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Taxidermista

en Sexo Oral

Sábado por la mañana, me voy de compras a la capital, no necesito nada en especial pero es agradable caminar un rato viendo escaparates, Me decido por el centro, está lleno de guiris y así me hago la idea de que estoy de vacaciones.

De tienda en tienda, sin darme cuenta acabo en una plaza muy conocida, un gran recinto rectangular porticado, con una pequeña fuente en el centro y unas cuantas palmeras bajo cuya sombra los turistas consultan los planos o se comen un helado.

Ahora casi todos los comercios de la plaza son bares y restaurantes, en el pasado había tiendas de todo tipo: sastrerías, cuchillerías, mercerías, ultramarinos…

Y me viene a la cabeza que hace unos treinta años yo había ido a esa plaza con mi madre y mi hermano a un establecimiento de un taxidermista para comprar un líquido que olía a rayos y que mi hermano usaba para conservar la colección de mariposas que cazábamos junto al río.

Me pregunto si el establecimiento aún existirá… Empiezo por un lado de la plaza y voy observando, uno por uno, todos los comercios. La verdad es que después de tanto tiempo no me acuerdo de cuál era su situación dentro de la plaza, ni de cómo se llamaba la tienda…

Un bar, un restaurante, un bar, una tienda de souvenirs, un bar… Y choco con una turista alta y robusta que un poco más y me envía al suelo. Sorry, sorry y sigo la búsqueda.

¡Aquí está! Una gran tienda con dos amplios escaparates en los que no hay nada, las cortinas echadas, la fachada recubierta de una chapa metálica pintada de marrón chocolate con unas cenefas blancas, arriba, sobre la puerta, en doradas letras mayúsculas “TAXIDERMISTA. MUSEO DE CIENCIAS NATURALES”.

La puerta de madera necesita una capa de pintura y algún gamberro (o varios) se han dedicado a labrarla con mensajitos. Presiono con la mano, se abre hacia adentro y entro. La puerta se vuelve a cerrar detrás de mí mientras suena un “ding-ding” desafinado.

Dentro está oscuro, mientras mis ojos se acostumbran a la penumbra un olor que ya tenía olvidado vuelve a mí. No sé si es éter, formol, no entiendo de esas cosas, como de alcohol pero mucho más fuerte, como mezclado con alcanfor… Y también olor a polvo, a desinfectante, a papel viejo…

Ya voy viendo mejor, nada ha cambiado, las mismas cabezas de animales en la pared, los mismos pájaros a un lado del mostrador, el suelo de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez…

“Buenos días ¿Qué desea?”

¡Coooooño, qué susto!!! Si es que me distraigo con todo, ahí recordando, recordando y he entrado en la tienda casi sin darme cuenta y no quiero nada… ¿Y ahora qué le digo al hombre?

Por cierto, el hombre parece el mismo de hace treinta años, pero debe ser el hijo, o cualquier otra persona. Hace treinta años me parecía un viejo, ahora lo veo de mi edad.

El pobrecillo me está mirando cada vez con más recelo, hasta que yo consigo articular palabra y le digo “¿Tienen líquido para conservar las mariposas?”

Y él me dice que sí y se va a buscarlo a otra habitación. Mientras, aprovecho para pasearme por la gran sala, mirando a los ojos de cristal de los animales. Es tenebroso… Todos esos seres antes vivos, que alguna vez respiraron, eternamente conservados sin aliento, sin alma, sin ojos…

Llego a otra sala donde ya no solo hay cabezas y pájaros sino mamíferos enteros de tamaño más grande. Linces, zorros, jabalís…

Es asombroso el silencio que reina en la tienda en comparación con el bullicio de la plaza. La diferencia entre la luz dorada de fuera y la penumbra mortecina de dentro. Es como si el embalsamamiento de los animales se hubiera extendido a la tienda entera, conservada en el tiempo…

Vuelve el vendedor, en la mano lleva un frasquito con un líquido transparente.

