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Marina

en Sexo con maduros

Son las siete de la mañana y el despertador suena insistente hasta que Marina, de un manotazo, lo para a la vez que sale de la cama casi saltando. Se quita la camisola de seda rosa y la deja caer al suelo. Entra en el baño. Sentada en el váter piensa en las cosas que tiene que hacer. Después se lava los dientes y pasa a la ducha. Mientras espera que el agua se caliente se extiende una crema exfoliante de Diorr por los brazos y las piernas; después, bajo el chorro de agua caliente se la saca y se aplica un gel con fragancia de Poisonn de la misma casa. Se lava la cabeza con el nuevo champú de Cliniquee y acaba echándose un poco de acondicionador. Se seca el cuerpo rápido. Leche corporal con aroma de Poisonn, stick anti hongos para las uñas de los pies, desodorante Chanell sin perfume para las axilas, crema de árnica en las manos, sérum de la Merr en la cara y una pasada rápida con el secador por sus cabellos cortos, teñidos de castaño claro. 

Se pone el albornoz y va hacia la cocina. La mesa ya está puesta para desayunar. María friega cacharros en la pica mientras le da los buenos días. La asistenta, como cada mañana, ya ha puesto música (hoy Mozart), ha calentado los cruasanes, ha sacado la mantequilla de la nevera con el tiempo suficiente para que esté en su punto, ha hecho un par de tostadas, zumo de naranja, ha pelado un kiwi y lo ha troceado. Marina le da instrucciones mientras María le sirve un café y le dice que sí con la cabeza.

Marina vuelve al dormitorio y se quita el albornoz delante del espejo. La mirada escrutadora de cada mañana, sin compasión. Divorciada, 40 años, licenciada en Economía y en Filología Inglesa, directora de logística en una multinacional, 175 centímetros, 70 kilos, cuerpo felino, piernas largas, pechos abundantes y en su sitio gracias a un par de operaciones, cintura estrecha y muslos y nalgas duros por obra y gracia de una entrenadora personal, pubis depilado, piel ligeramente bronceada vía UVA, ojos negro carbón, labios finos y perfilados con láser, ni una arruga, óvalo de la cara perfecto.

 

El armario de siete puertas ocupa toda una pared del vestidor. Marina abre una puerta y escoge un traje chaqueta de Chanell color caramelo, una camisa de gasa en blanco roto. Ropa interior de Armanii, sujetador y braguitas de blonda rosa palo. Sandalias de pitón de Hermess en tonos arena. Una vez vestida vuelve a entrar en el baño y se aplica en la cara una crema hidratante con color, un poco de sombra en los ojos, algo de brillo en los labios, una gota de perfume (Poisonn, claro) detrás de las orejas. Después el reloj, los pendientes, un par de anillos; todo de oro, discreto y elegante.

Cuando María anuncia: “Señora, ya son las ocho”, Marina ya está andando hacia la puerta, con el maletín en una mano y el bolso en la otra. El taxi la espera abajo.

 

A las ocho y media ya está en la oficina, repasa los asuntos del día con su secretaria. La agenda está repleta de reuniones. En la primera de ellas, con todos los jefes de división, mientras el director general explica el último problema de calidad que ha aparecido, Marina percibe que el hombre que se sienta a su derecha le roza el brazo como sin querer. Es el jefe de Planning, de la misma edad que ella, atractivo e inteligente, educado, loco por ella. Marina aparta el brazo con frialdad.

Después es el turno de ella para explicar las medidas que se han tomado en su área. Hace una exposición fría y precisa, impecable. Mientras habla ve el deseo en los ojos de algunos hombres, también ve la envidia en los ojos de algunas mujeres. Una vez acabada su exposición contesta las preguntas, no hace caso de una broma que alguien hace, siempre seria, inaccesible.

