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Nada hay que explicar

en Fantasías Eróticas

Como tantos hijos de vecino, Ana, Juan y Hugo descubrieron la sexualidad en la más absoluta soledad, encerrados en sus habitaciones y el wc, compaginando estudios con lectura, música y muchas, muchas pajas furtivas.

Siendo joven Juan, aunque tuvo algún que otro iniciático escarceo con alguna que otra chica calientapollas de su barrio y del pueblito donde año tras año veraneaba, bailando agarrados lentas baladas, dándose los primeros muerdos con lengua, sobándoles las tiernas tetas, en un rincón, mimetizados con la intermitente oscuridad y luces psicodélicas de los guateques que se organizaban entonces, también se atrevió a descubrir el sexo transgresor y clandestino, con hombres.

Sala X

Una tarde se decidió a entrar, para ver qué se cocía dentro, en un centrico cine en el que se proyectaban auténticos bodrios de contenido X. Aquella era una sala de sesión doble, contínua, con viejos, desgastados y sucios asientos, siempre en penumbras, donde solo había bujarrones y chaperos casi siempre, casi todos bastante más mayores que él.

Recuerdo que cuando me acomodé, no tardó mucho en sentarse uno de los paseantes en la butaca de al lado mío para con disimulo primero, rozarme el brazo y, seguidamente, ponerme la tibia y áspera mano sobre el muslo, y luego subir despacio hasta mi entrepierna. También que no me resistí y me limité a seguir fingiendo, seguir viendo la chisporreante película de 35mm, llena de cortes, mientras él seguía desabrochando y bajando hábil la bragueta del pantalón para luego sacar mi miembro ya empalmado y comenzar a sobarlo, a subir y bajar la piel de mi prepucio, descubriendo el glande amoratado e hinchado del que emanaron las primeras gotas de presemen debido a la excitación. Que yo cerré entonces los ojos y le dejé hacer, meterme mano y darme placer hasta el límite, hasta correrme de gusto, copiosamente, manchándole a él y a mis calzoncillos - dice Juan.

Las primeras veces salió casi corriendo del cine, pero con el tiempo y la gallardía propia de la edad, fue quedándose más y más tiempo, y solo se cambiaba de lugar para que uno tras otro volviesen a ocuparse de él, y le masturbaran de nuevo hasta tres y cuatro veces. Aunque aquellos no eran del todo del agrado suyo, le excitaba y daba mucho morbo que le escupiesen al oído proposiciones indecentes con palabras soeces…

- Tranquilo chaval, déjate hacer… No sabes cuanto me gustaría estar a solas, en la cama contigo, no te imaginas lo que íbamos a disfrutar haciendo cochinadas, comiéndonos las pollas, los cojones, follándonos el culo - ¡Seguro que te gustará! Conozco un hostal aquí cerca donde podremos hacer de todo, todo lo que a ti te guste, putito – ¿Vamos?

Pero a mi solo me excitaba y daba mucho morbo que me agasajaran y acariciasen  aquellas rugosas pero diestras y esquivas manos de aquellos viejos verdes, a los que nunca dejé ni mamarme la picha, ni comerme la boca como alguno intentó hacer cuando en las nubes, ido de placer, me descuidé.

La hortaliza

Estando solo en casa, bebía una cerveza mientras ojeaba revistas eróticas, porno en diferentes idiomas, cuando encontró una pagina con fotos de gays, transexuales y travestis haciendo sexo en mil posturas, con hombres y mujeres. Esto le excitó sobremanera y, decidido a probar otras formas de darse placer, fue a la cocina en busca de un nabo u otra hortaliza que se asemejara a una verga, y encontró una zanahoria medianamente gruesa, medianamente larga.

Luego de enfundarla en un condón, con crema hidratante corporal la lubriqué aún más, también mi ojete y comencé a deslizar poco a poco el vegetal dentro de mi culo hambriento. Al inicio, me incomodó un poco pero traté de relajarme y así lo introduje cuidadosamente hasta el final, hasta lo más hondo mío. Cuando el primer dolor punzante pasó y seguidamente se convirtió en placer, continué haciendo mete y saca, a la vez que me pajeaba al mismo compás. Entonces sentí algo indescriptible y nuevo que hizo que me vaciase saciado, y comprendí que había saboreado mi primer auténtico orgasmo.

