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La partida de Poquer

en No Consentido

 El primer latigazo, le hizo entender que aquello no seria un simple juego de placer. Sus brazos se tensaron, al tiempo que la espalda se curvaba. Como si de un juego infantil se tratase, su cuerpo se balanceaba en el aire girando sobre si mismo. Ahora ya no se preocupaba por las molestias, que los grilletes, le habían causado en sus muñecas. Comparadas con el chasquido que, el látigo de cuero, había producido a la altura de sus riñones, el ruidillo metálico de las cadenas, se podría definir, como algo banal.

 Siempre se había enorgullecido de, ser un hombre, que siempre pagaba sus deudas. Aunque tras el segundo latigazo, se empezó a preguntar, si tal vez, en esta ocasión no se habría pasado de valiente. En un primer momento, cuando la guapa pelirroja le realizo un corte con el cuchillo, mientras le deshacía la ropa, el pensó que tan solo se trataba de un error de calculo, por parte de la chica.

 El látigo volvió a besar su espalda por tercera vez. Al girarse su cuerpo pudo observar, no con cierta satisfacción, como los pezones de su compañera de partida, permanecían erizados.

 Le observaba con rostro serio, enfundada tan solo, con unos apretados pantalones de cuero negro. Su melena pelirroja, y su piel clara, la daban un aspecto, irresistiblemente infernal. Sus pies descalzos, lucían unas bonitas uñas, que pintadas de negro, resaltaban como garras.

 Con el látigo aun en la mano, se acerco a el. Ella trato de clavar su mirada amenazante, en las pupilas del hombre, pero no consiguió llamar su atención, su mirada, permanecía fija en los pechos de la mujer. Agarrándole del pelo, le obligo a mirarla a los ojos. Fueron tan solo unos segundos de incertidumbre, después la pelirroja se agacho, e introdujo la verga del hombre entre sus duros senos. En décimas de segundo, su miembro reacciono como el resorte de una escopeta, alcanzando un tamaño y una dureza nada despreciables. La joven, masturbó la verga, masajeándola, insistentemente de aquella manera. La respiración del hombre, se agito aun, con mas velocidad que mientras le castigaba su espalda. Excitado, y asombrado por la propia dureza de su verga, el hombre pidió a su verduga que aumentase la velocidad de sus movimientos, y esta, sin previo aviso, se levanto y agarrando el látigo del revés, le propicio un fuerte golpe, con el mango de madera ,en la parte inferior de los testículos.

 Sus lastimeros aullidos retumbaron por todo el sótano. Tan solo el ruido de las cadenas, al agitar desesperadamente su cuerpo, acompañaba a los sollozos y demás improperios.

 Por fin los gritos cesaron y, junto a ellos, el movimiento de las cadenas. El sudor empapaba su cuerpo. Con una agónica mueca de dolor, rastreo el sótano, girando el cuello de un lado para otro, esperando ser golpeado una vez mas. Esta vez no fue así, quebrado por el dolor, tardo en percatarse de que se encontraba solo. No era capaz de recordar, el momento en que la chica pelirroja, había abandonado el sótano. Pero nunca olvidaría, la partida de póquer, en que la conoció...

 ... No era extraño, en esas timbas clandestinas, que de los diez jugadores de la mesa, tan solo uno fuera mujer. Lo que sorprendía era la seguridad con la que ella jugaba. Vestida por completo de negro, en sus enormes gafas de sol, se reflejaba con claridad el atónito rostro de los contrincantes a los que iba eliminado. A medida que el aire del salón, se espesaba, por el humo del tabaco, la mesa se vaciaba de jugadores.

 Jugador desde muy joven, Carlos dominaba el arte del engaño. Para el una buena jugada, no empezaba por unas buenas cartas, sino por un gesto seguro. Hacer dudar a los demás jugadores era su especialidad. Aquella noche había acudido, decidido, a acabar con sus crecientes problemas económicos. Tan solo hacia 5 horas, que sin permiso de su mujer, había vendido el único coche que poseían, con la única intención de apostar el dinero. Una vez al mes, se organizaban estas partidas especiales, en las que manejaban enormes cantidades de dinero.

 Rodeados de humo, la noche fue pasando hasta que, únicamente, dos jugadores quedaron el la mesa. El silencio gobernaba el salón, observados únicamente por el crupier, y los mafiosos encargados de velar por la seguridad, de los participantes, a un módico precio del diez por ciento de las ganancias. Carlos y la joven pelirroja se miraban con recelo, mientras en el centro de la mesa el dinero, apostado por el resto de jugadores, esperaba un solo ganador.

