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Defina puta

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-        Sabemos que en la última conversación que tuvo con su marido por teléfono, estando él  con vida, comentó que usted “se había comportado como una auténtica puta”.

El detective leyó literalmente algunas de las acusaciones haciendo hincapié en las bonitas palabras dedicadas por su marido. Cerca de una hora de silencio había transcurrido bajo la tenue luz que colgaba del techo que daba un aspecto aun más lúgubre si cabe a aquella sala de interrogatorios de paredes grises y carentes de decoración alguna.

La chica respiró profundamente y relajó el gesto, ladeando la cabeza ligeramente a la izquierda.

-        Defina “puta”.

El detective le correspondió con una mirada desafiante.

-        Puta es lo que usted es. Conozco demasiado bien a las chicas como usted, y te aseguro guapita, que a mí no me la pegas.- le cogió la barbilla delicadamente con una mano y acercó su cara a la de ella- Pero como soy compasivo le recomiendo que colabore, todo será más fácil.

-        No. –con un rápido movimiento de cabeza hacia un lado se deshizo de la mano del detective.- Considero que existen tres formas diferentes de entender la palabra “puta”. La primera es la que puede encontrar  en su primera acepción  de la RAE: “puta es aquella persona que ejerce la prostitución”. O sea, una puta es toda aquella mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de bienes, generalmente dinero.

Parecía tranquila, hablaba despacio y mantenía un tono de voz sereno y seductor.

-        Por otro lado tenemos la visión que todos conocemos vulgarmente, una puta es una guarra que se ha tirado a todos los tíos del pueblo, que le pone los cuernos a su novio y que chupa lo que haga falta para conseguir lo que quiere...

La miró encarnando las cejas y se rascó la cuidada perilla.

-        Y –prosiguió levantando un poco la voz y haciendo callar al detective- … yo considero que existe un tercer tipo de “puta”. Entendiendo como tal, toda mujer sexualmente activa que se precie.

-        Según su teoría, ¿sois todas unas putas, no?- una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de aquel hombre.

Le ofreció un cigarrillo, el cual ella aceptó y colocó entre dos dedos mientras continuaba:

-        En principio sí, por naturaleza sí. La cuestión es que estamos en una sociedad “anti-machismo” que nos hace vivir una mentira, nos hace creer que para que una mujer sea respetada debe tener mil tabúes en cuanto al sexo y ser frígida como ella sola. Lo cual termina siendo una actitud machista por partida doble, impidiendo que la mujer viva su sexualidad plenamente, porque le juro, señor detective, que todas las mujeres disfrutamos complaciendo.

-        ¿Frígidas, tabúes? Pero si cada día sois más putas.- el detective negaba con la cabeza como si no acabara de creer las palabras de la chica.

-        ¿Ah, no? Entonces dígame, ¿cuántas mujeres le han comido la polla con verdaderas ganas?

-        Hombre, algunas la chupan de lujo…

-        Sí, por supuesto. ALGUNAS. Seguramente la mayoría de las mujeres que se la han chupado lo han hecho con asco, por compromiso, y con prisas para que se corriera rápido.

-        Tampoco requiere mucha ciencia hacer una mamada. – replicó entrecerrando los ojos, parecía estar cada vez más interesado en aquella conversación.

-        Regla número uno. Una polla se come de rodillas. –hizo una pequeña pausa -La perspectiva que un hombre tiene cuando una chica semidesnuda le hace una mamada de rodillas es todo un lujo, y proporciona placer a ambos.

 Dio una calada a su cigarro y levantó dos dedos en forma de V, haciendo caso omiso a la expresión de asombro que invadía el rostro del detective.

-        Regla número dos, no te olvides nunca de las pelotas. Están ahí, y si no quieres metértelas en la boca, al menos acarícialas. Porque ante todo, una polla se come con cariño.

Hizo una pequeña pausa para valorar la reacción que hasta ahora sus palabras provocaban en su interlocutor.