Ana

Sin ser consciente de ello, empezó a acariciase los pechos, a pellizcar sus sensibles pezones por encima del ligero blusón que llevaba puesto y, cada vez más excitada, deslizó sigilosa su mano hacia abajo, separó los muslos, reptó por su monte de Venus hasta su rajita y comenzó a introducirse un dedo en el coño.

Estaba ya muy caliente y húmeda cuando mi mejor amiga entró en la habitación, y al sorprenderme en tal situación, me sentí avergonzada – dice Ana. Pero tampoco dije nada, y ella sólo sonrió y me pidió que continuara, que no me preocupase porque también lo hacía muchas veces.

Que ella me estuviese observando me excitó aún más, así que seguí acariciándome suavemente, ahora solo por encima de la braguita de encaje, con los ojos cerrados. Entonces me sugirió que me quitase la poca ropa que llevaba puesta y, sorprendida, la miré y vi que tenía la mano por debajo de su mini y también se frotaba. Yo me negué y le pregunté qué se proponía. Se acercó a mí y me susurró cálidamente al oído que se me veía  muy linda, también muy puta. Me besó los labios, recorrió mis tetas, luego el sexo y entonces ya no pude resistir gemir de placer.

En un momento reaccioné, ella era como una hermana y le pedí que parásemos. Pero  continuó desnudándome toda. El coñito lo tenía hinchado y mojado como nunca, la calentura me estaba haciendo perder el control.

Nos tendimos en la cama y comenzó a acariciarme los senos, a jugar con ellos. Siguió bajando hasta mi chumino y separó los labios de mi vagina para besarme. Comencé a suspirar... su lengua inquieta no paró  hasta que descubrió mi clítoris que lamió, succionó y con ternura lo contuvo entre los dientes. Le tomé la cabeza con las manos apretándola contra mi chichi. Y grité ahogadamente cuando el orgasmo se desencadenó convulsionándome toda. Entonces subió por mi vientre, mi torso y mi cuello lentamente y de nuevo me devoró con pasión la boca.

En justa correspondencia, su sexo respondió rápido a mis caricias. Y cuando hube  ubicado su perla, la estimulé rápido, de arriba hacia abajo. Me detuve para penetrarla con dos dedos que se deslizaron con facilidad en su interior. Los roté dentro y comencé una metida sensual. Respiraba entrecortada y ver su cara desencajada hizo que me sintiera de nuevo excitada.

Acercamos nuestras vulvas, podíamos sentir el calor y oler los saturados perfúmenes que de nuestros cuerpos emanaban. Y un escalofrío nos recorrió el cuerpo cuando nuestros conejos se besaron, y comenzamos a moverlos con rapidez, chocando clítoris con clítoris, transmitiéndonos las más intensas sensaciones. Ambas tuvimos el mismo orgasmo, al mismo tiempo que los jugos de una y otra se mezclaron en cóctel de Lesbos.

Primera vez

Pero ambos echaban en falta compartir estos lúbricos descubrimientos con gente de su misma edad, sobre todo él, con la delicadeza, el tacto y el olor que desprenden las chicas, como ella, cuando dan los primeros pasos en su devenir a mujer. Y así fue que se conocieron.

Tímidos, al principio de salir juntos, solo se miraban, se besaban y acariciaban por encima y alguna vez por debajo de la ropa, nunca llegaban a más. Él le pedía que lo hicieran, pero siempre ella le respondía que aún no había llegado el momento y entonces regresaban  a sus respectivos domicilios, ella con las bragas totalmente mojaditas, supongo, él con un tremendo dolor en el bajo vientre, en los huevos.

Hasta que un día hablando por teléfono, Ana me dijo que me guardaba una sorpresa y que me esperaba en su casa. Después de clase acudí y la encontré sola, casi desnuda, tumbada en el sofá viendo la tele. Sin dudarlo, me acerqué a ella y sus profundos ojos me pidieron mil besos, que mi mirada le concedieron – dice Juan.

Después de un rato comiéndose se levantaron y cogidos de la mano ella le condujo al dormitorio de sus padres, donde deslizó su camisoncito dejándolo caer en el suelo y bajó sus braguitas ofreciéndole su chocho precioso, totalmente rasurado, sin pelos. Se tumbaron en la enorme cama matrimonial y acariciando sus pechos turgentes, él lamió y tintineó con la punta de la lengua sus pezones duros de excitación. Luego ensalivó sus dedos en su cálida boca y comenzó a pasarlos tiernamente por la babeante y virginal rajita.

