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La ladrona.

en Hetero: General

 Ya en el interior del local me fijé en ella. El tejido del largo vestido blanco, se trasparentaba sobre el tanga azul turquesa que se intuía llevaba puesto.

 Los que como yo, no podíamos disimular nuestras lascivas miradas, apreciamos que sus pechos permanecían ocultos bajo un sujetador del mismo color. Tendría poco más de quince años, pero su altura, equilibrada por una larga melena morena, la hacía parecer una mujer adulta.

 Se probó unos pendientes. Como no podía ser de otra manera eran largos, y de sus extremos colgaban un par de turquesas. Giró su cabeza repetidamente ante el espejo para cerciorarse de que su belleza encajaba con aquellos pendientes. Después, ante mi sorpresa, agitó su melena y los pendientes quedaron ocultos tras su denso cabello.

 Me olvidé por completo del regalo por el cual había entrado en la joyería, y simplemente centré toda mi atención en seguir a la muchacha.

 De vez en cuando levantaba la mirada de algún caballero, que acompañados por sus mujeres se esforzaban en disimular el objetivo de sus miradas. Me alegré de ir sólo.

 Poco antes de salir se acercó hasta el muestrario de las pulseras. Protegidas por una urna de cristal, la muchacha fijó su atención en el brillo de las circonitas que recubrían, con muy buen gusto, el oro de las mejores pulseras.

 Me quedé estupefacto, cuando al pasar junto a mí observe que ya llevaba puesta en su muñeca una de esas pulseras.

 Lo que pasó a continuación ocurrió muy deprisa. Se podría resumir en algo tan sencillo como que estalló la tormenta: Una alarma, un guardia de seguridad, la dueña del local que grita y de inmediato una llamada telefónica.

 La muchacha salió tan deprisa del local, que perdió su sandalia en la entrada. “Como cenicienta”. –Pensé. “Sólo que esta chica a las doce de la noche tendrá un buen botín”.

 El guardia de seguridad salió tras ella, pero bastante problema tenía el hombre con sostener su amplia barriga como para encima perseguir a una ladrona. Al final regresó a la tienda resoplando avergonzado.

 Recuerdo al salir que tuve que esquivar la sandalia. Incluso tuve la tentación de cogerla, pero afortunadamente mi sensatez me lo desaconsejó. 

 Cuando llegué al aparcamiento varios coches de policía patrullaban la zona. Yo arranque mi coche observando la gran altura de la valla que perimetrala el centro comercial. “A ésta la cogen seguro”. –Me dije a mí mismo al percatarme de la ausencia de salidas.  Avancé lentamente hacía la salida y ante mi propia incredulidad percibí un bulto blanco bajo una furgoneta aparcada.

 No me lo podía creer. Acorralada por la policía la muchacha permanecía acurrucada esperando una escapatoria que se antojaba imposible.

 Aparqué junto a la furgoneta. Tenía tanta curiosidad como deseo de volver a admirar su cuerpo. Abrí la ventanilla y comenté en voz alta: - Se te va llenar el vestido de mierda. El suelo del aparcamiento está lleno de grasa.

 Ella no dijo nada. Continuó inmóvil bajo la furgoneta, a sabiendas de que había sido descubierta.

 -Si te he visto yo no tardarán mucho en verte los Polis. – Dije de nuevo.

 - ¿Y que quieres que haga? – Me preguntó dejando entrever un halo de exasperación por mis preguntas.

 - El maletero de mi coche está abierto, y me voy a ir ya. Tu veras lo que haces. –En ese momento y sin previa contestación la muchacha salió rodando de su escondite y se apresuró a meterse en el interior del maletero de mi coche. Cerró con tanta fuerza que no fue necesario que lo hiciera yo.

 Arranqué de nuevo mi coche pensado en lo divertido e irreal que parecían los hechos que estaba viviendo. Aunque cuando llegué a la salida del aparcamiento la diversión se esfumó, dejando paso a una gran incertidumbre: Una pareja de policías me dio el alto.

