miprimita.com

5 Chicos (13: Cursos de Inglés en Irlanda [2])

en Hetero: Primera vez

El domingo fue un día de resaca, de descansar y de contarse todo lo que había pasado la noche anterior, que no era poco. No había excursiones ni clases, pero el día había amanecido lloviendo y no se veía un alma por los jardines del campus. Luis y Mateo llevaban toda la mañana en la habitación, tumbados en la cama oyendo música, y charlando de lo sucedido el día anterior. Saldrían a comer, y por la tarde si mejoraba el tiempo irían a Dublín a hacer algunas compras. No escampó, y el resto del día apenas salieron de la habitación, solo un rato a media tarde para ver a Sandra.

-¿Estáis saliendo? –Preguntó Mateo a petición de Luis, que no estaba seguro del todo.

-Pues sí tío, aunque bueno, ya hemos hablado que solo va a ser estos días, luego en España va a ser difícil que nos veamos.

-Bueno, pero siempre podéis quedar algún día a mitad de camino, o si no ya os veréis el año que viene aquí otra vez.

-Se hará lo que se pueda. –Intervino Luis, no muy convencido. Con disfrutar la semana que les quedaba juntos tendría suficiente.

No hubo forma de quedarse solos hasta el día siguiente, cuando Mateo se apuntó a una excursión al Dublín Castle. Tendrían toda la tarde libre, y sin que nadie les molestara demasiado. Estaba nublado y caían chaparrones de vez en cuando, pero no hacía frío y apetecía pasear cogidos de la mano. Uno de esos chubascos les llevó a refugiarse, ya empapados, en la habitación de Luis y Mateo.

Aunque estaba calado hasta los huesos, Luis no se atrevía a cambiarse de ropa delante de Sandra. Nunca se había desnudado delante de una chica, y menos de una con la que estuviera saliendo. Iba a coger una pulmonía, pero era mejor que pasar por el mal trago. ¿Y si Sandra pensaba que era un degenerado? Prefería la gripe...

Se sentaron en la cama, y después de charlar un rato, comenzaron a besarse. Por fin tenían un poco de intimidad, y aunque ninguno estuviera preparado para llegar más lejos, necesitaban expresar lo que sentían sin usar las palabras. Cuando quisieron darse cuenta, Mateo ya había vuelto y se acabó el tiempo para estar solos.

La mañana siguiente amaneció más soleada. Era martes, los días se acababan y tanto Mateo como Luis sabían que si querían llegar a algo con sus chicas tenían que darse prisa. Luis la verdad es que tampoco estaba seguro de que fuese a pasar nada con Sandra, los dos eran mayorcitos pero su experiencia en el sexo era nula, y no sabía si aquello era o no muy precipitado. Si llegaban a acostarse, tendría que ser ella quien diera el primer paso.

Lo de Mateo era muy diferente. Giulia le había estado esquivando desde el fin de semana, bien porque tenía que estudiar o porque había quedado con alguien. Sus posibilidades se esfumaban, y después del mal rato del otro día (aunque hubiera tenido su lado bueno), necesitaba llegar a algo más. No podía volver a España de vacío una vez más.

La suerte estaba de su lado. Aquella noche, mientras Luis y Sandra habían salido a dar un paseo romántico por el campus, Mateo se estaba arreglando para ir a la fiesta que montaban una pandilla de franceses que se iban al día siguiente. Conocía a un par de los chavales que la organizaban, y en vista de que Giulia no daba señales de vida, había optado por dejarlo correr y buscar otras opciones. Se estaba terminando de duchar cuando llamaron a la puerta. Debía de ser Luis, que se había dejado una vez más la llave de la habitación en la mesilla, así que se enrolló una toalla a la cintura y abrió la puerta sin preguntar, volviendo al baño antes de comprobar quien era.

-¡Están encima de tu mesilla, como siempre! –Voceó Mateo al tiempo que abría de nuevo el grifo. –¡Y a ver si te acuerdas de cogerlas cada vez que salgas, capullo, que me tienes siempre de portero!

Al no recibir respuesta, asomó la cabeza desde la puerta del baño, y se encontró a Giulia sentada en su cama.

-Joder que susto, pensaba que eras Luis...

-Eso te pasa por no preguntar antes de abrir... Mira que si es alguien que quiere hacerte algo malo... –Respondió Giulia con su particular tono de voz sensual.

-¿Alguien como tú, por ejemplo? No me fío de ti ni un pelo.

-¿Por qué, si yo siempre te he tratado muy bien? Venía a ofrecerte un trato.

-Dime.

-¿Te acuerdas lo que te dije, que tenías que demostrarme que eras un hombre?

-Si, pero ya te lo demostré el otro día...

-No, ragazzi, eso era solo una prueba. Vas a tener que superar algunas más...

-¿Cómo cuales?

-Quítate la toalla.

Mateo obedeció. No tenía nada que perder y si mucho que ganar, y encima hoy aunque quisiera humillarlo, nadie iba a enterarse. Se prestaría a su juego, era la única forma de conseguir algo. Andaba un poco empalmado, y trató de disimularlo cruzando las piernas.

-¿Se te ha puesto dura ya? Que poquito me vas a aguantar... –Dijo Giulia al tiempo que tumbaba a Mateo en la cama de un empujón.

Él ya se hacía ilusiones, pero ella no pensaba ir tan deprisa. Agarró su polla con la mano derecha y comenzó a pajearle despacio, deslizando suavemente el prepucio por encima del glande. Enseguida se puso totalmente tiesa, e incluso comenzó a lubricar abundantemente.

-Tienes que aguantar por lo menos diez minutos. Si te corres antes, se acabó. ¿De acuerdo?

-Pero no vayas muy rápido, que sino... –Pidió Mateo con cara de preocupación. No solía aguantar tanto tiempo, ni siquiera cuando se pajeaba sin demasiadas ganas.

