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La tormenta

en Hetero: General

Es la hora del desayuno y Martín para el camión en un área de descanso de la autopista, hoy está relajado, lleva una carga de muebles que ha de dejar en destino durante todo el día, no le han dado prisas ni tiene ningún otro servicio por hacer, piensa que eso va por los días en los que trabaja más de doce horas y llega a casa de noche y agotado.

 

Entra en el pequeño restaurante y pide un refresco y un bocadillo de jamón. Hay poca gente, casi todas las mesas libres, se sienta al lado del cristal, mira el camión, después a la mesa de enfrente. Ve a una mujer tomando un café con leche, debe tener unos cuarenta y cinco años, aunque Martín nunca ha sido bueno para estos temas de calcular la edad. Él tiene treinta y cuatro. Sin darse cuenta observa a la mujer con detenimiento mientras él mastica el bocadillo y ella lee unos papeles que tiene encima de la mesa.

 

Estamos a finales de junio y eso ya se nota en las mujeres, piensa Martín, que van ligeras de ropa y con las pieles doradas de los primeros días de playa. La mujer a la que está observando lleva un vestido negro con pequeñas flores lilas estampadas. Es un vestido elegante y parece de calidad, ni escotado, ni demasiado corto, de media manga, un vestido que aunque no es provocativo a la mujer le queda como una segunda piel, resiguiendo cada curva de su abundante pecho, de su cintura estrecha y de sus caderas rotundas y pronunciadas.

 

La mujer tiene un maletín a su lado, parece que lee listas de precios, Martín piensa que debe ser una comercial. Ella está absorta en las listas y sin darse cuenta se pasa una mano por el largo cabello, liso, castaño oscuro, que le llega a media espalda. No lleva mucho maquillaje, pero ese es otro tema del que Martín no entiende demasiado. Cree que sí, que va un poco pintada, lo justo para estar atractiva y parecer una señora a la vez, es decir, nada de buscar ligues. La mujer está trabajando y punto, como él.

 

Por un momento Martín se siente culpable de observarla tan detenidamente, sin piedad se dice, mientras le viene una sonrisa a la boca por lo tonto que se siente y en ese momento la mujer levanta la cabeza y lo sorprende con la sonrisa en los labios. Martín no puede evitar sonrojarse y ella le sonríe porque le hace gracia que el chico se haya puesto rojo. Después ella recoge los papeles, se levanta y se marcha con su maletín y un paso seguro de mujer de negocios que está acostumbrada a los tacones altos y a pisar con decisión. Martín la ve subir a su coche, un Audi A3 plateado. También ve que el día de finales de junio se ha nublado bastante, parece que viene tormenta.

Carmen vuelve a incorporarse a la autopista. Ha repasado las listas de precios cincuenta mil veces. No entiende lo que está mal pero en la oficina su jefe se lo ha dejado claro, las cuentas no cuadran y debe repasar de nuevo todas las referencias, precios y descuentos antes de continuar con las visitas a los diferentes clientes de la comarca. Está harta de ese trabajo. Todo el día en la carretera, aguantando a viejos verdes que se creen que ella también va incluida en la venta del producto. Hace cinco años que tiene ese trabajo y se da cuenta de que cada vez viste más tapada y más sobria. Como el vestido que lleva hoy. Esta mañana, cuando se ha vestido, el cuerpo le pedía ir sin mangas, con poca ropa, hace calor, estamos en verano, pero se ha tapado una vez más y aún así sabe que su cuerpo voluptuoso se mueve bajo la tela negra como una serpiente que se ondula mostrando sus curvas peligrosas.

 

Le ha hecho gracia el chico que desayunaba delante de ella. Ya hacía rato que notaba su mirada escrutadora, pero no había levantado la vista porque le parecía que solo era curiosidad y que el chaval no tenía ninguna intención “lasciva”. Cuando le viene esa palabra a la cabeza Carmen sonríe y piensa que al final se hará monja de clausura con tanta tontería. Lo que ocurre es que a ella le gusta conquistar y no que la conquisten. Le gusta ser la que escoge y no tener que aguantar las babas de cualquiera que se cree con derecho a lamerla solo porque ella es la vendedora y él el comprador.

Buff le parece que se está mareando, le ocurre a veces en días como los de hoy, en que las bajas presiones la afectan a ella también. Sale en el área siguiente, una zona con pocos aparcamientos, un par de parasoles de caña, dos bancos metálicos y cuatro papeleras. Baja del coche, hace bochorno, parece que la lluvia es inminente, del asfalto sube un vaho abrasador que le llega hasta los muslos, no corre brisa, ella se da aire con las manos, se sienta en un banco al lado del coche.