-        Regla número tres – le miró fijamente inclinándose hacia él – de vez en cuando te lo tienes que tragar. Eso de que se corran en tu boca y después lo escupas está feo. Ya que estás príngate del todo y te lo tragas. Probablemente no siempre te apetezca, vale. En esos casos dona una zona de tu cuerpo. La parte baja de la espalda y las tetas son las más deseadas. Luego está la cara, claro, pero.. – sonrió mirando al techo – eso sólo lo disfrutan unas pocas, entre las cuales no me encuentro.

Dio una calada a su cigarro y soltando el humo de forma chulesca señaló al detective con el dedo índice repetidamente.

-        Porque una cosa está clara, lo que vayas a hacer, hazlo porque te apetece, y si no te gusta que se te corran en la cara no lo permitas. Pero déjate de tonterías, que a todas nos pone sentirnos deseadas e imprescindibles mientras derraman el semen por nuestra espalda.

-        Este interrogatorio parece un monólogo y se está apartando del tema, pero – se tocó sin disimulo el paquete – Ya que está tan comunicativa, señora Dovak, dígame, ¿cómo os gusta a las mujeres que os coman el coño?

Ella le miró fijamente, negó con la cabeza al tiempo que una sonrisa se dibujaba en su rostro y suspiró acomodándose un poco a su asiento.

-        Me temo que eso que quiere saber sí requiere una técnica que dudo mucho que esté al alcance de todos, señor detective. – sonreía de medio lado y sus ojos verdes se clavaban de forma desafiante en los del detective.

Ante el tono burlesco que tomaban las palabras de aquella mujer, el detective contraatacó:

-        Estoy seguro de que me lo puede explicar usted con unas cuantas reglas. – le sonrió de forma pícara.

El dulce  rostro de la mujer se tornó serio, duro, su mirada ensombrecía

-        No –dijo recalcando ese “no” – existen reglas que puedan enseñarle cómo comer un coño, porque cada coño es un mundo y tiene que descubrirlo.

El hombre resopló como si ya hubiera escuchado esa historia mil veces.

Sin recuperar ni un ápice de dulzura en su rostro, se inclinó hacia adelante, apoyó sus brazos cruzados sobre la mesa que les separaba, dejando ver un generoso canalillo bajo el escote de su blusa. Inmediatamente la mirada del hombre se desvió hacia aquel regalo, como si le fuera imposible ignorar aquel gesto.

-        Vosotros, los hombres, os creéis que simplemente metiendo vuestra cabeza entre las piernas de una chica podéis hacerla vibra de placer, y le aseguro que estáis tremendamente equivocados.

Él la miraba con interés, había vuelto a centrar su mirada en los ojos de la chica, y levantaba una ceja componiendo un gesto irónico.

-        Sí, no me mire así, cuántos orgasmos fingidos habrá provocado con sus torpes lametones y sus desafortunados mordisquitos…- observó durante unos instantes el rostro del detective, su expresión parecía decidirse entre el asco y la rabia. Su mirada amenazadora, al borde del desquicio provocó en la chica una estrepitosa carcajada que rebotó haciendo un eco ensordecedor entre las cuatro frías paredes de aquella sala de interrogatorios.

Muy suavemente se levantó de su asiento, y como si de un acto reflejo se tratara, el detective se puso en pie al mismo tiempo. La observaba caminar hacia él, sabía que no tenía nada que temer, al fin y al cabo no dejaba de ser una chica joven y desarmada.

Una vez a su altura, la joven señaló la nariz del hombre con su dedo índice.

-        Señor de-tec-ti-ve –continuó vocalizando de forma exagerada y sorprendentemente sensual –esto que ve usted aquí –tomando una de sus manos la llevó tímidamente hasta su monte de venus –es una joya… una genialidad… una obra de arte arquitectónica… ¿Se ha parado alguna vez a observar detenidamente el fruto de la pasión? ¿Es consciente de la perfecta simetría que alberga, de los milimétricos pero estratégicamente situados retazos de placer?

El hombre permanecía en silencio, con todos los músculos de su cuerpo en tensión, expectante ante la actitud desquiciada que desbordaba a la mujer.

-        Cuando uno va  a degustar un buen vino, el primer paso es saber sujetar la copa. Una copa de vino se sostiene con delicadeza, a continuación y con sutiles movimientos uno es capaz de hacer desprender los distintos olores que contiene.. ¿me sigue? Por último saboreará en su propio paladar la calidez del vino, porque un buen vino siempre se toma caliente, nunca, jamás, en frío.

