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Los nuevos vecinos 1

en Hetero: Infidelidad

El jaleo de los de la mudanza me despertó. Aguanté en la cama, con los ojos medio abiertos, no me levanté hasta que empezó el molesto pitido de la marcha atrás del camión. Me asomé a la ventana, el camión se colocó frente a la puerta del chalet de nuestra izquierda. Le habían vendido hace poco, mi padre lo comentó hacía unos días mientras comíamos, no le escuché. El desembarcó de pertenencias de los nuevos vecinos no le sentó bien a mi resaca, eran las nueve de la mañana, había pillado la cama apenas seis horas antes.

Refunfuñando bajé a la cocina, mi padre leía el periódico con el café en la mano, mi madre preparaba tostadas francesas, aun iba en pijama. A ella no le gustaba madrugar, si estaba despierta un sábado a esas horas se debía a su nuevo propósito de hacer algo de deporte, para recuperar la figura. Carla, mi madre, tiene cuarenta y cuatro, y está un poco rellenita, lo que al ser bajita se magnifica, cierto es que en los últimos tiempos ha echado un culo potente, que yo le digo que está de moda, las tetas van a juego con el resto de su figura. Aquella mañana mientras me servía el café pude ver, cuando se agachó, que el tetamen estaba ganando peso también. A mi padre si le gustaba madrugar, pero más si había un buen motivo, y pasarles revista a los nuevos vecinos era lo mejor de ese día. José, mi padre, miraba por encima del periódico, a través de la ventana de la cocina, que daba al frente, no perdía detalle de los muebles descargados. Él era un año mayor que mi madre, se mantenía delgado como siempre, un hombre alto y espigado, enfundado en una camisa con corbata perpetua, trabajaba en consultoría, en Madrid. Nuestra casa quedaba a unos quince kilómetros, algo menos, vivíamos en una ciudad dormitorio, yo repasaba como volví a casa la noche anterior, supuse que en taxi.

Mi madre se comía las tostadas empándalas en el café, se me revolvía el estomago por los excesos de la noche anterior. Sus ojos marrones avellana sonreían mientras mi cara se desencajaba de verle comer. Mi padre estiró el cuello y achinó los ojos, había divisado a los vecino.

- Ahí están.- Dijo cerrando el periódico y dejándolo sobre la mesa.

Todos nos acercamos a la ventana, tres cotillas asomados. En efecto un coche se detuvo delante del camión de mudanza, ocupaba más de la mitad de la calle, la salida de nuestro garaje quedaba tapada por el mismo. Prestamos especial atención cuando se bajaron del coche, un todo-camino plateado, eran cuatro, un matrimonio y dos hijos. La mujer era alta, melena pelirroja, llevaba una blusa blanca y una falda corta y negra. El marido era de piel morena, mulato, parecía de algún país de Centroamérica, más bajo que la mujer, rapado y musculado, llevaba una camiseta sin mangas y pantalones de chándal. Los dos hijos tenían rasgos de padre y madre, el chaval tenía la piel más clara que el padre y la altura de la madre, la chica era tan mulata como el hombre pero tenía el pelo oxidado de su madre, la mezcla me encantó.

- Ella me suena.- Comentó mi padre.

- ¿Ah sí?- Mi madre sonó algo indignada.

- Del trabajo, creo que trabaja en la oficina de la diecisiete.- Mi padre no se había dado cuenta del tono de ella.

- No sabrás como se llama, ¿verdad?- Ahora sí lo notó.

- No, para nada. Anda no empieces mujer.- Le sonrió con cara de tonto.- Deberíamos presentarnos.

- Deja que me arregle, no voy a salir en pijama.- Mi madre salió disparada para el segundo piso.

- ¿Tú qué?- Me preguntó mi padre.- No te vas a arreglar.

- Lo mismo les vomito los zapatos a los nuevos vecinos.- Meneó la cabeza con una mezcla de desaprobación y hartazgo.

- Diecinueve años ya, te tendría que echar de casa como hizo tu abuelo conmigo.- Volvió al diario.

- Buenos motivos tendría el abuelo.- Sonrió, y me dio con el periódico enrollado en el hombro.

