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Los nuevos vecinos 2

en Hetero: Infidelidad

Aquí tenéis la primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/125333/

Ahora el relato:

Me quedé acojonado, la vecina acababa de meterse con mi padre en el asiento de atrás del coche. Recorrí el parking con la mirada, aquí y allí había alguien que se dirigía a los ascensores. Nadie salvo yo parecía haber reparado en el morreo que se habían dado la vecina y mi padre, tampoco en como ella había tirado de él para meterse en el coche. Me acerqué a vehículo, había un leve movimiento.

Joder, que mi madre se trincase al vecino podía entenderse, comparado con mi padre el tío era gran partido, pero ver que un mujerón como Raquel vecina se lo montase con él no entraba en mi entendimiento. Aquel matrimonio que se acababa de mudar estaba muy mal.

Casi como si fuese a robar el coche me asomé, con cuidado, a la ventanilla. Raquel estaba tirada sobre los asientos, mi padre encima. La vecina tenía sus tetas, perfectamente redondas, claramente operadas, fuera de la blusa, mi padre hundía su cabeza allí. Él se bajó los pantalones y tuve la imagen del culo de mi padre contra el cristal, muy poco recomendable, ella se bajó su falda. Se la clavó, o eso creo, la cara de Raquel no se desencajó como cuando su marido se la había metido a mi madre. Mi padre empezó un movimiento conejero sobre ella, aun le comía las tetas. No aguantó mucho, cinco minutos o menos y detuvo sus caderas. Ella se incorporó un poco, cerró su blusa, creí que todo terminaba.

Me equivoqué, cogió la cabeza de mi padre y la metió en su coño. Se encendió un cigarrillo, mi padre hizo lo que tenía que hacer y ahora sí ella daba visos de placer. Estaba apoyada en la puerta contraria a la que yo me asomaba, tenía un aspecto de mujer dominante perfecto, uno de sus tacones se apoyaba en la espalda de mi padre. Si le hubiese pillado con cualquier otro hombre ya me estaba haciendo una paja, pero con mi viejo allí se me cortaba el rollo, que estuviésemos en un parking tampoco ayudaba. Estaba tan ensimismado en ella, que tardé en reaccionar a ese picor en la nuca, a esa premonición. Le miré la cara y tenía sus ojos azules clavados en mí, la sonrisa me daba morbo y miedo. Mi padre dio con la tecla, ella se llevó la mano libre a sus tetas y empezó a gemir, pude oírle a través de los cristales, no dejó de mirarme. Cuando terminó le dio una calada al cigarrillo, soltó el humo y me lanzó un beso.

Retrocedí como un rayo, no sabía dónde meterme, salí a la calle por la entrada de vehículos. ¿Qué clase de vecinos tenía? y ¿qué clase de padres? Me metí en el metro algo atontado. Cambié de línea, tomé el cercanías, estaba en casa, no quise entrar, me fui a tomar una caña. Cayeron cuatro, volví a casa algo más tranquilo, pasadas las siete. Al menos mi madre no estaba acompañada, debían de turnarse en los cuernos.

En la cena me quedé pasmado, por la naturalidad con que actuaban ambos, ninguno había roto un plato, tan tranquilos se sonreían y dedicaban muestras de afecto. Para mí era como ver un partido de tenis un tanto grotesco, sentado entre ambos, giraba la cabeza a la derecha y veía a mi madre comiéndose la polla de Julio Cesar, miraba a la izquierda y las tetas de Raquel atragantaban a mi padre.

- Mario, despierta hijo.- Me estaba hablando desde hace un rato.- Me ha dicho Elisa- la chica de la recepción, ese era su nombre- que te has pasado por mi oficina hoy. ¿Va todo bien?

- Sí, me he pasado.- Me mordí la lengua, a quien podía acusar, mi madre se calzaba al vecino desde el lunes, pero lo de mi padre no había sido cosa de un día, ¿quién era más culpable?- Solo quería hacerte una visita, para que me enseñases como van las cosas, y sabes, ver el mundo real.

- Así me gusta, con los pies en la tierra.- Siguió cenando como si tal cosa.

- Mañana no hagas planes, que vienen a cenar los vecinos.- Me recordó mi madre.

