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La ouija.

en No Consentido

 Cerró la puerta y todas las ventanas. Después apagó la luz, dejando el salón sumido en tinieblas. Encendió cuatro cerillas, una a una, las dirigió hacia los vértices de la mesa. Así fue  encendiendo las velas.

 Sólo cuando las cuatro llamas se estabilizaron pudieron observar la extremada seriedad de Alex.

 Haciendo las veces de maestro de ceremonias, permanecía de pies. Vestía una túnica color crema, con letras o símbolos indescriptibles que se repartían a lo largo de las mangas y alrededor del corazón.

 En un momento dado, cerró los ojos y desplazó sus brazos hasta formar una cruz con ellos. Sentadas en la mesa, María y Ana le estrecharon una mano cada una. Aferrándose con la otra a José, que permanecía sentado entre ambas chicas.

 Ahora los cuatro formaban con sus manos un círculo. En su interior, sobre la mesa, las cuatro velas iluminaban el tablero repleto de letras y un pequeño cuchillo al que delataban los destellos de las inquietas llamas.

 Cerrando los ojos e inclinando levemente la cabeza hacia el techo, Alex comenzó la ceremonia canturreando un salmo cuyos versos resultaban incomprensibles para el resto de asistentes.

 Terminada la oración, soltó las manos de las mujeres y recogió el cuchillo con su mano derecha y se arremangó las mangas de la túnica.

 - ¡Espíritus errantes en la oscuridad! Yo os invoco a mi presencia. Y ofrezco mi sangre como ofrenda a vuestra presencia. –La solemnidad del tono de voz de Alex era seguida con expectación por el resto de asistentes, los cuales, observaron con estupor como éste realizaba un corte en la palma de su mano con el cuchillo.

 Ninguno perdía detalle. Un pequeño reguero de sangre cruzaba la muñeca de Alex hasta terminar goteando a la mesa desde el antebrazo. Después, con total normalidad, se apretó una pequeña venda sobre la herida y esta dejó de sangrar.

 El maestro de ceremonias colocó una moneda de plata en el interior del tablero. Dirigió el dedo índice de su mano derecha sobre ella e instó a los demás asistentes a que hicieran lo mismo. Ninguno dudó, y al momento cuatro dedos permanecían unidos sobre la plata.

 La moneda comenzó a desplazarse sobre el tablero formando un círculo, nadie era ajeno a que el movimiento era producido por Alex. La moneda cesó su movimiento y Alex evocó su tono de voz más serio para hablar de nuevo.

 - ¡Espíritu errante en la oscuridad! ¡Manifiéstate!

 El silencio dominó la estancia. Pasaron cincuenta interminables segundos en los que tan sólo se escuchaba la incesante respiración de José.

 Después, un pequeño gemido de José provocó una intensa carcajada a Ana.

 - ¡Joder! ¡Iros a tomar por el culo! – Exclamó lleno de rabia Alex.

  María, que había seguido toda la sesión con curiosidad, y cierto temor, se levantó y encendió la luz apresuradamente. La imagen que contempló la descolocó durante unos segundos, después se unió a las carcajadas de Ana.

 Sentada junto a José, Ana, le masturbaba con su mano libre. Al tiempo que la risa regaba su mejilla con lágrimas.

 - Sois unos hijos de puta. –Recriminaba Alex al tiempo que recogía el tablero.

 -Vamos tío, esto es una mierda. Respondió José. –Aquí el único fantasma eres tú.

 -¡Espera! –Grito Ana. –Siento algo. ¡Estoy poseída! ¡Estoy poseída! – Gritó la joven momentos antes de liberar la polla de su novio e introducírsela en la boca.

 Alex se despojó de su túnica, recogió todos sus bártulos y se fue insistiendo una vez más en su explicación de lo sucedido: -¡Sois unos hijos de puta!

 Tras la salida de Alex de la casa, María se comenzó a sentir algo incomoda. A pesar de estar acostumbrada a las escenitas de Ana y José, no era habitual presenciar algo así.