 

Martín ya está en la autopista de nuevo cuando lo llaman al móvil. El manos libres del camión está estropeado y él no se la quiere jugar cogiendo el trasto en plena conducción. Sale en la siguiente área. Solo hay un coche aparcado. Coge el teléfono, ya ha dejado de sonar, se da cuenta de que era una llamada publicitaria y los maldice. Ni ha parado el camión, comienza a acelerar de nuevo cuando se da cuenta de que el coche aparcado es el Audi y que la mujer está sentada al lado, pálida y preciosa envuelta por la amarillenta luz que desciende del cielo encapotado de media mañana.

Para el camión detrás del coche y baja sin pensárselo dos veces. El cegador zigzag de un relámpago les hace cerrar los ojos por unos instantes y la electricidad que hay en el aire hace que sus pieles pegajosas se estremezcan. Después llega el trueno, aún lejano, amortiguado, mientras ellos se miran sin saber qué decir.

Carmen reconoce al camionero, piensa que visto así de pie es un pedazo de hombre, alto, robusto, con unos tejanos descoloridos y una camiseta con el nombre de su empresa. Lleva el cabello muy corto y muestra una cara afable que la reconforta.

Martín se da cuenta de que la mujer no se siente bien. “¿Te has mareado?” le pregunta.

Ella dice que sí, que le pasa a veces, que hace mucho bochorno y que la ahoga el olor del asfalto recalentado. El hombre le ofrece la mano y le dice “Ven” y ella no se lo piensa dos veces, se levantan y cogidos de la mano van hacia una zona de la valla de alambre que tiene un agujero considerable, seguramente que lo ha hecho alguien que tenía una “necesidad urgente” y no tenía tiempo de llegar a la “civilización”. Por eso Martín le dice “pasa por aquí pero con cuidado, no sea que haya regalitos”. Cruzan la alambrada y pasan al otro lado, hierba seca, polvo, papeles, más allá un pequeño bosque de pinos.

Ella sigue cogiendo de la mano al chico y se da cuenta de que le gusta, no sabe lo que están haciendo pero le gusta que la mañana se rompa de esa manera, de la mano de un hombre joven que la lleva a un bosque. “Me llamo Carmen”. “Martín” añade él y no parece necesario decir nada más.

Cuando llegan a la altura de los primeros pinos empiezan a caer gotas. Las primeras son calientes, después vienen más, muchas más, frescas y alegres. Han profundizado unos metros dentro del bosque y el suelo está limpio, solo pinocha y alguna mata de hierba. Huele a resina, a romero y a ozono. Un nuevo relámpago los paraliza, el trueno casi a tocar de la luz, la tormenta sobre ellos, agua a manta. 

Y a Carmen le sobra el vestido, se baja la cremallera y se lo saca por la cabeza. Martín la mira pero no parece sorprendido, todo es tan diferente a lo que tendrían que estar haciendo en esos momentos que ya no se inmuta. 

La lluvia empapa el cuerpo de Carmen en un momento, le resbala por el cuello, le pega el cabello a los hombros, le llena el agujerito del ombligo, se desliza por sus muslos, se le escurre por la entrepierna haciéndole cosquillas. Casi no puede abrir los ojos, estira los brazos, levanta la cara al cielo, ve pinos y nubes, verde y gris y luz blanca de otro relámpago. Se desabrocha el sujetador, se quita las bragas, tira los zapatos lejos, baila despacio bajo la lluvia, dejando que le limpie el espíritu cansado, librándose a las sensaciones, abre la boca y deja que el agua la invada, la bebe con gusto. 

Martín la mira hechizado. No han hablado de nada, solo se han dicho los nombres, y aquí está con una mujer, bajo una tormenta considerable, mirando como ella baila desnuda bajo la lluvia. Él también está empapado y querría sacarse la ropa, pero no acaba de soltarse.

Es ella quien se le acerca y le saca la camiseta, después le lame el pecho velludo, los pezones erectos. Le desabrocha los tejanos, se los baja y él se quita los zapatos y los calcetines para que ella acabe de sacarle los pantalones y los calzoncillos.

Después se abrazan tan fuerte que el agua que cubre sus torsos hace un ruido seco y sale despedida por los lados. Ella hace que él se tumbe en el suelo, sobre la hierba y el agua que corre. Martín lo hace sintiendo mil agujas que se le clavan en la espalda. Por debajo de él la pinocha y por encima las tormenta que descarga con fuerza.

