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El Secuestro

en Grandes Relatos

La taza de té se evaporizo, de su mano, quedando tan solo el pequeño asa de porcelana amarrado a su dedo índice. La explosión retumbo por todas las calles aledañas, mientras una lluvia de fragmentos de cristal, cortaban sin piedad la piel de los viandantes. En el interior de la Tetería, los faroles de bronce, ya no colgaban del techo. Las Cachimbas, junto a las teteras de alpaca, permanecían esparcidas por el suelo, mezclándose con miles de restos de porcelana, procedentes de los vasos y tazas. El barullo habitual de las calles de Marrakech, se veía sustituido por un amargo silencio, tan solo interrumpido por agónicos gemidos, que brotaban de aquella alfombra de sangre y escombros que ahora tapizaba el suelo de la Tetería.

 Un vehículo todo-terreno, de color marrón arena, para bruscamente junto la entrada del local, de el, envueltos en túnicas blancas y con chalecos militares, descienden tres hombres con el rostro oculto tras negros pañuelos. Dos de ellos portan en sus manos sendos fusiles kalashnikov, mientras el tercero, se introduce entre los escombros de la Tetería. El hombre, sale del local con una mujer en sus brazos, la deposita en el interior   del vehículo, y con una señal indica a sus compañeros que le sigan, momentos después, sacan arrastrando a un joven herido, con sus ropas de estilo europeo ensangrentadas, y le obligan a ponerse de rodillas sobre el suelo de la calle. El muchacho emite un suave sollozo cuando uno de los fusiles se apoya sobre su cabeza. Después, su cuerpo cae inerte, al mismo tiempo que el eco de un disparo rebota entre los muros de la ciudad.

 Los tres enmascarados, entran apresuradamente en el interior del vehículo, y en el mismo momento en que las ruedas rugen sobre el asfalto, los Kalashnikov, celebran su victoria escupiendo ráfagas de balas hacia el cielo.

 El aire del desierto, contiene pequeñas partículas de arena que, al adherirse a la ropa, rozan la piel provocando una molesta irritación. Cubierta tan solo con un Chador, a pesar de llevar ya casi una semana secuestrada en aquel pequeño oasis, Diana aun no había conseguido adaptarse a las extremas condiciones del lugar. Incluso estando su cuerpo, prácticamente oculto tras aquella vestimenta, con la que los terroristas, la habían obligado a cubrirse, algunas partes de su cuerpo, presentaban profusas quemaduras producidas por la explosión de la Teteria, las cuales, al contacto con el sol, producían un insoportable castigo para la joven. Además la arena, rozaba cada rincón de su cuerpo, hasta el punto, de verse obligada a desprenderse de sus braguitas, incluso de su sujetador, al llenarse aquellas zonas, de pequeñas llagas.

 Con un fantasmagórico movimiento, las enormes dunas, se desplazaban creando una niebla de polvo, que se deslizaba sobre ellas. Rodeado de estas montañas de arena, el minúsculo oasis permanecía oculto en la inmensidad del desierto. Compuesto tan solo, por unas decenas de palmeras, en su interior, una laguna marcaba el centro del campamento de los milicianos.

 Durante las horas centrales del día, cuando el sol flagela con mas fuerza el campamento, Diana permanece en el interior de la Jaima, que los terroristas la habilitaron como celda, aunque ante la imposibilidad de escapar, de aquella cárcel de arena, los hombres la dejaban vagar libremente por el oasis, y apenas prestaban atención a sus movimientos. Excepto Bashir, un joven muchacho de piel tostada, cuyo rostro, apenas curtido por el desierto, respondía con un mirada a cada movimiento de la joven.

 Era el atardecer, cuando el sol comenzaba a reposar entre las dunas, el momento preferido de su aburrido cautiverio. Los hombres se apresuraban a encender sus hogueras para la noche. Diana aprovechaba ese momento, para refrescarse en la laguna.

 Al reflejarse la luz, del atardecer, sobre el agua, cientos de brillos dorados, cubren el cuerpo de Diana, y con un rápido movimiento, se desprende del Chador que oculta su belleza. Con las rodillas sumergidas en el agua, Diana, se sabe observada, y no duda en

Quitarse el Yihab que cubre su pelo, dejando así, que la brisa del desierto acaricie sus melena, y la meza con una sexual delicadeza.

