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La excursion

en Orgías

La excursión

Soy Marta.

Era un día caluroso.

Me había dejado convencer para acompañar a Juan, Oscar y Carlos a una excursión como las que hacíamos cuando éramos niños.

Salimos sobre las diez de la mañana y habíamos recorrido durante dos horas la orilla del rio hasta alcanzar una zona donde el agua se embalsaba y creaba una piscina natural.

Durante el trayecto recordaba mis años de infancia, la libertad de vivir en un pueblo y los momentos felices pasados con mis amigos.

Faltaban Pedro, Julia y Ana de aquellos 7 que componíamos la cuadrilla antes de que me fuera a vivir a Madrid.

Ese verano mis padres decidieron viajar al extranjero y yo, dejarles disfrutar durante las vacaciones.

Me fui al pueblo donde me aloje en casa de una tía.

Juan seguía viviendo allí. Oscar y Carlos, al igual que yo, se habían trasladado a la ciudad.

Me alegré mucho de volver a ver a mis “viejos” amigos: ninguno superábamos los veinte años.

Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando descubrimos cómo habíamos cambiado físicamente.

Habían mejorado e incluso Oscar, que de niño era un poco gordito, presentaban una pinta excelente.

Por mi parte, yo también he cambiado. No me pasó desapercibido cómo miraban mis tetas, el culo y la entrepierna. La culpa: aquellos ajustados vaqueros y la ligera blusa que vestía.

Era perfectamente consciente de las pasiones que despertaba en Madrid cuando paseaba así vestida. Tengo la suerte de tener un buen cuerpazo,… para que lo digan mis amigas…

Había elegido esa ropa porque quería impresionar en el pueblo. Objetivo cumplido.

Juan, conocedor del terreno, fue quien propuso rememorar aquellas excursiones para celebrar nuestro reencuentro. Ropa cómoda, una gorra, calzado deportivo y una mochila con la comida y bebida que fuéramos a tomar. Eso es lo único que necesitábamos cada uno.

Llegamos sudorosos. El calor y el esfuerzo habían logrado  que nuestra ropa se humedeciera por el sudor.

Buscamos la sombra de unos arboles para descansar y dejamos las mochilas, no muy cargadas sobre un manto de hierba bajo los mismos.

Los chicos aprovecharon para vaciar toda aquella agua que habían bebido durante la marcha. Ellos lo tenían muy fácil. Se alejaron un poco y, de espaldas  a mi, lo hicieron.

Yo también había bebido mucha agua y tenía ganas. No veía otra solución que alejarme y hacerlo tras un árbol. No me quedó mas remedio que bajarme los pantalones cortos aunque, una vez agachada, fue suficiente con desplazar las bragas hacia un lado. El árbol y algo de vegetación me cubrían aunque yo podía observarlos a través de la maleza.

Sentados en el suelo, miraban hacia donde estaba, aunque creo que no podían ver nada.

Volví a aparecer mas relajada. Me resultaba muy molesto aguantar las ganas.

Nos sentamos en un improvisado círculo y empezamos a recordar anécdotas de juventud mientras calmábamos el calor volviendo a beber con fluidez. Aquí veníamos desde muy jóvenes. Al principio, nos traían nuestros padres. Recordamos que en esa época nos bañábamos desnudos, normal por nuestra escasa edad.

Conforme fuimos creciendo, el lugar se convirtió  en una zona habitual a donde programábamos las excursiones. Desde los diez años, no había vuelto.

La zona era muy similar. Lo único cambiado era la afluencia de gente. En estos años el pueblo se había modernizado mucho. Tenían una excelente piscina mucho mas a mano y sin esfuerzo.

El calor apretaba y Juan propuso darnos un baño. Era una excelente idea pero había un problema: ninguno lo había pensado y nadie había traído bañador.

Juan encontró una rápida solución, bañarnos en ropa interior. Según él, ninguno tenía nada que no hubiéramos visto ya.

Recordé que con escasos ocho años, al lado de uno de aquellos arboles, mi madre nos encontró a Carlos y a mí curioseando las diferencias de nuestros sexos. Esperaba que Carlos tuviera peor memoria.  A mi se me quedó grabado por la cara que puso mi madre.