- Vamos date una ducha te despejaras. Por cierto, ¿cómo vas con ese trabajo para clase?

- Bien, como de costumbre.

No es por tirarme el pisto, pero en la universidad me esforzaba lo justo y las cosas me iban rodadas. En parte por eso mi padre me consentía el volver a casa con una buena encima. Mi madre me quería como se quiere a un hijo único, con lo que el clima en casa era inmejorable, sin tener en cuenta los ataques de celos y baja autoestima que de vez en cuando le daban a ella. Mi madre aun no había acabado cuando salí de la ducha, me puse algo de ropa limpia y me uní a mi padre en el salón, por la tele una reposición de una carrera de motos. Oímos a mi madre bajar las escaleras, sus tacones resonaban en los peldaños. Aun con los tacones no alcazaba a mi padre, se asomó al salón y nos apremió a levantarnos. Antes de que lo hiciésemos llamaron al timbre, eran ya las diez pasadas. Mi padre fue a abrir la puerta, se encontró con los vecinos, la familia al completo.

- Buenos días.- Empezó la mujer.- Espero no molestarles, nos acabamos de mudar, y bueno queríamos disculparnos por las molestias que estamos ocasionando.

- Ya sabe, estos obreros no les importa el ruido.- El hombre estrechó la mano a mi padre, era bajito, pero su brazo era el doble que el de mi padre.

- No molestan, para nada.- Intervino mi madre, que castiza plantó un par de besos en todas las mejillas asomadas a la puerta.

Continuó el intercambio de saludos y formalidades repetidas hasta la saciedad. Yo levanté mi mano derecha y saludé desde atrás, no me apetecía unirme a la comitiva. Les contemplé con más detalle, eso sí. La mujer rozaba el metro ochenta, Raquel dijo llamarse, tendría unos cuarenta, pelirroja y con la piel muy clara y pecosa, los ojos azules, no pude evitar fijarme en sus tetas un par de globos, que no parecían obra solo de Dios, estaba delegada y tenía unas piernas interminables. El marido, Julio Cesar, era mulato como dije, de algo menos de metro setenta, estaba musculado, de gimnasio, ojos negros y el pelo rapado también negro, una sonrisa seductora vestía su cara, el tipo era atractivo como su mujer. La chica me gustó, de mi edad, los ojos y el pelo de su madre, aunque ella lo llevaba rizado, Silvia se llamaba, delgadita, de metro sesenta, la piel morena era irresistible, tenía pecas por nariz y el escote. El chico, Gustavo, era una torre, porte de jugador de baloncesto, luego me enteré de que en efecto se dedicaba a ese deporte, la piel menos morena que su hermana, más oscura que su madre, el pelo rapado también y poco más, este pasaba de los veinte, un año o dos más que su hermana.

- ¿Queréis un café?- Mi madre les invitó a pasar.

Reunió a los cuatro en la cocina, Raquel sí trabajaba en el mismo edificio de mi padre, y en la planta diecisiete, me dio la impresión que mi padre le tenía bien cogida la matrícula a aquella mujer, y lo cierto es que no era para menos. Charlé con los hijos, en particular centré mi atención en Silvia. Les enseñé el jardín, con la piscina y el jacuzzi que mi madre había hecho instalar haría un año, apenas lo había usado.

- Esto está de puta madre.- Gustavo se asomó al jacuzzi vacío.- Buenas fiestas te puedes montar aquí.

- Ya ves, no está mal. Si un día os apetece daros un baño.- Se me hacía la boca agua pensando en Silvia en bikini.

- Ahora hace frío.- Comentó ella, se acercó a la valla que separaba a las dos parcelas.- Nosotros solo tenemos piscina.- Se puso de puntillas y me fije en su culo, duro y redondo como una manzana, embutido en los prietos vaqueros. Ella me pilló mirando.- Seguro que terminamos pasando a darnos un baño, algún día.

Me relamí, y mi padre apareció por el jardín, con Julio Cesar y Raquel, al poco llegó mi madre. Les enseñaban la casa, y fardaban de jacuzzi, como yo. Nos invitaron a comer un día, cuando estuviesen bien instalados. Les tomamos la pablara, y nos despedimos, me quedé con ganas de pedirle el número a Silvia.

