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Infidelidad Virtual.

en Hetero: Infidelidad

 Cayó la noche, y nuestro dormitorio se convirtió en un austero desierto de frío. Nuestra cama, en otra época convertida en una abrasadora isla desierta donde cada noche naufragaban nuestros cuerpos, ahora permanecía inerte e inanimada. Atrás quedaron las risas que los gruñidos del somier nos provocaban mientras nuestros cuerpos volaban sobre ella.

 Éramos una pareja joven. Apenas tres años de matrimonio y miles de proyectos en común. Sin embargo, al caer la noche mi mujer se sumía en un estado de letargo imperecedero propiciado por aquel deseo de abandonar la realidad en forma de pastillas.

 Mi vida se derrumbaba. De la máxima expresión de felicidad al pozo de la desolación en apenas unos meses. Yo al menos me esforzaba. Es cierto que en ocasiones continuaba buscando mentalmente un nombre para nuestro hijo, y al caer en la cuenta de la realidad quedaba abatido e incluso dejaba que varias lágrimas limpiaran mi tristeza. Pero después me reponía: Vivía. Vivía viviendo. En cambio mi mujer aprendió a vivir muriendo.

 Sin ilusión dejaba caminar los días entre el paso de su vida. En aparente serenidad, tan sólo se derrumbó aquella noche que la obligué a desmontar la cuna que esperaba inútilmente junto a su lado de la cama. A continuación llegaron los médicos y con ellos las pastillas y desde ese momento empecé a convivir con la peor de las soledades: La de compartir cama con el silencio.

 Perdí mi trabajo. Lo que en mi otra vida pasada hubiese sido una estrepitosa tragedia ahora carecía de importancia.

 De nuevo tuve que aprender a convivir con la soledad. Despertaba entre las revueltas de sábanas que mi mujer abandonaba para ir a su trabajo. Y pasaba el resto del día deambulando por la vivienda buscando un motivo para estar entretenido.

 Internet me salvó la vida. Es extraño, cuando desde fuera yo mismo consideraba un vicio permanecer tantas horas postrado frente a una pantalla. Pero en ese periodo de mi vida, el PC se convirtió en mi mejor refugio, en mi mejor oasis.

 Ahora ya no me importaba dormir con una piedra. Después de meses de continuas negativas a mis caricias la pornografía apaciguó mi fuego de cada noche, hasta el punto frenar mis tentativas de seducir a mi mujer.

 Visité toda clase de Webs. Desde las que me ofrecían imágenes de jóvenes princesas, hasta las secuencias expertas de autenticas estrellas del porno. Y todo ello sin olvidar los relatos escritos por personas que por ser como yo me sumían en la intimidad de sus vidas como si fuese la mía propia.

 Es extraño, y sólo las personas que hayan vivido una situación como yo lograran entenderme: Yo nací dos veces; La primera del vientre de mi madre 35 años atrás, la segunda hace unas semanas, de las entrañas del doble clip de mi ratón.

 En mi nueva vida era uno más de esa comunidad. Diariamente conversaba con mujeres tan diversas como estrellas se hayan en el cielo. Al principio, únicamente buscaba sustituir el cariño de mi esposa con las frases de otra mujer. Finalmente mi instinto inconformista me llevó a mostrarme mediante la cámara Web.

 Evité desvelar mi rostro. Al fin y al cabo era un hombre casado. Pero eso no evitó que compartiera mi cuerpo con otras mujeres. Entré en un juego de seducción y deseo, cuyo máximo exponente del placer consistía en masturbarme admirando los pechos y la vulva de desconocidas. Recuerdo la primera vez que a petición mía, una mujer se despojó de sus braguitas y me mostró su clítoris mientras se introducía un dedo en la vagina. La imagen me hipnotizó. Me masturbé con furia mostrando el mejor plano posible de mi polla. No se me olvidará la imagen de mi polla en la pantalla; con la punta tan hinchada y ese tono azulado que caracteriza los momentos de máxima excitación. Y junto a mí, a cientos de kilómetros de distancia aquella mujer se corría admirando mi tremenda eyaculación. 

 Muchas mujeres pasaron por mi pantalla. Me derretían mostrando sus cuerpos de distintas posturas. Desde chiquillas hasta maduras. A todas ellas las amé durante unos minutos, pero sólo una consiguió enamorarme.