 Oculto detrás de un palmera, Bashir, observa excitado a la joven que, con sus manos, se moja los pechos. La melena oscura, al humedecerse, cae sobre la espalda contrastando con el claro tono de piel de su espalda. Salpicada por pequeños lunares, estos marcan el camino, a través de su esbelta silueta, hasta llegar a unas perfectas nalgas, que brillan sobre la superficie del agua. Bashir la mira ensimismado, mientras agita con rapidez la mano que sostiene su pene totalmente erecto.

 Diana sumerge su cuerpo por completo para, segundos después, emerger de nuevo justo enfrente al lugar donde el muchacho se masturba mientas la observa. El agua resbala por sus pechos, erizando bruscamente sus pezones, hasta empapar el moreno bello de su sexo. Bashir siente como su cuerpo se ruboriza, cuando la prisionera comienza a acariciarse, uno de sus pezones, con la palma de la mano. Y a su vez, el brazo derecho desciende lentamente sobrepasando su cadera, hasta reposar sobre su sexo. Varias gotas de agua caen, cuando la muchacha, desliza sus dedos entre los labios de su mojada vulva. Durante unos minutos la joven permanece de pies, acariciándose el clítoris, hasta que los dedos, con los que antes masajeaba su pecho, penetran ahora en el interior de su vagina. Es en ese momento cuando, con un pequeño rugido, Bashir alcanza su máximo placer, y apretando con fuerza su verga, esta dispara varias oleadas de semen, que impactan contra la base de la palmera.

 La noche acaricia el oasis, envolviéndolo en su frió manto. Las estrellas, titilan al verse reflejas sobre la superficie de la laguna. Los hombres duermen, resguardados del viento en sus Jaimas, sin percatarse de la presencia de un espectro que transita silencioso por el interior del campamento.

 Arropada tan solo con una piel de camello, transformada en manta. Diana dormida, ignora el chasquido que los dátiles, empujados por el viento, producen al chocar contra su refugio. Una leve corriente de aire recorre el interior de su Jaima, cuando la cortina de cuero que hace de puerta se abre, e instintivamente, la muchacha se revuelve sobre si misma y sin despertar se arrebuja con su manta.

 Su respiración relajada contrasta con la de Bashir que, tras recorrer en silencio el campamento, ha conseguido llegar hasta el cuerpo de la joven. Lentamente, intentando hacer el menor ruido posible, se arrodilla juntos a ella y comienza a observarla.

 Mientras la muchacha permanece dormida, Bashir desliza suavemente la manta, hasta dejar descubiertas las piernas, que descansan ampliamente separadas entre si. Con sumo cuidado, el muchacho inclina su cabeza para poder admirar de cerca, cada detalle de la vulva. Y acercando su nariz, aspira el aroma que el sexo del la chica desprende. Bajo la túnica de Bashir, como si de una lanza se tratase, su miembro empieza a levantarse y a endurecerse.

 Tras admirar la belleza de sus labios, y su pequeño clítoris, Bashir trata de deslizar la parte superior de la manta, para poder contemplar de cerca, los pezones que en la distancia tanto le habían excitado. Y fue en ese momento cuando, al realizar un movimiento brusco con el brazo, Diana abrió sus ojos. La primera reacción de Bashir, fue apretar fuertemente, la boca de la chica, con su mano derecha y sujetar sus brazos con la izquierda. Asustado, examinaba fijamente como aquellos, bonitos e inquietos, ojos oscuros le miraban de forma asustadiza.

 En la oscuridad de la noche, la presión que la mano de Bashir ejercía sobre las muñecas de Diana, fue descendiendo, al mismo tiempo que sus labios descendían también, para acercarse a los de la muchacha. Y una vez liberada la boca de esta, sus lenguas comenzaron a intercambiar el único lenguaje, del que el silencio asiste presente.

 Cada vez, sus lenguas bailaban con mas intensidad. El silencio inicial, se vio interrumpido por el susurro que sus respiraciones emitían sin cesar. Bashir, apretujaba con sus manos, los senos de la muchacha, y pellizcaba suavemente sus pezones, hasta conseguir que estos crecieran y se endurecieran de forma formidable.

