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Mi vecinita 2ª Parte

en Hetero: Primera vez

 El invierno continuó.

 La gélida nieve que se acumulaba en el jardín, contrastaba con el fuego que me cubría en cada una de las abundantes masturbaciones con que recordaba el cuerpo de mi vecinita. 

 Algunas veces me masturbaba imaginando el momento en el que mi polla traspasaba su negra pelambrera. Otras veces eran sus tetas las que atrapaban mi polla, y casi siempre era su boca el lugar donde acababa mi semen. Después, me tumbaba en la cama y recordaba su mirada: Desafiante, segura, misteriosa. Todo lo contrario de lo que yo era.

 Doce uvas entre sus labios, dos besos y nuestros padres se apresuraron a cambiar los calendarios.

 El nuevo año despertaba entre botellas de sidra y cohetes que explotaban sobre nuestras cabezas. Mi padre me guiñó el ojo al tiempo que llenaba mi copa. Fue una novedad, normalmente un refresco y nada de alcohol era lo único que probaba.

 Brindamos los seis. Y mientras las primeras burbujas empujaban alguna que otra neurona en mi cabeza, mi vecinita se despidió de mis padres y de los suyos. Al parecer tenía que irse a cambiar de ropa, pues había quedado con sus amigas para irse a una fiesta. No se porqué pensé que, en ella, seguramente conocería a otro chico al que comerle la polla. Me hubiese gustado gritarla que no fuese tan puta, y que si quería una polla que se comiera la mía. Pero en lugar de eso, hice lo que acostumbran a hacer los adultos ante una situación similar: Me bebí de un trago la sidra y volví a llenar la copa.

 Unos treinta minutos después, cuando ya casi me había olvidado de ella, regresó. Fue una suerte que todos la miraran a ella, así nadie se percató del gesto de imbecil que se me escapó. Un vestido negro salpicado por el brillo de unas decenas de lentejuelas cubría su cuerpo y parte de los negros zapatos de tacón que llevaba. Tenía un cuerpo perfecto y su melena dorada la aportaba un toque de sensualidad que la alejaba de la imagen de niña que por su edad debiera tener.

 Mientras recibía los halagos y felicitaciones correspondientes a su nivel de belleza, yo hice lo mejor que podía hacer en ese momento: Beber otro trago de sidra, pero sin olvidarme de volver a rellenar la copa.

 Ni me enteré de cómo pasó, pero antes de darme cuenta estábamos inversos en una pequeña conversación sobre las mejores discotecas de la ciudad, a las que yo nunca había ido…

 Sus ojos me hipnotizaron, lo cual tampoco era difícil debido a mi primera experiencia con las burbujas de la sidra. La acompañé hasta la calle. Mientras recorríamos el jardín rebosante de nieve, mi vecina se mostró encantadora conmigo. Y el frío de la noche, me ayudó a espabilarme lo suficiente como para no parecer un completo idiota. Naturalmente que ella se había percatado de mi estado. Y lejos de molestarla, parecía incluso divertirla. Yo por si acaso intenté controlarme y no hablar demasiado.

 Cuando llegamos al final del jardín yo mismo la abrí la puerta y la deje pasar. Ella sonrió interpretando mi gesto como el de un caballero, pero en realidad lo que yo quería era que pasase para poder recrear mi vista con su culo. 

 Insistió en que nos alejásemos de la puerta y camináramos un poco. Me sorprendió su petición, pero acepté sin realizar preguntas.

 Nos paramos a una decena de metros de la puerta. Desde allí nuestros padres no nos podían espiar. En ese lugar, el aire estremecía mis orejas. Mi vecina, que también sufría los envites del mal tiempo, se arrimó a mí y colocando mi brazo sobre su cintura. A pesar del frío, mi polla comenzó a despertarse.

 Miró varias veces el reloj. Parecía inquieta y ahora ya no hablaba.

- ¿Te gustó la sidra? – Pregunté.

- Si, pero apenas tomé un poco. – Contestó ella.

- ¿Quieres más? – La pregunté recordando la escena de una película que hasta ese momento me había parecido completamente estúpida.

 Ni su gesto, ni su respuesta fue igual que el de la protagonista de la película, pero aun así yo la besé y, lo mejor es que, ella me siguió el beso.  

 Jugué con su lengua, saboreé sus labios y tragué su saliva. Tan sólo se me olvidó tocarla el culo. Aunque mi polla, completamente dura, rozaba su vestido a la altura de su ombligo.

 Tras el beso volvió a mirar su reloj. Y después abrió su bolso, sacando de él una barra de pintalabios y un pequeño espejo. Se acicaló su carita bonita y devolvió la barra y el espejo al interior del pequeño bolso, no sin antes sacar varios objetos con el aparente fin de poder colocarlos todos. Pero en realizad lo que mi vecinita pretendía no era otra cosa que dejarme contemplar algo de lo que llevaba en el bolso: Un par de preservativos.

 Me quedé de piedra. No podía creer que empezaría el año follando con mi odiada y a la vez deseada vecina. Mi polla comenzó a temblar, al igual que mis manos y el resto del cuerpo. Toda la serenidad anterior desapareció, dejándome desarmado, ante la sensualidad de los ojos que me miraban.