Por suerte Giulia empezó despacio. Quería ponerle a prueba, pero tampoco era su intención eliminarle a las primeras de cambio. Mateo miró el reloj, eran las siete y veinticuatro, hora local. Iban a ser los diez minutos más largos de su vida. Sentía la mano de Giulia acariciándole lentamente, pero en su cabeza sólo estaba un pensamiento: aguantar todo lo posible. La inexistente decoración de la habitación no le serviría mucho si quería pensar en otra cosa, así que tuvo que actuar de otro modo.

Las siete y veintiséis. Mateo recordó que en cuanto llegara a España debería ponerse a estudiar, pues le habían quedado dos en junio, Inglés y Matemáticas. Podía pasar sin aprobar ninguna de las dos, pero siempre había pasado limpio y tampoco era demasiado esfuerzo preparárselas para septiembre.

Giulia, entretanto, seguía a lo suyo. Notaba a Mateo ausente, pero lo entendía como algo normal, debía ser la primera vez que le pajeaban, y además estaba la tensión del límite de tiempo. Pensaba ser algo condescendiente si fallaba por un par de minutos, le reñiría pero volvería otro día para hacerle otra prueba. En el fondo le encantaba tener a un hombre bailando al son que ella quería.

Con la mano izquierda arañó suavemente sus huevos, y Mateo pareció reaccionar. Miró de reojo el reloj, que marcaba las siete y veintisiete, como en la canción de Los Piratas. Aún faltaba mucho, pero por suerte, no andaba muy excitado. Le estaba encantando el ritmo pausado que llevaba Giulia, pero de momento andaba lejos del orgasmo. De seguir tan despacio, estaba todo controlado.

Pero claro, no iba a ser tan fácil. Poco a poco, sin que apenas se notara, Giulia fue acelerando los movimientos de su mano derecha. Mateo comenzó a notar que aquello le gustaba más de lo que debería, y volvió a sus pensamientos evasivos. En Inglés había sacado un 4,3 y no sería muy difícil remontar, pero Matemáticas iba a requerir más esfuerzos. Giulia lamió un poco su frenillo, estaba aguantando demasiado bien y lo que quería era que sufriera un poco. Las siete y veintinueve.

Mateo empezaba a sufrir. Giulia cada vez iba más rápido y era difícil pensar en otra cosa que no fuera en como le estaba masturbando. El haberse hecho una paja por la mañana ayudaba, pero de seguir así no iba a ser suficiente. Por suerte la italiana paró un poco, empezando de nuevo con el ritmo más pausado del principio. Cambió de mano, pues la derecha comenzaba a resentirse, y siguió deslizándola por la tiesa herramienta de Mateo. Ya faltaba poco, apenas tres minutos y habría superado la prueba. Pensó que si lo hacía conseguiría desvirgarse con Giulia, pero el simple hecho de pensar en eso por poco le cuesta un disgusto. Cerró los ojos y trató de mantener la mente en blanco. Aún así, sentía que su polla le iba a estallar en cualquier momento. Sus huevos, que en ese momento estaban siendo estrujados por la mano derecha de Giulia, estaban deseando descargar, y no tardarían mucho en hacerlo.

Las siete y treinta y uno, tres minutos para la hora límite. Giulia se escupió en la mano derecha y comenzó a deslizarla por todo el tronco, centrándose especialmente en la punta. Ahuecando un poco la palma, comenzó a frotar su mano por el glande de Mateo, haciendo que este se retorciera de gusto. Era una sensación extraña, mezcla de placer y calor, acompañada de un adormecimiento de brazos y piernas. No iba a poder aguantar mucho más.

Giulia miró también el reloj, no faltaba mucho. Aceleró el ritmo. Veía en la cara de Mateo que no le faltaba mucho, y quería torturarle hasta el final. Con la mano izquierda pellizcó uno de sus pezones, mientras que con la derecha no dejaba de pajearle cada vez más rápido. Mateo ya ni reprimía sus jadeos, se encontraba prácticamente fuera de sí. Clavó sus uñas en el colchón y tensó todo su cuerpo, tratando de parar lo inevitable. Los huevos le dolían de aguantarse la corrida, y de no descargar pronto le iba a dar algo.

Aun así, trató de resistir un poco más. Tratando de obviar el placer que estaba sintiendo, se concentró en los ruidos que provenían del exterior. Se oía a un grupo de francesas parloteando y una música lejana que probablemente era Marilyn Manson, a juzgar por el guitarreo. A Mateo no le gustaba demasiado, salvo la versión que había hecho del Tainted Love para no se qué película de universitarios americanos. Sí, debía ser Marilyn Manson.

Sin avisar Giulia paró. Mateo trató de recobrar el aliento, pero antes de que pudiera hacerlo, la italiana comenzó de nuevo muy despacio, acelerando poco a poco. Enseguida recuperó el ritmo anterior, y en cuanto lo hizo, se detuvo de nuevo para reanudar su tarea en un par de segundos. Mateo se retorcía sobre su colchón, con unas ganas locas de correrse sin importarle ya si era la hora o no. Cada vez que estaba a punto Giulia paraba, y no podía aguantar más ese bendito suplicio.

A la quinta fue la vencida. Esta vez Giulia prolongó un poco más la última parte, la de cascarsela muy deprisa, y consiguió su objetivo. El primer chorro impactó en el pecho de Mateo, mientras que el segundo sobrevoló su cabeza y se estampó en el cabecero de la cama. Giulia no paró, salpicando así todo el abdomen de Mateo y poniéndose la mano perdida. Eran las siete y treinta y seis. Prueba superada.

A unos metros de allí, Sandra y Luis compartían una lata de cerveza negra comprada en el supermercado que había en el mismo campus. La bebida era cara, y aunque ambos estaban allí a gastos pagados, tampoco era cuestión de abusar. Charlaban de sus respectivas vidas en España, sus amigos, sus planes de futuro. No hablaban sin embargo de que pasaría con ellos una vez dejaran Dublín, aunque se sobreentendía que ambos seguirían caminos separados. Hubiera sido más fácil separarse si después de apurar el último trago de Guinness Sandra no le hubiera susurrado al oído a Luis un “te quiero”.