Pasó el tiempo y los nuevos vecinos empezaron a convertirse en vecinos a secas, esas caras que a veces te cuesta relacionar con un nombre y que saludas con un "¿qué tal?" sin esperar respuesta. Silvia me dejó de interesar en cuanto vi a su novio rondar por allí, un macarra en moto, se daban el lote frente a la puerta, me jodía un poco, los labios de ella parecían más dulces que el azúcar. El azúcar era el problema de mi madre, o los hidratos, o las grasas, no le hacíamos mucho caso, ni mi padre ni yo, pero se quejaba de que no perdía peso eso nos quedaba claro.  Por otro lado era normal, teniendo en cuenta, que salía a andar diez minutos por la urbanización y esperaba que con aquello su figura se estilizase.

En una de esas estaba un sábado, yo volvía a las nueve de la mañana, bastante mal, había dormido en un banco creo, al menos me desperté en uno. Celebré el aprobar un par de asignaturas por adelantado, luego una cosa llevo a la otra... Bueno el caso es que volvía de farra y mi madre de su paseíto, ahora le había añadido una carrera a trote, las carnes le temblaban con los saltitos. Las tetas distrajeron al taxista en lo que me cobraba, la apretada camiseta parecía a punto de ceder. En esto que el vecino, Julio y su hijo salían de casa, mi madre se detuvo a charlar con ellos. El taxista me devolvió el cambio, me esperaba una buena de mi padre, así que remoloneé un poco antes de entrar. Mi madre también remoloneó, charlando con los nuevos vecinos, el chaval le miraba las tetazas desde arriba, al padre también le distraían.

Abrí la puerta con alguna dificultad, mi madre me alcanzó. Los vecinos salieron en el coche, el chico iba a entrenar me dijo ella, iba a ficharle un buen equipo, el baloncesto no era mi deporte, el fútbol sí, pero solo a ratos. Entré en casa pisando como un gato, esperaba ver a mi padre aparecer para cantarme las cuarenta.

- No te preocupes, le han llamado esta mañana, algo urgente.- Me explicó mi madre tranquilizándome.- Le diré que viniste tarde y te echaste a dormir, pero que no se repita una de estas.

- Desfasé mucho, lo siento. Necesito un vaso de agua.- Me metí en la cocina, ella me siguió y también se hidrató después del ejercicio.

- Me ha dicho Julio Cesar que me puede entrenar, que es entrenador personal, ya te lo había dicho, ¿no?- Asentí, aunque creo que era la primera vez que lo oía, al tipo le pegaba.- Pues eso, que viene a casa y me entrena, que le he dicho que me da vergüenza ir al gimnasio, tal y como estoy ahora.- Yo seguía asintiendo tragando agua.

Mi padre se preocupó por el precio cuando mi madre sacó el tema durante la comida, ella le contó que había apalabrado un descuento por lo de ser vecinos. Yo me mostré totalmente recuperado, aunque estaba hecho una piltrafa, apoyé a mi madre solo como gratitud por cubrirme ella antes. Me pasé el resto del día estudiando, cuando mi padre me pasaba revista, y dormitando, cuando no había moros en la costa.

Llegó el lunes, volví a clase, mi padre al trabajo, mi madre se ahorró la carrera porque ese día empezaba con Julio Cesar. Para las cinco terminé mi día, cogí el cercanías y de vuelta a casa. Pillé a mi madre espatarrada en el salón, el vecino sujetándole los tobillos sobre sus hombros, gemía y su cara era un poema. Habían empezado con algunos estiramientos, tumbada sobre la esterilla, con una camiseta deportiva de tirantes y mallas, se le marcaba todo. Julio con su modelito habitual, salvo porque llevaba pantalones también cortos y más ajustados.

- Voluntad, esa es la clave.- Dije a modo de saludo.

- Ya sabe tú de esto.- Contestó él con su acento algo más marcado.

