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Mi jefe 2

en Transexuales

Continuación de "Mi Jefe"

Felipe (mi jefe) me esperaba con ansías, se acercó a mí, me dio un beso largo y tierno en la boca, y me dijo: -quiero volver a empezar-

 

Me tomó fuerte de la mano y nos fuimos a cenar. Al subir al taxi, Felipe no dejaba de acariciar mi pierna, mi rostro y mi espalda. Me daba tiernos besos en el cuello. Mi largo y bello vestido dorado se me veía como guante, como mandado a hacer especial para mí, una escultural figura de mujer mostrando los mejores atributos que podía exhibir. El taxista, como muchos hombres, no podían dejar de verme ni un segundo. Pero, yo ya era de Felipe (ahora sí, lo había entendido por las buenas).

 

 

Llegando al restaurante, nos trataron como realeza, nos sentaron en una mesa con vista al mar (aunque no se podía ver mucho, pues estaba obscuro). Me di cuenta que todos los hombres sentados en las mesas cerca de nosotros, me sonreían al pasar, y volteaban a ver sin descanso. Felipe, al darse cuenta de todo esto, se acercó a mi oído y susurrando me dijo: -"Me gusta que te deseen".- Sinceramente, pensé que se iba a enojar, o que me iba a decir que dejara de coquetear con todo el mundo, aunque no lo estaba haciendo.

 

 

La cena estuvo deliciosa y después de comer, Felipe me invitó a bailar. Para mi asombro, resultó ser un excelente bailarín. Yo nunca había bailado en tacones altos, claro, pocas oportunidades tuve para hacerlo, pero ahora me sentía libre y esa noche era la superestrella, la mujer de la noche, la dama del salón. Era demasiado bello para ser verdad, hasta me olvidé por unos momentos que era hombre, que tenía familia y que todo lo que vivía era temporal y que acabaría tan pronto y regresara a mi hogar. Felipe fue muy cariñoso, me abrazaba fuerte, me besaba, jugaba con mis oídos, me daba besitos en el cuello, y nunca soltó mi mano ni por un segundo. Fue muy lindo en todo esa noche mágica.

 

 

Bailamos unas horas, después Felipe quería ir a un bar, pero yo le confesé que estaba muy cansada por los tacones y de bailar tanto. Así que compró una botella de tequila, unas cervezas y unos refrescos. Regresando al hotel, era como medianoche, subimos a nuestra habitación, Felipe me dijo que me pusiera comoda, y que encontraría algo para estarlo en el cajón debajo de la T.V. Abrí el cajón y encontré un precioso babydoll. Era color rosa fiusha, semitransparente, con una minitanguita de hilo dental, de frente tenía unos finos encajes en el área del busto, pero bien dejaba ver casi todo. El pliegue caía a un poco más abajo de la cintura, bombacha y amplia.

 

 

Le dije a Felipe que me esperara un poquito para arreglarme y probarme su regalo. El concedió y me metí al baño para quitarme todo lo que traía y retocarme el maquillaje. Me desvestí toda, y noté que de pura emoción tuve una erección. Esperé unos minutos para que se me bajara, sino, no se me iba a ver bien la tanguita fiusha. Al no bajarse, decidí que con agua fría y pensar cosas malas se me quitaría. Mientras pasaba, de mi maletita de maquillaje saqué lubricante y una pipeta de plástico (del que usan las mujeres para aplicarse crema vaginal) y rellené todo mi interior todo lo que pude del tubo de lubricante.

 

 

Después de maquillarme con tonos rosas intensos para combinar con el babydoll, haber preparado mi cosita con lubricante, y escondido muy bien mi parte de hombre. Me dispuse a salir en todo glamour para hacerle el amor a Felipe. Él estaba acostado en la cama, ya sin ropa, pero con una sábana encima, con las luces bajas, y con algo de música que puso de su celular. Yo con el pelo suelo, arreglada hermosa, con tacones altos, y lista para la acción.

 

 

Me invitó a acostarme con él, me fui acercando lentamente con un caminar de coqueteo y contoneo, luciendo mis hermosas y largas piernas. Al llegar a su lado, se descubrió, dejando todo su cuerpo a mi disposición. Su pene no estaba erecto aún pero a pesar de eso se veía enorme. Me dijo que mi nueva asignación de trabajo era hacer que se "parara." Así que como empleada obediente, no lo pensé dos veces y bajé mi cabeza para comenzar a besarlo.

 

 

Su pene se veía como una pequeña serpiente larga y blanca. Tenía algo de vello pero no mucho. Comencé a besar su cosa lentamente dando breves toques con mis labios. Lo tomé con mi mano, mientras que con la otra me apoyaba en la cama. Luego de besos comence a lamerla, de abajo para arriba, lento y suave, noté como empezaba a ponerse de pie poco a poco. En este punto la tomé con mis dos manos y con mucho cuidado la acaricie sin tocarlo con mis largas uñas.

 

 

Todavía no estaba totalmente erecto cuando vi que su tamaño y grosor eran impresionantes. Ya mis dos manos se veían pequeñas, su pene ya era más grande que mi cara. Le dije sorprendida: -¿Cómo es que puedes cargar con esto?- Pero seguí besando, lamiendo y acariciando como si se me fuera la vida en eso. Finalmente, lo empecé a introducir en mi boca, primero la punta nada más. Dando suaves besos y toques. De repente mordía sus testículos y los besaba, y luego regresaba a meterme su cosa en mi boca, mientras que mis manos jugueteaban con su palo de lado a lado.