Aquella propuesta era para mí inasumible. Me apetecía darme un baño pero no me iba a meter en ropa interior habiendo tres tíos allí. Si hubieran sido chicas no me habría importado.

Decliné la invitación alegando que no me apetecía. No quería que me tacharan de estrecha, aunque algo de razón habrían tenido. Lo cierto es que “la chica de ciudad” se estaba rajando.

Ellos no le dieron importancia. Se quitaron la ropa y quedaron en calzoncillos. Tampoco era nada del otro mundo. A veces la diferencia entre este y un bañador sólo está en el tejido.

Se zambulleron en el agua sin esperar. Observaba con envidia a los chicos. El tamaño del embalse era  grande. Hacían pie en el fondo y se podía nadar casi 30 metros sin tener que parar. El agua era clara fruto de su renovación constante y el fondo, de piedra, evitaba que se enturbiara.

Veía a mis amigos disfrutar y yo sufriendo aquel bochornoso y seco calor. Empecé a arrepentirme de mi decisión pero no quería reconocerlo.

A gritos, desde el agua, Juan me invitaba desafiante:

- ¡Marta, cobardica, métete en el agua que está muy buena!

Aquella provocación me sirvió de excusa para cambiar de opinión sin ser realmente consciente de la decisión.

Mientras los chicos seguían entretenidos en el agua, peleando entre ellos, aproveché para quitarme el suéter y los pantalones cortos. Me quedé en ropa interior. Podría pasar por un bikini rojo salvo por el tejido. Demasiado fino y semitransparente para ello. Consiente de la situación, me zambullí rápidamente en el agua.

El agua estaba fría y el calor que yo tenía, aún la hacía parecer más. Sumergir mi sexo y luego mi estómago fue la parte más difícil. Al llegar el agua a mis pechos sentí como se contraían los pezones, haciéndose más puntiagudos.

Cuando se percataron de mi entrada en el agua, dejaron de enredar entre ellos y se acercaron a mí.

Volví a ser el centro de atención de los tres. En realidad, me convertí en el objetivo de su juego. Rodeada por los tres, quien estaba detrás de mi aprovechaba para empujarme o intentar sumergirme. El juego era francamente desigual y yo lo acepté defendiéndome de quien lo intentaba.

En mis tiempos de pandilla me había ganado fama de peleona y evidentemente me estaban poniendo a prueba.

Respondía a cada ataque con un manotazo. El juego era divertido y yo mantenía las defensas.

Nuestras risas se mezclaban con el sonido de mis golpes cuando alcanzaban su objetivo.

Alguna de sus manos, consciente o inconscientemente, acabo empujándome de las tetas.

El juego había conseguido que entrara en calor. El agua estaba muy agradable y nítida… tan nítida que al mirar hacia el fondo algo me llamó la atención. Óscar llevaba calzoncillos  negros  y a pesar de la claridad del agua no veía nada oscuro en la zona donde debían estar. Una observación con más detenimiento y pude apreciar algo que me pareció una polla… Se había quitado el calzoncillo y estaba en pelotas.

Miré a Juan temiéndome algo parecido y efectivamente así era. Busqué a Óscar y estaba igual. Empecé a pensar que me habían preparado una encerrona.

Parecieron darse cuenta de mi observación y mientras yo permanecía indecisa,  Juan me sorprendió por la espalda, agarrando  mis brazos y apretándose a mí. Sentía tras de mi espalda el contacto y el empuje carnoso de su miembro.

Con su fuerza y envergadura, le fue fácil inmovilizarme. No podía zafarme de él por más que me agitaba.

Carlos y Oscar se aproximaban hacia mí así que no me quedaba otra opción que defenderme con los pies. A pesar de tener los brazos inmovilizados, me impulse para elevar los pies sobre el agua y defenderme pataleando.

No me sirvió de mucho. Tras varias patadas sin encontrar destino, uno de mis pies fue capturado por Carlos y a Oscar le costó muy poco hacerse con el otro. Había perdido la batalla.