Giulia se levantó de la cama y se fue sin despedirse, aunque guiñándole un ojo a un Mateo que aún no se había repuesto de lo que acababa de pasarle. Cuando quiso limpiarse, vestirse y salir de la habitación fue imposible dar con ella, y por la noche tampoco apareció en ninguna parte.

El miércoles fue un día con poco que destacar. Sesión continua de clases toda la mañana, y por la tarde excursión al Castillo de Swords. Mateo, Luis y Sandra llegaron al campus cerca de las once y se fueron directos a la cama, al día siguiente había que madrugar de nuevo.

A veces el tiempo en Irlanda te sorprende con un día tan soleado que pareces estar un par de paralelos más cerca del Trópico de Cáncer. El sol comienza a brillar a las seis y media de la mañana, inundando de luz las habitaciones y despertando a sus ocupantes. El jueves era uno de esos días en Dublín, y Mateo y Luis pasaron un par de horas despiertos antes de levantarse para ir a clase. Aún así, se agradecía ver un poco de luz solar por aquellos lares, después de diez días húmedos y sombríos.

Tras la monotonía de las clases, Sandra planeó hacer una escapada con Mateo y Luis a la ciudad, a callejear un poco por la tarde y cogerse un buen pedo antes de volver al campus. Le habían recomendado un par de pubs un tanto alejados de Temple Bar, que al no estar frecuentados por turistas, ofrecían la pinta de cerveza a un precio más competitivo. Los chicos accedieron, aunque Mateo se echó atrás casi en el último momento, en parte por no ir de carabina y en parte por tratar de ver a Giulia. Hizo bien en quedarse, pues aunque Luis y Sandra vivieron la mejor tarde de toda su estancia en Irlanda, Mateo se lo pasó aún mejor.

Una vez despidió a la parejita en la parada de autobús, se dirigió a la sala común, donde Rafa chapurreaba francés con dos hermanos de Lyon que también andaban por la residencia de estudiantes. De las italianas no había ni rastro, y de Giulia menos, así que subió a su habitación para recuperar las horas de sueño perdidas. En vista del calor que hacía, se tumbó en calzoncillos sobre su cama aun deshecha (raro era el día que se molestaba en hacerla) y trató de dar una cabezada.

Llamaron a la puerta. Esta vez no podía ser Luis, así que se puso el primer pantalón que encontró (unos vaqueros piratas de su compañero de habitación, por cierto) y abrió. Era Giulia buscando guerra de nuevo.

-Tengo otra prueba para ti, si quieres, claro.

-¿Cuándo vas a dejar que me acueste contigo, tía?

-Cuando me demuestres que estás a la altura. ¿Quieres saber en que consiste la prueba o no?

-A ver, dime...

-Lo primero, tápate los ojos con este pañuelo. Y no hagas trampas que me largo...

-Vale, pero échame una mano.

-No ves nada, ¿no?

-No. ¿Qué me vas a hacer?

-Yo a ti nada. ¿Me tienes miedo o que? –Replicó Giulia al tiempo que comenzaba a desvestirse sin hacer apenas ruido.

-Un poco, después de lo del otro día no me fío... ¿Entonces que tengo que hacer?

-Pon los brazos detrás de la espalda y junta las muñecas.

Mateo obedeció, y Giulia se sacó un segundo pañuelo del bolso para después atar enérgicamente las manos al chico. No le hacía daño, pero aunque hubiera querido le hubiera costado mucho desatarse. Notó que Giulia se tumbaba en su cama, pero aún no tenía muy claras sus intenciones. Antes de que pudiera preguntar, la italiana le explicó la prueba.

-Tienes diez minutos para conseguir que me corra. No te puedes ni desatar ni quitar la ropa, y ni se te ocurra tratar de metérmela o te la cargas. Ah, y como vea que te corres tú, tampoco superas la prueba. Por lo demás, puedes hacer lo que quieras para conseguir que me corra ¿Está claro?

-Supongo que sí... –Dijo Mateo, esperando que en cualquier momento entrara en la habitación un grupo de tíos con palos o algo así. Aquella situación era de lo más surrealista, aunque tenía que admitir que tenía su morbo.

Por lo pronto, trató de alcanzar como pudo la cama, y tras tumbarse, comprobó que Giulia estaba totalmente desnuda. Se puso de espaldas a ella para intentar meterla mano, pero era demasiado difícil. Aun así, sintió perfectamente el rasurado pubis de Giulia, y como estaba empapada aún sin haberla tocado apenas. En esa postura era imposible conseguir que se corriera, pues apenas podía mover las manos y no conseguía arrancarla ni un suspiro.

Se le ocurrió que la lengua no la tenía atada, pero no sabía si eso entraba dentro de lo permitido. “De perdidos al río”, pensó, y se arrastró por la cama hasta que su cara quedó a escasos centímetros de la entrepierna de la italiana. Esta no se quejó en ningún momento, lo que en principio hacía suponer que podía seguir adelante. Cuando pegó el primer lametazo a tientas, Giulia suspiró, aunque apenas rozó sus labios. El segundo fue mejor encaminado, y enseguida la lengua de Mateo fue acercándose a los puntos más sensibles.

Era la primera vez que tocaba un coño (los juegos de médicos del colegio no contaban), y menos con la lengua, pero no lo hacía del todo mal. Se empeñó en penetrarla con la lengua, como había visto en alguna película, pero a ella no parecía excitarla demasiado. Sin recibir ninguna instrucción, decidió subir un poco más, hasta un bultito que debía ser eso que llamaban clítoris. Se afanó en sacudirlo con su lengua, primero con miedo y después con más confianza, provocando que el pulso de Giulia comenzara a acelerarse. Iba por buen camino.

