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Diario de un soltero - Susana

en Hetero: General

Capítulo 2 - "Susana"

Susana vive a unos quince minutos de mi casa a pie. Su padre se fue a vivir a su apartamento cuando falleció su esposa hace tres años y parecen tener una buena relación, aunque los últimos seis meses los ha pasado haciendo viajes casi todas las semanas para ver a su nueva novia. Desde que su padre conoció a aquella mujer, Susana está más irascible de lo habitual, está celosa y más de una vez me ha llamado tras haberse bebido tres botellas de vino ella sola en casa. Diría que esta chica sufre una especie de “complejo de Electra”.

Al llamar a su puerta, Susana me abrió vistiendo únicamente una camisetita de tirantes blanca y unas braguitas de algodón a juego que resaltan increíblemente su morena piel. “Susana, Susanita, cómo te atreves a recibirme así con el calentón que traigo…”

-          Hola, guapísima.

Le planté un casto beso en la mejilla y ella me rodeó en un abrazo amoroso.

-          Pero qué guapo vienes.. ¿te has cortado el pelo?, ¿estás yendo al gimnasio? ¿qué es? Porque te veo diferente, a ver,  a ver, date la vuelta.

Parecía una marioneta entre los brazos de mi amiga, ella con su vocecita chillona y su capacidad para decir mil cosas en menos de 20 segundos, me miraba de arriba abajo satisfecha con lo que tenía delante.

-          Sí, las dos cosas. Pero déjame pasar guapa, si seguimos en la puerta en cualquier momento algún vecino podrá verte en bragas.

Sus ojos verdes, que parecían esmeraldas incrustadas en un rostro de muñeca casi mulata, me miraron desafiantes.

Una vez dentro pude observar que nada en el apartamento de Susana había cambiado desde la última vez que estuve allí. Su perfecto y cálido desorden seguía como siempre. Su sofá burdeos repleto de cojines con encajes, en la estantería un montón de revistas y periódicos se apilaban de forma caótica. Una alfombra persa descansaba debajo de una mesita circular de madera tallada con una especie de leyenda oriental. En las paredes lucían varios pósters en blanco y negro al mismo tiempo que algún óleo surrealista, y una fotografía familiar. Nada de lo que había en el apartamento tenía algo que ver con nada, cada mueble y cada detalle eran de distinta procedencia, pero todo lo que allí había tenía un toque especial, un toque exótico, cálido, todo llevaba impresa el sello Susana: “no importa que nada combine, yo soy así de caótica y conseguiré que me adores por ello”.

Me senté en el sofá suponiendo que tomaríamos un té de esos que ella consumía, o simplemente una cerveza. Pero Susana tenía otros planes pensados para mí.

Se sentó a horcajadas encima mío y comenzó a acariciarme el cabello de tal forma que todo el vello de mi pellejo se erizó al instante, no siendo lo único que empezaba a cobrar vida.

-          ¿Sabes que me he acordado mucho de ti estos días? He pensado tanto en ti que he tenido que hacer cosas malas.

Su melosa voz empezaba a inundarme los sentidos, qué guarra era, me ponía morritos y se mecía sobre mis muslos haciendo que en cada movimiento su monte acariciara mi espada.

-          He tenido que hacérmelo yo sola, ¿sabes? Muchas veces. He estado tan excitada que yo creo que hasta mi padre ha oído como me corría…

Cerré los ojos intentando conservar algo de cordura, tenía que contenerme, si me la follaba en ese momento estaría enseñándole que sus llamadas tenían exactamente el efecto que ella quería. Intentaba mantenerme frío pero mis manos ya estaban apretando sus duritas y redondas nalgas. Difícil tarea la mía cuando sus pezones, a través de aquella camiseta que poco dejaba a la imaginación, desafiaban a la gravedad apuntando directamente a mi pecho.

-          Nena, deberíamos ir pidiendo algo para comer, ya casi es la hora, y tú sabes que estos chinos mientras matan al perro y lo cocinan…

Zas, puñetazo en el hombro y bien merecido.  Apretó un poco mi paquete que había crecido considerablemente  y comenzó a hacer círculos sobre él mientras se mordía el labio inferior.