Me subí a mi cuarto riéndome, les dejé a lo suyo, tenía cosas que hacer. Me enchufé los auriculares, música y a repasar apuntes. Era una rutina, miré el reloj, seis menos cuarto, llegaba Silvia, con su novio en la moto. Se bajó airada, me alegré, el chaval le dijo algo, le respondió con una peineta y para su casa. Aquello me hizo fantasear, lancé una mirada a la puerta, estaba cerrada. Me quité los auriculares y empecé a navegar por internet, sabía dónde buscar, la vecinita tenía varios perfiles en redes sociales, yo ya tenía algunas fotos favoritas. El grito me cogió por sorpresa, con la mano metida en los pantalones, me giré de nuevo hacia la puerta. Pensé que mi madre me había pillado, pero la puerta seguía cerrada. Lo siguiente que hice fue por instinto, salí de mi cuarto y me asomé por las escaleras hasta ver el salón.

Contemplé el motivo del grito, mi madre tenía una teta fuera, la izquierda. Se la tapaba con ambas manos. A dos pasos su entrenador, sonreía y giraba la cabeza mirando al jardín. Yo les cogía de perfil más o menos. Ella volvió a guardar la mamella en la camiseta.

- Que vergüenza, lo siento mucho.- Se puso colorada.

- No pasa nada, Carla.- Julio volvía a mirarle.- Retomemos el ejercicio, ¿de acuerdo?

Los dos empezaron a saltar, separando las piernas y juntando los brazos sobre la cabeza. Cinco saltos conté y la teta de mi madre volvió a escapar. Al verla sin tapar me sorprendió la anatomía, grande, bien llena, algo caída, y con un pezón pequeño en proporción, oscuro y puntiagudo según llegué a apreciar.

- ¡Ay!- Se cubrió de nuevo.- De verdad que ridículo.- Se mordió el labio inferior.

- Tranquila Carla, no es más que un pecho, uno muy bonito además.- Mi madre se unió a su sonrisa, y se guardó la teta.- Mira, vamos a hacer una cosa, me voy a quitar la camiseta, para que estemos en paz.

Julio Cesar sacó a relucir un torso cincelado, completamente depilado, ligeramente brillante por el sudor, parecía un galán sacado de una telenovela. Mi madre no perdió detalle, se le cayó un poco la baba, lo cierto es que comparado con mi padre el vecino destacaba aun más. Mi viejo era un hombre delgado, con todo por igual, paliducho, con moreno de fluorescente de la oficina.

- Vamos a seguir, unas flexiones, dale.- De dejó caer y sus fuertes brazos acomodaron su peso y lo levantaron.- Así, hasta arriba.

Mi madre no se lanzó contra el suelo, se colocó en posición y empezó a levantar. No lo hacía bien, Julio se colocó a su lado y le corrigió la postura. Empezó poniendo una mano en su vientre y su espalda, dejando la última recta. Después le colocó las piernas, más abiertas, a la altura de los hombros. Noté cierto magreo en todo el proceso y risas nerviosas de mi madre por doquier. Realizó un par de repeticiones, sus tetas se aplastaban contra la esterilla, el vecino estaba sobre ella, o más bien ella estaba entre sus piernas, abiertas a ambos lados de su cuerpo. Me pareció ver un bulto en sus pantalones, se estaba poniendo cachondo, lo dudé, con la mujer que tenía, y siendo entrenador personal seguro que veía pibones más atractivos que mi madre.

- No puedo más.- Farfulló ella.

- Dame una más, vamos Carla.- Le animaba desde arriba él.

Los brazos de mi madre fallaron y se doblaron, se desplomó sobre la esterilla con cierta violencia, me pregunté si aquello lo había traído Julio. Él fue a ayudarle a levantar y la manos fueron al pan, su manazas cogieron a mi madre por el pecho.  De pie, en absoluto silencio, sin risas ni nada, las tetas de mi madre seguían agarradas, y su espalda pegada al cuerpo del vecino, ella dejaba caer sus brazos rígidos a ambos lados, su cara denotaba lo tenso de la situación.

- Julio...- Empezó con un hilo de voz.

- Dime Carla.- Seguía sin soltarle.

- Esto es inapropiado.- Apretó sus manos, lo vi claramente, me paralice al verle aprovechase de mi madre.

- ¿Por qué?- Movió su cabeza, como una serpiente, en torno al cuello de ella.