 

 

Llegó el momento en que estuvo totalmente erecto. Esa cosa no era humana. Era un animal, una anaconda. Le dije sensualmente: -no sé cómo cupo eso dentro de mí hacía rato-, y él me contestó, -es muy fácil, no te la metí toda-, eso me produjo miedo y exitación a la vez. Seguí chupando y besando ese pedazo gigante de carne, deseando cada vez más tenerlo dentro de mí. Si hubiera sido mujer, en ese momento hubiera estado muy mojada, sin lugar a dudas.

 

 

Lo metía cada vez más dentro de mi pequeña boca. No cabía su grande herramienta, cada vez más y más profundo. Tuve que decirle que se pusiera de pie, y él parada al lado de la cama y yo en cuatro, pudiera entrar mejor en mi boca y llegar hasta la garganta. Él me dejo hacer los movimientos, suaves y delicados, y luego, cuando me apasioné más lo empecé a hacer cada vez más rápidos y a tocarlo con mi lengua con mucha más pasión.

 

 

-Muy bien, ya cumpliste con tu trabajo- me dijo él satisfecho.
-Ahora toca tu bono de productivdad- continuó sigilosamente.
Me hizo voltearme viendo hacia la cabecera de la cama, se puso detrás de mí, y acercando su cara, comenzó a lamer entre mis nalgas, suavemente pero muy apasionado.

 

 

-Mi mujer nunca logra que tenga buenas erecciones, y tu solita lo hiciste, mi amor- me confesó Felipe, antes de hacer un lado con el dedo el hilo de mi tanguita rosa y clavar su lengua en mi ano.

 

 

-Ahhhhhhhhhhhh- grité yo. Me tomó por completamente desprevenida. Nunca había experimentado tanto placer.
-Que rico papi, me gusta- continué gimiendo de placer. Mientras que inenterrumpidamente metía su lengua hasta el fondo de mí, haciéndome sexo oral como un dios.

 

 

-Dime que me amas, mamita- me pidió Felipe.
-Sí, te amo, te amo- exclamé entre gemidos de placer y lujuria que ya desbordaba de pasión.
En ese momento, se incorporó y en un segundo me penetró hasta el fondo. Gracias a la lubricación que me pusé antes no me dolió tanto, además de la saliva que ya estaba en mí. Me quede sin palabras, de un golpe la logró meter toda, ¡y era gigantesca! No sé donde cupo todo eso.

 

 

-Ahh mamita, me encantas, estás bien apretadita- me dijo Felipe con mucha pasión.
-Siento más rico que con mi esposa, eres toda una mujer, eres una diosa- me continuó diciendo mientras que con movimientos suaves entraba y sacaba su aparato dentro de mí.

 

 

La volvió a sacar toda, y la metió de estocada de nuevo. Ahora sí me había dolido. Pero luego lo hacía lento y tierno, mientras me decía que me amaba y que era mejor que cualquier mujer.

 

 

Al notar el dolor que me producían sus estocadas repentinas, dijo querer terminar dentro de mí y que lo haría pronto, pero que tenía que aguantar, yo estaba ya muy excitada, mi pene ya no soportaba más estar escondido y quería salir de su escondite. Felipe se acomodó de pie, reacomodó mis piernas abriéndolas un poco más, me advirtió lo que iba a hacer, y en un momento volvió a entrar y salir rápido castigando mi ano y haciéndome ahora gritar de dolor.

 

 

-¿Te duele corazón?-me gritó Felipe.
-Sí, sí me duele- le dije yo todavía envuelta en pasión.
Vovió a hacerlo ahora más salvajemente, entrando y saliendo sin piedad, como queriendo perforar mi interior, como acuchillandome con su pene una y otra vez.
En ese momento gritaba yo ya de dolor, ya no tenía pasión, ni amor, ni nada, solo quería que terminara. Felipe no se detuvo.
 
-¡Para! ¡para ya! ¡me duele! ¡detente!- le imploré inútilmente, pero parecía que eso le daba más fuego en lugar de frenarlo. Sentí como una ráfaga de metralladora entraba en mi cuerpo deshaciendo mi interior. Como si un cuchillo hiciera trizas un pedazo inservible de carne perforándolo y deshollándolo.

 

 

-¡Detente por favor! ¡ya no puedo más!- le dije en llantos y gritos de sufrimiento, traté de zafarme pero me tomó con tanta fuerza, oprimiéndome que me dominó y no pude moverme más. Mi pene ya se había salido de su lugar, había estado totalmente erecto y hasta tuve eyaculación sin siquiera tocarme. Me sentí como una cosa, una basura, una nada, como una taza de baño que solo servía para tragar excremento y orina.

 

 

Felipe explotó dentro de mí. Sentí como su semen llenaba mi interior como si mi sangre recorriera todas mis entrañas. Al terminar de descargarse, se salió de mí, me soltó y se fue al baño.

 

 

Yo me quede nuevamente tirada, aunque ahora en la cama, inútil, desgastada por el dolor, sentí como mi vientre palpitaba y de mi ano vertía toda clase de líquidos blancos y rojos. Felipe se cambió y se fue del cuarto. No comentarios, no perdón, no "me gustó mucho", nada, ni siquiera me dijo prostituta o cualquiera esta vez. Solamente se fue.

 

 

Yo, otra vez en llantos, fui a lavarme al baño, me bañe muy bien, me quite todo el maquillaje y todo lo que traía de mujer. Pensé que no tenía que vivir esto más, tomé ropa de hombre de Felipe y me cambié. No quería estar un minuto más ahí, tomé mi celular para buscar un taxi e irme velozmente al aeropuerto o central de autobuses y huir de ahí.

 

 

Deje todas mis cosas de mujer, solo me lleve la ropa puesta y mi cartera, y azoté la puerta para ya no volver jamás. -No sé que estoy haciendo- pensé yo -en verdad, estoy mal- y me fui de ahí.
 
 
 
Escrito con ayuda de:
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