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Mi vecinita 3ª Parte

en Hetero: General

  Dicen los mayores que en mi ciudad tenemos nueve meses de invierno y tres de infierno. Tal vez fuera ese el motivo por el cual mi piel aun tuvo tiempo de broncearse, no sin antes quemarse y desgarrarse en finas láminas trasparentes.

 Nadie me preguntó, ni tan siquiera mi madre, pero era evidente que algo raro pasaba por mi cabeza pues, tras permanecer en un continuo estado de enclaustramiento durante las primeras semanas del verano, ahora parecía ser el socorrista de la piscina.

 A menudo era el primero en llegar y casi siempre el último en irme.  Incluso es posible que alguna noche se escuchara el sonido de mis baños nocturnos.

  La verdad es que no me importaba en absoluto lo que pensasen de mí. Confiaban en que lo atribuyesen a las tonterías propias de la adolescencia. Lo único importante era deleitarme observando a mi vecinita. Recrearme con la visión de su bikini me hacía recordar los segundos en que mi polla fue atrapada entre sus pechos.

 Cada vez que la escuchaba hablar miraba sus labios. A veces, me parecía tan irreal el saber que mi semen había mojado aquella boca que incluso me hacía dudar si eran imaginaciones mías o había pasado de verdad.

 A menudo era mi propia vecinita la que me confirmaba que nada de eso había sido un sueño: Enseñándome un pecho de manera furtiva, cuando se hallaba en la piscina lejos de las miradas de nuestros padres, o bajándose la parte superior del bikini, para echarse crema, a sabiendas de que mis ojos se clavaban en ella.

 Era excitante poder seguir su juego, en la piscina, bajo la ignorante presencia de nuestros padres. Pero lo mejor ocurría encerrados en nuestras respectivas habitaciones, cuando cada noche, antes de acostarnos, iniciábamos intensas sesiones de exhibicionismo que concluían con salvajes masturbaciones. Ella tumbada sobre su cama, con uno o varios dedos en el interior de la vagina, y yo de pies: Frente a la ventana, con mi polla temblando y los dedos mojados de semen.

 Finalmente nos poníamos  lentamente los pijamas, muy despacio, para poder exprimir al límite la visión de nuestros sexos. Luego, cuando ambos ya estábamos vestidos, nos acercábamos hasta tocar el vidrio de la ventana con nuestros labios. Ella gesticulaba una serie de palabras que yo nunca entendía. Mientras que de mi boca siempre emanaba la misma frase: “- Quiero follarte”.

 Precedido por un fuerte griterío, un agudo chillido rompió la paz durante una apacible mañana de finales de agosto. Tumbado sobre el césped próximo a la piscina, no tuve ninguna duda de la procedencia de los gritos.

 A menudo, el fuerte carácter de mi vecinita se mostraba en todo su esplendor en las abundantes discusiones que mantenía con sus padres. Generalmente discutían por los horarios, por el dinero o por la negativa de su padre a que fuese a algún concierto.

 Al principio no lo dí demasiada importancia. Pero con el paso de los minutos, los únicos gritos que se percibían eran los de mi vecinita. Que ahora aullaba entre sollozos sin encontrar respuesta alguna.

 Esa mañana nadie acudió a la piscina.

 Durante la comida mis padres apenas hablaron. Sus rostros no mostraban las muecas típicas de los cabreos conyugales. Pero lo cierto es que en el comedor se percibía un ambiente enralecido. Yo desdeñé la opción de realizar preguntas. No sería la primera vez que una pregunta en un momento inoportuno desataba una tormenta en mi contra con el único motivo de desahogarse conmigo.

 Al terminar de comer, mientras recogíamos la mesa, fue mi madre la primera en hablar.

 - ¿Te has enterado de lo de los vecinos? – Me preguntó, dejando entrever cierto tono de tristeza o preocupación en su voz.

 - No. ¿Qué ha pasado? – Respondí sin comentar nada sobre los gritos escuchados aquella mañana.

 - Han ascendido al padre. Lo trasladan a otra ciudad.

 Un cubo de agua gélida cayó sobre mi cabeza. Sin mojarme, pero helando por completo mi serenidad.

 - ¿Cuándo? – Pregunté casi sin ser consciente de ello.

 - Tiene que empezar el día uno. Así que empezaran con la mudanza ya.

 Después de comer no acudí a la piscina. Subí a mi habitación e hice guardia frente a la ventana. Las cortinas de la habitación de mi vecina ocultaban su interior. Durante toda la tarde no percibí movimiento alguno, a pesar de estar seguro que de ella se encontraría allí.

 Al no dormir en toda la noche, pude escuchar como poco después del amanecer un camión de mudanzas estacionaba frente a la puerta de salida del jardín.