- Estamos casados, los dos, y tu mujer, bueno ella es preciosa...- Mi madre solo mostraba resistencia de boquilla.

- Pero ella no tiene estas Carla, las suyas son de goma.- Volvió a apretar, las blandas tetas de mi madre a través de la camiseta.- Además se te ha olvidado tu marido.

- Es cierto él, bueno él, no tienes nada que envidiarle.- Mi madre buscó su cara, yo recibí un plano parcial de su nuca, suficiente para saber que se besaron.- Mi hijo está en casa, no puede ser.

- No se enterará, nos quedamos aquí, y seguimos entrenando. Sabes Carla, no hay mejor ejercicio que el sexo.- Le soltó las tetas, para bajarle los tirante de su camiseta, sus melones quedaron libres.

Ella lanzó una rápida mirada a la escalera, me escondí a tiempo, en el tramo que doblaba tras el descansillo. Estaba acojonado, el vecino iba a montárselo con mi madre, o ella con él. Debería hacer algo, pero me quedé en blanco. Volví a asomarme cuando juzgué que el peligro había pasado, estaban ahora frente a frente, se besaban.

- No podemos, no debemos...- El vecino le besaba el cuello y bajaba.

Le llegó a las bufas, ella seguía sin oponerse, le acarició la cabeza rapada, mientras se le comía. Me fijé en el bulto del pantalón, era considerable, e innegable era lo que significaba. Mi madre jugaba con su otro pezón, se lo pellizcaba ella misma.

- Me encantan tus tetas Carla.- Volvió a ello, arrancando unos leves gemidos a mi madre.

Me dio la impresión de que hacía más calor, ella sudaba un poco, el seguía brillante. Le sacó del todo la camiseta a mi madre, la arrojó sobre el sofá. Bajó aun más, hasta quedar delante de su entrepierna, le agarró las mallas y empezó a bajarlas, lentamente, la carne embutida en ellas fue saliendo. Mi rotunda madre quedaba desnuda frente al vecino, no pudo terminar de quitárselas por las zapatillas, no importó, ya tenía suficiente a la vista. Mi madre llevaba unas bragas de encaje verdes, demasiados bonitas y poco prácticas me parecieron para entrenar. No tardaron en unirse al resto de la ropa a sus tobillos, mi madre mantenía el equilibrio porque él le sujetaba por las caderas. Malamente pude apreciar su coño totalmente depilado, daba un aspecto de humedad. Él le seguía sobando las tetas cuando podía.

- Que hembrota estás hecha. Como me llama tu toto.- Aspiró frente al coño de mi madre, como si de una flor se tratase.

- Mi marido nunca me ha...- No le dio tiempo a acabar, Julio Cesar había hundido  su cabeza entre sus piernas.

Mi madre tembló frente al primer envite, se llevó la mano derecha a la boca, más por sorpresa que por nada, era un gesto típico de ella, la situación por otro lado no lo era. El vecino seguía con la cabeza allí metida, transformando el gesto de mi madre a cada segundo, ella se dedicó a jugar con sus tetas. Cerró los ojos, se le escapaban gemidos, sus manos no sabían dónde ponerse, las llevó a su pelo, recogido en una coleta castaña. Tuvo un orgasmo, estaba claro, pequeños gritos se le escapaban, por la boca abierta mirando al cielo.

- Madre mía, madre mía...- Mi madre se ahogaba de gusto.- Hacía tanto que no...

- Ahora te toca a ti.- Le empujó de los hombros.

Mi madre quedó de rodillas frente a él, frente al bulto de sus pantalones deportivos, cortos. Se agarró la cintura elástica, la abrió, mi madre miró por la abertura, sus ojos casi se le salen de las orbitas.

- Es enorme.- Le miró con cara de preocupación.

- En un pito tan normal, ¿qué tu marido no calza así?- Ella negó con la cabeza.

Terminó de bajarse los pantalones, su rabo asomaba semiduro. Era grande, más de un palmo, unos veintitantos centímetros. Mi madre se quedó hipnotizada, con eso frente a su cara, un pollón negro, con la cabeza algo colorada, casi le tocaba la nariz. Llevó su mano con timidez, le agarró con cuidado.