- Cierto, ¿vas a preparar algo especial?- Le preguntó él.

- Algo haré, para agasajar a los invitados, tú no te preocupes cariño, ya me ocupo yo de tenerle contento.- El desliz había sido deliberado.

- Hay que mantener las buenas amistades, no quiero quedar mal con Raquel, y su familia.- Me llevé las manos a la cara.

- ¿Te encuentras bien Mario?- Me preguntó mi madre con tono de preocupación.

- No mucho, me voy a dormir.- Me levanté y salí.

Miraba el techo intentando dormir, menudos progenitores me gastaba, un par de adúlteros sin remordimiento alguno. Pensar que al día siguiente íbamos a cenar juntitos, toda la maraña de relaciones me ponía muy nervioso, y aún no sabía por dónde iba a salir Raquel, me había pillado cuando le cacé con mi padre. Esa mujer no había mostrado el más mínimo signo de vergüenza, ni rastro, diría incluso que le gustó. Demasiadas cosas en la cabeza, el reloj marcaba las tres de la mañana cuando el agotamiento me tumbó.

Mal despertar tuve, remolón y con prisa. Llegué diez minutos tarde, el profesor de la primera clase se golpeó dos veces en la muñeca, mis colegas estaban sorprendidos por mi retraso, siempre soy el primero en llegar. No podía sacarme la situación de la cabeza y me pasé las dos primeras horas en las nubes. La rutina me ayudó a centrarme en el ahora, o más bien el entonces, y para la hora de comer dejé de darle vueltas. Terminé por decirme a mí mismo que lo mejor era dejarlo estar, las infidelidades terminaban saliendo a la luz por si solas, alguno metería la pata y se descubriría el pastel, yo no quería estar cerca cuando eso pasase.

Volví a casa a mala hora, mi madre estaba estirando, el modelito de deporte era más corto que la vez anterior, lucía un buen escote y las mallas, esta vez rosas, me dieron la sensación de exagerar su culo demasiado.

- Que pronto llegas.- Tenía en mente montárselo con el otro.

- Sí, ya ves. Me voy a estudiar, con la música puesta, no me molestes.- Ella se alegró al oír aquello.

Me metí en mi cuarto, concentrado en hacer exactamente lo dicho. Llegó el vecino a la puerta de la valla. Entró al momento, intenté ignorar lo que estaría pasando con todas mis fuerzas. Miraba los folios de apuntes, veía las letras manuscritas, no me molestaba ni en juntar las palabras, me había quitado el auricular izquierdo, escuchaba la casa. Mi madre me llamó un par de veces, iba a levantarme para ir, cuando percibí que la voz se acercaba, sonaba justo tras la puerta. Ignoré la llamada y esta cesó, era algo así como una prueba de sonido antes de un concierto. Con eso terminé de perder la concentración, si es que en algún momento la tuve.

Pegué la oreja a la puerta, me llegaban murmullos. Abrí con cuidado y me asomé, el pasillo del segundo piso estaba despejado. Me asomé a la escalera, no había nadie abajo, me atreví a recorrer el primer piso al completo, cocina y baños incluidos. Una fuerte risa resonó arriba, era de mi madre. Ascendí las escaleras, y caminé felino hasta encarar la habitación de mis padres, daba atrás, al jardín. Escuchaba las voces de los dos al otro lado de la puerta, no me podía arriesgar a abrirla, así que tomé un desvió. Junto al cuarto de mis padres estaba el despacho de mi viejo, las terrazas estaban comunicas, era un balconcito de apenas un par de metros de ancho, para asomarte y ver la sierra a lo lejos. Abrí la mampara procurando que no chirriase, y caminé hasta llegar al límite, respiré hondo antes de dar el último paso, iba a volver a ver a mi madre con el vecino.

Las cortinas estaban echadas, tan solo quedaba un hueco, mínimo, en el punto en que se juntaban. Allí me dirigí, pegué mi ojo al cristal. Julio Cesar estaba sobre la cama, sentado desnudo, se masturbaba mirando la tele que colgaba a la izquierda, pegada a la pared que daba al despacho de mi padre. Ahora podía oírles, el aislamiento de la casa no era especialmente bueno. Escuchaba gemidos, pero mi madre no estaba por allí y esa exagerada voz no era la suya, venían del televisor, se habían puesto una porno, para calentarse, eso saldría reflejado en la factura del satélite. Mi madre apareció por el lado opuesto del cuarto, salía del vestidor, con un conjuntó de lencería rojo, de encaje y con liguero, llevaba unos tacones a juego. El vecino echó mano del mando a distancia y apagó al tele.