El hombre que comenzaba a recuperar el control de su propia mano, desencajó la mandíbula, que había permanecido tensa durante largo rato

-        ¿Está comparando un coño con el vino?

-        Le intento hacer entender, señor detective que las cosas buenas de la vida hay que saber degustarlas, y hay que tratarlas como se merece.

Tras liberar la mano del detective se dio media vuelta y le miró por encima del hombro, parecía pensativa.

-        ¿Ha visitado la Alhambra?

El hombre frunció el ceño y se rascó la barbilla, sin duda estaba perdiendo totalmente el control de aquel interrogatorio.

-        Si…sí, hace ya muchos años, ¿por qué?

Ella caminaba lentamente por la sala, miraba al techo como si buscara algo, sus zapatos de tacón fino retumbaban a cada paso marcando un ritmo pausado.

-        Me encanta la Alhambra, creo que es un lugar mágico…- se volvió hacia él y se mordió el labio inferior de forma exquisita – comerse un coño debería ser como visitar la Alhambra.

El detective, que no salía de su asombro tras escuchar las últimas palabras de su interlocutora, se frotaba la frente y sonreía con los ojos cerrados.

Haciendo caso omiso a las risas del hombre, continuó.

-        Cuando visitas la Alhambra, o cualquier monumento de tal envergadura, no te limitas a echar un rápido vistazo e irte, no… Cuando uno visita la Alhambra tiene que dedicarle tiempo, sí, el tiempo es un factor imprescindible –ahora aleteaba las manos al tiempo que se expresaba y mantenía un gesto ido, mirando a un lado y a otro – Imagine que fuera a visitar la Alhambra y sólo viera los Jardines, mucha gente lo hace, ¿sabe? Es una locura, son preciosos, por supuesto, pero hacer eso es quedarse a medias, y una vez que has hecho el viaje no hay que irse a medias, no señor, las cosas o se hacen bien o no se hacen.

Miró fijamente al detective, que parecía que se tomaba todo aquello con humor, y como si recobrara el control de su cuerpo y su meten se acercó a él con paso firme y se sentó en sus rodillas.

-        Cuando uno visita la Alhambra tiene que conocer su historia, señor detective…

-        ¿Me está diciendo que para comerse un coño tiene que conocer las pollas que se ha follado? – apreció el hombre que disfrutaba realmente con el espectáculo.

-        Le estoy diciendo –alzaba la voz en cada palabra– que cuando se coma un coño debe saber exactamente a qué zonas debe dedicarle más tiempo, dónde debe poner empeño e intensidad y cuándo debe permanecer trabajando su labor, como cuando observa una obra de arte, hasta que completa su trabajo deleitando a la afortunada con un viaje directo a otro planeta, hasta que consigue escudriñar la esencia del Guernica que tan entramado y confuso parece pero tan magnífico tesoro yace en él.

Le estoy diciendo, señor detective – ahora susurraba sensualmente en su oído – que cuando abra una par de piernas lo haga con firmeza, pero también con delicadeza, que caliente SIEMPRE lo que se va a comer, y cuando esté a tal temperatura que arda en deseos, que se derrita y chorree, tantee el terreno, no se permita un paso en falso, recorra la zona amurallada, despierte espasmos, visite con cautela la perla de la exquisita locura y  tállela sin prisa pero sin pausa, sin pausa…-repetía casi en un murmullo.

El hombre se frotó el cabello con una mano, mientras que con la otra empujaba delicadamente la espalda de la chica para que abandonara su regazo. Tenía las mejillas arreboladas y un prominente bulto emergía de su pantalón.

-        Está bien, señora Dovak… creo, creo que es suficiente.

Ella le cogió un brazo con firmeza, le miró directamente a los ojos y colocó una mano en su pecho.

-Yo no le maté. –dijo con firmeza. –Dicen que detrás de todo hombre infiel, hay una mujer que no es lo suficientemente puta. Si de algo soy culpable es de intentar por todos mis medios que mi difunto esposo permaneciera a mi lado.