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¿Conocéis una web que se llama Todorelatos? (3)

en Hetero: Infidelidad

Tras tontear un rato más en la cama, nos duchamos juntos. Laura, riéndose, propuso hacer lo que había escrito yo en el relato, cuando la protagonista le recorta el vello a David, pero me negué rotundamente. No quería tener que darle explicaciones a Lucía, llegado el caso.

Laura y yo nos despedimos y quedamos en que hablaríamos algún día entre la semana antes de que mi mujer volviera de Italia el sábado siguiente.

Llamé a Lucía varias veces entre la semana. Me contó que en Roma se lo había pasado genial, y yo no pude evitar imaginármela retozando con otro tío pero desde luego que no dije nada que le pudiera hacer sospechar que, en realidad, sabía lo que estaba pasando. A fin de cuentas, yo me había tirado a su mejor amiga, aunque en mi caso fue como consecuencia de enterarme de lo suyo y sinceramente creo que en realidad Laura se me había tirado a mi y no al revés.

También hablé una tarde con Pablo, nuestro hijo, suponiendo que estaría con Lucía cenando por ahí pero me comentó que durante la semana, estaba quedando con ella a comer y habían cenado juntos del día de su llegada pero que el resto, su madre había aprovechado para ir de compras y luego ya se había ido a su hotel directamente, sin cenar con él. A Pablo, esto le parecía fantástico porque no le estaba interfiriendo en su vida de erasmus, que a su madre no le contaba, pero que yo tenía claro en qué consistía, teniendo en cuenta que Pablo compartía piso con una francesa y una checa, o eslovaca, o de un país de por ahí, no sé...

Me supuse que quizá el amante de Lucía, no sólo había estado con ella en Roma sino que quizá, se había desplazado también a Milán y estarían aprovechando las noches. Esto me preocupó, porque intuí que a lo mejor lo de Lucía y ese tío, no era sólo cosa de sexo.

Quería quedar con Laura e intentar sonsacarle más información. Al final quedamos el viernes, fuimos a cenar a un sitio alejado de los que solíamos frecuentar cuando salíamos en grupo y al terminar de cenar le comenté a Laura lo que había hablado con mi hijo respecto al comportamiento de su madre, pero Laura fue tajante:

Jose, lo que me dijiste el otro día que planteabas hacer al regreso de Lucía, me pareció increíble. Eso es una declaración de amor de las de verdad. De las que derriten a una mujer y no las chorradas esas de ponerse de rodillas con un anillo que salen en las películas americanas. Por favor, no lo estropees.

Visto lo visto, no iba a conseguir nada de información así que decidí cambiar de tercio.

O sea, que tú te derretiste con lo que te conté.

No hijo. Creí morirme de la envidia y no me pidas detalles de mi vida personal y de las causas de mi separación de Antonio, porque es mejor que no las sepas.

Laura, te prometo que no quiero saber nada que tu no quieras contarme. Pero si no fuera porque, a pesar de todo, sigo queriendo a mi mujer, te juro que mataba por tí.

Laura se ruborizó y estiró su brazo para acariciar mi mano. Estábamos en un restaurante abarrotado y no era plan que dos cincuentones se pusieran como tortolitos a dar el espectáculo. Así que pedimos la cuenta y nos fuimos hacia su casa.

Fue cruzar el umbral y lanzarnos a besarnos como posesos mientras nos íbamos desnudando el uno al otro. Desnudos, yo frotaba mi pene erecto contra su vientre y la iba empujando hacia el sofá del salón para sentarla y poder follarla pero ella paró un momento:

Espera ansioso… vamos a tomar una copa antes ¿no?

¿Así?… ¿En pelotas?

Aquí no nos ve nadie y a mi me parece excitante, dijo riéndose

Laura, para mi monótona vida sexual, era una bomba y me ponía a mil. No podía evitarlo.

Se levantó y preparó un par de gintonics mientras yo disfrutaba al ver sus tetas bambolearse mientras agitaba las copas y su coñito cerrado cuando se sentó a mi lado cruzando las piernas. Nos tomamos las copas mientras ella me acariciaba la polla para evitar que se me bajase del todo mientras hablábamos. Yo la verdad es que estaba más a sus tetas que al gintonic, además en mi caso, el alcohol y el sexo no mezclan bien, así que con la copa mediada y aprovechando que las caricias de Laura estaban surtiendo efecto, me lancé a comerle las tetas mientras ella apuraba su copa.

Paré un momento. Le quité la copa de la mano para dejarla sobre la mesa y me lancé a besarla con furia. La levanté del sofá y me la llevé en volandas al dormitorio. Caímos los dos sobre su cama, yo encima de ella y seguimos besándonos con rabia mientras yo buscaba con mi pene la entrada de su coño. Ella me paró. Quería ir despacio.

Me puso boca arriba y se bajó a chupármela. Me la estuvo lamiendo un momento, antes de empezar a darme besitos sobre el glande para terminar engulléndola mientras con la lengua hacia círculos sobre ella. Yo aguanto bastante pero ese tratamiento me estaba llevando al límite y se lo dije.