Gozaba tanto, tanto… Me resultó tan delicioso cuando abrió mi capucha para luego rozar mi pepita, que le supliqué que no parara y,  para su alegría, le pedí que me la metiera, que lo hiciera suavemente. Y abriendo delicadamente mis piernas, luego colocándose encima mío, lo hicimos por fin. Despacio, me introdujo su nudosa verga poquito a poco, hasta lo más hondo. Luego la sacó y volvió a meter una y otra vez, cada vez más deprisa, hasta que su chorro caliente y espeso me inundó arrastrando el velo blanco y sanguinolento de mi primera vez – recuerda Ana.

¡Me encantaba mi chica!

Me encantaba mi chica, tenía un trasero espectacular. Me encantaba verlo cuando ella se adelantaba y caminaba por la calle, apretarlo cuando ella estaba sobre mí haciendo el amor.

Me encantaba acariciar y luego hincar mis dedos en sus nalgas, intentar traspasar su piel mientras al mismo tiempo la penetraba y ella me susurraba palabras de amor, otras sucias al oído.

Me gustaba venerar su regordete pandero lleno de hoyuelos, sobre todo en los momentos previos al sexo. Me gustaba mirarlo, acariciarlo, besarlo y luego, plenamente excitado, penetrar su roseta con la lubricación que con un dedo hubiera tomado de su vagina.

¡Me encantaba mi chica! – sentencia emocionado Juan.

La vecina

Durante algún tiempo, tuvo como vecina a una madura que estaba muy pero que muy jamona. Siempre vestía ropa sugerente, sobre todo mucho cuero negro, e iba exageradamente maquillada. A menudo se cruzaban por la calle, en el súper market, en el portal de la casa, y siempre le clavaba la mirada, descaradamente, primero en los ojos de pestañas largas y afiladas, luego en las tetas en punta y finalmente en su espectacular culo. Le tenía loco por echarla un polvo, o dos, y ella lo sabía. Más de una vez le había piropeado:

- ¡Vaya, vaya con mi vecina! ¡Menudo cacho de vecina tengo! – pero nunca me había contestado.

Una tarde coincidieron en el ascensor, cruzaron sus miradas y finalmente ella se lanzó, comentándole que tenía un problemilla en su pc. Sin pensárselo dos veces, le ofreció sus servicios para solucionarlo y luego, si se gustaban…

Sin dudarlo mucho, le invitó a subir a su piso, después de un rato, de que dejaran los bártulos y se pusieran más cómodos, por si tardaba en arreglar el pc.

Haciendo tiempo, aproveché para hacerme una paja y luego ducharme, y así subir más mentalizado de lo que casi estaba seguro iba a ocurrir, o no.

Para no levantar sospechas en el vecindario, sin hacer ruido subí las escaleras y, decidido, llamé al timbre. Cuando abrió la puerta me quedé embobado contemplándola, llevaba puesto una falda de látex negro muy corta y ceñida, medias de malla roja, y una camisa, también negra, casi transparente que dejaba entrever sus impresionantes mamas.

Nada más entrar, me obsequió con un húmedo beso en la mejilla, justo en la comisura de los labios. Esto volvió a ponerme tan burro que al unísono de la puerta al cerrar, ensortijando mis dedos en su cabello rizado y rubio, asiendo su cabeza firmemente, la morreé babosamente, haciendo que nuestras lenguas se entrelazaran viscosas como dos víboras presas.

Abrazada a mi, me magreó el culo y frotó el paquete duro contra su pubis. Yo la respondí agarrando con una mano sus nalgas, con la otra subiendo su falda, luego metiéndola hábil por dentro de su braga, hundiendo mis dedos en su carnoso y súper mojado coño.

A empellones, chocando contra algún que otro mueble, fuimos hasta su habitación donde me tumbó sobre la cama, quitó los zapatos, tiró del pantalón, bajó el slip y cogió con fuerza mi polla, a la vez que apretaba los huevos.

- ¡Hosti puta! – me dejó solo rezar.

Luego, con su lengua húmeda, recorrió mi tranca milímetro a milímetro, para después metérsela toda hasta las amígdalas. Sentirla resbalar entre los labios prietos, de dentro afuera, y el chocar contra su campanilla hizo que el capullo se me pusiese a tope de duro, a punto de reventar.