De hecho, de no haber tenido una venda en sus ojos, habría notado que ella se agarraba con fuerza al cabecero de la cama, cosa que solía hacer cuando estaba cerca del orgasmo. Había estado con mejores amantes, pero la situación le excitaba como nunca. La torpeza de Mateo tratando de darle placer por todos los medios, unido a la sensación de estar sometiendo al chaval a su antojo la estaban llevando muy cerca del climax.

Mateo simplemente notó como su boca se llenaba aún más de flujos, y aunque el sabor no era muy agradable, tenía que seguir si quería su recompensa. Cada vez iba más deprisa, agitando su lengua por todos los lugares que podía, como solían hacer en las pelis. Luego se le ocurrió meterse el clítoris en la boca y absorber, y descubrió que aquello debía gustarle a Giulia, pues por primera vez soltó un sonoro gemido.

Acababa de reponerse del primer orgasmo, y andaba ya cerca del segundo, que amenazaba con ser más fuerte que el anterior. Se pellizcó ambos pezones con furia, al tiempo que trataba de morder la almohada para no delatar lo mucho que estaba disfrutando, pero el placer que estaba sintiendo era difícil de reprimir. Mateo había encontrado su punto débil, y ahora era ella quien estaba realmente en sus manos, aunque las tuviera atadas.

Él siguió a lo suyo, sin saber muy bien lo que pasaba, pues Giulia no daba demasiadas pistas. Se notaba que disfrutaba, pero no sabía hasta que punto. Lo que era cierto es que Mateo también andaba muy excitado, tanto que el liquido preseminal comenzaba a calar sus vaqueros. Los huevos le dolían de tal calentón, y estuvo tentado de tratar de desatarse para aliviarse, aunque finalmente desechó la idea por miedo a contrariar a la italiana.

Ésta no pudo más, y mientras Mateo lamía su clítoris a toda velocidad, estalló y comenzó a gritar, aunque tratando de guardar las formas para mantener algo de presión. Por suerte Mateo no podía ver su cara descompuesta de placer, que delataba la brutal corrida que estaba sufriendo. Aún así paró un poco el ritmo, aunque no dejó de chupar hasta que Giulia se lo pidió. Cansado, se tumbó junto a ella aún con los ojos vendados y las manos tras la espalda, y así siguió hasta que ella recuperó un poco la compostura.

Habían pasado más de quince minutos desde el inicio de la prueba, pero la había superado con creces. Le desató y reparó en el bulto que se marcaba dentro de su pantalón, y aunque se moría de ganas de devolverle el favor, Giulia decidió torturar aún más a Mateo. Le acabaría recompensando, pues se lo había ganado, pero aquel juego la estaba volviendo loca. Mientras comenzaba a vestirse, le dijo a Mateo que ya podía pajearse si quería, y que pronto le daría más instrucciones. Sin esperar siquiera a que Giulia saliera por la puerta, se encerró en el baño y se corrió en un par de sacudidas, pringando hasta el espejo que había sobre el lavabo. Aunque no eran ni las nueve, se acostó y ni siquiera oyó llegar a los tortolitos, que compartieron cama aquella noche.

El viernes el tiempo no acompañó. Amaneció lloviendo, y el resto del día solo escampó un par de ratos, lo suficiente para coger fuerza y descargar más agua. Tiempo de locos. Por suerte Rafa y sus compañeros de cuarto habían comprado el suficiente alcohol como para pasar la noche, y Mateo y Luis se pasaron por allí después de la cena. Luis apenas bebió, pues había quedado con Sandra para charlar y quería estar fresco. Fue a buscarla a su habitación cerca de las diez, y dieron un pequeño paseo por las zonas techadas del campus hablando por primera vez de lo que harían al llegar a España. Podrían mantener contacto por correspondencia y verse en los puentes y en las vacaciones, pero a Luis le parecía demasiado complicado. No se veía capaz de mantener una relación a distancia.

-Es que no sé, para estar así prefiero que lo dejemos. Si luego podemos vernos, pues vale, pero es que seguir saliendo y no vernos...

-Si yo te entiendo Luis, pero es que no quiero separarme de ti. Ya sé que no podemos hacer otra cosa, pero eres el mejor chico que he conocido y no te quiero perder.

-¿Y que hacemos, estar de viajes cada dos por tres? A mis padres no les iba a hacer gracia, y a los tuyos tampoco, seguro.

-Ya, sí ya lo sé. –Dijo Sandra, al tiempo que le abrazaba. –Bueno, todavía nos quedan dos días juntos, no vamos a pensar en eso. ¿Quieres que me quede a dormir otra vez contigo esta noche?

-Te iba a decir yo lo mismo. Se lo he dicho a Mateo y a él no le importa, el capullo dice que mientras que no nos lo montemos... –Luis se atrevió a tocar de pasada el tema del sexo, sin tratar de ser brusco pero intentando sonsacarle a Sandra sus intenciones.

-Ese siempre está pensando en lo mismo... Encima como la italiana pasa de él...

-Que va, esta mañana me ha contado que anoche también se enrollaron. Bueno, no del todo, cosas raras que hacen ellos. Si quiere él que te lo cuente, que a mí me da corte...

Casi sin pensar, acabaron llegando a la residencia, y decidieron subir a la habitación, pues comenzaba a hacer frío en la calle. Se sentaron en la cama de Luis y comenzaron a besarse, primero con ternura, y luego con pasión. Sandra llevaba más de ocho meses sin acostarse con nadie, y aunque no era de las que ceden a las primeras de cambio, sabía que el tiempo apremiaba. Aquel no era el momento, pues Mateo podía aparecer en cualquier momento, pero quería despedirse de Luis de la mejor forma posible. Se metieron juntos en la cama, y Sandra supo que Luis iba a estar de acuerdo, a juzgar por el bulto que se marcaba en sus boxers. La última noche sería el momento perfecto.