  

  A media mañana me percaté de la presencia de un cuerpo tumbado sobre el césped de la piscina. No llevaba bikini, tan sólo una discreta camiseta y un pantalón muy corto, pero la melena dorada, con los cabellos rizados en su punta, delataba la presencia de mi vecinita.

 Me acerqué en silencio, aunque al final decidí realizar un par de torpes pisadas para que supiera que alguien se acercaba. Ella ni se inmutó, ni tan siquiera cuando me tumbé a su lado.

 Tenía los ojos enrojecidos y, bajo unas inusuales ojeras, la piel de su mejilla se encontraba irritada.

 Yo no sabía que decir y ella no quería decir nada. Nos miramos varias veces, pero en general pasamos la mañana tumbados boca abajo, en silencio, observando el inapreciable oleaje de la piscina.

 El sueño de mi infancia se estaba convirtiendo en mi pesadilla de adolescencia. Por eso al llegar la noche, no podía quitar ojo al camión aparcado frente a nuestras casas. Pensé en quemarle o al menos pinchar todas sus ruedas. Pero sabía que nada de eso mejoraría la situación.

 Permanecí observando la oscuridad a través de la ventana. De improviso, la luz de la habitación de mi vecinita se encendió. Después la cortina se apartó y la ventana se abrió.

 Yo también la imité y abrí mi ventana.

 Los dos permanecimos mirándonos en silencio. Había dos cosas inusuales: La primera era tener las ventanas abiertas, respirando así el aire de la noche. La segunda que ninguno de los dos estábamos desnudos, ambos teníamos el pijama puesto.

 Sin previo aviso mi vecinita me lanzó una bola de papel. Yo la esquivé sorprendido de la misma forma que hubiese esquivado un proyectil. Después la recogí del suelo.

 - “No puedo dormir”. – Su letra, escrita con bolígrafo azul se marcaba temblorosa en el papel.

- “Yo tampoco”. – Escribí, y lancé la bola en su dirección. Comenzando así una silenciosa conversación.

- No nos volveremos a ver.

- Nunca te olvidaré. – Repliqué yo.

- Sobre todo a mis tetas y a mi coño. – Respondió ella para mi sorpresa.

- Y a tu boca tampoco. –Añadí.

- La primera mamada de tu vida. –Me recordó.

- Y seguro que la mejor. Por cierto, tira la bola con más fuerza. Que como se caiga al jardín y la cojan nuestros padres se va liar.

- Sería gracioso ver la cara de nuestros padres leyendo esto. Escribió.

- Mejor no. – Insistí, pensando en las ostias que me podía llevar.

- La próxima vez que te la chupe una chica, no la avises de que te vas a correr. Jajaja así se lo tragará todo.

 - Ok. Pero si eres tú, luego no te quejes.

 - Si no me hubieras avisado me lo hubiera tragado.

 - ¿Si? – Pregunté sorprendido.

 - Que va. Te estoy vacilando. – Escribió dejando escapar una sonrisa.

 - Todavía tengo una cosa tuya. –Escribí.

 -¿Cuál? – Me preguntó, al tiempo que desde mi ventana podía observar como fruncía el rostro.

 No tardé mucho en encontrar el preservativo que ella me había dado en nuestro encuentro nocturno. Lo pegué a la bola de papel con cinta adhesiva y se lo lancé sin añadir ninguna anotación.

 De su gesto seguro, deduje que ya sabía con antelación que yo hablaba del preservativo. Mi vecinita anotó algo en el papel y me lo volvió a lanzar con el preservativo dentro.

 - Es tuyo. No me lo des a mí. Te lo regalé porque los chicos siempre tenéis que llevar condones.

 Pensé que era cierto lo que decía. Pero no tenía esperanzas de usarle si no era con ella. De hecho, en ese momento mi mayor deseo era perder la virginidad con mi vecinita.

 Nunca se lo había pedido a nadie. No sabía que decir, ni que hacer. Un ataque de nervios cercenó la tranquilidad con la estaba manteniendo aquella extraña charla escrita. Tenía que decírselo en ese momento.

 - Quiero follarte. – Escribí en la bola de papel. Era la frase que tantas veces mis labios habían gesticulado pero que nunca me había atrevido a decirla. Hecho un manojo de nervios lancé la bola de papel.

 - Eres un romántico. – Me respondió tras leer mi petición. Después, sin previo aviso cerró la ventana, corrió la cortina y apagó la luz.

 El más profundo desasosiego me atenazó. No podía creer que la que posiblemente fuese mi última conversación con ella, acabase de una manera tan estúpida por mi parte. Pasé los cinco peores minutos de mi vida hasta que, de pronto, sentí un leve chapoteo en el interior de la piscina.