Entonces, con increíble desparpajo se quitó la medias, me lanzó las bragas a la cara y se subió a horcajadas en mi. Yo le desabroché los últimos botones de la camisa y besé las tetas, lamí sus enormes aureolas como galletas y mordí sus pezones tiesos como piñones. Ansiosa, tomó mi pene y lo introdujo en su vagina encharcada y comenzó a cabalgarme como loca. Yo, con las manos clavadas en sus enormes cachetes, la apreté con fuerza y clavé mis dedos trasmitiéndole la excitación que me desbordaba. En un momento dado, como intuyéndolo, me dijo que no me corriera aún, dentro, a lo que, en estado de éxtasis total, le respondí como pude, que lo intentaría, que la avisaría justo cuando estuviera por venirme.

Y me siguió follando sin tregua, gimiendo y retorciéndose de placer. Parecía que se corría una y otra vez, me chorreó todo. De pronto sentí el fuego llegar a la punta de mi rabo y le dije que ya, que ya iba a correrme, pero de inmediato, ella me retiró de su sexo y agarrándomela con fuerza extrema lo impidió.

¡Joder, qué flash! – balbuceó Juan.

Flipado me quedé cuando saltó de la cama, entró en el baño y, después de echarse una escandalosa meada, regresó ajustándose a la cintura una braga-arnés de polla “aria”, ya lubricada.

- Te gusta cómo me queda, estás listo para arreglar mi pc? - me dijo.

Y yo, con los ojos desorbitados y cara de gilipollas, solo acerté en responder:

- ¡Eso hay que probarlo!

Como pude, levanté las piernas que ella dispuso decididamente sobre sus hombros. Luego, con la mirada perdida en el techo, la escuché escupir e inmediatamente sentí el certero disparo del lapo en mi ano, que se contrajo, no por mucho tiempo, ya que de seguido empezó a taladrarme rítmicamente, primero despacio, luego mas fuerte hasta que cedió mi anillo y penetró hasta lo más profundo del templo de Sodoma con toda la tranca de látex.

- ¡Ah, qué dolor! ¡Qué gusto, zorra! - le exclamé

- ¿Verdad que te gusta? ¡Si, si que te gusta, si! - me insistía mi vecina.

- ¡Me corro! ¡Más, dame más, dame más fuerte! - le inquirí.

- ¡Si, así, córrete, córrete cabrón! ¡Riégame toda! - me pidió

Y así fue que, en la cima del clímax, la eyaculé toda, llegándole mi viscosa leche hasta las tetas y hasta su boca alguna gota.

Vueltas y más vueltas

A menudo regresaba tarde a su apartamento, en alguna ocasión por una zona muy concurrida de prostitutas y traviesas. Callejeando, daba vueltas y más vueltas para verlas, bajo la luz de las farolas, ofreciendo sus servicios, con los brazos en jarras.

Unas vestidas con apretadas prendas muy femeninas, levantándose las faldas mostrando desvergonzadamente los glúteos, otras sus miembros, la curiosidad le llevó a acercarse a ellas y preguntarles cuánto cobraban por un francés, por un completo, en el coche o en un hotel. Luego, volvía a pasar una y otra vez tratando de reunir el suficiente valor para invitar a alguna a subir al coche.

Una noche de invierno me decidí por fin y contraté los servicios de una joven muy atractiva, pelirroja. Me condujo hasta una calle poco transitada y nada más parar el auto me besó en los fríos y secos labios.

- Mi nombre es Susana – me dijo - ¡Pero antes de continuar, creo que será mejor que me pagues! – añadió.

Así lo hice y sin olvidar contar uno a uno los billetes que yo ya llevaba preparados, los metió ordenadamente en el bolso.

Me lancé a los pechos duros de silicona y casi de inmediato metí la mano por debajo de su  falda... ¡Allí estaba su bulto comprimido en una minúscula braga!

- ¡Despacio mi amor! ¿Tú, no te quitas los pantalones? – Me espetó sin pudor.