 Cuando la túnica de Bashir desapareció de su cuerpo, ambos quedaron desnudos. Su enorme verga, temblaba amenazante en dirección a la boca de Diana, la cual, tras acariciar dulcemente sus testículos, recorrió, con su lengua, toda la superficie de la poderosa lanza del muchacho. Lentamente la fue enterrando, en su boca, mientras con la lengua no paraba de saborear cada centímetro de la jugosa piel de Bashir.

 A medida que Diana aumentaba la velocidad, con la que sus labios se deslizaban sobre el glande, Bashir, aumentaba también el movimiento que ejercía, con sus manos, sobre la cabeza de ella. Escuchando la intensidad, con la que la respiración de Bashir, se trasformaba en gemidos, Diana freno sus movimientos y, sacando la verga de su boca, se coloco a cuatro patas, sobre la superficie de la Jaima.

 Bashir con su miembro aun mas endurecido y húmedo por la saliva, de la joven, se coloco detrás del esbelto cuerpo de la muchacha. Desde su posición, podía observar, como del sexo de Diana, colgaban sus labios, que permanecían cerrados, aunque no por mucho tiempo. Durante unos segundos, acaricio la negra pelambrera que rodeaba la vulva, después paseo sus dedos, por entre sus labios, hasta conseguir trasladar toda su humedad a la zona del clítoris. Un dedo juguetón, se introdujo en el interior de la vagina. Y de ella, emergió completamente empapado, por los licores que Diana segregaba excitada en su interior. Bashir, observo detenidamente su dedo índice, después, se lo metió en la boca, para saborear aquella preciada sustancia.

 Amarrado de sus caderas, un fuerte envite del muchacho, sirvió para que su durísima verga, atravesara por completo la vagina y chocara contra el interior de aquel oscuro pozo del deseo. Diana no pudo contenerse ante tan placentera sensación, y al mismo tiempo que su vagina se dilataba, para dar paso al muchacho, su cuerpo se estremeció, obligándola a ella, a emitir un gemido de aprobación.

 Arqueado sobre su espalda, Bashir presionaba de forma circular el clítoris de la muchacha, mientras esta, respondía empujando con sus caderas hacia detrás, para conseguir una penetración aun mas profunda. Diana, con la cabeza entre sus brazos, profería una serie de palabras sin sentido, que intercalaba con gemidos cada vez mas escandalosos. Fue ella la primera que alcanzo el orgasmo. Con un intenso chillido, que reboto por cada rincón del oasis. Bashir, cabalgándola con furia, podía sentir con claridad, como el interior del sexo del la muchacha, se humedecía salvajemente.

 La visión de su miembro emergiendo, de entre los labios de la muchacha, completamente empapado de un lechoso jugo blanquecino, acabo con toda la resistencia de Bashir, el cual aferrándose fuertemente a los senos, que bailaban libres en el aire, lanzo una brutal embestida, que clavo sus testículos en la muy húmeda vulva, para seguidamente, ahogar el interior de la vagina, con un torrente de semen.

 El escandaloso grito de Diana, alerto a los demás guerrilleros del campamento, los cuales, armados con sus kalashnikov se precipitaron sobre la jaima de la prisionera.

 El semen, emanaba deslizándose por las piernas de Diana, cuando los hombres irrumpieron en la Jaima. Bashir asustado, y aun desnudo, se aparto tembloroso de su lado, en el mismo momento, que con su pie descalzo, el mas mayor de los hombres lanzaba una patada contra los riñones de Diana, la cual caía al suelo derribada. Los hombres la ataron las manos y los pies, mientras se llevaban a Bashir.

 Al amanecer, un carrusel de gritos de dolor, despertó a Diana. Posteriormente, los hombres, desatarían las cuerdas con las que la noche anterior ataron a Diana.

 El sol del desierto se desperezaba para comenzar de nuevo su castigo. Y mientras Diana contemplaba el cuerpo, amarrado a una palmera y sin vida, de Bashir. Comprendió que su verdadero secuestro comenzaba en ese momento.