- Sigue, no te preocupes.- Le dijo ella.- ¿Qué veías?- Volvió a prender el aparato.

- Nada, una poca de teta, para estar listo para ti.- Recibió a mi madre con un beso, cuando esta se sentó a su lado.

- Dime, ¿quién te pone más esa o yo?- Señaló a la tele.

- Tú, Carla, esa no me vale más que para una jalada.- Mi madre le agarró la polla y continuó la paja.

- ¿Y entre tu mujer y yo?- Usaba ambas manos para masturbarle, se había escupido en las palmas previamente.

Julio Cesar fue sabio y empezó a comerle las tetas a mi madre, dejando la pregunta atrás y dedicándose a darle placer. Ella se ocupaba del vecino y miraba la pantalla plana de reojo, me preocupó que pudieran ver mi sombra en el ventanal, pero parecían demasiado ocupados para darse cuenta de nada. El rabo del vecino estuvo lo bastante duro, se levantó de la cama y se plantó frente a mi madre. Ella no dudó un segundo, se llevó el pollón a la boca, le chupó primero la cabeza colorada, después lamió el tronco. Bajó hasta los huevos del vecino, que se metió por completo en la boca, dejó sus bolas bien empapadas. Empezó después la mamada propiamente dicha, apretaba sus labios entorno a la polla del vecino, moviéndose arriba y abajo. Iba ganando terreno a la carne, cada vez más y más. Esta vez él no detuvo la mamada, se limitó a apoyar su mano en la nuca de mi madre, y apretar contra sí. Mi madre casi tragó toda la polla, el vecino se corrió, cuando la tenía un dentro. Se notó por el espasmo que le dio a mi madre, se apartó y tosió, el otro seguía soltando, sobre sus tetas y su cara.

- Me tenías que haber avisado.- Mi madre se limpiaba como podía.

- No me pude aguantar más, Carla. Ahora te lo compenso.- Levantó a mi madre de los tobillos y le hizo caer de espaldas en la cama.

Se lanzó entre sus piernas, prácticamente arrancó las delicadas braguitas de encaje. La cabeza rapada del vecino quedó enmarcada entre las piernas de mi madre. Le vi un segundo la cara a ella, era de puro placer, luego se recostó por completo y se dejó hacer. Gemía poco a poco subiendo el volumen, hasta se molestaba en mirar hacia la puerta, por si se me ocurría asomarme. Ella siguió gozando, casi diez minutos se pasó allí abajo el vecino, hasta que mi madre se corrió.

Ya estaban en paz, los dos satisfechos, supuse que entonces terminaba la sesión, me equivoqué una vez más. Sin mediar palabra ni perder tiempo, el vecino escaló a la cama de matrimonio y se abalanzó sobre mi madre. Apuntó la polla rápidamente y se la clavó, ella gimió con fuerza. El cuerpo mulato de Julio Cesar cubrió la blancura de mi madre. Solo se veían, desde mi posición, sus rotundas piernas, y parte de sus tetas, el restó era la espalda y culo del vecino. Fue su culo el que empezó a moverse y marcó el ritmo de la follada. Subía y bajaba de golpe, en algunas ocasiones se veía la polla buscando a tientas el agujero de mi madre. Ella no paraba de gemir, con el coño encharcado, me fijé en cuan mojada estaba.  

El vecino colocó las piernas de mi madre sobre sus hombros, le rozó la polla por la entrada del coño aún dura, lo hizo despacio, me pareció pensativo. Sus mano libre parecía sobar la tetas de mi madre.

- Carla, ¿alguna vez probó por aquí?- Me fijé y su polla se apretaba contra el agujerito cerrado del culo de mi madre.

- No, que dices.- Le soltó mi madre, llevándose la mano allí, buscando cubrirse.

- Me encantaría darte un poco por ahí.- Julio Cesar hablaba con un tono especialmente meloso.