Mientras me los bajaba, ella separó las piernas y, desplazando el tanga hacia un lado, me ofreció su aún medianamente erecto pene. Comenzamos a masturbarnos mutuamente cuando me preguntó si no prefería encularla. Insistí en lo último pactado y me hizo una magnifica mamada, que no olvidaré nunca, mientras yo le acariciaba su pito, ahora ya totalmente tieso…

Pese a que luego se sentía algo arrepentido – confiesa Juan, volvió a repetir estas escapadas con cierta frecuencia. En su vehículo, los asientos reclinados, hacía que se la chuparan, a veces las cabalgaba, otras simplemente se masturbaba a la par de ellas. Pero a todas, siempre, les acariciaba sus magníficos penes hasta hacerles brotar la última gota de leche, que luego limpiaban delicadamente con una toallita húmeda.

Cómo el atrezzo de una obra teatral, en la vida todo puede cambiar radicalmente

Como siempre me había atraido la lencería femenina, empecé por probarme las prendas, tiradas amontonadas en el cesto de la ropa sucia, de mi novia, luego las más delicadas, limpias y perfumadas de sus armarios y cajones en los que rebuscaba cuando se ausentaba. Así, vestidito hasta el último detalle, luciéndome haciendo sugerentes posturitas coquetas delante de los espejos, tenía la fantasía de ser también yo una nena.

En carnaval quedamos para salir de fiesta, pero no se me ocurría qué ponerme y ella me respondió que no me preocupara, que eso lo arreglaba rápido, que me tenía preparado un disfraz de enfermera golfa, con conjunto de ropa interior de encaje blanco, medias de malla y un liguero a juego.

Aunque en su interior moría de ganas por vestir aquel atuendo, su primera respuesta fue de negación:

- ¡Ah, no, yo no me visto así! Cualquier conocido puede verme ¡Me da vergüenza!

- Nadie te reconocerá, tonto. Además, ¡todo está permitido en carnaval! – me insistió Ana.

- Bueno, vale ¡pero las bragas no me las pongo!

- ¡Y tanto que te las pones, cariño, que si no no iras conjuntada! - y entonces me convenció.

Así que, después de un concienzudo afeitado de mi lampiña barba, después de depilarme el escaso vello del pecho, el pubis, los testículos y el ano, nos dimos un baño haciendo el amor, nos vestimos metódicamente, me hizo dos coletas terminadas en lazo rojo, ya que yo llevaba el pelo largo, me maquilló con rimel y sombra los ojos, con polvos los pómulos y los labios con carmín y me calzó unos zapatos blancos de medio tacón, de una compañera suya que tenia casi el mismo número que yo.

En la verbena, después de unas horas riendo, bebiendo y bailando como dos locas al ritmo de la charanga, le dije que ya no aguantaba más, los zapatos me mataban, que si nos íbamos a sentar por ahí, en algún lugar más tranquilo, más apartado. Cogimos otro par de cervezas, nos fumamos un par de cigarros y, conversando, en un pronto de sinceridad acabé confesándole mi oculto pasatiempos...

- Y si te gusta vestir de zorrón porque no sales con un chulo en vez de conmigo, quizás sería mas lógico, no?

- Porque a mi no se si realmente me gustan los hombres…

- Y porqué no me lo habías contado nunca?

- No se... porque supongo me hubieras tomado por un degenerado... y tuve miedo de que me abandonaras…

- Pues no lo tengas más, ven…

Cómplice, ella me atrajo contra su cuerpo, comenzó a besarme, a agarrarme las nalgas y en un desliz, por debajo de la minifalda, esquivando la fina tela afelpada del bajo de la braguita, me introdujo con vehemencia un dedo, luego dos en mi culito, arrancándome un profundo suspiro, haciéndome llorar de emoción.

- No tienes porque llorar, nunca te dejaría…

- Lo siento mucho, me he equivocado, no lo volveré a repetir. Voy a cambiar, te lo prometo...

- No, no es necesario, me gustas así, vestida de niña… Y así te quiero…

- ¿Guardarás mi secreto?

- Mis labios estarán sellados, salvo que quieras volver a besarme.

- Yo también a ti te quiero, siempre seremos amigas… - Y nos besamos.

Ya de vuelta a su casa, la cara congestionada, los ojos hinchados y rojos, señal de que había llorado, casi desnuda pero conservando aún la lencería de sanitaria puesta, terminamos jodiendo salvajemente, ella arrodillada, encima de mi, de tal forma que, en la confusa excitación, mi miembro pareció ser suyo

A partir de aquel día y muy sutilmente feminicé con holgados blusones, legguins ajustados y diminutos tangas mi vestuario de estar por casa. Depilé hasta el último pelito de mi cuerpo y, para suavizar mis facciones, comencé a maquillarme habitualmente.