Me dice que si quiero ver los animales y le da a un interruptor para que haya más luz y los pueda observar mejor. Me informa de que hay tres salas más. Supongo que a eso se refiere el rótulo de fuera cuando reza Museo de Ciencias Naturales…

Yo me hago un poco la interesada, para no desilusionarle. Le digo que no le quiero hacer perder el tiempo, que puede que entren clientes y nosotros vamos a estar ahí, en esas salas llenas de restos de bichos (esto último no se lo digo).

Y él dice “No se preocupe, hace meses que no entra nadie en la tienda”.

Pienso “Ya estamos Carolina. Otra vez metiéndote en líos, el otro día con el de los zapatos y hoy con un taxidermista… Esto cada vez va a peor”.

Él se me acerca, ahora que hay más luz veo que incluso es más joven que yo, de unos cuarenta años. Cabello corto y rizado, castaño con un toque de óxido. Ojos de color verde oscuro que intuyo bonitos aunque distorsionados detrás de unas gafas de gruesos cristales. Su sonrisa es dulce, cálida, como de agradecimiento por haber entrado (como el cazador de insectos que ve una mariposa posarse a su alcance).

Así que como soy tonta, de toda la vida, le sigo la corriente y vamos visitando las salas, a cual más repleta de despojos de animales. Él me explica el origen de las piezas. A medida que vamos hablando se acerca más a mí, me da algún golpe en el brazo, para llamar mi atención sobre algún detalle.

Es alto, tiene un poco de barriguita, viste de forma anticuada (como no). La manera en que me explica las cosas, la pasión por su profesión, su abstracción al hablar de la ciencia, hacen que cada vez me parezca más atractivo…

Lo tengo delante de mí, hablándome de no sé qué elefante que disecaron en un museo de Madrid y yo pensando en si estará casado, en si follará bien, en cómo tendrá la polla…

Sí, ya sé, ya sé… Soy una guarra. Pero una está a régimen y encima Pajis te llena la cabeza de pájaros (ninguno en mano, todos volando)…

De golpe él interrumpe su discurso, me mira como si me viera por primera vez, me ha pillado con la mirada húmeda, la boca entreabierta, las mejillas encendidas… Y supongo que ha leído mis pensamientos en mis ojos… Qué vergüenza.

Intento deshacer mis pasos, ir hasta el mostrador para pagar y salir de allí. Él, detrás de mí, me coge por un hombro, hace que me dé la vuelta y me empuja contra una pared. Su cuerpo aprisiona el mío, pegado completamente a mí.

Su cara se acerca a la mía, me golpea con las gafas, se las quita y me besa. Yo estoy asustada. Sus labios acarician suavemente los míos, nuestras bocas cerradas, solo una presión de su boca en mi boca. Hasta que él los entreabre y su aliento caliente hace que los míos se abran también. La punta de mi lengua se pasea por su labio inferior antes de que mis dientes le den un leve mordisco.

Él suelta un gemido y su lengua grande, larga, llena de saliva me penetra la boca atropelladamente. Ufff lo abrazo y pego más su cuerpo al mío. Noto su erección sobre mi monte de venus. Cierro los ojos porque a sus espaldas estoy viendo a todos los bichos observándonos…

Él vuelve a cogerme por el brazo y me lleva hasta el mostrador. Me sienta sobre la barra de oscura madera pulida, me arremanga la falda y se queda quieto mirando mis piernas abiertas, mis bragas de color rosa, empapadas en la entrepierna…

Parece que no sabe cómo continuar, sus besos, aunque apasionados, han sido torpes…

Me excita el aturdimiento de él, su mirada perdida entre mis muslos, sus manos temblorosas a los costados de su cuerpo. Yo misma me quito las bragas y abro bien las piernas sobre el mostrador. A unos metros la plaza está llena de gente, cualquiera podría entrar, pero tengo el presentimiento de que nadie va a hacerlo…

Con mis dos manos me abro más el coño, no digo nada, solo le muestro mis labios internos, el clítoris, mi agujero… Cuando me pongo así ya no hay quien me pare… Me meto un dedo, dos, tres… Empiezo a gemir…

Él sigue mirándome, sus pantalones están mojados y abultados…

Me siento más al borde del mostrador y le pregunto “¿Quieres lamerlo?”