 - ¿Nos vamos a ir? – Preguntó María por decir algo.

 - Espera a que me corra. – Respondió José, que acariciaba la melena de Ana. – Si quieres me la puedes chupar tú también. –Añadió con solemnidad.

 - “Esfta polla es sólo miaf” –Dijo rápidamente Ana, antes de sacarse la polla de la boca. – La polla es miaaa. – Canturreó con un tono de voz infantil, sin parar de masturbarla. –María nunca ha chupado una, y no apreciaría el sabor de tu leche. – Y aunque hablaba a José, su mirada se clavaba de forma divertida en su amiga María.

 - Gracias por el ofrecimiento, pero no. –Aclaró María cerrando el conflicto.

 - Al menos me podías enseñar las tetas, así me corro antes. –Al oír la petición de su novio, Ana que seguía chupándole la polla, gruñó y le pellizcó el muslo. José reaccionó con una sonrisa malvada.

 María y Ana, amigas inseparables desde la infancia, siempre habían sido tan distintas como la noche y el día. Especialmente en el tema de los chicos. Ana quería un chico divertido que la matara de placer y tuvo la fortuna de encontrar a José. Mientras que María soñaba con un príncipe azul que la desvirgara en una cama cubierta de pétalos de rosa. Los años fueron pasando, y lo que era comprensible con dieciséis años, ahora con veinte era imperdonable en opinión de Ana. Lo peor de María no era que nunca se hubiera comido una polla, lo peor era que aún no había follado. A menudo las dos amigas discutían por ese tema, y Ana finalizaba siempre reprochado a María que: “Con lo buena que estas, y vas a acabar monja.”

 José, el cual tenía muy buena relación tanto con su novia como con María, comenzó a notar los calores propios de una felación apresurada. Su respiración aumentó y sin parar de masajear los pechos a su novia, no quitaba la vista de las tetas de María. Está, más por irse a casa que por darle un gustazo a José, empezó a subirse la minifalda vaquera mostrándole los muslos al chaval. El cual parecía sufrir de placer por momentos.

 Ana galopaba con su boca, de forma frenética, la polla de su chico. El cual asentía ante los movimientos de María.

 Instruida en el arte de la seducción, y el calentamiento, por su amiga Ana, decidió que era el momento ideal para acabar e irse a casa a descansar. Así que, de espaldas a José se subió la minifalda hasta el límite de sus nalgas y dejó caer el tanguita negro que llevaba.

 Desde su posición, José sufría un calentón de mil demonios. Nunca había visto a María tan lanzada. Podía ver la parte inferior de sus nalgas, y la caída del tanga le dejaba unas vistas fantásticas siempre en cuando María subiese un par de centímetros más la falda.

- ¡El coño! ¡El coño! – Gemía ansioso José. Mientras su novia, sin entender que estaba pasando, se preparaba para recibir la corrida.

 Era evidente que en unos segundos José se correría. Incluso la inexperta de María lo sabía. Ya no era necesario seguir enseñando más, pero en ese momento decidió tener un gesto amable con él. Siempre se había portado muy bien con ella, así ésta era una buena ocasión para premiarle.

 María se subió la falda hasta la cintura y se agachó poniendo el culo a la altura de la cara de José. Los labios de maría, rodeados de una oscura pelusilla negra, cayeron para mostrarse ante los ojos del joven.

 Más allá del placer propio, está la sabiduría de saber disfrutar al producir placer en otras personas. Por eso, la satisfacción que sentía Ana mientras chupaba la polla a su novio, tuvo su recompensa cuando éste estalló ante la visión de la vagina de María. Después, ambos se reirían de la valentía de la “tímida” (Como llamaban a María desde la adolescencia) pero ahora tocaba tragar el semen de José. Ana ya tenía mucha experiencia. Dos o tres oleadas de leche acompañadas de unos pequeños espasmos, y a tragar todo de golpe.