 - Buenas tardes. ¿Me puede enseñar su documentación? Por favor. – Le entregué lo que me pedía al policía mientras su compañero observaba detenidamente el interior de mi coche.

 - Muy bien. Continúe. Buen viaje. – Las palabras de aquel policía a punto estuvieron de hacerme desfallecer. Toda la tensión acumulada explotó en mí nada más salir del aparcamiento: Me temblaban las manos y una gran ansiedad me empujaba a respirar como un loco. En ese momento fui consciente de la gran estupidez que acababa de realizar.

 - ¿Te has meado? – Pregunté en voz alta, tratando de aparentar una calma que aun no me había llegado.

 - ¡Casi! – Respondió una voz desde el maletero.

 El resto del camino lo hice en silencio. ¡Sólo faltaba que algún policía me viera hablar y se pensase que hablaba por teléfono!

 Cuando llegué a mi casa, estacioné mi coche en el garaje. Respiré aceptando que el peligro había pasado. Abandoné mi asiento y me senté atrás, junto al maletero.

 - ¿Sigues viva? – Pregunté.

 - ¡Si! Pero sácame de aquí. – Respondió ella desde el maletero.

 - Supongo que puedo fiarme de ti ¿Verdad? –Comenté sintiéndome algo estúpido por la pregunta.

 - ¡Que si tío! ¡Sácame ya! – Exigió mostrando cierta angustia.

 Cuando abrí el maletero y asomó su rostro me pregunté para que necesitaba una muchacha tan guapa robar para adornar su cuerpo. Después subimos juntos hasta mi apartamento.

 -¿Por qué robas? – La pregunté al sentarnos en el sofá.

 - ¿Me vas a echar un sermón de padre? Si te pones pesado me voy. – Su respuesta no me sorprendió del todo. Pero me dejó sin saber como continuar la conversación.

 - Me llamo María, tengo 16 años. ¿Cómo te llamas? ¿Vives sólo? ¿Por qué te la has jugado por mí? – Sin duda era ella la que quería dominar la situación. Por el momento la dejaría. 

 - Carlos. Sólo. Me apetecía ver los pendientes que has robado de cerca. – Contesté al mismo ritmo que ella había preguntado.

 La joven esbozó una sonrisa sincera. E inclinando su cabeza se recogió la melena para que pudiera contemplar los pendientes que pendían de sus orejas.

 - Muy bonitos. ¿Te gusta llevarles a juego con tu ropa interior? – Pregunté con el máximo descaro posible.

 - ¿Cómo sabes que mi…? –María no acabo la frase, en ese momento se percató de la trasparencia del vestido. – Uff le tengo negro del asfalto.

 - Ya te lo dije. –La recordé.

 - ¿Tienes lavadora? –Me preguntó con un marcado gesto de súplica.

 - ¡Claro! –Respondí con resignación. – Para ti, hoy tengo de todo. Quítatele. –La ordené.

 - ¿Me darás algo para cubrirme?

 - No. –Afirmé tajantemente.

 Nos dirigimos a la cocina. Allí preparé la lavadora y María se quitó el vestido sin refunfuñar. Su cuerpo era precioso; combinaba los rasgos de una mujer adulta con los de una chiquilla. Sus largas piernas sostenían las nalgas poco escondidas tras el tanga azul turquesa, dando la sensación de estar ante una autentica mujer. Por otra parte, el sujetador no disimulaba la escasez de sus pechos, que unidos a su carita de adolescente la conferían un exquisito fulgor de belleza infantil.

 - Creo que también te has manchado el sujetador. –La indiqué a sabiendas de que era mentira.

 - No me le voy a quitar. –Respondió rápidamente sin tan siquiera averiguar si era cierto. –No me gustan mis tetas. – Y dándose la vuelta se dirigió de nuevo al salón. 

 Vigile el movimiento de sus nalgas hasta que se sentó. Después encendí la lavadora. El ruido del agua nos acompañó durante la siguiente hora.