 Una pareja de Ases ilumino la mirada de Carlos, quien sin gesticular lo mas mínimo apostó una gran cantidad de dinero. La mujer, dio una profunda calada a su cigarro, y vio la apuesta, igualando la cantidad. El crupier deposito tres cartas sobre la mesa; 9, 5 y otro As. Viéndose reflejado en el cristal de las gafas, apostó todo el dinero que le quedaba. La joven, de nuevo aspiro el humo de su cigarro y vio la apuesta.

  Miles de euros se agrupaban, sobre la mesa, en busca de un ganador. Carlos levanto sus dos Ases, que sumado al de la mesa, le colocaba en una gran situación. La mujer, levanto sus cartas; 2 y 3 de picas. Una repentina sensación de duda, recorrió el cuerpo de Carlos. El crupier levanto otra carta; el 10 de corazones. Una gota de sudor emano de su frente y recorrió su rostro, hasta caer sobre el verde tapete.

 Su cabeza se desplomo sobre la mesa, cuando el crupier levando la ultima y mas funesta carta, el 4 de rombos. Incrédulo, no podía creer, que su trío de Ases, hubiera sucumbido ante una escalera como aquella.

 Tal vez, fuese al imaginar como se lo explicaría a su mujer, o simplemente la rabia de haber estado tan cerca, lo cierto es, que cuando el crupier se dispuso a empujar, la enorme cantidad de dinero, hacia la pelirroja. Carlos se levanto y gritando pidió otra partida. Los mafiosos, que se encontraban tras de el, saltaron hacia el y lo agarraron de los brazos. La pelirroja se levanto de su silla.

 Desde el otro lado de la mesa, ella se quito sus gafas de sol. Sus ojos eran oscuros, de un color cobrizo, que brillaba similar a su pelo. Con suma tranquilidad, se acercó a Carlos, cogió la baraja de cartas, y después de barajar varias veces, puso un montón sobre la mesa. Ella levanto una de las cartas, de la mitad del montón, y la puso boca arriba sobre el tapete. El 7 de corazones.

 Carlos conocía a la perfección las reglas de aquel desafió; Doble o nada, la carta mas alta ganaría. Rápidamente levanto una carta, de la parte inferior de la baraja. Su cara empalideció al observar, de nuevo, el 4 de rombos.

 No tardaron mucho tiempo, en descubrir que Carlos no podía hacer frente a la deuda contraída y, poco tiempo después, se vio arrastrado hasta el sótano. Donde los mafiosos le encadenaron, y le suspendieron en el aire. 

 Mientras repasaba mentalmente, los acontecimientos, que le habían llevado hasta esa situación, la puerta metálica del sótano, se abrió frente a el.

 Sin ni siquiera mirarle, la joven pelirroja, entro en el sótano. En su mano derecha portaba una bolsa de cuero que, al igual que su blusa, estaba decorada por múltiples remaches metálicos de pequeño tamaño. Arrastro una vieja mesa de madera, hasta dejarla a escasamente un metro de donde Carlos se encontraba. Después volcó el contenido de la bolsa, sobre la mesa.

 Desde su posición, Carlos no perdía detalle de los movimientos de la mujer. Y recibió con una mueca de desagrado, el contenido de la bolsa. Multitud de artilugios, quedaron depositados sobre la mesa, pero hubo dos, que llamaron su atención de forma especial; Uno era su ya conocido látigo, el otro, una enorme barra metálica, con forma de pene.

 Las luces del sótano se apagaron, excepto una que estaba situada sobre la cabeza de Carlos. Asustado, intento zafarse de sus ataduras, pero pronto ceso en su empeño. Acercándose a el, la pelirroja, se encontraba ahora tan solo vestida, por un tanguita negro, como no, también de cuero negro.

 A dos centímetros de su boca, la chica le mostró su lengua. Brillante, por la luz cenital del foco, un piercing en forma de bola, destacaba sobre la lengua. Sacando su lengua, Carlos jugueteó con el piercing de la muchacha, saboreo su saliva y lamió con curiosidad la bola metálica.

 Atado, Carlos disfrutaba del beso, mientras ella, le acariciaba los testículos con sus manos. Su verga, volvió a endurecerse, la pelirroja hizo descender, con su mano, la piel del prepucio. Y cuando Carlos, se halaba concentrado en el calor que las pequeñas manos, emitían sobre su miembro. Ella le mordió fuertemente la lengua y, se separo de el, dirigiéndose hacia la mesa.