-          No es eso lo que quiere comer mi amiga la de aquí abajo…

“Está bien”, pensé. Agarré su camiseta y de un tirón se la bajé hasta la cintura, haciendo que dos maravillosas tetas redondas saltaran al instante y aparecieran ante mí. Si era capaz de ver aquello sin perder el control, sería capaz de todo hoy. Además, necesitaba verlas de una vez. Las masajeé brevemente y pellizqué sus pezones haciéndola gemir, no sé si de placer o de dolor, quizá de las dos cosas.

-          Nena, primero comemos, y luego ya veremos lo que hacemos.

Con cuidado la levanté y me puse de pie frente a ella. Le di un beso a cada una sus tetas y con una fuerte palmada en el culo la hice avanzar hacia la silla que tenía a su derecha.

Podía oler su coño desde mi posición, sin duda ahí abajo tenía que estar húmeda esperándome ansiosa.

Me miró medio enfurruñada, medio resignada mientras se anudaba los tirantes de la camiseta que le había roto hacía apenas un minuto.

No sólo le estaba haciendo un favor a su inestable cabecita, también quería tenerla hambrienta, más hambrienta aun de lo que ya estaba. Me excitaba soberanamente tener a aquella mujer deseosa, caliente y capaz de cualquier cosa por que le diera lo suyo.

Comimos tranquilamente mientras charlábamos sobre las pocas novedades que nuestras vidas habían experimentado en el último mes.

Susana hablaba sin parar, hablaba de lo triste que había estado durante el último mes, se quejaba de su padre, de lo poco valorada que se sentía por él, de “la zorra gitana de su amante” y de cuando en cuando caía alguna que otra indirecta sobre lo cachonda que estaba. Aleteaba su mano izquierda sin descanso mientras que con la derecha, usando palillos con una destreza admirable, se llevaba a la boca fideos y me volvía loco cada vez que alguno se le quedaba colgado del labio y tenía que sorberlo o relamerse.

Tras terminar la comida los dos nos sentamos en el sofá con intención de reposar un rato. Entonces, Susana volvió a mirarme con aquellos enormes ojos suplicantes, y apoyó su mano en mi muslo de manera peligrosa.

-          Óscar, por favor.

-          Por favor, qué.

Oh, sí, el horno estaba a punto, a punto de arder en llamas.

Se inclinó hacia mí, y se acercó a mi oído izquierdo.

-          Ya sabes qué.

Aquel susurro en mi oído, con su aliento golpeándome sensualmente y su lengua jugando con el lóbulo de mi oreja era más de lo que este pobre empalmado podía soportar. La miré unos segundos a los ojos, segundos que para ambos se hicieron eternos.

-          Desnúdate.

Mi tono era seco, directo. Y ella no esperó ni un segundo para sacarse de un tirón la camiseta y bajarse las bragas hasta los pies. Se colocó delante de mí de pie, como a la espera de un movimiento por mi parte.

Es tan guapa, tan perfecta… Esos pechos ni grandes ni pequeños, perfectamente abarcables por mis manos, ese vientre liso, suave, moreno, sus largas piernas torneadas y su triángulo… su sexo depilado, húmedo. Me sobrepuse a la tentación de enterrarme directamente en él, y tras tomar aire decidí continuar mi jugada.

-          Demuéstrame las ganas que tienes.

Una mirada a sus ojos e inmediatamente otra hacia mi bulto la hizo entender perfectamente lo que le estaba pidiendo. Ella se agachó y palpo por encima de mis vaqueros aquella prominencia que amenazaba con atravesar la cremallera.

Lo cierto es que me había empalmado ya varias veces durante aquella mañana, y temía que tanta erección sin consuelo terminara generándome un fuerte dolor de huevos.

Un poco ansiosa me desabrochó los pantalones y dejó que mi polla saltara como un resorte, tremendamente dura y palpitante. La rodeó con las manos y me miró, ya de rodillas, como si no entendiera cómo podía haberle estado negando aquello toda la mañana.

Sin dejar de mirarme a los ojos, Susana fue bajando lentamente la cabeza en dirección a mi pene erecto. Tenía la boca semi abierta y sus carnosos labios previamente humedecidos. Lamió primero el capullo, con mimo y de forma lasciva sacaba la lengua y me miraba desafiante. A medida que aumentaba la velocidad de sus lametones, fue engullendo mi polla hasta que la tuvo totalmente clavada en la garganta.