 Entró de improviso en mi vida, su Nick: “Love” parecía ser un anticipo de lo que pasaría entre nosotros. Me sorprendió que me atrajera tanto a pesar de que se negaba a mostrarme su cuerpo desnudo. Alegaba que se encontraba en su lugar de trabajo y que no podía desnudarse. Al igual que yo ocultaba su rostro, insistí en un par de ocasiones para que me lo mostrara pero ella interponía la condición de que yo también tendría que mostrárselo.  Y hay fue cuando descubrí que me estaba enamorando. Deseaba con locura ver su rostro, pero me invadía un miedo atroz a que el mío no la atrajese y en consecuencia la pudiese perder.

 Pasamos meses conectando cada día. Era una mujer inteligente y de carácter muy sensual. Pronto nuestras conversaciones se tornaron monotemáticas, anhelaba masturbarme con la imagen de sus pechos en mi pantalla y armado de valentía una mañana se lo propuse. De nuevo su lugar de trabajo se interpuso en mi fantasía, aunque me propuso que yo me masturbase para ella. Así lo hice. Mi mano bailaba sobre mi polla al ritmo de las frases que ella escribía. Sabía como excitarme, como sacar el máximo partido a mi imaginación. Cuando intuyó que yo estaba a punto  de correrme, disimuladamente, se tocó los pechos por encima de la ropa, gesto más que suficiente para provocar que mi polla explotara ante su pantalla. 

 Al concluir aquella semana, nos despedimos con frases de auténticos enamorados. Nuestra vida se había convertido en un poema abandonado en la distancia. Era viernes,  ella me pidió que no la fallara, y que me conectase el lunes a primera hora. Yo recalqué lo difícil que me sería pasar el fin de semana sin ella. Mis palabras debieron conmoverla, y en un ataque de valentía deslizó la cámara bajo la falda que la cubría. Como pudo se bajó las bragas, y en medio de su lugar de trabajo me mostró su vagina.

 La imagen de su vagina no había sido muy nítida, incluso carente de luz, pero bastó para pasar todo el fin de semana obsesionado con ella. Incluso por las noches, mientras mi mujer dormía sedada por sus pastillas yo me masturbaba en la cama soñando con penetrar aquella vagina. Con sentir su sabor, con inundarla de mi semen.

 Fue el fin de semana más largo de mi vida, pero al fin llegó el lunes. Nos saludamos como dos quinceañeros y disfrutamos comentando el pánico que había pasado durante su arrebato de pasión del viernes en el cual me mostró su vagina.  Era divertido pensar en la cara de sus compañeros si la descubrían con la cámara entre sus piernas y las bragas en la mano. 

 Después llegó la mala noticia. Por motivos de trabajo tendría que ausentarse unos días. ¡Tres días sin verla! Aquello cayó sobre mí como un jarrón de agua fría. Ella intentó consolarme, expresando también lo que me echaría de menos, y ante mi claro desasosiego me realizó una inesperada proposición.

 No fue problema explicar a mi mujer que faltaría tres días de casa. Inventé una entrevista de trabajo en una ciudad tan lejana que me obligaría a pasar varias noche allí. En parte era cierto, mi cita con “Love” se produciría a más de cien kilómetros de mi casa. Pero en cualquier caso las explicaciones no eran apenas necesarias, la distancia entre mi mujer y yo se había ido convirtiendo en un abismo.

 “Love” se encargo de casi todo. A sabiendas de mi situación de desempleado corrió con todos los gastos. Me sentí algo avergonzado por ello, pero he de reconocer que preparó todo de manera exquisita: Me reservó un billete de tren, la habitación de un hotel y un taxi que me llevaría de la estación al hotel. Mi única tarea era la de comprar un pasamontañas.

 ¿Verdad que suena extraño? En realidad no lo es tanto, recordad que “Love” y yo jamás nos habíamos visto las caras. Ambos habíamos expresado nuestro temor a no ser atractivos a los ojos del otro. Así que decidimos no vernos la cara hasta despertar a la mañana siguiente. Lo cual, podría ser un desastre o algo muy romántico. También insistió en que además de no vernos tampoco podríamos hablarnos, en eso no estuve yo muy de acuerdo pero cedí a cambio de que tomase la píldora anticonceptiva y así poder sentirla sin preservativo. Al final acabamos riéndonos por aquella negociación más propia de un contrato que de una aventura.

 No tenía su teléfono, ni ninguna otra forma de comunicarme con ella. Ella llegaría varias horas después de mí. Sólo quedaba confiar en que no me diera plantón y aguantar la espera lo mejor posible. Me dí una de agua tibia para pasar el rato, bajé las persianas de la habitación hasta dejarla en penumbra y me puse el pasamontañas.

 Dos horas más tarde sentí como giraba el pomo de la cerradura. Sentí un pequeño acceso de pánico al pensar que podría tratarse de un trabajador del hotel. Pero la entrada en silencio y sin encender la luz de aquella persona me disipó todas las dudas: Era ella.