Dejé de resistirme en señal de rendición. Mi cuerpo flotaba, boba arriba, sobre el agua mientras me retenían. Esperaba que me soltaran pero me pareció que no era una de sus prioridades. Me observaban embelesados. Localicé el objeto de sus miradas coincidiendo los tres en  mi entrepierna.

¿Qué ocurre? – me pregunté.

Miré hacia donde ellos lo hacían y descubrí con espanto el motivo. La tela de mis bragas con el agua, eran prácticamente transparentes. ¡¡Vamos, que me veían el coño!!

Por la cara que ponían, aquella visión les estaba gustando. Elevé la vista a mis pechos. La situación era la misma. El sostén, también trasparente, dejaba ver mis tetas y los pezones.

Con esto no contaba. Moví las piernas desesperadamente, mientas reía nerviosa, en un intento de zafarme para sumergir mi cuerpo. Los tres aguantaban sin soltarme, siguiendo con su juego. Por nada del mundo me iban a oír implorar que me soltaran.

Carlos y Oscar, además, se alejaron un poco en dirección opuesta separando aún mas mis piernas. Mi sexo quedaba más expuesto. Intenté girarme y juntarlas pero  mi fuerza no era suficiente.

El juego estaba llegando demasiado lejos. Emplee un tono más imperativo

-          ¡¡Soltarme, cabrones!!

Era evidente que no llevaban intención. Oscar tomó la iniciativa y mientras continuaba inmovilizando mi pierna izquierda, acerco la otra mano a mis bragas. Introdujo la mano abierta, hacia arriba, entre ellas y mi sexo y la cerró reduciendo la parte delantera de las mismas a la mínima expresión. Sus nudillos en contacto directo con mi sexo me produjeron un ligero escalofrío.

-          ¡Veremos si tienes el coño como lo recuerdo! – exclamó Óscar, mientras desplazaba su mano, y el pedazo de tela comprimido, hacia él.

¡El muy carbón se acordaba de cuando nos sorprendió mi madre! – pensé para mis adentros.

Al tirar de aquella ligera cubierta que eran mis bragas dejó a la vista mi sexo.

-          ¡Joder, que coño más bonito! – exclamó en voz alta - ¡y te ha crecido un montón!

-          ¡Tienes menos pelos que de niña! – gritó divertido y manteniéndolo a la vista, libre de obstáculos.

Antes de que pudiera responderle, Carlos me sorprendió con su rápida acción. Manteniendo fija mi pierna, con la otra mano me agarró de un glúteo y simultáneamente colocó  su boca entre mis piernas.

Noté su lengua lamiéndome como un perro y mover hacia los lados mis labios vaginales. Se entretuvo repitiendo lo mismo mientras yo me agitaba y les insultaba, más por disimular que porque deseara que lo dejaran. Estaba perdiendo mi compostura, aunque, pensé, mi postura no era la mas idónea para mantenerla.

Aquel movimiento frenético a un lado y a otro me provocaba una incierta y placentera sensación en la zona. Poco a poco conseguía ahondar más en mi vagina. Creo que mis labios debido a la humedad y al frotamiento, estaban aumentando considerablemente.

Tras varios minutos en ese estado, la lengua de Carlos estaba dentro de mí, moviéndose adentro y afuera, arriba y abajo, paseándose por mi clítoris.

Óscar siguió tirando de las bragas hasta que se oyó el desgarro de la tela y se convirtieron en una cinta alrededor de mi cintura.

No conforme con su proeza, dirigió su mano al sostén, entre mis tetas y enganchando la cinta de unión de las copas, tiró de ella. El sujetador aguantó muy poco. Se tensó y estalló saltando el elástico. Mis tetas flotaban libres en el agua  y Óscar aprovechó para abarcar una con la mano, apretarla y moverla en todas las direcciones.

¡Cuantas veces había fantaseado con algo parecido! Otros actores, otros lugares, otros escenarios, pero muy similar: varios tíos forzándome y yo sin poder evitarlo. Con esa fantasía me había hecho una paja y corrido muchas veces.

Aunque me gustaba, no pensaba ceder fácilmente. Me veía follada por los tres pero no deseaba que me tomaran por una puta. Seguí resistiéndome como si no lo quisiera. Algo me decía que no iban a parar al menos hasta que se corrieran.