 Dejando escapar una sonrisa en la boca, María, evocaba desde su cama el momento en el que se había mostrado ante José. Estaba segura de que algo estaba cambiando en ella. Había hecho algo impensable años atrás. Y ahora no sentía ni remordimientos ni malos rollos.

 Durante el camino a casa, mientras José conducía, los tres se habían reído recordando la situación. Ana se lo había dicho, una vez más, sin tapujos: “Tienes que follar, ya.”

 En esta etapa de su vida, María, sentía el deseo como nunca antes. Sabía que las “escenitas calientes” de José y Ana influían mucho en ella. Ana no tenía vergüenza, incluso la había convencido para que oliera su boca. Con su lengua teñida de blanca, en su cavidad bucal aún permanecía el olor del semen de José.

 Pero el gran problema de María residía en encontrar un hombre adecuado. No quería un follador de discoteca, ni un pelmazo, ni un guaperas. Quería un hombre. Lo que se dice un hombre en todos los aspectos: Educado, afectuoso, y con una inteligencia usada para hacerla reír.

 -“Ese hombre no existe.” – Pensó mientras por su mente pasaban las imágenes de actores y modelos que salían en la televisión. Mientras repasaba mentalmente la lista de sus imaginarios candidatos, María se acariciaba aquellos labios que habían vuelto loco a José.

 De pronto saltó de la cama. Una idea sobrevoló su mente. Entre divertida y asustada, sintió la morbosa necesidad de llevar a cabo aquella incipiente fantasía.

 Buscó un cuaderno y dibujó sobre él una sería de estrellas similares a las que había en el tablero de Alex. También añadió todas las letras del abecedario, y a falta de moneda de plata cogió un euro. La imagen del Rey en el reverso de la moneda la hizo estallar de risa.

 -Disculpe majestad. –Susurró girando la moneda. El mapa de Europa sería, sin duda, más apropiado para el experimento.

 Con la luz apagada, encendió una vela perfumada y la situó sobre la coqueta donde se maquillaba. Reflejada en el espejo, parecían dos velas.

 Puso el cuaderno y la moneda sobre la coqueta y miró su imagen reflejada en el espejo.

 -Estás loca. –Pensó. Y seguidamente se despojó del pijama.

 -Espíritus errantes en la noche. Yo os invoco a mi presencia. – Susurró por miedo a despertar a sus padres.

 Colocó su dedo sobre la moneda, pero ésta no se movió.

 Con una risa malvaba introdujo el dedo índice en el interior de su vagina. Éste salió empapado.

 -Espíritus errantes de la noche. Aceptar mis jugos como ofrenda de vuestra presencia. –Susurró de nuevo colocando el dedo sobre la moneda.

 No pasó nada.

 Oliéndose el dedo María pensó: “Si huele bien, no sé qué más queréis.”

 Antes de darse por vencida, y pensando ya más en masturbarse que en esas tonterías, realizó un último intento. Pero esta vez cogiendo las tijeras. Realizó una pequeña incisión en la yema de su dedo índice. Tan sólo brotaron un par de pequeñas gotas de sangre.

 -Espíritus errantes de la noche. Os ofrezco mi sangre, la sangre de una virgen, como ofenda a vuestra presencia. –María colocó su dedo índice sobre la moneda e impregnó ésta con su sangre. La moneda no se movió.

 - Vaya mierda de bruja estoy hecha. – Pensó para sus adentros. –Lo de ser virgen está pasado de moda, seguro que si fuese más puta se peleaban los espíritus por follarme.

 No se llegó a masturbar de manera completa. Sólo se acarició los labios. Aquella relajante sensación, unida al cansancio del día la sumió en el sueño.

  Aquella noche se sintió flotar. A pesar de que su subconsciente la situaba en mitad de un sueño, María tenía la sensación de estar levitando sobre la cama. Percibía las sensaciones de una manera mucho más intensa que en cualquier otro sueño. Incluso la piel de sus piernas se estremeció al percibir como el aire gélido de la noche la envolvía tras desaparecer su ropa.