Ella paró, su subió a besarme y a pedirme que se lo comiera un poco. Me corté por lo del último día, pero me había fijado en un par de videos porno e iba a intentar mejorar esta vez, así que la puse debajo de mi y empezando por el cuello, fui bajando besándola por todo el cuerpo hasta llegar al ombligo. Entonces, en lugar de ir directo al grano, empecé a lamerle el interior de los muslos que rezumaban de humedad y muy despacio me fui acercando a su perineo. Luego empecé a subir dando besitos por todo su coño, volví a bajar y sacando la lengua volví a hacer el mismo recorrido varias veces, olvidándome de su clítoris y saboreando su flujo que me sabía salado y riquísimo. Laura empezó a gemir. Lo estaba haciendo bien.

Luego empecé a jugar con mis dedos acariciando su entrada mientras mi lengua se centraba en lamer sus labios vaginales. Poco a poco, fui introduciendo dos dedos en su interior mientras, ahora sí, con la lengua empecé a atacar el clítoris. Laura ya no solo gemía y empezó a contorsionarse dificultándome el trabajo. Seguía haciéndolo bien y empecé a chupar y luego a dar lametones rápidos sobre su clítoris mientras la seguía follando con los dedos cada vez más rápidamente. Laura gemía como una loca pero me agarró la cabeza para pararme e hizo fuerza para que me subiera a besarla.

Subí buscando su boca y nos besamos con furia intercambiando sus fluidos.

Casi haces que me corra, me dijo.

¿Y por qué no me has dejado? Le respondí yo.

Porque quiero correrme contigo dentro, me respondió.

Separé un poco sus piernas y me moví para buscar su entrada. Con lo dura que yo la tenía y lo mojada que estaba ella, entró sin problema hasta el fondo. Laura lanzó un suspiro de placer y empecé a bombear en su interior. Yo después de la mamada que me había hecho y de la sesión de cunnilingus, estaba muy caliente, jadeando y mientras la follaba, le dije:

La próxima vez, no me pares. Quiero que te corras mientras yo te sigo chupando.

… estoy a punto Pepe, me voy a correr…

A mi me queda muy poco, le comenté jadeando. ¿Donde me corro?

Donde quieras, me dijo. Pero me encanta ver como te sale la leche.

Tras decir esto, Laura convulsionó, gritando y elevando sus caderas hasta clavarse mi polla lo más profundamente que pudo.

Me está subiendo la leche, le dije a Laura saliéndome de ella y corriéndome fuera, echándoselo sobre el pubis y dejándole el poco vello que tenía, bañado de esperma

Ella miraba como me corría sobre su coño. Al terminar, con la polla aún rezumando algo de leche se la volví a meter y me tumbé sobre ella para besarnos. Ella me levantó un poco y metiendo la mano entre ambos, recogió un poco de lefa con los dedos que se llevó a los labios mientras me volvía a besar.

Después de descansar un momento, Laura se fue a asear y me pidió que me quedase a dormir con ella, lo que hice pero poniendo el despertador porque a media mañana aterrizaba Lucía de vuelta de Milán y tenía que recogerla en el aeropuerto así que tenía que pasar antes por casa a ducharme y cambiarme de ropa.

Cuando me despertó la alarma del móvil, Laura seguía durmiendo mi lado. Le dí un beso suave en los labios y me levanté. Busqué mi ropa que estaba desperdigada por el pasillo para vestirme, a la vez que iba recogiendo la suya para llevarla a su habitación.

Salí sin hacer ruido y después de pasar por casa y mirar en Internet si el vuelo llegaba en hora, que por una vez lo hacía, tiré hacia el aeropuerto. A pesar de ser sábado, había mucho tráfico y llegué tarde. Tras aparcar y mirar en las pantallas vi que el avión de Lucía ya había tomado tierra así que aceleré el paso hacia la sala de llegadas. Según iba recorriendo los pasillos de Barajas y ya cerca de la zona de llegadas de la terminal, vi al fondo a Antonio, el todavía marido de Laura. Tenía pinta de que acababa de aterrizar y salía con mucha prisa en dirección a la zona de taxis. Antonio trabajaba en una consultora y se pasaba casi todas las semanas trabajando fuera de Madrid así que no era nada extraño encontrártelo en el aeropuerto. Más de una vez Laura y él se habían hecho buenos viajes de vacaciones con los puntos que conseguía en sus innumerables viajes de trabajo. En otro momento hubiese ido a saludarlo pero estaba lejos, se le veía con prisa y yo también la tenía. Además, venía de pasar la noche con su todavía esposa, así que tampoco me apetecía mucho, la verdad.

Al final llegué a la zona de llegadas. Los primeros pasajeros ya estaban saliendo y al momento salió Lucía. Nos abrazamos y le dí un beso en los labios. Ella estaba cariñosa y me acarició el pelo mientras la besaba.