- Me da cosa, nunca lo he hecho, dicen que duele mucho.- Mi madre se apoyó en el cabecero y se incorporó, puso distancia con el vecino.

- ¿Quién lo dice? Mira, yo te lo hago despacio, con cariño, ya verás cómo te gusta mi Carla.- Él se acercó de nuevo, le buscó la boca.

Ella dijo algo, no lo oí, pero sus labios formaron la palabra despacio. Mi madre con la espalda contra el cabecero, el vecino le abrió bien la piernas, se chupó el anular y para allá que fue. Mis ojos saltaban de la entrepierna a la cara de mi madre, el dedo entraba poco a poco, su cara se desencajaba con la misma velocidad.

- Para, no puedo.- Le apartó la mano.

- Vale, tranquila, ya llegaremos. Ahora ven para acá.- Agarró a mi madre y la pegó a su cuerpo musculado.

El vecino con la misma energía con que había cogido a mi madre la soltó boca abajo. Ella reía y plantó el culo bien a gusto del vecino, este le cogió por las caderas, e imaginó que eligió el agujero de siempre, pues el rostro de mi madre se deshizo en placer cuando el culeó. Mi madre miraba ahora hacía la pantalla, los gemidos de la tele seguían sonando, pero conforme se habían ido calentando los amantes habían quedado en segundo plano. En la nueva postura veía bien el rollizo cuerpo de mi madre, sus enormes tetas se bamboleaban al ritmo que imponía el vecino, el culazo también le temblaba con ganas. El golpeteó de la carne y los crecientes gemidos de mi madre taparon por completo el televisor. El vecino agarró sus hombros y aumentó la fuerza de la follada, mi madre empezó a gruñir, con los dientes apretados, parecía que iba a partirle por la mitad. Ella abrió la boca y soltó un agudo grito, que concatenó con un coro de "dioses" y "madres mías", se vino por segunda vez.

Julio Cesar se bajó de la cama y encaró a mi madre, que se había dejado caer de espaldas, se palpaba el coño para comprobar si se lo había roto. Le pilló, con la cara mirando al techo, y agarrándole de ambos lados de la cabeza deslizó su polla en su garganta. Juraría que vi como se le dilataba la misma, mientras el miembro del vecino se abría paso. Él aprovechaba la postura para que mi madre se lo tragase todo, la primera vez le causo una arcada, la segunda aguanto y de ahí en adelante el vecino se dedicó a follarle la cara. No iba tan a saco como con su coño, pero los cojones de Julio Cesar empezaban a chocar con veloz cadencia en la frente de ella. Pasó un buen rato aprovechándose de mi madre de aquella forma, hasta que se la sacó y estalló sobre sus tetas. Mi madre recuperaba el aliento, mientras él se escurría la polla, lanzándole las últimas gotas de denso semen.

- ¿Te gustó mi Carla?- Le preguntó, cuando hubo acabado del todo.

- Me ha encantado, no me habían follado así de fuerte nunca.- Se incorporó, la lencería roja que había vestido había terminado desperdigada por la habitación.

- Me tienes que dejar cogerte el culito, te va a gustar.- Julio Cesar recuperaba su ropa.

- Ya veremos. Esta noche hay que mantener las apariencias, no te olvides.- Le acarició su currado torso.

- No te preocupes, Raquel no sabe nada y tu señor esposo tampoco, ¿cierto?- Yo sí sabía unas cuantas cosas de todos.

- ¿Ese? Ni aunque me folles en mitad de la cena se daría cuenta.- Rieron.

- Me estás dando ideas.- La mirada que le dedicó mi madre no podía ser más lasciva.

- Voy a ponerme algo y echarle un vistazo a mi hijo, que he hecho bastante ruido por tu culpa.- Se dirigió al vestidor.

Deshice el caminó y regresé a mi cuarto, me enchufé los auriculares y música bien alta. Al rato se abrió la puerta, mi madre asomó, se acercó y me dio un toque en el hombro.

- Te vas a quedar sordo.- Me soltó.- Te estaba llamando, Julio Cesar ya se ha ido.

- Bien, ¿qué tal el entreno?- Me preparé para la mentira, a decir verdad no sé para qué pregunté.

