5,33h de la madrugada.

Me despierto y te veo.

Todavía no me creo que sigas en mi cama, rozando tu cuerpo desnudo en mis sábanas.

Ese cuerpo que horas antes se rozaba con el mío.

Me acurruco a tu espalda para sentir tu calor,

para impregnarme de tu olor.

Casi destapado tu cuerpo parece llamarme.

Acaricio suavemente la silueta de tu cuerpo hasta tus glúteos firmes,

te doy un suave beso en la espalda y me aparto,

para no despertarte,

para no agobiarte.

Me vuelvo a mi lado de la cama,

me tapo  y te escucho decir (imitando la frase de Andrés Suárez) “y ahora... qué?”.

Te giras,

me miras mientras tu mano por debajo de la sábana juega ,

y haces que me derrita con tus dedos.

Los relámpagos,

su luz, 

y la humedad del exterior parecen trasladarse a la cama de nuevo,

donde una vez más nos desvelamos,

apasionadamente,

y deseando que nuestras noches de truenos y lluvia no acaben nunca.