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Descubriéndonos los dos

en Confesiones

Durante el desayuno no coincidimos pero, a media mañana, nos sentamos en el sofá, delante del televisor a charlar un rato; hasta que la somnolencia de nuevo pudo conmigo...

No sé cuanto tiempo pasó hasta que entre sueños comencé a sentir su aliento cálido en mis orejas, su boca fuerte y dulce que me besaba. Entonces abrí lentamente los ojos y me encontré con su mirada que me acariciaba. Pensé estar soñando, que no podía tenerlo tan cerca de mí, pero al intentar desperezarme sentí el cuerpo inmovilizado, lo tenía tendido sobre mí.

Me recorría la cara besándome y diciéndome que no había dejado de desearme desde que había llegado a su casa y que le hizo el amor a su esposa pensando en mí.

Como me salieron las palabras, me faltaba el aliento, le respondí que el sentimiento era recíproco, que yo también lo deseaba y me moría porque me hiciera el amor como había escuchado hacérselo a ella.

Me llenó la boca de pasión y repitió lo atraído que se sentía y, abrazados el uno al otro, dejé que mis manos le recorrieran la espalda de arriba hacia abajo, llegando a sus nalgas, apretando más y más hacia mí hasta sentir la dureza de su entrepierna.

-¡Te quiero follar!- me dijo y eso me encendió y excitó aún más.

-¡Hazlo! ¡Quiero que tú seas el primero!

Descendió por mi cuello, su lengua dejaba a su paso caricias de fuego. Me quitó la camiseta que llevaba puesta y se dedicó a besarme mordiendo mis pezones. Jamás había sentido la dureza que podían alcanzar, sentía que me quemaban y que sólo calmaría ese fuego su saliva, su lengua, su boca al succionarlos.

Nos dejamos llevar por las sensaciones y los únicos sonidos que se escucharon fueron  los de nuestros besos, hasta que su mano descubrió mi entrepierna, separó mis muslos delicadamente, y la paseó de arriba hacia abajo, viendo como mis ojos se humedecían más y más al sentirle. Entonces supe que su propósito era calentarme al extremo, que yo llegara al delirio con sus caricias, prepararme para lo que vendría después.

-¡Sácame los pantalones, por favor!- le rogué, necesitaba sentir su piel.

Bajó la cremallera y los deslizó. Ahora sus dedos se hundían en la carne, sentía como sus uñas me arañaban la piel, como presionaba tratando de fundirse en ella.

-¡Te deseo tanto! ¡Te deseo tanto!- repetía una y otra vez.

Y acarició mi sexo, lo modeló y dibujó con hilos de flujo, hasta que suave y lentamente se abrió camino dentro de mi.

Ante cada arremetida dentro mío, mi cuerpo se elevaba, sentirlo allí era una delicia y él gozaba escuchando mis gemidos.

-¡Bésame! ¡Quiero que me beses ahí!- Y su lengua me recorrió para acariciarme por dentro, en círculos.

Me estaba enloqueciendo, quería que ese momento fuera completamente inolvidable para mí y lo estaba logrando. Yo sentía como me penetraba con su lengua, como la dejaba entrar y salir despacio, dejando que su aliento me cubriera y su respiración caliente me inundara.

Yo respondía mojando más y más, podía sentir mi propio aroma escapándose, invadiéndolo todo. Pero quería darle algo más que caricias, quería que su hombría se viera satisfecha también conmigo y aunque mi experiencia fuera nula la reemplazaría con el instinto animal que él despertaba en mí. Lo atraje a mi boca, lo besé con pasión, supe lo que era mi propio sabor, el sabor agridulce de mi pasión.

Le mordí los lóbulos de las orejas, metí la punta de mi lengua dentro de ellas y suspiré pesadamente en su interior, sintiendo como su cuerpo se arqueaba contra el mío al sentir la calidez de mi respiración. Bajé por su pecho dejando una estela de saliva hasta llegar a su ombligo, donde me detuve para contemplar su excitación enorme.

Acaricié su entrepierna, mis manos fueron y vinieron por encima de la tela que cubría ese tesoro duro, hinchado de deseo. Acerqué mi boca y besé y fui bajando lenta, pero cuidadosamente hasta liberarlo.

No pude dejar de admirar su pene, de tomarlo delicadamente entre mis manos y darle pequeños besos como suspiros. Lo llené de saliva, no dejé de lamerlo un solo instante. Dejé que su puntita húmeda recorriera mis labios hasta que en un arrebato de pasión lo metí entero en mi boca. Sentía que me llegaba hasta la garganta y crecía dentro y eso hizo que una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo, liberando más pasión y más instinto. Metí y saqué su pene frenéticamente entre mis labios, escuchando que él me pedía más y más, que se elevaba sobre su torso para poder ver mi boca llena,  comiéndolo todo

El aire se hizo denso, el aroma a sexo inundaba cada rincón, pero nada importaba en ese momento. Antonio me separó de él y sin dejar de besarme, me colocó de espaldas.

-¿Estamos seguros lo dos? - me preguntó.

-¡Sí, por favor, sí! ¡No pares ahora!  

Abrió mis piernas delicadamente, colocó la punta de su pene en la entrada de mi y dejó que se deslizara dentro. Un empujón me arrancó un pequeño quejido de dolor, pero rápidamente dejó paso a la sensación de querer retenerlo dentro, de no querer que me abandonara. Dejé que mi instinto me guiara y comencé a moverme, a seguir el ritmo de sus embestidas.

-¡Si, así, sigue así, me gusta, me gusta mucho!

Sentir su pene friccionando las paredes de mis entrañas me enloquecía, el roce de su miembro entrando y saliendo era delicioso. Contraje los músculos y lo encerré dentro de mí, y  eso lo transportó suplicándome que no lo dejara salir.  

Cada vez que el sacaba su pene, sentía que miles de rayos me atravesaban el cuerpo y le pedía que volviera a hundirlo, que me llenara cada rincón

El calor de nuestros cuerpos hacía que estuviéramos sudadísimos. Era una delicia sentir la piel mojada de placer, sentir como ambos cuerpos resbalaban al contacto, cómo el esfuerzo y nuestros gemidos nos llevaban más allá del éxtasis.

Su boca dedicaba los besos más tiernos, sus manos apretaban mis nalgas  y las mías masajeaban su espalda, palpando la tensión de cada músculo. Yo sentía que oleadas de calor bajaban hasta mis entrañas, como si estuviera en medio de una marejada, como sí flotara, me dejaba llevar por sus movimientos y los golpes de su pelvis.

Cuando ninguno de los dos pudo más y nos precipitábamos al abismo, él sacó su miembro dispuesto a terminar sobre mi vientre, pero sin dudarlo me abalancé sobre él, lo engullí entre mis labios y bebí su semen violento, sin vergüenza y sin pudor.

Make sex, not war.