Sabe que en la empresa corren rumores sobre ella, que si es lesbiana, que si es frígida... Todo porque en los más de nueve años que lleva en la compañía nunca ha aceptado salir con ninguno de los compañeros que se lo han propuesto, siempre los ha apartado, cortante, incluso cruel a veces.

A la hora del almuerzo se come una manzana en el mismo despacho, bebe una botellita de Eviann y se cepilla los dientes en el pequeño lavabo anexo. Se mira en el espejo y se pinta los labios con el rouge de Guerlainn. Vuelve a la mesa para seguir trabajando, comprobando datos, preparando presentaciones, consultando información de la competencia en Internet. Es una trabajadora incansable y que casi nunca se equivoca, corre el rumor de que será la próxima directora general cuando tenga unos cuantos años más encima, ahora aún es demasiado joven según la filosofía de la empresa.

 

A las seis de la tarde acaba la jornada laboral. Marina se suele quedar hasta las siete o las ocho pero hoy se marcha puntual. En el ascensor cuatro hombres y ella, todos con corbata, oliendo a sus diferentes colonias caras, bien peinados, trajes hechos a medida, carteras de piel de Hermess y Loewee. Ella, en medio, puede sentir el calor de ellos. Ellos, alrededor, perciben la frialdad de Marina...

Sale a la calle. Barcelona en pleno mes de junio, ha hecho buen día, aún lo hace, el ambiente es cálido, corre una ligera brisa. Marina camina relajada por la acera, mirando aparadores, sintiendo las miradas admirativas de algunos hombres y mujeres. Le resbalan, camina altiva y superior, como si se hubiera caído de alguna pasarela de moda de París.

 

Se ha distraído, no sabe el tiempo que lleva caminando, pero reconoce el cine, la película es la misma que el mes pasado “Placer anal”. Compra una entrada, se dirige a la puerta mientras un aroma conocido sale a recibirla. Olor a cerrado, a ambientador barato, a pies, a moqueta polvorienta, a escay viejo, a sudor y a lejía.

 

Detrás de la puerta, una cortina negra, la aparta con la mano y de un vistazo rápido capta todos los detalles de la sala. Casi vacía, ninguna mujer, unos diez hombres en total, distribuidos de forma aleatoria, nadie al lado de nadie. En la pantalla una mujer a cuatro patas que aúlla como si fuera una perra y un negro que se le acerca y le clava una polla enorme en el culo.

Camina hacia delante, se sienta en la tercera fila, en medio, quizás demasiado cerca. Automáticamente todas las cabezas se vuelven hacia ella. Marina agarra con fuerza el bolso de Vuittonn que se compró en las últimas navidades. Mira a la pantalla. El negro está barrenando el culo de la mujer sin compasión. Le clava la polla hasta los huevos. La mujer gime y chilla. Él parece que ni respire.

Marina se sobresalta cuando ve que uno de los hombres ahora está sentado a su lado. El hombre tiene los ojos atentos a la pantalla. De unos sesenta años, pantalones vaqueros no muy limpios, camiseta descolorida, pelo grasiento. La mano de él cae como por casualidad encima del muslo de Marina. Ella traga saliva, mira hacia delante, la mano roza ligeramente la suave tela del traje y rápidamente baja hasta la rodilla para volver a subir por debajo de la falda, sobre la suave, perfumada y dura carne de la cara interna del muslo. Otro hombre se sienta al otro lado de Marina, ella cierra los ojos. Una nueva mano sube por el otro muslo, acaricia la delicada blonda de las braguitas y las arranca de un tirón. Cada una de las manos le tensa las piernas, hacen que ella se abra sobre el asiento, su coño expuesto bajo la falda.

Siente el aliento de los hombres que le besan el cuello, mientras las manos le empiezan a sobar la vagina, los dedos van arriba y abajo, uno le araña el pubis, otro la penetra. Primero un dedo, después dos, tres, cuatro... El coño de Marina ya se había empezado a mojar al comprar la entrada, ahora está inundado y los dedos de los hombres resbalan como en aceite caliente.