 Ahora soñaba que flotaba desnuda en, medio de, un desierto helado que erizaba cada poro de su piel. De pronto, la abrasadora yema de un dedo se paseó sobre su espalda. María trató de gritar y zarandearse para evitar el contacto. Pero los sueños no siempre salen como uno quiere y  la boca de María tan sólo esbozó un débil susurro y un imperceptible movimiento de cadera fue todo lo que le acompañó.

 Después todo ocurrió muy deprisa. A la primera yema la siguieron muchas otras. Y a esas otras decenas más. Como un enjambre de abejas, cientos de dedos jugaban con el cuerpo de María.

 Algunos sólo tocaban. Otros recorrían su cuerpo dibujando círculos sobre su piel, e incluso los más traviesos comenzaron a presionar la base de sus pezones.

 María temblaba. Entre espasmos de terror y suspiros de una sensación desconocida para ella. Un gran número de dedos descubrió la humedad que hacía brillar su vagina. Y a pesar de la oscuridad no tardaron mucho en llegar hasta ella.

 Al principio actuaban de manera descoordinada, presionando indistintamente cualquier lugar cercano a su vagina. Después, los dedos se convirtieron en manos. Y ya organizadas formaron dos grupos. El primero asió los tobillos de María y los levantó separando sus piernas, el segundo grupo hizo lo mismo, sólo que esta vez con sus nalgas.

 María se sentía flotar con la extraña sensación de tener su vagina y su ano abiertos en el aire. Trató de protestar, pero de nuevo fue inútil. También trató de moverse, pero lo máximo que consiguió fue inclinar su cabeza. Buscó en todas las direcciones, mas sólo halló oscuridad. Y cuando por fin se iba a dar por vencida, su mirada  encontró un rostro que la observaba desde el interior del espejo.

 Aunque era imposible definir sus rasgos, la oscuridad de su cabello era más intensa que la de la propia noche. Así como la luz de sus ojos eclipsaría la propia luz del sol.  En un primer momento, María, creyó encontrar el recuerdo de aquel intenso verde en el color de las praderas en primavera. Después, la imagen de una culebra reptando entre la hierba la devolvió a la realidad de su sueño.

 Estaba aterrorizada, pero sólo cuando las verdes pupilas desaparecieron del espejo apareció el autentico pavor. Abriéndose paso entre la humedad de su vagina uno de los dedos penetró en su interior. No tuvo tiempo de pensar en si era o no agradable, tan pronto como el dedo llegó al final del camino, María sintió como un cálido resoplido cubría sus empapados labios. Inconscientemente abrió aun más sus piernas. Y esta vez no tuvo ninguna duda, de que lo que ahora la inundaba de placer era la suavidad de una juguetona lengua.

 Soñaba que se corría. Entonces la lengua abandonaba sus caricias sobre el clítoris para descender hasta poder vendimiar el licor que emanaba de su cuerpo. Y cuando pensaba que se había emborrachado por completo con su placer, ésta avanzaba nuevamente dispuesta a castigar el clítoris de María. Se corrió tantas veces que su sensibilizada vagina ya ni siquiera sentía el dedo que se hallaba en su interior.  

 Quedó desfallecida. Flotando en medio de un sueño, sumida en una terrible sensación de mareo.  Ni tan siquiera estaba ya segura de que se encontrase boca arriba. En un momento dado la pareció que su cuerpo giraba. Trató de buscar el espejo. De mantener la calma. De aferrarse a su placer.

 Cerró los ojos y se concentró en sentir la humedad que resbalaba por su vagina. Fluían pequeños regueros en dirección a su ano. Eso la tranquilizó, ahora sabía que se encontraba en la misma posición. Con más calma buscó el espejo allí donde lo encontró la primera vez, y de nuevo pudo ver con claridad como aquellas tenebrosas pupilas verdes la seguían observando.

 - ¡Fóllame! –Trató de gritar María, aunque era consciente de que su voz se perdía en la oscuridad de su sueño. - ¡Fóllame!  ¡Acaba lo que has empezado! Es mi sueño, yo tengo derecho a elegir.