 Nadaba desnuda. Pensé en lanzarme al agua y atraparla como no pude hacer la vez anterior. Pero estaba tan impaciente que no quería perder el tiempo. Me desnudé y me senté en el escalón superior de la escalerilla. Mi polla actuó como el cebo de una caña de pescar y, antes de llegar a impacientarme, una sirena la estaba saboreando.

 Fue algo ceremonial, como un saludo. La introdujo en su boca y la lamió el tiempo justo  para que se endureciera lo necesario como para poder seguir jugando. Aun así experimenté una de las mejores sensaciones de mi vida.

  Pese a que desnuda estaba guapísima, me hubiera gustado que llevase algo de ropa para poder desvestirla yo. Desabrochar su sujetador, era una de las fantasías con las que a menudo gozaba mientras me masturbaba pensando en ella.

 Tumbados de perfil sobre el césped, nos besamos con pasión. Nuestras lenguas se envolvieron en un baile de saliva a cuyo compás mis manos acariciaban sus pechos.

 Sólo cesé de besar su boca, para comenzar a besar su cuerpo. Noté con satisfacción como la piel se erizaba al descender mi lengua por su cuello, y como los pezones se mantenían erectos mientras les lamía.

 Me arrodillé entre sus muslos. Me sorprendió con su movimiento pues, agarrándose con las manos la parte interna de las rodillas, formó una gran V con sus piernas que cuyo vértice yo bebería hasta emborracharme. Y así lo hice.

 Me emborraché con el sabor que procedía del interior de su cuerpo, pero también con la suavidad de sus labios y sobre todo con los espasmos que produje al presionarla el clítoris. 

 Yo mismo doblé más aun sus piernas. Ahora, en vez de ser una gran V, su cuerpo se asemejaba más a una U.

 Su acelerada respiración la delató. Sabiendo que pronto se correría recorrí, de forma circular, mi lengua húmeda (Como ella me había enseñado) alrededor de su clítoris. Según aumentaba su respiración, aumentaba yo mi ritmo. Hasta que al final, aquel juego  frenético la hizo explotar.

 Es evidente que su placer no produjo la misma cantidad de líquido que mis corridas, pero aun así su vagina se convirtió en un pequeño manantial del que yo bebí todo lo que pude. Ni era necesario, ni ella me lo pidió. Simplemente quería demostrarla que yo si era capaz de beber su corrida.

 Cuando levanté la cabeza, mi vecinita me observaba con detenimiento. Busqué mis pantalones y la entregué el condón.

 - Te dejo que me la metas sin condón. Pero sólo un poquito. Para que me sientas. – Dijo para mi sorpresa, mientras abría el envoltorio del preservativo.

 Yo no dudé y, aunque de manera algo torpe por ser mi primera vez, la penetré sintiendo como su calor mojaba mi polla. La primera entrada fue muy especial. Sentía como el interior de su vagina se abría a mi paso, estirando mi prepucio hacia detrás. Cuando mis testículos apoyaron en su piel me quedé unos instantes inmóvil.

 Mi espalda y mi pecho comenzaron a arder. Después casi todo mi cuerpo se sonrojó a causa de la repentina subida de temperatura que sufrí.

 Retiré mi polla del fondo de su vagina, y volví a empujarla hasta el fondo varias veces seguidas.

 - Sácala que te pongo el condón. – Si no hubiese estado ella atenta, seguramente me  habría corrido en su interior. Pero cumplí el trato y salí de su interior.

 Si abandonar aquella postura, puse mi polla a la altura de sus pechos. Primero me la secó con la mano y después me puso el condón. Mas relajada, apoyó la cabeza sobre el césped y espetó:

 -  ¡Fóllame!

 No duré mucho. La cabalgué de manera salvaje casi desde el principio. Cuanto más fuerte la penetraba, más se movían sus tetas. Observar el movimiento de sus pezones en cada embestida era algo adictivo.

 Finalmente estallé. Supongo que, en su interior, el condón se llenó de forma inmediata. Yo seguí empujando un buen rato después de correrme. Obsesionado con el movimiento de sus pechos. Cuando al final caí rendido sobre ella, nos volvimos a besar. Después, ella misma me quitó el condón, con mucha suavidad, masajeándome con delicadeza.

 El día de la despedida, ambos nos abrazamos en presencia de nuestros padres. Nunca sospecharon nada, supongo que pensaron que detrás de nuestras rencillas existía un gran cariño al haber compartido nuestras infancias.

 Antes de partir, nuestras familias intercambiaron regalos. Mi vecinita me entregó, un bañador para la piscina que su madre me había comprado. Yo tardé varios días en sacar el bañador del envoltorio, pues estaba convencido que nunca más podría bajar a la piscina. Pero cuando al fin me decidí a abrirlo me llevé una grata sorpresa:

 En el interior del envoltorio no sólo se encontraba el bañador que me habían regalado, si no que también estaba el bikini rojo Burdeos de mi vecinita.