 “Love” no dijo nada. Entre penumbras escasamente diferenciaba su silueta. Llevaba puesto el pasamontañas de manera que la ocultaba el rostro y el cabello. Por su silueta deduje que vestía pantalones y una chaqueta. Dejó su maleta junto al armario. Y pasando muy cerca de mí llegó hasta la ventana donde cerró aun más la persiana. Ahora la oscuridad era total.

 Escuche el grito ahogado de una cremallera. Después el característico sonido que produce la ropa al caer al suelo. Se estaba desnudando, no podía verlo pero podía escucharlo. Mis nervios y mi excitación luchaban cara a cara.

 La imité y también me desnudé. “Love” se tumbó sobre mí. Nos besamos con autentica pasión mientras notaba como su calor me envolvía.

 La acaricié todo el cuerpo, era jadeaba ante mis besos en el cuello. Mis manos, algo frías, provocaban pequeños escalofríos que precipitaba su respiración.  

 Sus pezones crecieron entre mis labios, adaptándose a estos como si hubiesen nacido para vivir en mi boca. Recorrí tantas veces sus pechos que al final me aprendí cada recoveco, cada lunar, cada lugar donde la respiración de “Love” se agitaba.

 Mientras, ella acariciaba mi polla, como me había visto hacerlo a mí a través de la pantalla. En un momento dado escapó a mi control, y poco después una sensación de cálida humedad recubrió mi polla por completo.

 Juro que intenté contenerme, pero mi excitación al sentir su boca fue tan brutal que me corrí de una forma demasiado apresurada. “Love” no pronunció queja alguna, en ningún momento violó nuestro acuerdo de no pronunciar palabras hasta el amanecer. Sencillamente se limitó a tragar mi semen y a juguetear con la lengua sobre él, alargándome así el placer.

 Cuando terminó me sentí algo avergonzado, pero pronto supe que se trataba de una mujer de recursos. Se arrodilló sobre mi boca y yo ya supe lo que quería.

 Hacía tanto tiempo que no sentía aquel sabor en mi boca, que en vez de lamer comencé a tragar. Lo quería todo para mí. Aferré con mis manos sus pechos e inicié mi aventura por su vulva. Cuanto más paseaba mi lengua alrededor del clítoris, más jadeos escapaban bajo el pasamontañas. Mi vergüenza por correrme tan rápido se esfumó con su también prematuro primer éxtasis. Su cuerpo se agitó estremecido sobre mi cara en tres ocasiones casi consecutivas. Después cayó sobre la cama. 

 El calor era tan intenso, y la noche tan cerrada, que decidí arriesgarme y quitarme el pasamontañas. “Love” acarició mi rostro y en medio de la oscuridad se despojó también su pasamontañas.

 Su media melena descansó sobre mi torso. Sin separar en ningún momento mi mano de su pecho, permanecimos escuchando nuestra respiración durante un imperecedero tiempo de felicidad.

 Amodorrado por la placida sensación de sentir a una mujer en mi cama, a punto estuve de quedarme dormido. Dándose cuenta de la situación, “Love” comenzó a jugar con mi polla y pronto ésta recuperó toda su envergadura.

 Busqué a tientas su cuerpo y la penetré levantando sus piernas. El placer era indescriptible. Mi polla patinaba entre su mojada vagina recordándome aquella sensación ya casi olvidada para mí. Quise recuperar tanto tiempo de olvido en un solo momento y la coloqué sobre mí para que fuese ella quien me follara. La mantuve un rato sobre mí y con ansía la obligué a ponerse a cuatro patas para penetrarla la vagina desde detrás. El placer crecía con locura, planeé mil posturas distintas para hundir mi polla, pero al final tuve que agarrarme a sus pechos y dejar que mi semen pasase a su cuerpo mientras mi estomago se apretaba contra sus nalgas.

 El último gemido de placer se lo concedí a ella. La masturbé mojando el dedo con mi propio semen, que escurría a borbotones de su vagina. Después ambos quedamos dormidos.

 Al alba sus caricias me despertaron. La luz de la mañana penetraba por los escasos agujeros de la persiana que aun permanecían abiertos. Recién despertado de un sueño, me encontraba sumido en otro. La cama, el hotel, la ciudad, todo era desconocido en aquel amanecer, sin embargo, a mi lado el rostro que durante meses había permanecido oculto ante mí se abría ahora en una tierna sonrisa. Perplejo, pero rebosarte de felicidad, contemplé el rostro de mi esposa, y comprendí que nunca me había dejado de amar.