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Diario de un soltero - Yo, Óscar

en Hetero: General

Capítulo 1 - "Yo, Óscar"

Vivir en una gran urbanización tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Un complejo residencial requiere de los servicios de un portero físico, un portero que te saluda cada mañana, da igual el humor con el que se haya despertado, mi portero todas las mañanas me regala un afectuoso “Buenos días, Óscar”. También saca la basura y se encarga del mantenimiento, y esa es una gran ventaja.

Me gusta la vidilla que le dan las familias con niños, niños inquietos que salen a la placita cada tarde a jugar, sus madres llamándoles a voces desde la ventana… Es ventajoso para alguien que vive solo, cuya única compañía son sus dos gatos, Comino y Azafrán, y sus pequeños bienes en forma de muebles y electrodomésticos.

Por supuesto también tiene algún que otro inconveniente, especialmente cuando te tocan como vecinos una pareja ruidosa que lo mismo te despiertan de madrugada que en la siesta golpeando el cabecero de su cama contra la pared de tu habitación. En realidad, no siempre es tan jodido, a veces, cuando la calentura me sube, que no es sólo “a veces” sino “muchas veces”, mis vecinos dan para paja.

Concretamente ella es la que da para paja, me siento enteramente heterosexual hasta ahora, y ella está jodidamente buena. Por eso, cuando estoy hasta las pelotas de aguantar el vaivén de muelles, golpes, síes y de oír como gritan el nombre de Dios en vano, intento sacar algo de provecho a la situación y me imagino a la calentorra de mi vecina, con su enmarañada melena negra al viento y su cuerpazo andaluz cabalgándome. Porque lo que está claro es que tanto por los sonidos como por la frecuencia de sus polvos, mi vecina Candela, tiene que ser muy puta.

Los polvos son tan frecuentes que incluso a veces consigo sincronizar mi paja con ellos. Y como reto personal, me propongo que nos corramos los tres a la vez.

Yo no sé si ella finge o la cabrona es una diosa del orgasmo, pero chillar chilla… Espero que sea de placer y no de dolor, porque el ruido de los manotazos que le mete el novio llega hasta mis oídos. Manotazos que deben ser unos azotes de la hostia, teniendo en cuenta que el tío está hecho un figurín de gimnasio.

A mí me parece perfecto, no critico en absoluto al chaval, si yo encontrara una morena tan fogosa como ella también la tendría rindiendo día y noche. Pero no todos corremos la misma suerte o no todos buscamos “el amor”.

A mí por novias me han tocado dos mojigatas. Con una empecé a salir en el insti y no conseguí follármela hasta el último curso, la muy zorra después de mil calentones y un solo polvo me dejó por otro. La otra ya tenía algo de experiencia cuando nos conocimos, estábamos los dos en la universidad y aunque pasamos dos años muy bonitos, muy entretenidos y muy amorosos, ambos coincidimos finalmente en que no estábamos hechos el uno para el otro. Ella buscaba un príncipe azul como los de los cuentos de su abuela: que la alimentara, que le hiciera varios retoños, un maromo al que vestir y poner un plato en la mesa día tras día, vaya. Y yo no quería eso, al menos no en aquella época, no quería convertir mi vida en una rutina atado a una mujer muy guapa, muy educada y sin ninguna inquietud ni pasión en la vida.

De modo que desde entonces estoy soltero y sin compromiso, vivo solo, hago lo que quiero y cuando quiero, tengo un buen trabajo y de vez en cuando traigo alguna amiguita a casa y nos consolamos mutuamente.

No soy muy de salir a buitrear en discotecas, soy más de cerveza en antros o cubata en pubs donde al menos se escuche música decente. Así que mi amiguita es una follamiga que tengo fija, y no puedo perderla porque saliendo de antros difícilmente encuentre alguna como ella.

Cuando digo “amiguita” estoy hablando de Susana.

A Susana la conocí en un pub por el que me dejo caer muy a menudo. Era amiga de una amiga y una noche, el destino quiso que acabara a cuatro patas en mi cama, desde entonces mantenemos una relación amor-odio un poco adictiva para ella y bastante liberadora para mí. Con Susana soy el domador de yeguas, soy “Óscar el fuerte, el grande y el bestia”.