Cuando hacíamos sexo, si de un 69 se trataba, nos metíamos, el uno al otro, los deditos en el ano. Era fantástico cuando nos corríamos, cuando las contracciones de nuestros esfínteres casi cortaban la circulación de los dedos, cuando nos veníamos en las bocas, tragándolo todo, ella hasta la última gota de mi semen, yo su abundante flujo.

Luego, follando, compartíamos su consolador hasta que, más adelante, me dejé horadar las entrañas por ella, con un espectacular arnés doble, de dimensiones afro, que yo había comprado en una de nuestras visitas a una sex-shop, para satisfacernos ambas.

Y así seguimos un tiempo juntas, viviendo nuestra loca aventura, haciendo el amor como dos lesbianas, hasta que inevitablemente ella conoció a otra, pero esta auténtica hembra, más furcia que yo, y todo lo que hasta entonces había habido entre nosotras se esfumó como se consume el papel de fumar, y nos abandonamos, no volviendo a vernos nunca más.

Después de tantos días sin cariño, el cuerpo es débil

Pasaron los días, las semanas e intentó recapacitar sobre todo lo ocurrido, pero en el  transcurso del tiempo siguió sin ver la luz al final del túnel. En soledad, Juana pasó las noches más oscuras, largas y amargas de su vida, y sus manos y dedos volvieron a ser el único aliado. Fieles y precisos, siempre sabían donde dirigirse y como moverse hasta hacer vomitar su corazón, una, dos, incluso tres veces seguidas, hasta que rendida, extenuada, le asaltaba el sueño y caía dormida, las braguitas arremolinadas en los tobillos.

Esta noche, volverás a ser mía

Pero ahora llevaba toda la semana pensando en ello, no quería olvidar ni un detalle. Había de nuevo depilado, lubricado y perfumado todo su cuerpo, para que su piel resultase femenina y suave. También se había vestido con la lencería más sexi que pudo encontrar, un vestidito ajustado con rellenos de algodón en las tetas.

A Hugo aún no le conocía bien, solo habíamos intercambiado nuestras fantasías. La primera vez que nos vimos cruzamos cómplices miradas hasta que en un arrebato descontrolado me agarró del trasero, me apretó contra él y nos besamos tórridamente jugando con nuestras lenguas, mientras hincaba sus dedos en mis nalgas y pegaba su miembro duro contra el mío. Seguimos bebiendo, charlando, fantaseando con mi secreta personalidad de mujer,  jugando haciéndonos cosquillas hasta llegar la madrugada, y hoy habíamos quedado a las seis de la tarde, en mi casa.

Lo tenía todo listo para la ceremonia: mis sábanas negras limpias y planchadas, y dos velas rojas encendidas para poder disfrutar del tacto de la piel en la penumbra.

Puntual, sonó el timbre y le abrí la puerta. Entonces me obsequió con un dulce beso en la mejilla, luego otro en los labios y yo, sin dudarlo, asiendo su cabeza firmemente, le devoré la boca y la lengua con ansias.

Abrazados fundidos, le conduje hasta la habitación para caer entregados en la cama y tendidos juntos los dos, desabotoné y abrí su camisa, acaricié sus rígidos hombros, su pecho sin vello, sus pequeños pero respingones pezones, su liso vientre...

Luego desabroché el pantalón y deslicé mi mano dentro del slip para coger su pene, tomarlo delicadamente entre mis dedos y, subiendo y bajando lentamente la piel del prepucio, descubrir su majestuoso glande para darle pequeños picos como suspiros.

Sin dejar de lamerlo un solo instante, lo llené de saliva y dejé que su puntita húmeda recorriera mis labios hasta que, glotona, lo engullí entero. Sentía que me llegaba hasta la garganta, hasta donde nacen las arcadas y crecía aún más, y eso hizo que una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo, generando más pasión y más instinto. Luego metí y saqué su ariete frenéticamente entre mis labios prietos, escuchando como él me pedía más y más, viendo como se elevaba sobre su torso para poder verme aplicada, comiéndole todo.

Así, ella empezó a chupar mas fuerte y, cuando notó que se corría, pegó sus labios a su capullo como una ventosa y sorbió su semen. Luego, abriendo la boca se lo enseñó con increibles ojitos de guarra, y lo tragó todo.