Carlos sacó su lengua de mi interior.

Juan tiraba de mí hacia la orilla. El suelo tenía una ligera pendiente y sus cuerpos empezaron a quedar mas a la vista.

No podía observar a Juan pero sí a Óscar y Carlos que seguían sin soltar mis piernas. Sus pollas quedaron por fin a la vista. Estaban gordas y erectas.

-          ¡Ahora me toca a mí! – dijo Óscar mientras se metía entre mis piernas abiertas.

No perdió el tiempo. Con la mano libre cogió su pene y lo enfocó a mi coño.

Lo vigilaba y me percaté de su forma. Su glande acababa en una especie de anillo  delante de su piel tensada y retirada hacia atrás.

 Metió la punta entre mis labios vaginales. La movió en círculo y empujó. Entró  más. Sentía la presión en mi interior, abriéndose camino poco a poco y en un instante pareció superar un obstáculo y penetrar con más facilidad. El anillo de su polla había pasado la parte mas estrecha de mi coño. Siguió empujando hasta que su vientre chocó con mis piernas y le hicieron de tope.

Comenzó una sucesión de movimientos limitados hacia afuera por aquella forma de anillo que tenía en su pene y hacia dentro por mi propio cuerpo que no le permitía entrar más.

Me volvían a entrar ganas de hacer pis y el cabrón de Óscar no hacia más que presionarme por todas partes. Me pareció una justa venganza y comencé a orinar mientras me follaba. El calor del líquido le debió poner más cachondo. Notaba su polla palpitar dentro de mi, presionándome cada mas.  Su cara se convulsionó y varios chorros de líquido inundaron mi coño. Cada vez que su pene aumentaba de tamaño, expulsada un nuevo chorro de semen que se estrellaba contra mi.

Sacó su polla de mí. Estaba algo más flácida pero unos tics provocaban que recuperara rigidez y volviera a decaer.

Juan siguió tirando de mí sacándole del agua. Como pude, me gire e incorporé para seguirle a trompicones. El semen de Óscar resbalaba por mis piernas.

Me acercó a un árbol. Carlos extrajo una cuerda de su mochila y me ató  las muñecas a una de las ramas.

Ahora se hacia mas evidente que esto estaba planeado. ¿Porqué traer una cuerda si no?

Me deje hacer. Yo estaba mas excitada que ellos ¡Qué ya es decir!

Juan se acercó por mi espalda. Se pegó a mí, se agacho y tomando su pene con una mano empezó a elevarse. Había acertado con el agujero de mi coño. No debió ser muy difícil. Hasta yo, sin verlo ni tocarlo, lo sentía abierto sin resistencia. Cuando se puso en pie, yo estaba en el aire, solo sujeta por las muñecas y todo mi cuerpo descansando sobre su miembro. Era imposible que entrara más. Sus manos rodearon mi cuerpo y se posaron sobre mis tetas.

Cada una aferró uno de mis pechos y empezó a sobarlos mientras doblaba y estiraba las rodillas. Sentía en mi cuerpo como entraba y salía. Notaba aquel objeto rígido apretar desde dentro en dirección a mi vientre. No tardó en correrse dentro de mi coño.

Sacó su polla de mi interior y el hueco fue llenado al instante por Carlos que esperaba pacientemente su turno

No le di ninguna oportunidad para lucirse. Mi cuerpo empezó a convulsionar mientras me corría. Sin provocarlo, apretaba y liberaba convulsivamente su miembro con mi vagina.

No controlaba mis  gemidos que debían oírse a lo lejos. El pobre Carlos aguantó muy poco y enseguida descargó su contenido pero tuvo la cortesía de permanecer dentro hasta que dejé de temblar.

Volvimos al pueblo muy tarde. Ninguno se atrevió a ser el primero en romper el hielo. Les notaba preocupados por lo que yo pudiera hacer.

Al llegar el momento de despedirnos, quise dejar muy claro lo que pensaba sobre lo ocurrido:

-          Escucharme…, lo de hoy  ha sido  muy grave,… ¿Queréis que repitamos la excursión mañana?

Me encanta el pueblo.

Marta.