Mateo se despertó de nuevo con resaca, con la ropa puesta, y con un dolor de cabeza considerable. Sandra ya se había ido a su cuarto a ducharse, y Luis seguía durmiendo como un lirón y apenas había notado su ausencia. Al ser sábado no había clases, pero había excursión a las principales iglesias de Dublín, y había que levantarse temprano.

El día pasó sin mucho que contar, comenzaban ya las despedidas, los intercambios de números de teléfono, de emails, las últimas compras... Mateo, Luis y Sandra eran de los que saldrían el domingo de vuelta para España, mientras que a otros como Rafa aún les quedaban otro par de semanas. Hubo alguna lagrimilla en el autobús de vuelta al campus, pero el grupo decidió que lo mejor sería despedirse a lo grande, con una fiesta en uno de los salones de estar.

Mateo apuraba su tercer Jameson con Coca-Cola cuando apareció Giulia. Iba bastante arreglada, con un traje de chaqueta negro, una camiseta blanca y unos zapatos que debían haberle costado una pasta. De fondo sonaba algo de Madonna o Nelly Furtado, la típica canción de moda del momento, pero que parecía escrita para la increíble aparición de la italiana. No había heredado la belleza de su madre, pero al menos aquella noche estaba espectacular. Incluso Luis y Sandra, que se estaban haciendo arrumacos en uno de los sofás, se giraron para ver su entrada.

Sin embargo, su visita fue bastante breve. Agarró a Mateo del cuello de la camisa y le arrastró fuera, al tiempo que los de la sala rompían en aplausos en honor del que sin duda era el triunfador de la noche.

En la calle llovía, pero Mateo no se dio ni cuenta. Entre las copas y que no se terminaba de creer lo que le estaba pasando, llegó a la habitación de Giulia sin apenas enterarse. Una vez allí, ella puso sus condiciones. Una ducha para que se le pasara un poco el pedo, una pasada de cuchilla para eliminar su vello púbico, no correrse antes que ella y dejarse hacer en todo momento. Casi nada.

La primera condición fue fácil de cumplir, a partir de la segunda vinieron los problemas. Tumbado en la cama boca arriba y con sus partes llenas de espuma de afeitar, Mateo se dejó depilar por Giulia. Ésta parecía hacerlo con bastante estilo, posiblemente no era la primera vez que afeitaba un pubis ajeno. Mateo se excitó con el proceso, pues no tenía a una mujer toqueteando sus bajos todos los días, pero supo mantener el tipo. La cuchilla rasuraba sus huevos con precisión, proporcionándole un extraña sensación de dolor, cosquilleo y frescor.

Poco a poco, su entrepierna quedó libre de vello. Resultaba curioso ver su polla así, más grande de lo normal, pero sin un solo pelo, como solía tenerla hasta hacía pocos años. Tras lavarse un poco en el servicio, Mateo se tumbó de nuevo en la cama, al tiempo que Giulia comenzaba a desnudarse. Lo hacía con una estudiada naturalidad, de forma sensual pero resultando muy poco forzada. Primero se desabrochó la chaqueta y la tiró sobre la silla, después su camiseta voló dejando al descubierto sus pechos desnudos, y por último se quitó el pantalón. Su tanga era negro, pero tenía tantas transparencias que no dejaba nada a la imaginación. Aún así, no tardó en desaparecer, eliminando así cualquier duda. Ambos estaban completamente rasurados.

Sin entrar en tantos detalles, Luis y Sandra bromeaban sobre lo que debían estar haciendo Mateo y Giulia. A Luis le entró una risa nerviosa, habían acordado dormir juntos esa última noche, y si iban a estar solos cabía la posibilidad de que ellos acabaran haciendo lo mismo. Por supuesto, no se lo comentó a Sandra, temía que pensara que solo la quería por el sexo o vete tu a saber.

-¿Damos una vuelta? Estoy un poco mareada con tanto humo...

-Bueno, si quieres nos acercamos hasta la residencia de Giulia a cotillear un poco. –Dijo Luis, de nuevo con su risa nerviosa.

-Si quieres nos vamos ya a la habitación, total, mis compañeras de clase pasan de mí y los tuyos se están poniendo a hacer el gilipollas...

-Lo que quieras...

En lugar de dirigirse a la cama, Giulia se fue hacia la mesilla, de donde sacó un par de pañuelos de tela. Sin consultar, ató las muñecas de Mateo al cabecero de la cama y se subió sobre él a horcajadas, rozando suavemente su sexo. El pobre chico estaba excitadísimo, y en esas condiciones, apenas duraría un par de asaltos. Así pues, y temiéndose que Giulia se cabreara por no cumplir sus condiciones, suplicó clemencia.

-Giulia, no sé si te importará... Verás, es que como lo hagamos ahora no voy a tardar nada en correrme, y estaba pensando que podrías dejar que me hiciera una paja primero y luego ya lo hacemos...

La inocencia del chico enterneció a Giulia, que, consciente de la gran presión a la que había sometido a su presa, decidió concederle su deseo, aunque a su manera. Sin ni siquiera responder, bajó hasta su entrepierna y comenzó a lamer sus recién depilados testículos. Una vez comprobó que no se había dejado ni un solo pelo, subió lentamente por el tronco, llegando finalmente al glande. La humedeció primero un poco, y luego se la fue metiendo en la boca muy despacio, sintiendo como Mateo se estremecía cada vez que notaba el roce de sus labios.

Una vez llegó hasta abajo, aceleró sus movimientos y comenzó a chupar con deseo, tratando de aliviarle lo antes posible. También ella estaba muy excitada, y tenía que reprimir sus ganas de insertarse en aquella polla joven que tenía entre sus labios. No solía acostarse con chicos más jóvenes que ella, lo de hoy era una excepción morbosa que sin duda debía repetir de vez en cuando.