 Llegué al sofá con la camisa quitada. Ahora el que dominaba la situación era yo. Con su vestido en la lavadora María no tenía escapatoria. Me senté junto a ella, y sin pronunciar ni una sola palabra comencé a balancear la piedra de uno de sus pendientes. Después ascendí acariciando el lóbulo hasta que por fin mi mano se aferro a su cuello.

 La nuca me sirvió de apoyo para guiarla hasta mis labios. Su boca sabía a golosina y la lengua se movía vivaracha esparciendo su sabor por mi paladar.

 Intenté quitarla el sujetador para saborear también sus pezones, pero la muchacha se negó interponiendo sus manos a las mías, después para contrarrestar mi ofensiva abrazó mi cuello y se dejó caer sobre el sofá llevándome a mí consigo. Notar la presión de sus pechos sobre mi torso me arrancó un leve suspiro, que aproveché para lanzarme como un vampiro sobre su cuello.

 Mis labios la quemaron. Su piel se erizaba entre jadeos y movimientos de cadera que unían más aun nuestros cuerpos. El calor se me hizo tan insoportable que tuve que retirarme de ella, pero no para huir sino para quitarme los pantalones.

 Ella misma se encargó de bajarme el calzón. Por su forma de desenvolverse acariciando mi polla, supuse que estaba habituada a jugar con chicos de su edad, pero su rostro delataba admiración por el grosor de mi lanza. Si bien ya de por sí, yo era la envidia de mis amigos tener casi quince años más que ella me dotaba de un poderío inimaginable para la muchacha.

 Era una chica valiente, pero la situación la quedaba “grande”, así que sin dejarla pensar atraje su boca hasta mi polla. Tardó unos segundos en decidirse de que forma cogerla. Al final optó por ayudarse con la mano y comenzó a chupármela presionando con fuerza sus labios al tiempo que me masturbaba con su nada inocente mano.

 Nunca me hubiera cansado de disfrutar de su boca. Pero quería más. La despojé del tanga y contemplé su mojado coño. Brillaba como brilla un semáforo en verde, me aseguré de que estaba preparada metiéndola primero un dedo. Al entrar sin dificultad la penetré colocando sus rodillas sobre mis hombros.

 La raja se abrió de golpe. Su cara reflejó una mueca de dolor que se disipó tan rápido como comencé a cabalgarla. Jadeaba sorprendida por la sensación que una polla tan ancha producía en su interior.

 -¿El condón? – Pregunto ella entre bufidos de placer.

 - Joder no me cortes el rollo. – Me quejé empujando con más fuerza aun.

 - ¡No te corras dentro! – Exclamó con voz de suplica. Y una idea acudió a mi mente:

 - O me enseñas las tetas o te lleno de leche. – Amenacé sin tapujos.

 - ¿No serás tan carbón? – Protestó ella viendo como mi polla se clavaba cada vez a mayor velocidad.

 - Sí, coño. Venga que me voy a correr. – Traté de explicar sofocado.

 Entonces viéndose acorralada se levantó las copas del sujetador y sus pechos escaparon de su interior. Se movían al mismo ritmo que mis penetraciones, y aunque era cierto que eran pequeños incluso para su edad, el color rosado de sus pezones me excitó hasta el límite de mis fuerzas.

 Saqué mi polla, empapada en sus propios jugos, con rapidez de su dilatado coño y presioné con ella uno de los pezones hasta mojarle por completo. Los últimos segundos antes de explotar los pasé frotando mi polla contra el duro pezón. Después me corrí gritando mientras observaba como varias ráfagas de semen impactaban en la cara de María. 

 Mientras se limpiaba la cara con las manos, decidí volver a visitar su coño. Sólo que esta vez con la lengua. No me parecía justo que la muchacha acabase sin correrse ella misma, y tan caliente estaba que no fue necesario recorrer con mucha intensidad su clítoris para hacerla estremecer.

 Después nos tumbamos sobre el sofá. Y hasta que no escuché el timbre de la lavadora, no despegué mi mano de sus pechos.