Cosas como aquella me recordaban por qué era tan especial mi Susana, porque nadie la chupaba como ella, nadie le ponía tanto interés, tanto mimo y tantas ganas.

Con mi mano en su nuca, fui acompañando sus movimientos. Sus labios presionaban el tronco sin dejar de recorrerlo arriba y abajo. Con la otra mano iba masajeando sus pechos, primero uno, luego el otro, pellizcando sus pezones que gritaban erectos lo cachonda que estaba.

Joder, qué bien lo hacía, me sentía en el cielo. Con cuidado le separé la cabeza de mí.

-          Nena, si sigues así me voy a correr y no va a quedar nada para ti.

-          ¿Vas a follarme?

“Si me lo pides así..” Le hice un gesto con la mano para que se acercara y se sentó encima de mí dándome la espalda. Su frondosa melena que me tapaba toda la cara apenas me dejaba ver más allá de ella. Comencé a acariciar sus rodillas, suavemente, casi haciéndole cosquillas, tenía la piel de gallina y sentí como dejaba caer su nuca en mi hombro y cerraba los ojos. Continué la andadura por la cara interior de los muslos que permanecían ligeramente separados. Cada vez que me acercaba a su zona peligrosa paraba y volvía a empezar, entonces ella arqueaba la espalda y buscaba mis manos con desesperación.

-          Shhhh.. fiera, no tengas prisa – le susurré al oído.

-          Óscar, por favor – su tono, más agudo y bajito de lo normal, casi confundiéndose con un gemido, me excitaba muchísimo.

Visité sus pechos y su estómago, me dejaba caer en su monte de venus y con cuidado pasaba un solo dedo por sus labios. Su sexo ya estaba abierto, podía sentir su humedad, su cuerpo no paraba de pedirme guerra mediante movimientos convulsivos y vaivenes. Acaricié su clítoris, muy suave al principio, pero poco a poco fui acomodándome al ir y venir de sus caderas hasta arrancarle un gemido profundo. Mis dedos, como torbellinos, giraban en círculos presionando suavemente.

-          Dioooss.. fóllame o méteme algo ya.

La levanté un poco tomándola por las nalgas y comencé a palpar con el pene la entrada de su sexo. Al sentirlo, Susana buscó con urgencia mi polla y comenzó a clavársela lentamente fundiéndonos ambos en un sonoro gemido, hasta acabar sentada sobre mis piernas, totalmente empalada.

Podía sentir la calidez de su interior envolviéndome el miembro, sus fluídos me empapaban ya las pelotas y esa cueva que se contraía por momentos me hizo suspirar.

-          Cariño, me quedaría así para siempre, pero muévete un poco nena.

Al principio despacio y poco a poco aumentando el ritmo, Susana se clavaba una y otra vez en mí, yo le ayudaba levantándole las caderas y a cada embestida atrayéndola más fuerte contra mi cuerpo.

-          Date la vuelta, guapa, quiero verte.

Haciendo un movimiento casi acrobático, Susana se giró y quedó de nuevo sentada a horcajadas sobre mí moviéndose furiosamente. Ahora sí, ahora sí podía ver ese par de tetas moverse, su cabeza inclinada mirando al techo y su cabello desparramado por la espalda, encima de los hombros y algún que otro mechón en la cara.

-          Ah… me encanta cómo te mueves, nena.

Ella no decía nada, sólo podía oir sus gemidos y el choque de nuestros sexos en cada cabalgada. Apoyaba las manos en mis hombros, clavándome ligeramente las uñas, su piel brillaba bajo la cálida luz que entraba por el ventanal . Era tan excitante verla sobre mí como apoderarme de su cuerpo bajo el mío.

-          Joder, voy a correrme.

Aceleró el ritmo y yo con ella, sus gemidos se hacían mas fuertes, sus uñas se clavaban con más fuerza en mi espalda y su rostro se tornaba tenso. Y con un profundo gemido  empezó a convulsionarse sobre mí, humedeciendo mis muslos escandalosamente. Mi miembro, estrangulado por su sexo en éxtasis, se vació en su interior en tres intensas embestidas.

Quedamos pecho contra pecho durante un rato, no sé cuánto.