- Maravilloso, que bien me hubiese venido que se mudaran antes estos vecinos.- Asentí resignado.- Por cierto, necesito que vayas a comprar unas cosas, para la cena, tomo la lista.- Me plantó un papel, delante de la cara.

Volví con la compra a cuestas, mi padre aun no había llegado, el coche de Raquel, era un biplaza convertible, estaba aparcado en la entrada de casa de los vecinos. Ella tenía mejores horarios que mi padre, pero buenos ratos perdían ambos en el parking. Entonces repasé la mirada y la sonrisa que me había lanzado la vecina mientras mi viejo le comía el coño, tragué saliva menuda cena me esperaba. Mi madre me cantó el menú mientras sacaba las cosas de las bolsas, no le hice caso, estaba algo revuelto, imaginé que ella no podía tener mucha hambre, después de lo que se había tragado por la tarde, le iba a saber a poco la suculenta cena.

Me mandó que me cambiase, me cogí una camisa, del armario, recordé que al menos Silvia estaría allí. Realmente me gustaba esa chica, era una oportunidad de conocerle, de charlar. Mi padre llegó y se dio una ducha y cambió de traje. Recibió a los vecinos, mi madre estaba aún en la cocina, yo veía la tele. Me uní a mi familia para saludar a los vecinos, lucía una falsa sonrisa, casi me dolía la cara del fingimiento. Busqué inconsciente los ojos azules de Raquel, ella tenía una mirada de loba, me dio muy mala espina. Nos sentamos a la mesa, mi madre abrió la conversación. Yo me atraganté, por el tema elegido. Empezó a hablar de lo bien que le estaba sintiendo el entrenamiento, el vecino le seguía la corriente.

- Pues la verdad, si dejas a mi mujer como a Raquel eres un fenómeno.- Nadie río la broma de mi padre.

Mi madre lanzó un suspiro de exasperación, pero lo dejó correr. Julio Cesar recondujo la conversación, diciendo que mi madre era una alumna muy buena, que cada día llegaba a un nuevo límite.

- Tu eres el que sabe cómo hacerme llegar, al límite.- Me llené el vaso de vino, y lo vacié de golpe, para tragarme el comentario con doble sentido de mi madre.

Estaba muy tenso, era el único, los dos matrimonios estaban tan felices. Gustavo y Silvia, ignorantes de todo, charlaban entre sí y conmigo. Me enteré de que Silvia estudiaba magisterio, y Gustavo ya era suplente de un equipo de baloncesto, ya había jugado algunos minutos, según contó. Fui conociendo a los hermanos un poco mejor, y nos aislamos del resto de la mesa un tanto, cosa que también estaba bien.  

- ¿El servicio?- Preguntó Raquel, noté un golpe en la espinilla cuando habló.

- Pues subes las escaleras, la segunda puerta...- Explicó mi madre, la vecina se levantó. Antes volví a recibir un toque en la pierna, venía de donde ella estaba sentada, un asiento a la izquierda de mí, justo enfrente yo tenía a Gustavo.

- ¿Te importa acompañarme?- Posó su mano en mi hombro, olí su perfume entonces.

Tartamudeé un sí. Mi madre estaba pendiente de Julio Cesar, mi padre también le escuchaba, estaba contando una anécdota de un cliente famoso, los hermanos tenían la complicidad propia de su condición. Me hallé aislado, solo con la vecina, avancé delante de ella, la mujer con sus tacones, negros me sacaba casi una cabeza. Miré hacia atrás, para comprobar que me seguía y me encontré con sus ojos de mar clavados en mí, llevaba una blusa azul, a juego con ellos, y una falda negra que le llegaba justo por debajo de las rodillas, sus piernas parecían interminables. El corazón me iba a cien por hora, no me sentía nada cómodo con esa mujer, no después de pillarle con mi padre en el parking y que ella me pillase mirando.

- Es aquí.- Abrí la puerta del baño y me giré para marcharme, se me puso delante.

- Tenemos que hablar, Mario.- Me empujó dentro del baño, con su mano derecha. Cerró la puerta tras de sí, echó el pestillo, yo sudaba.- Estás muy nervioso.- Me arrinconó con la pared.- Vamos, no hay motivos.- Su perfumé me apabullaba.

