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Explorador

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Explorador.

Tu cuerpo descansa sobre las sábanas húmedas y cargadas de olores recientes mientras la noche se cuela por la rendija de la ventana. Tus muslos se agitan levemente cuando me apoyo en el colchón, admirando la suave curva de tu vulva y la breve capa de vello que corona el monte de Venus. Uno de mis dedos se posa sobre tu pierna y lo deslizo despacio a lo largo de tu muslo, suave, largo, largo, largo y tibio.

Adivino una sonrisa en tus labios cuando la yema de mi dedo tropieza con el pliegue que hay allí donde tu pierna se une a las caderas. Un ligero temblor sacude tu vientre al notar mi dedo tan cerca de la grieta. Rodeo todo el monte, atajando por en medio de la suave mata de pelos y bajando por ella, acercándome peligrosamente al nacimiento del clítoris.

La capucha que lo envuelve palpita. Siento la sangre latir bajo la piel delgada que lo cubre. Lo rodeo sin tocarlo y paso la punta de mi dedo por uno de tus labios menores. Está húmedo y viscoso. Huele a deseo.

Juego con él. Me gusta verlo temblar ligeramente cuando le doy suaves golpecitos. Me gusta apretarlo ligeramente contra la carne que lo rodea, sopesando con ojo cínico el grosor, textura y densidad de ese trocito de piel aceitoso y caliente qué tantas veces he chupado. Me gusta tomarlo levemente con dos dedos y tirar de él, separarlo de tu vulva y estirarlo leeeeeeeentamente… A veces el jugo que lo recubre hace que se me resbale de entre los dedos.

Me gusta explorar tu coño. Me gusta pasearme por la entrada vital que arde entre tus piernas, descubrir nuevas grietas, fallas y pliegues. Me encanta deslizar el dedo con suavidad entre las arrugas de carne trémula y palpar el interior de tu cuerpo, frotar la yema curiosa contra las paredes de tu gruta y sentir los pliegues que recubren el interior de la vagina mientras tus labios menores me empapan la mano.  

El explorador da el visto bueno: el terreno está listo para que el resto del equipo pueda entrar en acción…