Estoy a punto de correrme así que por muy torpe que sea él, sé que me voy a correr en su boca.

Él se agacha, pone una mano en cada uno de mis muslos, besa uno, besa el otro. Besa mi pubis… Y cubre mi coño húmedo de dulces pequeños besos que me enervan aún más…

Hasta que él se decide a hundir su cara entre mis labios. Lame, chupa, succiona, muerde… Uff no sigue ningún orden ni ninguna técnica, es como si lo quisiera probar todo. Ahora me mete la lengua en el agujero, después vuelve a morderme un muslo. Ahora me chupa el agujero del culo, después se bebe mi flujo.

“Voy a tener un orgasmo”, no sé porqué lo digo así, es como si pensara que él nunca ha visto a una mujer teniendo un orgasmo. No sé ni siquiera si me ha oído, sus labios están pellizcando sobre mi clítoris y estallo.

Completamente abierta de piernas sobre el mostrador mi coño empieza a agitarse, a abrirse y cerrarse, a soltar más líquidos, y yo grito, para que él sienta más mi placer (y también porque no puedo evitarlo, para que nos vamos a engañar). Mis pies, calzados con unas sandalias de tiras doradas golpean contra la madera…

Él no para de lamer, de chupar… Hasta que con las dos manos consigo despegar su boca de mí.

Me mira sin ver (pobrecito mío, sin gafas…), tiene la cara brillante de mis líquidos, los labios un poco hinchados, la punta de la lengua que le asoma aún… Lo veo guapísimo.

Me bajo del mostrador, dejando un rastro húmedo sobre la madera. Mis manos desabrochan el cinturón, el botón de los pantalones, la cremallera… Él se deja hacer.

Bajo los pantalones y los calzoncillos. Su polla está tan dura que se le pega al bajo vientre. La cojo con una mano y cuesta separarla, su piel se percibe finísima, llena de sangre debajo, a punto de reventar, ardiente, mojada. Pienso que le tiene que doler…

Me agacho, le doy un dulce beso en la punta, más besitos por todo el tronco. Tiene un tamaño normal pero su dureza me impresiona. Saco la lengua y empiezo a lamerla, primero con la punta y después con toda ella, desde la base hasta el agujerito que no para de rezumar.

Bajo a los huevos, me meto uno en la boca con mucho cuidado. A cada caricia mía él reacciona con un pequeño respingo, con un gemido ahogado.

Estoy deseando engullirla pero presiento que a la que entre en mi boca se me va a deshacer. Así que alargo el juego de besitos y lametones hasta que ya no puedo esperar más y me la voy metiendo poco a poco, entera, resbaladiza, hasta que mi cara choca con su pubis.

Me quedo quieta, no me muevo. Siento la verga dentro de mí, palpitando. Retiro un poco la cara, la polla resbala sobre mi lengua, el glande roza con mis labios, me la como de nuevo hasta que la noto en mi garganta. La aprisiono entre la lengua y el paladar. Está tan dura que parece de cristal.

Entonces él pone sus dos manos sobre mi cabeza y empieza a gritar. Yo aún no he percibido el orgasmo en su pene pero él está gritando… Hasta que aparece la leche, llenándome la boca, abrasándome el esófago… Se me saltan las lágrimas… Me la trago toda, después la polla sigue igual de dura…

Me levanto y veo lágrimas también en su rostro. Sonrío y él me abraza. Le digo que es tarde, que me tengo que ir. Me pongo las bragas y me olvido del frasquito…

Cuando llego a casa llamo a mi hermano para explicarle que he estado en la tienda del taxidermista (no para explicarle lo que he hecho). Y me sorprende diciendo que eso es imposible porque desde el año 1999 ese establecimiento es un restaurante…