- No diré nada, mira, lo que hagas con mi padre es cosa vuestra.- Empecé a explicarme, sus tetas me quedaban casi a la altura de la barbilla.

- ¿No dirás nada de eso?- Asentí.- ¿Y de esto?- Se desabrochó un botón de la blusa, mis ojos se fueron solos hacia el potente escote.- De esto tampoco vas a decir nada, ¿verdad?- Otro botón y sus orbes antinaturalmente perfectos ya se veían libres, no llevaba sujetador.

- ¿Qué está haciendo?- Acerté a decir, mientras tragaba saliva.

Diré en este punto, que mis habilidades para tratar con mujeres, para llegar al punto de seducción y algo más requerían de un largo periodo de envalentonamiento, aderezado con alguna bebida alcohólica. Vamos que necesitaba tomarme tres o cuatro cubatas y que alguno de mis amigos me retase para entrarle a una tía. En la situación en que me encontraba no sabía cómo actuar, una cuarentona casada me estaba tirando los tejos, y encima Raquel venía con extras como la relación adultera que mantenía con mi padre.

- Mira, chaval, no tenemos mucho tiempo, así que vamos al grano.- Terminó de sacarse las tetas.- Vamos, no te cortes.- Me corté y ella agarró mis manos y las puso sobre sus pechos.- Tu padre no dudó un segundo.- Ya metido en materia no me resistí a apretar, a palpar bien aquella tetas, el tacto no era muy natural, pero llenaban mis manos.- Bien, ¿haber que tenemos por aquí?- Sus manos acariciaban mi paquete, ya estaba duro. Con habilidad me abrió la bragueta de los vaqueros y sacó mi polla.- No está mal, es más grande que la de papá.- El comentario me excitó y cortó a partes iguales, que te digan que estás mejor dotado que otro tío sube la moral, que el otro tío sea tu padre bueno.

- Tu marido está abajo.- Solté sin pensar, no podía hacerlo con claridad.

- Y tus padre, y mis hijos, ¿no te pone un poco?- Empezó a masturbarme.-A mí sí me pone.

No dijo más, se puso en cuclillas, levantándose previamente la falda, sus increíble piernas se doblaron hacia afuera, vi su coño, no llevaba bragas tampoco. Me fijé en que tenía una matita de bello rojizo y rizado coronando su sexo, ese detalle me había pasado desapercibido en el parking. Me miró con sus ojos azules, su mano derecha agarraba mi polla que emergía de los vaqueros dura, la acercó a sus labios. Pocas veces había convencido a alguna chica para que me hiciese una mamada, y comparar aquellas ocasiones con esta sería de mal gusto. Sus lengua recibió mi glande, que antes había sido besado por sus labios, movió la misma de una forma mágica. No dejaba de mirarme, mi polla volvía a su boca, y sus labios subían por ella, y después bajaban, lentamente, sentía un placer de campeonato, no iba a durar mucho. Yo estaba a punto, había dejado escapar un par de "Ah" de placer, los golpes en la puerta casi me matan.

- ¿Raquel?- Preguntó la voz de mi madre.- ¿Va todo bien?

- Sí, Carla, perdona que este tardando ya sabes es uno de esos días.- Se explicó sin dejar de mover su mano sobre mi rabo, extendiendo bien la saliva y los fluidos que empezaba a soltar yo.

- Vale, tranquila. ¿No sabrás dónde ha ido mi hijo?- Raquel me miró, dio una chupada a mi polla, desde la base a la cabeza.

- Creo que le han llamado por teléfono, alguna amiga imagino.- Mintió sin inmutarse.

- Ya habrá sido alguno de sus tontos amigos. No te molesto más.- Escuché como se alejaba mi madre.

- No sabes lo mojada que me ha dejado esto.- Se metió mi polla en la boca, se la tragó casi entera y después se la sacó de golpe, sonó como si descorchase una botella al final.

- No aguanto más.- Le confesé.

- Bueno, no ha estado mal.- Se volvió a meter mi polla en la boca.

Me la chupó con más ganas, llegando más profundo, con más vicio, no aguanté. Me corrí en su boca, le avisé y ella no paró. Me limpió el rabo, sin dejarse una gota de semen, se lo tragó todo.