En un par de minutos Mateo comenzó a correrse sin ni siquiera avisar, aunque Giulia no puso ninguna pega. Continuó chupando un poco más, hasta que Mateo dejó de retorcerse, pero sin tragar nada, simplemente dejando escurrir su caliente semen de sus labios. Antes de que empezara a desempalmarse, Giulia se levantó y se sentó sobre su polla, sin darle tiempo a reaccionar. Cuando lo hizo, Mateo trató de revolverse.

-Tía, que no me has puesto condón y encima me acabo de correr. Espera un poco que me recupere y ahora seguimos, pero con condón que no te quiero dejar embarazada.

-No seas gilipollas, tomo la píldora contraceptiva o como la llaméis en español... Y como doy por hecho que eres virgen, no me vas a pegar nada. –Dijo Giulia al tiempo que se desplomaba sobre Mateo, penetrándose hasta el fondo.

Luis y Sandra acaban de entrar en la habitación y comenzaban a prepararse para irse a la cama. Todo era más o menos como ayer, con la diferencia de que hoy Mateo no volvería en toda la noche. Se pusieron el pijama por separado, ella en el baño y él en la habitación, y se acostaron con la luz apagada. Ambos deseaban lo mismo, pero era difícil planteárselo al otro directamente, así que optaron por esperar a que surgiera espontáneamente.

Se besaron tímidamente, como lo habían venido haciendo la última semana, pero progresivamente sus besos se fueron volviendo más lascivos. Sus lenguas luchaban con furia, mientras sus labios luchaban por atraparse y los dientes por morderse. Las manos de Sandra agarraron fuertemente el culo de Luis, que hizo lo propio aun con algo de miedo. Sus cuerpos estaban pegados, tanto que tenía miedo de que Sandra notara su erección y le rechazara.

Era evidente que ella notaba el bulto que se clavaba en su entrepierna, pero tampoco le asustaba. Había perdido la virginidad con su ex, y sabía perfectamente de que iba el juego. Y dado que Luis no parecía dispuesto a tomar la iniciativa, se resignó a ser ella la que diera los primeros pasos.

A unos cien metros en línea recta de allí, Giulia seguía cabalgando sobre Mateo, tratando de que este volviera a empalmarse completamente. Era extraño sentir la humedad de la corrida anterior unida a la suya, pero el exceso de lubricación hacía que Giulia se moviera con total facilidad. Mateo, aún no recuperado del todo, comenzaba a disfrutar de verdad, sintiendo el calor de la húmeda vagina de la italiana. Se moría de ganas por tocar su cuerpo, estrujar sus senos, acariciar sus nalgas o arañar su espalda, pero sus manos seguían firmemente atadas al cabecero de la cama. Lo único que podía hacer era empujar con sus caderas para ayudar a Giulia.

Y al parecer debía de estar haciéndolo bien, pues esta no dejaba de gemir, e incluso comenzó a acariciarse el clítoris mientras se insertaba en la polla de Mateo. Aceleró el ritmo y comenzó a gritar desmesuradamente, se estaba corriendo. Se dejó caer sobre el pecho de Mateo casi exhausta, pero sin dejar de moverse. Mateo siguió empujando lo mejor que pudo, no muy deprisa, pero al menos consiguiendo prolongar unos segundos el orgasmo de la italiana. Finalmente, esta volvió a levantarse, y con las pocas fuerzas que le quedaban trató de retomar las riendas.

-¿Quieres que siga yo? Tú estás sin fuerzas y a mí me apetece probar encima...

-Vale.-Dijo Giulia casi asfixiada.

En otras circunstancias hubiera seguido ella, pero el chaval se había ganado mandar un poco. Así pues, desató las muñecas de Mateo y se tumbó boca arriba junto a él, esperando a que este ocupara su lugar. Tuvo que guiarlo hasta la entrada de su coño, pero finalmente Mateo encontró el camino. Era un poco tosco en sus embestidas, pues no mantenía un ritmo constante y se le salía más de una vez, pero esa torpeza volvió a excitar a Giulia, aquel chico no olvidaría nunca su primera vez.

Una vez cogió el ritmo, fue todo mucho más fácil. No tardó en volver a correrse dentro de ella, en menor cantidad que antes, pero con mayor intensidad. Además del placer y la total satisfacción que sucede al orgasmo, por su cabeza pasó el miedo a un posible embarazo, pero decidió no pensar mucho en ello. Seguramente Giulia decía la verdad respecto a la píldora, y si no era así, no debía de ser el único candidato. Convencido de que no había nada que temer, se quedó dormido sobre su amante, que no tardó en hacer lo propio.

Sandra acaba de quitarse la parte de arriba del pijama, mientras que a Luis solo le quedaban los boxers. Todo había sido de lo más natural, aunque Luis había empezado a temblar en cuanto Sandra le había quitado la camiseta. Estaba cómodo con ella, pero por más que lo intentaba evitar era un matojo de nervios.

Por suerte ella sabía lo que se hacía, y besándole tiernamente consiguió que se relajara un poco. Juntó su cuerpo al de Luis, y fue acariciándole la espalda hasta que notó que su pulso era menos agitado. Al final Luis respondió, y puso sus manos en el culo de Sandra, aunque con mucha suavidad.

Una vez ambos se quitaron toda la ropa, todo fue un poco más fácil. No había demasiada luz y apenas podían verse, así que el pudor no era demasiado problema. Luis llevaba un buen rato empalmadísimo, pero al acariciar el cuerpo desnudo de Sandra los huevos comenzaron a dolerle. No se atrevía a dar el paso, pero se moría de ganas por empezar.