 

Marina abre aún más las piernas, levanta la pelvis, pone también su culo al alcance de ellos. Los hombres lo entienden rápido. Dedos en el coño, dedos en el culo, todos entrando y saliendo, dedos que le pellizcan las pantorrillas, alientos en su cara que huelen a ajo y a queso pasado. La besan, le lamen la boca, alguien le mete la lengua tan adentro que le viene una arcada. Le lamen las orejas, le estiran el corto cabello. Marina abre los ojos y ve a todos los hombres a su alrededor, algunos de pie, otros sentados, mirando, esperando... Tiene un orgasmo corto y eléctrico que le hace arquear el cuerpo, que expulsa los dedos de dentro de sus agujeros, que le hace clavar las uñas en el brazo de un desconocido.

 

La hacen levantar, le quitan la chaqueta, la camisa de gasa se rompe cuando unas manos nerviosas no consiguen desabrocharla a la primera. Ella queda de pie, desnuda excepto por el sujetador y las altas sandalias, intenta caminar medio desorientada entre las butacas, cae al suelo, a cuatro patas, sonríe mientras la saliva le resbala de la boca al suelo lleno de manchas. El aire se le escapa de los pulmones cuando la primera polla le entra en el coño. Ha visto ligeramente a los hombres, no hay ninguno que baje de los cincuenta, hombres aburridos, hombres que tienen hambre... Como ella...

Alguien le arranca el sujetador, le pellizca los pezones, la ordeña como si esperase sacar leche. Un hombre calvo y delgado le lame las axilas con una lengua larga y blanca.

La follan rápido y con golpes fuertes. Alguien se acerca por delante de ella, le levanta la cabeza, le pone una polla pequeña y dura en la boca, ella empieza a chupar, huele a orina, a sudor, alguien le mete un par de dedos en el culo. Oye cómo los hombres ríen, gimen. Le duelen las rodillas, el pene de su boca se deshace en una leche agria y caliente; rápidamente otro ocupa su lugar, también le cae una corrida sobre el cabello, y otra sobre la cara; detrás ya no son dedos lo que tiene en el culo sino un pene que ella siente grueso y largo. El que le ha metido la polla en la boca le dice “mámala, perra” y le da una bofetada. Marina tiene un nuevo orgasmo, el coño se le vuelve de goma...

No sabe por qué lo hace pero se quita las pollas de dentro y de encima y empieza a correr entre las hileras de butacas. Los hombres la miran sorprendidos, empiezan a correr detrás de ella. Marina avanza rápido arriba y abajo, calzada con las sandalias, los pechos temblando con los pezones erectos, el cuerpo cubierto de lefa que la hace brillar como una diosa de gelatina.

Ya la atrapan, la han rodeado, todos ríen, resoplan, la han capturado en el pasillo, cuando ya se iba hacia la puerta de salida. Manos a los pechos, al cuello, a la raja del coño, al agujero del culo. Besos babeantes en las cejas, en la nariz, en la boca. Mordiscos en el cuello, en las manos, en la cintura, en las nalgas. Lenguas entre los dedos de los pies, detrás de las rodillas, en el clítoris, en el ombligo. Pollas de todas las medidas que la penetran simultáneamente. Saliva, flujo, esperma. Un cuerpo desnudo que se convulsiona en múltiples orgasmos entre diez hombres vestidos mientras en la pantalla continúa la película.

 

Marina llega a su casa a las diez de la noche. María le ha dejado la cena preparada. Mientras se desnuda para entrar en la ducha piensa que mañana se tendrá que poner un poco más de maquillaje para disimular algún arañazo, un chupetón… Quizás medias o la falda larga de Valentinoo.

Como cada mes. Cierra los ojos. Sabe que se pasará las dos primeras semanas intentando olvidar lo que ha pasado. Como también sabe que se pasará las otras dos intentando recordar cada detalle.