- ¿Te lo has tragado?- Le pregunté perplejo.

- ¿Que querías correrte en mi cara, que bajase con tu leche escurriéndoseme?- La imagen me puso cachondo de nuevo.- Pues eso, esto es lo mejor, aunque me lo tienes que compensar.- Se levantó y se abrochó al blusa, sus tetas desaparecieron de la vista y las eché de menos al momento. Se sentó en el váter.

- ¿Ahora?- Su coño estaba abierto frente a mí.

- No tonto, ya quedaremos. Ahora sal, que necesito algo de intimidad.

Salí, antes miré que no hubiese nadie. Regresé a la cena, había estado casi quince minutos con la vecina. Mi madre me preguntó por mi ausencia, mentí malamente. Raquel apareció al poco, la cena continuó, con el segundo plato. Ella me miraba con cara lasciva, yo era incapaz de mirar a sus hijos, frente a mí. Recordé el desplante de Silvia a su novio, hace unos días, ojala hubiese sido ella la del baño, las cosas serían más sencillas. La chica miró el móvil de reojo, bajó la mesa, su madre le pilló.

- Deja eso.- Le ordenó.- Compórtate en la mesa.- Bajo ella la madre me acariciaba la entrepierna con su pie desde hacía un rato.

- Lo siento, estaba mirando la hora.- Se excusó ella.

- Estabas mirando si ese macarra te había devuelto los mensajes.- Todos en la mesa habíamos vuelto la atención a la discusión, yo coincidía con Raquel en que el novio era un macarra.- Mi hija, que tiene muy mal gusto en los chicos.

- No es para tanto cariño, el chico me recuerda un poco a mí. A su madre yo tampoco le gustaba.- Explicó Julio Cesar.

- Ya podías elegir a un buen chico, que estudiase y hiciese algo con su vida, como Mario.- El exhorto de la vecina me dejó helado.- Un chico guapo, listo y educado.- Me estaba vendiendo a su hija.

- Sí, vale mamá.- Silvia me miró casi disculpándose por la situación.

- Pues si qué harías buena pareja.- Saltó mi padre.

- Venga está hecho, ponemos fecha a la boda en el postre.- Intervino Gustavo, todos reímos y la situación se suavizó.  

Cuando terminó la cena ayudé a mi madre a recoger, me vino bien alejarme de la mesa, demasiados secretos. Raquel también se ofreció a ayudar, y en un cruce por el pasillo me metió una nota en el bolsillo de la camisa. Una tarjeta de un hotel, con fecha y hora escritas por detrás. Nos despedimos de los vecinos en la puerta, como idiotas nos quedamos saludando hasta que entraron en su casa, junto a la nuestra.

- Ha estado muy bien.- Dijo mi madre.

- Hay que repetir, sin duda.- Le apoyó mi padre.

Me ahorré mi opinión. Probablemente mis padres repitiesen con los vecinos, tarde o temprano, ahora yo también tenía la opción de repetir, con Raquel. Esa mujer era harina de otro costal, estaba tremenda y encima tenía mucho vicio, todo sea dicho mi madre no se le quedaba muy atrás. Además teniendo en cuenta que Silvia seguía encoñada de su novio, la madre era más tentadora aún.

Al día siguiente salí con mis colegas, les planteé un hipotético caso que se ajustaba a lo que estaba pasándome, obviando la implicación de mis padres. Íbamos por el segundo cubata, todos juraron que se tirarían a Raquel sin dudarlo. La opinión de aquel grupo de sabios terminó de convencerme. Fui a pedir otra copa a la barra, y me encontré con Silvia allí.

- Mario, hola.- Me saludó efusiva con un abrazo, también iba ya algo contenta.- Mira este es el chico que dice mi madre que me conviene.- Me presentó a su amiga.

- Hola, ¿qué tal?- Me saludé con su amiga.

Empezamos a hablar, al final sus tres amigas, otras dos que esperaban en una mesa, se juntaron con mis cuatro colegas y hicimos un grupito. Con la alta música la conversación era lo de menos, en cambio tener a Silvia delante, con un top que dejaba su ombligo al aire y unos apretados pantalones era magnífico. Se acercó a mí oído y me susurró:

- Vamos a un sitio más tranquilo.

Continuará.