 Después todo ocurrió muy deprisa. Mis dedos se lanzaron sobre su pecho y mi boca sobre sus labios. Con una sonrisa ella se apartó de mi lado, cerró el bolso y antes de que yo pudiera reaccionar a su dulce negativa, las luces de un coche iluminaron la calle.

 El vehiculo paró junto a nosotros, el chico que conducía abrió la puerta desde el interior y, separándose de mi lado, mi vecinita se colocó la melena y se sentó junto a él. Besó al chico en los labios y el coche se alejó. No sin antes dedicarme, aquella mirada que me reservaba para las grandes ocasiones.

 Enfurecido, comencé a dar patadas al árbol más cercano. Repletas de nieve, sus ramas protestaron dejando caer una gran cantidad nieve sobre mi cabeza. Me sentí desolado, y comencé a llorar.

 Aquella noche, fue la primera en muchos meses en la que no me masturbé. La pasé tumbado en la cama sin dormir, a ratos llorando, a ratos maldiciendo a mi vecinita.

 Ya había salido el sol, cuando el motor de un coche me alertó. Permaneció parado durante un par de minutos, después se alejó.

 No traté de disimular, ni de esconderme. Por eso, cuando mi vecinita entró en su habitación, pudo verme con claridad. Al igual que yo a ella.

 Al principio dudé. No estaba muy seguro de si se trataba; De un gesto de perdón, de compasión o simplemente me estaba calentando la polla para enaltecer su propio ego.

 Lo cierto es que su vestido cayó al suelo con la misma decisión que sus manos desabrocharon el sujetador que ocultaba sus pechos.

 Sus pezones me miraban, y yo a ellos. Fundiéndonos en una única mirada, parecíamos estar jugando a aquel juego en el que pierde el primero que aparta la mirada. Y de nuevo perdí yo. O más bien gano ella. Se despojó de las braguitas que cubrían su sexo y mis ojos se dejaron vencer para poder contemplar el bello que recubría sus labios.

 Varios metros y dos ventanas me separaban de poder tocarla. Pese a ello, percibía el olor que desprendía su vagina. No puedo explicar como era posible que su aroma acariciara mi nariz. Pero sentía como el perfume húmedo de su cuerpo penetraba en mi interior.

 Mirándome fijamente, deslizó ambas manos por debajo de su melena, masajeándose la nuca con lentitud. Cerró los ojos y dejó escapar una mueca de placer. Sus pechos permanecían levantados emulando los movimientos que bajo su pelo los dedos realizaban.

 Con una suavidad similar, introduje mis dedos bajo el pantalón y comencé a masajearme la polla.

 Nuestras miradas volvieron a chocar durante varios segundos, tiempo que yo aproveche para acelerar mi placer al tiempo que ella abandonaba su melena y dirigía los dedos al interior del muslo.

 En el mismo instante en que se autopenetró con su dedo índice, yo liberé mi polla del pantalón y se la mostré sin dejar de acariciarme.  

 Con una mano se acariciaba el clítoris. De forma pausada y con movimientos circulares. La otra mano continuaba con su tarea.

  Se introducía el dedo índice, acompañando su movimiento con una ligera flexión de rodillas. Desde mi posición, a pesar de la distancia, no perdía detalle de esa operación. En especial del modo en que sus labios quedaban pegados al dedo al sacar este del interior de su cuerpo. Imaginaba que era mi polla la que salía de su interior. Húmeda, mojada por el placer que emanaba su cuerpo y presionada por aquellos carnosos labios que se pegarían a mi polla como si fueran ventosas.

 Ese pensamiento fue demasiado para mí. Me corrí frente a su mirada. Sin importarme si manchaba el suelo o si mis padres entraban en la habitación. Sólo pensaba en mi chorro de semen empando su vagina.   

 En el instante posterior a mi corrida, mi vecinita dejó escapar una mueca de satisfacción. Después, ignorando por completo mi presencia, comenzó a colocar su vestido y su ropa interior. Por último recogió su bolso. Lo colocó sobre su escritorio y comenzó a buscar en su interior.

 Yo permanecía de pies frente a la ventana, observándola mientras mi polla se encogía dejando escapar pequeñas gotas de semen. Y fue en ese momento cuando su rostro se tornó en aquel gesto que tanto me desesperaba.

 Su mirada anticipaba una nueva puñalada. Pero tras correrme ante su cuerpo desnudo, no podía imaginar como podría dañarme esta vez.

 El placer se disipó dejando paso una vez más a la rabia, a la frustración que produce el sentirse engañado de nuevo por la misma persona. No era un engaño propiamente dicho, más bien era la forma que ella tenía de ponerme en mi lugar. Con toda la tranquilidad del mundo, mi vecina sacó del bolso uno de los dos preservativos que al inicio de la noche me había mostrado. El gesto no dejaba lugar a dudas. Y me alegré de haberlo entendido rápidamente y sin necesidad de explicaciones, pues además de furioso, hubiese sido bochornoso que me tuviera que explicar que si sólo tenía un preservativo era porque había usado el otro para follarse al chico del coche.