-¡Te deseo tanto! ¡Te deseo tanto!- se repetían una y otra vez.

Estaba como loco y tomándole de las axilas, le alzó de nuevo y besó el cuello, y lamió  las orejas. Al mismo tiempo, le bajó el panty, luego las bragas y su mano descubrió su sexo empalmado y venas amoratadas que sucesiva y delicadamente recorrió de arriba hacia abajo haciéndole llorar pequeñas gotitas de excitación.

-¡Te quiero follar! - me dijo y eso me encendió y calentó aún más.

-¡Hazlo ya! ¡Quiero que tú seas mi primer macho!

Enérgicamente le tumbó boca arriba, le abrió las piernas, le separó los glúteos y notó como apuntaba la entrada de su culo. De nuevo le asustó la idea de que le penetrara por ahí, jamás creyó que fuera capaz de hacerlo, pero el deseo era mayor y decidió no detenerlo. Con la vana promesa de que si le dolía mucho se lo haría saber, dejó que su instinto le guiara y comenzó a mover las caderas adelante y atrás, al ritmo de sus primeros tientos, hasta que de una certera embestida hizo ceder su aro, le penetró hasta sus mismísimos testículos que repicaron en su perineo, y gritaron los dos.

Ahora ya la tenía toda dentro, desfondando mi agujero estrecho. ¡Qué maravilloso placer mezclado de también dolor maravilloso! ¡Quería que ese momento fuera completamente inolvidable, y él lo estaba logrando!

Yo sentía como me penetraba, como entraba y salía despacio ya sin resistencia, dejando que su aliento me cubriera y su respiración calida me inundara. Cada vez que el sacaba su pene brillante y grande,  miles de rayos me atravesaban y le pedía que volviera a hundirlo, que me llenara aún más.

Crucé mis piernas alrededor suyo queriendo sujetarle para que no me la sacase y él, agarrado firme a mi cintura, cada vez lo hizo con más rapidez, ahora ya reventándome sin pudor, durante un tiempo infinito hasta que se corrió abundante, eyaculando dentro de mí.

Su esperma me rebosaba mojando las nalgas cuando, bajando poco a poco y a la vez que me masturbaba con mi mano agarrada la suya, hundió su lengua en mi y lamió cada uno de los hilitos de nuestros flujos qué salían de mis entrañas. Entonces sacó de mi todos los orgasmos que llevaban tiempo queriendo salir, haciéndome vibrar de inmenso placer, salpicando al universo.

Bañados en sudor y semen, follaron una y otra vez hasta perder la noción del espacio, del tiempo, hasta caer rendidos, acurrucados, en profundo sueño… Le dejó a la mañana siguiente, con el recuerdo de sus restos en un charquito de amor, en las sábanas de la cama desecha, y una nota manuscrita que decía: “Todas las noches volverás a ser mía…”

Hoy he vuelto a soñar con ella

No sabía donde estábamos – dice Hugo – pero me hacía lamer sus pechos, luego chupar sus pezones, para después bajar besándole hasta el minúsculo tanga de transparente tela y finos hilos que ya solo le quedaba puesto.

Entonces me he encontrado con su aprisionada polla que he liberado, mientras me cogía del pelo mesándolo. Dándole pequeños mordiscos primero, he metido su glande brillante y húmedo en mi boca y luego, poco a poco, la he tragado entera toda ella.

Después de un rato saboreándola glotonamente, nos hemos incorporado y dado un largo y lascivo morreo, la boca y los labios bien abiertos, enlazando nuestras lenguas traviesas, mezclando nuestras abundantes y cálidas savias.

Entonces se ha levantado magnífica y paseado desnuda de forma sensual por delante mío. Me ha enseñado su imponente trasero y pubis casi sin vello, su ya tieso miembro, sus colgantes huevos.

Y yo no me he podido resistir... Y agarrándole de las caderas la he girado y luego he acomodado boca abajo. Separado decididamente las cachas duras con las manos y lanzado a comerle el agujero oscuro que casi he logrado penetrar.

Cuando ya no aguantábamos más, entre balbuceos que susurraban nuestros nombres oníricos, he empezado a follar con vehemente pasión su culo palpitante y prieto, a la vez que Juana, sumisa, se hacía una suave pajita…

Y, pasado el último segundo de dulce vigilia, se han despertado fundidos en un abrazo, los dos mojados.

                                                                                                                                                                             Make Sex Not War