No es que necesite a ninguna mujer más en mi cama, ni mucho menos, con ella estoy sobrado, pero lo cierto es que tampoco sé por cuánto tiempo podré mantener esta situación, tener una compañera de cama cuando me conviene, y pensar que esto puede acabarse me da un poco de miedo.

Tengo miedo de que Susana se enamore de mí, es una jodida dependiente emocional, me asusta que un día, tras una de nuestros encuentros bestiales en los que me complace al noventa y nueve por cien, ella no quiera irse a casa. Por eso úlitmamente intento verla solo de cuando en cuando, para no alimentar su dependencia hacia mi polla. Porque en el fondo, Susana no es una simple compañera de viajes al cielo, la quiero mucho y no quiero hacerle daño.

Hablando de Susana, anoche me llamó, al principio su voz sonó un poco irritada y lastimosa a la vez, hasta que finalmente explotó:

-          ¡Estoy hasta el coño, Óscar! Se fue hace tres días, joder, ni una puta llamada.

Llamadita de sócorro, pensé. Era típico en ella, un bellezón con la autoestima por los suelos que no acaba de aceptar que su padre rehaga su vida con otra mujer diferente a su difunta madre.

-          Susana, cariño, está con su amiga, déjalo tranquilo, ya es mayorcito para saber lo que hace, y tú también lo eres para cuidarte sola.

Silencio… Sin duda algo en mi comentario o en mi tono de voz le había molestado.

-          ¿Qué insinúas?- chilló -Joder, eres un cabrón igual que él ¿De verdad es tan difícil de entender para ti?

A medida que hablaba su voz se iba convirtiendo en un sollozo hasta terminar en un “para ti” agudo y poco inteligible. Entonces rompió a llorar, y ya sólo oía una triste vocecilla que se sorbía a ratos la nariz entre puchero y puchero.

-          Me siento muy sola, Óscar, hace siglos que no nos vemos, ¿no podrías venir mañana a comer a casa?

Ella era la súplica personificada, pero qué bien me conoce… Entendía perfectamente que accediendo a sus chantajes emocionales sólo conseguiría alimentar su dependencia, pero me sabía tremendamente mal dejarla así, y qué demonios, es verdad que hacía mucho que no echaba un casquete con mi morena favorita.

Intenté calmarla con mi tono más comprensivo y dulce.

-          Eh, nena, vamos, no te pongas así. Son rachas, cariño. Mañana pasamos el día juntos, ¿vale? Si quieres pedimos comida china, nos damos atracón de helado y vemos Pretty Woman.

Conseguí sacarle una tímida carcajada, al menos hasta mañana habría conseguido que su humor mejorase.

Así pues, esta mañana, tras mis rutinas habituales, recoger el apartamento, desayunar, salir a correr en torno a 25 minutos, darme una buena ducha, y preparar unas latas de atún a Comino y Azafrán, salí de casa con intención de ver a Susana.

En el rellano me crucé con Candela, que cargaba una pequeña maleta de viaje y parecía tener prisa. Sin embargo no podía perder la oportunidad de entablar una breve conversación con ella y deleitarme la vista con sus escandalosas curvas.

-          Buenos días ¿viaje?

Me miró con su eterna y oscura mirada seductora de diva, y me regaló una sonrisa como las que solo ella sabe dibujar.

-          Sí, vuelvo pasado mañana, viaje de trabajo, ya sabes, un coñazo. Pero bueno, así no me aburro de siempre lo mismo.

“Si tú no te aburres, fiera…” El simple hecho de recordar sus gemidos provenientes de la habitación contigua despertó a la cabezona que dormía en mis pantalones.

Como buen caballero, y afable vecino que soy le abrí la puerta del portal, y la dejé pasar a ella primero. Así de paso pude echar un vistazo a ese pandero enfundado en unos vaqueros ceñidos, que me dan ganas de hacerle un redoble cada vez que lo veo.

-          Pues que tengas buen viaje.

Y guiñándole un ojo, desaparecí  doblando la esquina del bloque, antes de que esa sensualidad que transmite por todos sus poros terminara de matarme.