 A pesar de que María nunca olvidaría ese sueño, a partir de ese momento todo ocurriría con demasiada rapidez. En un primer momento se sintió victoriosa, por conseguir dominar su fantasía.  Después se sintió confusa, al descubrir que no poseía el control total de la situación. Y finalmente se sintió engañada, pues aunque en un principio recibió con gran excitación la entrada de una gran polla en su derretida vagina, la sorprendió por completo percibir como otra polla se masturbaba entre sus pechos. Incluso la excitó aun más inhalar el perfume acre de la polla mezclado con el sudor que brillaba entre sus pechos.

 Su primera penetración la sintió como la picadura de una avista. “Ya te han abierto el coño” pareció escuchar de boca de su amiga Ana. Después, sólo hubo lugar para el placer. La lubricación de su interior era tan intensa que el dolor se calmó en pocos segundos.

 Posteriormente, cuando ya creía María dominar por completo su sueño llegó el engaño. A las dos pollas que se recreaban con su cuerpo se les unió una tercera. Ésta, sin ningún miramiento se introdujo en el ano de la joven. María gritó de dolor, pero más allá de conseguir que de su boca saliese una súplica lo que pasó es que la polla que se masturbaba entre sus pechos se precipitó hacía el interior de su garganta.

 Apenas unas horas antes, había declinado la invitación que José le había hecho para que chupase su polla. Y ahora se encontraba chupando la polla de un hombre cuya imagen era incapaz de visualizar.

 María chupaba como una novata, es decir, muy deprisa y sin apenas tragar saliva. Pronto, por la comisura de sus labios comenzó a escurrir su propia saliva. No tuvo más remedio que comenzar a tragársela, y más tuvo que tragar cuando aquella polla se corrió; Fueron tres oleadas. La primera por sorpresa directa a la garganta y las otras dos para terminar de ahogar la boca de María, que rápidamente reconoció el sabor del semen como el olor que desprendía la boca de Ana tras correrse José en ella.

 A continuación se corrió la polla que penetraba su vagina. Era tal el nivel de humedad de María que no sintió nada, únicamente que aquella polla se retiraba de su interior. Por último, la polla que castigaba el ano empujó buscando la máxima profundidad en el cuerpo de María y descargó su abrasadora mercancía. 

 Repentinamente desapareció todo contacto. Tanto las tres pollas como las manos que aferraban su cuerpo. María sintió que se precipitaba en el interior de un abismo, hasta que finalmente chocó con brusquedad contra su colchón.

 Sentía el culo empapado, la garganta viscosa y el coño encharcado. A pesar de ello, se sumió de forma inmediata en otro sueño más apacible.

 Odiaba a su despertador de Lunes a Viernes. De mala gana le apagaba tras sonar a las 7:30 de la mañana. Sólo tardó unos segundos en despejarse e incorporarse sobre la cama. En ese mismo momento recordó el increíble sueño que había tenido.

 Movió sus nalgas y comprobó que todo estaba en orden. No sentía dolor alguno, ni en el culo ni el coño. También comprobó ante el espejo el estado de su boca; Nada inusual. Tal vez la saliva estuviera algo más espesa de lo normal, pero nada más allá de lo estrictamente necesario. Por lo general se encontraba tan descansada y relajada como de costumbre.

  “Era tan real, que parece increíble que fuera sólo un sueño.” – Pensó algo decepcionada, aunque a su vez tranquila. – “Si hubiese ocurrido de verdad a ver como se lo explicaba a Ana. La tendría en mi habitación todas las noches esperando a que se la follasen las tres pollas.” –Pensó tratando de poner un toque de humor a su despertar.

 Pero su humor se desvaneció tan rápido como observó una pequeña mancha de sangre sobre la sábana. Desconcertada ante la lejanía de su menstruación, examinó detenidamente el pijama; Estaba completamente limpio.

  Turbada se quitó las bragas. En ellas se marcaba con claridad los restos de sangre que había brotado durante la noche.