- ¿Quieres que te la chupe?- Le preguntó, su mano ya le empezaba a masturbar automáticamente.

- Dale Carla, dale.- Le puso la mano en la nuca y le acercó hacia él.

Mi madre fue abriendo la boca conforme la polla le llegaba, dilató sus tragaderas y fue desapareciendo la carne oscura dentro de la boca de ella. Ella apoyó sus manos en las piernas de él, para que dejase de empujar, no le cabía más en la boca. Se separó, respiró, le miró con cara de guarra.

- Es enorme, me encanta.- Se la llevó de nuevo para adentro.

- Dale lengua Carla, no pares

Le agarraba el rabo y le mamaba, como una puta barata en un parque, tetas fuera y polla para dentro. Sus labios avanzaban por el miembro del vecino, lo iba dejando brillante. Se golpeaba con ella en las mejillas, volvía a comerle la cabeza rosada. Le costó poco hacerse al tamaño, parecía disfrutarlo tanto como él. Le sujetaba de la coleta, como a una perra de la correa. El acompañaba la mamada con movimientos de cadera, ella descansaba su garganta atendiendo sus cojones, sin un pelo a la vista. Mi madre no logró tragarse más de la mitad, pero el tiempo apremiaba, Julio Cesar tiró de la coleta y le puso de pie.

- Vamos a empezar con el ejercicio de verdad.- Le plantó otro morreo morboso.

Le ayudó a colocarse de rodillas en la esterilla, la forma de moverse de ella era muy graciosa, sin separar las piernas porque tenía toda la ropa atándole los tobillos. Mi madre en posición, a cuatro patas, miró hacia atrás, Julio se chupaba los dedos y se los metía en el coño. Iba calentando la zona para meterle su rabazo, mi madre gemía bajito, mirando con deseo.

- Métemela ya, no aguanto más.- Le soltó ella.

El vecino no lo dudó, se colocó en posición, un rodilla hincada la otra pierna doblada. Dirigió su polla con la mano, y yo, desde mi atalaya, vi como desaparecía entre las nalgas de mi madre. Ella le recibió abriendo la boca y soltando un suspiro larguísimo. El vecino comenzó a follarse a mi madre, yo estaba observándolo todo, incapaz de apartar la mirada. Al principio bombeó despacio, pero pronto subió el ritmo, mantenía a mi madre agarrada de la coleta. Su tetas iban adelante y atrás, su culo temblaba con las embestidas, y ella hacía lo posible por no gritar. Julio Cesar se dobló sobre ella y le dijo algo al oído, no lo escuché, la cara de mi madre reflejó una sonrisa de placer. Así le daba, con el jardín de fondo, en mitad del salón, conmigo en casa. Mi madre le suplicaba más, le decía guarradas, el vecino la piropeaba, le gustaban las mujeres rubenescas.

Cambiaron de postura, el vecino se tumbó en la esterilla, mi madre se montó  en su polla. Se sentó de golpe, y no pudo reprimir un grito, miró para todos lados, el grito resonó en toda la casa.

- ¿No nos habrá oído Mario?- Le preguntó al otro. Yo me había vuelto a esconder.

- No, dale Carla, dale no me pares mami.- Escuché una cachetada.

El ruido de carne poco a poco se hizo cargo del silencio, me asomé con cuidado pasado un rato. Mi madre cabalgaba al vecino. La preocupación por el descuidado alarido había desaparecido, solo quedaba las ansias de sexo. Julio Cesar le sobaba las tetas, y como si estuviese entrenando la zona abdominal, de vez en cuando se levantaba para chupárselas. Mi madre movía sus caderas, se levantaba y bajaba sobre él, una y otra vez, desde luego esa era la mayor actividad física que le había visto hacer en mi vida. Su piel clara, su cuerpo rollizo contrastaban con el moreno y duro cuerpo del vecino.

Julio Cesar le agarró por las caderas y le volteó, de espaldas al suelo. Estaban montándoselo a lo misionero, los envites del vecino eran brutales en esa posición, mi madre se tapaba la boca. La temblaba todo con cada golpe de cadera, llevaba un rato llamando a Dios. Él no pudo más y terminó, sacó la polla para correrse sobre el vientre de mi madre. Ella también había llegado poco antes. Se sacudió un par de veces la polla, dejando caer las últimas gotas sobre ella.