Deslizó su mano por el abdomen de Sandra, deteniéndose al llegar a su vello púbico. Como ella no dijo nada siguió, con miedo, hasta que palpó unos labios húmedos. Sandra respiraba deprisa, al tiempo que acariciaba con la punta de sus dedos la polla de Luis. Ella tampoco podía esperar más, así que echó mano a su bolso y sacó de él un par de preservativos. Le colocó muy suavemente uno a Luis, y se puso debajo de él.

Era difícil atinar, y Luis comenzaba a desesperarse. Sandra le ayudó un poco, pero ni aún así era capaz. Estaba perdiendo la concentración cuando al fin atinó, acababa de perder su virginidad. No era la sensación de placer brutal que esperaba, en parte por la pérdida de sensibilidad que le producía el condón y en parte porque no estaba empalmado del todo, pero poco a poco le fue gustando. Entraba y salía despacio, con miedo de hacerle daño a Sandra, y tratando de que no se saliera del todo, aunque alguna vez se le iba.

Pese a todo, Sandra comenzaba a disfrutar. No era igual que hacerlo con su ex, algo mayor que ella y con bastante experiencia en la cama, pero lo que sentía por Luis compensaba cualquier torpeza. Le agarró de las nalgas y trató de marcarle un poco el ritmo y la profundidad de sus embestidas, para evitar que volviera a salirse, con la consecuente pérdida de concentración de ambos.

Luis agradeció la ayuda, pues aquello empezaba a parecerse a lo que había imaginado. Ahora que llevaba un ritmo constante, sentía mucho más el cuerpo de Sandra ardiendo bajo el suyo. Sus pechos rozaban el uno contra el otro, y se besaban con pasión sin dejar de moverse.

El orgasmo de Sandra estaba cerca. Quizá fuese algo más psicológico que físico, pues la torpeza de Luis no la hacía gozar todo lo que debiera, pero la sensación de sentirse de nuevo querida y poseída la hizo estremecer. Notó un cosquilleo por todo su cuerpo, algo que siempre sentía antes de correrse, así que sujetó a Luis con más fuerza y le atrajo hasta a ella. Entonces comenzó a mover sus caderas muy deprisa, rozando su clítoris con la base del pene de Luis, y no dejó de hacerlo hasta que se quedó sin fuerzas.

Sus gemidos asustaron en parte a Luis, pues no sabía muy bien como reaccionar. ¿Debía seguir o era mejor descansar un poco hasta que ella se recuperara? Se tumbó del todo sobre ella, y sin sacarla, se dedicó a besar su cara, cubierta de sudor. Aun así, perdió la erección. Sandra tardó menos de un minuto en decirle que siguiera, pero Luis ya estaba desconcentrado.

-¿Quieres que cambiemos de postura? –Propuso Sandra.

-No sé, como quieras...

-Venga, me pongo yo encima. Lo que pasa es que así va a ser difícil... –Dijo sujetándosela al tratar de sentarse sobre ella. -¿Te pasa algo?

-No, es que me he despistado. No sabía si seguir o no, y al final he parado y se me ha bajado.

-No te preocupes, es normal con los nervios. Yo en mi primera vez estaba atacadita, tuvimos que parar un montón de veces porque me dolía y lo pasé fatal. Pero luego empecé a perderle el miedo, y sin problemas... ¿Descansamos un poco?

-Bueno, lo que quieras. Voy un segundo al baño y ahora vengo, ¿te importa?

Luis cerró la puerta, se quitó el condón, y comenzó a pajearse lentamente, tratando de recuperar la erección. No entendía lo que estaba pasando, todo había ido bien hasta que había perdido la concentración de repente. De hecho, con tan solo empezar a recordar lo que estaba haciendo, había conseguido volverse a empalmar. Había que volverlo a intentar.

Esta vez fue Sandra la que había perdido la concentración. Entró bien al principio, pero en cuanto el segundo preservativo comenzó a perder lubricación, era casi imposible seguir. Luis se quitó de encima, y tratando de ocultar su frustración, se abrazó a Sandra, quien le rodeó también con sus brazos. Además, al constatar que Luis seguía empalmado, comenzó a pajearle suavemente, sin quitarle el condón. Él no dijo nada, pero al colocarse en una postura más cómoda para ambos dio implícitamente su aprobación.

Pese a que no iba demasiado deprisa, Luis no tardó mucho en correrse. Cerró los ojos, trató de dejar su mente en blanco y se relajó hasta que sintió que le llegaba el orgasmo. El condón hizo que ninguno de los dos se manchara, aunque tampoco soltó demasiado semen. Sin duda alguna había tenido orgasmos mejores, pero al menos se había desahogado.

Y lo más importante, había sido el primero de la pandilla en perder la virginidad. Aunque él no era de fardar delante de sus amigos, esta vez haría una excepción, se moría de ganas por ver la cara de David al contárselo.

El sol despertó casi simultáneamente a las dos parejas. Giulia era la única que se quedaba, mientras que Mateo, Luis y Sandra dejaban Dublín esa misma tarde. Tenían las cosas preparadas, pero como siempre falta algo, optaron por no remolonear demasiado y levantarse para preparar las últimas cosas. Un autobús les trasladó al aeropuerto junto con otros veinte españoles y unos treinta franceses, y a la hora de comer ya estaban preparándose para embarcar, la mayoría por separado.

Pese a que había entablado una buena amistad con Luis, Mateo se mantuvo un poco alejado para que Sandra y él aprovecharan sus últimas horas juntos. Su vuelo era el primero en salir, y entre abrazos y alguna lagrima fue despedido por todo el grupo. Luis y él quedaron en llamarse esa misma noche para constatar que habían llegado bien, y Sandra quedó en hablar por el Messenger con él al día siguiente.

Una vez solos, Sandra y Luis se fundieron en un largo abrazo. No hacía falta decir nada, se habían cogido mucho cariño pero aquello debía terminarse allí. Se besaron por última vez casi en la puerta de embarque, mientras Sandra le mostraba su DNI a la azafata. En cuanto la perdió de vista, Luis se encerró en el baño para llorar, pero las lagrimas le acompañaron durante casi todo el viaje. Acababa de despedirse de la chica con la que había perdido su virginidad, y posiblemente no volvería a verla en mucho tiempo. ¡Con lo bien que vivía él pasando de las chicas!