Ella se pone sobre él, una pierna a cada lado del cuerpo del chico, de pie, mirándolo a los ojos, poderosa, segura. Él piensa lo típico, que parece una diosa de la naturaleza. Le ve las tetas grandes y brillantes, escurriendo agua sobre él, los muslos rotundos y morenos, el coño grande y oscuro. Ella se separa con las manos los labios del coño, para enseñárselo bien, aún de pie, él tumbado, la lluvia incesante y un trueno que reafirma los movimientos de la hembra.

Martín puede ver los labios menores, por un momento el agujero del coño, hasta el clítoris inflado... Y siente la polla que hasta ahora no había reaccionado creciendo de golpe, reptando sobre su pubis, caliente, quemando sobre la piel mojada.

La mujer abre más las piernas y va bajando poco a poco, abierta de piernas, le coge la polla y la encara con su agujero, después se deja caer lentamente, hasta que sus nalgas chocan con la pelvis de él.

Lo mira a los ojos, sonríe. Él piensa que está bellísima con los cabellos pegados a la cara, el maquillaje que se le ha ido (sí que llevaba). Ella deja caer la cabeza hacia atrás, le muestra el largo cuello, él ve como ella se traga la saliva, le mira los pechos que tiemblan y muestran unos pezones largos que parecen de goma. Martín estira las manos y se los pellizca con suavidad, después con más fuerza. La mujer cierra los ojos y empieza a cabalgarlo. Primero con movimientos lentos, tiene la polla bien clavada dentro y no la quiere dejar escapar. Mueve las caderas y mueve las paredes de la vagina, lo estruja como si quisiera ordeñarlo. Él continua magreándole las tetas y la tormenta arrecia.

Martín hace esfuerzos para no eyacular, el contraste entre el frescor de fuera y el calor abrasador del coño de ella lo están enloqueciendo de placer. Apresa una vez más los pechos de ella, como si fueran naranjas y quisiera sacarles zumo, ella gime y continua con los ojos cerrados, se mueve más rápido y en cada envite la polla está a punto de salirse, pero ella la controla y no la deja escapar. Martín tiene los huevos inundados de agua y de los líquidos de ella.

Ella se para. Vuelve a abrir los ojos. Se agacha y le besa en los labios, sonríen los dos, vuelven a besarse, las lenguas se lamen y relamen. Martín la muerde, ella también, se succionan la boca como si les fuera la vida.

Carmen cambia de posición, se pone sobre él en la postura del sesenta y nueve. El coño delante de la cara de Martín, la boca de ella sobre la polla de él. Carmen no piensa, hace rato que solo se deja llevar. Martín se dice que está follando en el bosque con una desconocida mientras una tormenta cae sobre ellos. Y después se olvida de todo porque Carmen se mete su polla en la boca, entera, hasta que él percibe las paredes calientes de la garganta, el paladar sobre el prepucio, el suave roce de la respiración de la hembra sobre sus huevos.

Delante de él tiene un coño abierto, un sexo precioso, hinchado, húmedo y reluciente que palpita de deseo esperándolo. Martín levanta un poco la cabeza y lame primero el agujero del culo, granate y dilatado, hace rodar su lengua por los pliegues del ano, con la punta aprieta hacia dentro y el agujero lo recibe con deseo. Mete un dedo, después dos, mientras dirige la lengua hacia el coño. Hunde su cara, la nariz aspirando el olor a hembra, la barbilla resbalando y la lengua que empieza a ir para arriba y para abajo entre los labios grandes y trémulos.

Carmen le está haciendo el amor a esa polla de piedra que ha encontrado por casualidad, la está amando como ella sabe, con todo su cuerpo y finalmente con la boca. La lame, la besa, la chupa, la roza y la degusta como si no hubiera nada más en el mundo. Siente los dos dedos que Martín le ha metido en el culo y ella también busca el agujerito de él entre los muslos, primero lo cosquillea, aprieta con suavidad, y cuando tiene la polla bien adentro en la garganta le mete el anular entero.

Y así continúan un rato más, los dos a punto de llegar al orgasmo e intentado que no llegue aún, queriendo alargar el momento. Penetrándose mutuamente con los dedos, comiéndose el alma y la vida entera.

Para de llover de golpe, el cielo se abre, el sol pasa entre las copas de los pinos, se hace el silencio y Martín no puede más y explota en la boca golosa de Carmen que se lo traga todo mientras libera su orgasmo en la boca de él, el coño deshecho en líquidos y espasmos, Martín ahogado del placer de los dos y Carmen soltando un último grito que se escucha en todo el bosque.