- Muy buena sesión Carla, con un par de estas por semana en dos días te tengo en forma.- Se subió los pantalones y recogió su camiseta.

- ¿Solo un par?, mejor que sean tres.- Mi madre acarició su cuerpo manchado de leche y se llevó la mano a la boca.

Se volvió a vestir, se despidió del otro con un morreo con magreo. Regresé a mi habitación miré el reloj, una hora y pico de ejercicio se había cascado mi madre. Volví a asomar por la casa, comprobando que ya no había compañía, mi madre estaba en el sofá. No me pude aguantar:

- ¿Qué tal el entreno?- Le pregunté.

- Muy bien. ¿No habrás oído nada raro?, me he caído un par de veces.- Estaba un poco colorada.

- No he escuchado nada.- Mentí, no sabía que otra cosa hacer.

- Bien.- Se apresuró a decir.- Seguramente repita, vamos que habrá alguna otra sesión, unas cuantas supongo.- Asentí.

Mi padre volvió tarde, su horario de oficina era un poco errático. Mi madre comentó por encima el tiempo con el vecino, no mintió en ningún momento, por supuesto obvió lo importante. Mi padre tampoco hizo mucho caso, comentó que había visto a Raquel en el trabajo.

- Si te deja tan guapa como a su mujer es dinero bien gastado.- Nada más decir aquello se dio cuenta de que había metido la pata a base de bien.

Mi madre estalló al instante, casi se le escapa que el vecino le había dicho que prefería una mujer como ella a Raquel. Mi padre hizo lo posible por disculparse, le tocó fregar y de poco duerme en el sofá. Era gracioso como encima de cornudo había terminado apaleado, pero también le valía con el comentario. La actitud de mi padre tenía, sin duda, gran parte de responsabilidad de lo que había pasado por la tarde.

Al día siguiente no tocó entreno, fue un día rutinario, con la salvedad de que mi padre llegó con un ramo de flores y una caja de bombones. Aplacó a mi madre, en parte, si bien ella ya miraba al día siguiente para cobrarse la falta de atención. Esta vez cuando yo volvía de la universidad el vecino salía de casa, yo me había quedado hasta tarde, si bien había sido precavido. Coloqué un móvil viejo bajo el sofá, solo grabó el audio, pero me confirmó que allí había vuelto a arder Troya. Me jodía, saber todo, quería decírselo a mi padre, pero no sabía cómo.

Mi madre nos anunció en la cena después del segundo polvo, que había invitado a cenar a los vecino el fin de semana. Julio Cesar le confirmaría el día en la próxima sesión. Ella iba a seguir, no parecía tener remordimiento alguno. Mala noche pasé, y al día siguiente me había decidido a hablarlo con mi padre, lealtad masculina, y de hijo supongo.

Tras un día de clase que parecía no terminar, con un colega me planté en Madrid. Me llevó en coche hasta la oficina de mi padre, me despedí de él, estuve ausente todo el viaje. Entre al recibidor, repasé las placas con los nombres de las distintas oficinas afincadas en el alto edificio. El dieciséis era el de mi padre, ya había estado un par de veces allí. Saludé a la chica de la recepción, nunca recordaba su nombre le pregunté por mi padre, había tenido que salir, pero hacía un momento, tomó el otro ascensor, "lo mismo le pillas en el parking aun". Me apresuré para ver si le alcanzaba, iba repasando un discurso mal hilado, me iba a costar contarle todo.

Me crucé con un par de trajeados que reían con un par de cafés en las manos, les esquivé y empecé a buscar el coche de mi padre, difícil teniendo en cuenta que la mayor parte de los vehículos respondían a la misma descripción: berlinas plateadas y de fabricación alemana. Me pareció atisbarle a lo lejos, eché a correr, antes de alcanzarle ella salió de detrás de una columna, le cogió por la corbata y tiró de él. Le comió la boca, esa melena pelirroja, esa altura, esas tetas, Raquel se lo montaba con mi viejo en el parking. Los intermitentes del coche parpadearon, se metieron en el asiento de atrás.

Continuará.