontraban en una situación económica respetable y se sentían demasiado jóvenes como para comenzar a tener hijos.

Solían salir casi todas las semanas de copas con algunos amigos, las pocas parejas del grupo que aún mantenían un espíritu joven.

Su vida sexual era bastante activa, manteniendo los dos el apetito sexual de cualquier pareja de adolescentes. Jamás entendieron el tópico de utilizar la noche del sábado para follar. Cualquier hora y cualquier día era adecuado para jugar un rato, hacer calentamientos y echar un polvo que les permitiera olvidarse de aquellos problemas que pudieran tener. Su filosofía se basaba en que no había mejor medicina que un buen polvo a tiempo.

Y por supuesto se querían, se querían muchísimo.

La mañana siguiente Ángel y Mónica despertaron temprano para ir a sus respectivos trabajos. Tras una jornada intensiva, a media tarde se encontraron en casa.

Ángel se sirvió una copa del minibar y se desplomó en el uno de los sillones de piel blanco que tronaban el amplio salón de su apartamento.

Era un hombre alto y esbelto, de cabello oscuro, con algunos mechones clareados por el sol del verano que llegaba a su fin. Su piel aun bronceada le daba un aspecto bastante atractivo. Y en su rostro fino pero dulce al mismo tiempo, destacaban un par de ojos oscuros y profundos, enmarcados por unas espesas pestañas.

-        Menudo día mi amor –dijo tras dar un largo trago a su copa –Alfredo  está maquinando una estrategia que podría salvar a la empresa… joder, ¡está pensando despedir a casi la mitad de la plantilla! – Ángel se frotaba la frente con su mano derecha mientras apoyaba el codo en el brazo del sillón y sostenía la copa con la izquierda –Es una locura, es un suicido.

-        Bueno… pero tú no entras dentro de esa mitad – Mónica remoloneaba con la hebilla del cinturón de su esposo y le miraba con picardía, sabía lo que necesitaba.

-        A ver, no lo entiendes. Muchísimas personas van a quedar en la calle, son mis compañeros y… -parecía realmente agobiado mientras relataba lo que iba a suceder, aferró las muñecas de Mónica evitando que ésta desabrochara su pantalón –y eso ni siquiera servirá para salvar la empresa, mi amor.

-        Sí, ya lo sé – Mónica tomó un tono serio y desafiante –me encontré con Adara de camino a casa y me lo contó todo. Ella sí entra dentro de la mitad desfavorecida, no me extraña que se derrumbara en mi hombro.

Mónica permanecía pensativa mientras le contaba a su marido el encuentro con Adara, a medida que describía la reacción de aquella chica su gesto iba tornándose pícaro, incluso dejó escapar una sonrisa.

Ángel se derrumbó finalmente dejando su copa en la mesita de té y tapándose la cara con las manos.

-        Dios, pobre Adara. Apenas había empezado, había puesto tantas esperanzas en su primer trabajo…

Mónica se arrodilló en el sueldo de parqué ante su marido y tomó sus manos entre las suyas.

-        Eh, eh… Ángel, mírame. –éste dirigió su mirada hacia su esposa –no quiero verte así, ¿vale?

Lentamente comenzó a desabrochar los botones de su blusa dejando entrever un sujetador de encaje de color blanco. Con una mano iba soltando sus botones, con la otra acariciaba el bulto que iba creciendo entre las piernas de su marido.

Era algo que no podía evitar, aunque estuviera en el peor momento de su vida, Mónica siempre conseguía ponérsela dura si se lo proponía. Aunque al principio se avergonzaba de la rapidez con la que lograba una erección, su mujer le había enseñado que no había por qué sentirse mal por ello, al contrario, era una suerte tener una polla siempre dispuesta a satisfacer a una mujer.

Distraídamente, la chica soltó la trenza que ataba su pelirroja melena y dejó caer la blusa al suelo. Su cabello naranja, y su piel blanca como la leche contrastaban con el moreno que desprendía su marido. Tenía unos pechos medianos, redonditos y bien puestos, resaltados siempre con ropa íntima provocativa.

Para el alivio de Ángel, Mónica liberó su polla que saltó como un resorte, hinchada y, como a ella le gustaba describir “a punto de caramelo”. Él por su parte se peleaba con el broche del sostén hasta que, al sentir como su polla entraba en la cueva húmeda y cálida que hacía la boca de Bárbara, lo desgarró de un tirón y lo lanzó al suelo.

Su respiración comenzó  a agitarse, sentía su lengua girar como un torbellino en torno a su capullo de una forma más que apetecible. Al tiempo que su polla profundizaba más en su boca, Ángel apretaba los pechos de su esposa entre sus manos, pellizcaba los rosados pezones, rígidos como piedras.

Gemía al sentir la presión de los gruesos labios de Mónica aprisionando su polla, ésta tragaba cada vez más, presionaba el tronco de la barra caliente que entraba y salía de su boca con facilidad.

Ángel comenzó a mover la pelvis hasta clavársela en la garganta. Agarró su cabello y empujó su cabeza contra él, consiguiendo un movimiento rítmico y acompasado entre  ambos.

Esa mujer le volvía loco, cuando estaba a punto de correrse, se sacó la polla de la boca y se metió uno de los huevos mientras acariciaba el otro y no dejaba de masturbarle con la mano que le quedaba libre.

Cuando su respiración y sus gemidos llegaban al límite, Mónica se metió de nuevo la polla en la boca y la folló como una posesa hasta que empezó a sentir la leche caliente entrar en su boca. Presionaba el tronco con los labios, exprimiéndola. Otro chorro de lefa chocó contra las paredes de su cavidad bucal. Bárbara intentaba tragar lo que podía mientras su marido se corría.

Finalmente, Ángel se desplomó en el respaldo del sillón exhausto, acariciaba la cabeza de su mujer. Ésta se esmeraba en tragar lo que aun tenía en la boca y dejar reluciente su polla.

-        Eres un sol –dijo Ángel al fin.

Mónica se incorporó, se sentó en sus rodillas y apoyó su espalda en su pecho.

-        No me hagas reir –dijo en tono irónico. Él la beso en la mejilla y permaneció acariciando su larga y espesa melena.

La chica clavó sus verdes e intensos ojos en su marido. Le comía y al mismo tiempo le interrogaba con la mirada, esos enormes y sutilmente rasgados ojos verdes que lo enamoraron.

-        He contratado a Adara como asesora personal –dijo con decisión finalmente.

Ángel la miró sorprendido, se sentía realmente perdido ante aquella confesión.

-        Pero… ¿qué?

-        Sí, bueno, la chica me dio bastante pena, y no me vendría mal una persona que me ayudara, tengo mucho trabajo, Ángel, quizá sea temporal.

Samuel continuaba desconcertado, miró de nuevo a su mujer interrogándole con la mirada.

Su gracioso gesto hizo reir a Mónica quien confesó.

-        Te lo dije anoche, me aburro.