Mas de Hector Richvoldsen

5 Chicos (03: Jennifer, la ex de David)

5 Chicos (22: Marcha Atrás)

5 Chicos (36: Educación sexual)

7 días con mi hermano pequeño (5: Viernes)

7 días con mi hermano pequeño (y 7: Domingo)

7 días con mi hermano pequeño (6: Sábado)

7 días con mi hermano pequeño (4: Jueves)

7 días con mi hermano pequeño (3: Miercoles)

7 días con mi hermano pequeño (2: Martes)

7 días con mi hermano pequeño (1: Lunes)

Lucha espartana

El hijo del feriante

5 Chicos (Epílogo)

5 Chicos: (Notas del autor)

5 Chicos (y 50: El diario de Marcos)

5 Chicos (49: Heridas)

5 Chicos (48: Una visita inesperada)

5 Chicos (47: Hasta el culo)

5 Chicos (46: Un pajote en el cine)

5 Chicos (45: Menudo marrón)

5 Chicos (44: Los gitanillos de la caseta)

5 Chicos (43: La gran descarga)

5 Chicos (42: A dos bandas)

5 Chicos (41: Atando cabos)

5 Chicos (40: Vuelta a las andadas)

5 Chicos (39: Polvo tras el partido)

5 Chicos (38: Los dichosos puntos)

5 Chicos (37: Trapicheos)

5 Chicos (36: Educación sexual)

5 Chicos (35: Buenas vibraciones)

5 Chicos (34: Tarde de calentón)

5 Chicos (33: Un negocio redondo)

5 Chicos (32: Conversaciones subidas de tono)

5 Chicos (31: Hermanos de leche)

5 Chicos (30: De compras)

5 Chicos (29: Mamá, ¿tengo fimosis)

5 Chicos (28: Estudiando con Luis)

5 Chicos (27: Una paja en casa de Pablo)

5 Chicos (26: Volver a empezar)

Lo que un padre puede llegar a hacer por un hijo

Los caprichitos de mi novia

El niñato del Metro de Valencia

Visitando a mi hermano en la mili

Walter, el machito desvirgado

Un padre, un hijo y una bañera

Carne, sudor, semen

C.D. Los Tilos (y 10: El mejor portero)

C.D. Los Tilos (9: La crisis de la conciencia)

C.D. Los Tilos (8: Una propuesta interesante)

¡Podemos!

C.D. Los Tilos (6: Solidaridad entre adversarios)

C.D. Los Tilos (5: Lucha contra el tiempo)

C.D. Los Tilos (4: Cara a cara)

C.D. Los Tilos (3: Siempre más difícil)

C.D. Los Tilos (2: La mejor defensa es el ataque)

C.D. Los Tilos (1: Un equipo de campeones)

Atropelladamente

El exorcismo de Tomás

Hermanastros (y 7: El Plan)

Hermanastros (6: La primera vez de Abel y Esther)

Hermanastros (5: Nuestra primera vez solos)

Hermanastros (4: Llegando un poco más lejos)

Hermanastros (3: Intimando con Aníbal)

Hermanastros (2: Espiando a Esther)

Hermanastros (1: Rompiendo el hielo)

Los pecados de un monaguillo

Mi padre me llevó de putas

Mi primer y último año como profesora de instituto

Pubertad Precoz

Cómo llegué a hacerlo con mi hermano

Cómo llegué a hacerlo con mi hermana

5 Chicos (y 25: Todo cambia)

5 Chicos (24: El juego de la galleta)

5 Chicos (23: Con las manos en la masa)

5 Chicos (22: Marcha Atrás)

5 Chicos (21:Beso, atrevimiento o verdad)

5 Chicos (20: Turismo rural)

5 Chicos (19: Extraño despertar)

5 Chicos (18: Tras el partido)

5 Chicos (17: La primera lección)

Los dos chavales de la sesión golfa (y 6)

5 Chicos (16: La revisión médica)

5 Chicos (15: Nuevas amistades)

5 Chicos (14: Porros e historias)

5 Chicos (13: Cursos de Inglés en Irlanda [2])

5 Chicos (12: Un paso más)

5 Chicos (11: Dudas existenciales)

5 Chicos (10: Visita a los bajos fondos)

5 Chicos (09: Solos en casa)

5 Chicos (08: Devolviendo el favor a Yussef)

5 Chicos (07: Cursos de Inglés en Irlanda [1])

5 Chicos (06: Una tarde cualquiera)

5 Chicos (05: Experiencias en el gimnasio)

5 Chicos (04: Misión Imposible)

5 Chicos (03: Jennifer, la ex de David)

5 Chicos (01: La primera paja en grupo)

5 Chicos (02: Tarde en la piscina)

Mi primera vez (con una muñeca hinchable)

La vendetta de Leo Mazzone

¡Me corro!

Quizá...

La curiosa habilidad de Fabio

La chica de la playa nudista de Maspalomas

Jimmy el Angel Middleton

Los dos chavales de la sesión golfa (5)

Una mano amiga en el jacuzzi (1)

Espiando a mis padres desde la puerta

El gitano del bañador

Los dos chavales de la sesión golfa (4)

Los dos chavales de la sesión golfa (3)

Los dos chavales de la sesión golfa (2)

Una primera paja poco convencional

Los dos chavales de la sesión golfa

Cintia, la calientapollas de mi instituto

Mi primer campamento

Mi futuro cuñado Aarón (3)

En el festival erótico

Mi futuro cuñado Aarón (2)

Clases particulares

El cumpleaños de mi hermano gemelo

Yo maté a la persona que más quería

Mi futuro cuñado Aarón

La muerte de mi primo Antonio