 Cansado de ese juego de placer y dolor, Carlos insultaba a la chica, mientras notaba como el sabor de su propia sangre, irrumpía en su boca. Durante unos segundos, la perdió de vista, escruto con la mirada la oscuridad del sótano. Y de nuevo, se empezó a agitar nervioso cuando descubrió, que el látigo, ya no estaba sobre la mesa.

 Los siguientes tres latigazos, fueron de manera consecutiva y con la misma saña que las veces anteriores. Sentía que la espalda le ardía, pero esta vez no protesto. Tan solo serviría, para enfurecerla mas.

 Tan solo abrió la boca, para quejarse, cuando desde detrás de el, una venda tapo sus ojos. Agitó la cabeza en forma de negación y grito para que le dejase ver. Pero no le sirvió de nada, sin pronunciar ninguna palabra, la joven le sumió en la oscuridad.

 La húmeda lengua de la chica, recorriéndole la verga, le relajó. Se olvido de la oscuridad cerrando los ojos, por debajo de la venda, y se dejo sumir en el placer con que la boca le premiaba. Durante un buen rato, el piercing, recorrió todos los rincones de su erecto miembro. De vez en cuando, un pecho rozaba uno de sus muslos, haciendo que su excitación aumentara por momentos. Ya no pensaba en los golpes, ni en el posible castigo que vendría después, ahora tan solo quería disfrutar.

 Soltó su verga, y se alejo de el. Carlos apretó los dientes y cerro con fuerza los puños, esperando el siguiente castigo. Pero en lugar de eso, las cadenas comenzaron a chirriar al mismo tiempo que su cuerpo comenzaba a descender. Quedo tendido sobre el suelo, cuyo frió aliviaba las heridas de su espalda. La venda desapareció de su rostro.

 La luz del foco le deslumbraba, hasta casi cegarle, pero aun así, pudo distinguir con claridad la enorme verga metálica que la pelirroja sostenía en sus manos. El miedo volvió a apoderarse de el. Aunque de nuevo menguo, cuando el tanguita de cuero negro, voló hasta el otro lado del sótano, y su dueña le mostró su mojada vulva.

 Carlos comprendió la amenaza cuando ella dejo caer, su sexo, sobre su boca. Si dañaba los labios os el clítoris, ella le destrozaría con el bestial falo de metal. Así que obediente, comenzó a lamer la vulva de la chica.

 Con suaves movimientos circulares, conseguía que ella se derritiera sobre su boca. Gemía y respiraba con dificultad a cada lametón de Carlos. Ella apretaba sus caderas, contra la cabeza del hombre, como si quisiera así, conseguir una imaginaria penetración.

 La pelirroja se levantó, con la brusquedad que la caracterizaba, Carlos quedo tendido, degustando el sabor de los jugos, que la joven había emanado, sobre su boca. Después, ella se sentó con fuerza sobre la dura verga, auto penetrándose, con suma fuerza. Ambos lanzaron sendos gemidos.

 Como una amazonas descontrolada, la pelirroja, cabalgaba sobre la verga de Carlos, de manera histérica. Durante unos segundos, dejaron que el fuego recorriera sus pieles, y compartieron juntos el placer.

 Apenas podía Carlos aguantar, su eyaculación, cuando la chica, presa del placer y la histeria, comenzó a introducir la enorme verga metálica en el ano del muchacho. Al primer impacto del metal, en su interior, Carlos emitió un estridente bramido, que mezclaba el dolor del ano, con el placer de su eyaculacion. La pelirroja también grito, cuando el semen inundo su vagina. Durante el tiempo que el orgasmo la domino, la muchacha penetro con todas sus fuerzas el culo de Carlos, provocándole un desgarrador dolor, que le hizo perder el conocimiento.

 La pelirroja abandono el sótano con el semen de Carlos, deslizándose por sus muslos.

 Apenas se podía levantar. Notaba que la espalda le ardía y le dolían los testículos. Pero lo peor era el intenso dolor de su ano. Levanto la mirada, y atónito, descubrió que se encontraba delante de su casa. Ya no estaba desnudo, aunque no mantenía la ropa, ni mucho menos, en el mismo estado que cuando salió por la mañana. Su primera reacción fue pensar que todo había sido un sueño, fruto de una gran borrachera, y que sus dolores, seguramente serian el resultado de una pelea. Por eso su cuerpo se estremeció, cuando al incorporarse encontró en el suelo un papel, que rodeado por un cabello rojo, decía; “La deuda aun no esta saldada”.