Cogimos el coche para ir a casa. Lucía se pasó el trayecto contándome todo lo que había estado haciendo con Pablo y que se le veía muy bien, que vivía en un piso muy bonito pero que estaba muy lejos del centro y que sus dos compañeras eran muy simpáticas y muy monas también. Que hijo de puta el niño, pensé. Menudo curso que se estaba pegando. Aprobar imagino que aprobaría, porque Pablo siempre fue buen estudiante, pero seguro que se estaba hartando de follar.

Le pregunté a Lucía por el fin de semana en el que, supuestamente, había estado sola en Roma. Me apetecía ver si caía en alguna contradicción, pero no. Me contó los sitios en los que había estado, los restaurantes en los que había comido y cenado, todo normal. Yo conocía bien la ciudad porque habíamos estado juntos un par de veces antes y todo cuadraba. De todas formas si me estaba engañando, lo que era casi seguro después de lo que me dijo Laura, tampoco era muy difícil de ocultar.

Pasaron las semanas y nuestra vida volvió a ser completamente normal, incluyendo la estricta dieta sexual a la que me sometía Lucía. De vez en cuando le daba alguna vuelta al tema de su infidelidad pero mi intención de olvidarme del asunto era sincera. No quería interferir. Si la aventura de Lucía había sido simplemente un pasatiempo para echar una cana al aire, se olvidaría pronto del tío con el que había estado y nuestro matrimonio, al menos por mi parte, continuaría como siempre. Yo podía ser un cornudo consentidor, según quien lo mirara o un hombre que quiere a su mujer por encima de todo, como pensaba Laura, pero lo que no podía evitar por mucho que me lo propusiera, era darle vueltas a quién podría haber estado acostándose con mi mujer, si es que no seguía haciéndolo.

Sopesé investigar su teléfono pero me daba mucho reparo. Ni Lucía a mi, ni yo a ella, nos habíamos pedido nunca las claves de nuestros móviles o las contraseñas de nuestros correos electrónicos. Joder… nos respetábamos y confiábamos el uno en el otro. Alguna vez mientras veíamos la tele me fijaba en los whatsapps que le entraban al móvil pero nunca leí nada sospechoso. Lucía había días que llegaba muy tarde pero en su trabajo eso había ocurrido siempre. Y también, por trabajo, viajaba de vez en cuando a Barcelona, o a Sevilla, o a Galicia y hacía noche allí, lo que no podía evitar que en mi cabeza surgieran dudas pero era ridículo. Lucía siempre había tenido que viajar entre semana por trabajo.

Hasta llegué a pensar en Antonio, el ya ex de Laura porque un mes después del viaje de Lucía a Roma y de mi aventura con Laura, se divorciaron.

Antonio salía del aeropuerto un momento antes de que yo recogiese a Lucía. Podrían haber venido en el mismo vuelo. Quizá Antonio era el tío con el Lucía había pasado el fin de semana en Roma y luego el resto de la semana en Milán. Pero la idea era absurda. No sólo era que Antonio se pasase el día volando, con lo que encontrártelo en Barajas era casi más fácil que en su casa, es que Laura me había dicho, cuando aún no sabía con quién estaba hablando, que Lucía estaba pasando el fin de semana en Roma con un compañero de trabajo y Antonio no lo era. Además, si Laura hubiera sabido que el amante de su mejor amiga era su, por entonces aún marido, la hubiese matado. Las mujeres eso no lo perdonan y son mucho peores que los tíos. Y Laura y Lucía seguían manteniendo su amistad.

De hecho, ellas seguían quedando a cenar y una semana antes de Navidad con la excusa de las celebraciones y argumentando que Laura estaría muy sola la pobre, Lucía organizó una cena entre los tres. Pensé en alguna excusa para no encontrarme con ellas dos juntas pero me apetecía volver a ver a Laura, aunque fuese con Lucía de por medio. La cena fue divertida y aunque hubo algún cruce de miradas entre Laura y yo, fuimos cuidadosos y sólo en un momento, en el que Lucía fue al baño, Laura me preguntó:

¿Como va todo, Pepe? Simplemente, por el hecho de usar “Pepe” en lugar de “Jose”, sabía que a lo que Laura se refería.

Bien. Lucía está como siempre y todo va bien, le dije.

Me hubiese gustado decirle también que la echaba de menos y que me gustaría chatear con ella alguna vez y saber cómo le iba, pero había que ser realistas. Laura y yo nos habíamos acostado en un momento muy particular para ambos pero no había nada más. Ella me veía como al marido de su mejor amiga y probablemente como al tipo que escribió un relato que le había puesto muy cachonda en un momento complicado para ella. Se había desfogado conmigo, como yo lo había hecho con ella. Punto.

Llegó la Navidad y Pablo vino a pasar las vacaciones con nosotros pero Lucía a diferencia de otras veces, que se ponía eufórica cuando Pablo volvía a casa y no paraba de organizar actividades para que hiciéramos juntos y de preparar comidas “de madre” para que el chaval la echase de menos cuando se marchara, estaba bastante apática. Organicé unos días en la nieve, entre Navidad y Año Nuevo, pero Lucía no mostró el mayor interés. A Pablo le encantaba esquiar y sobre todo presumir y dejarme en ridículo cada vez que hacíamos deporte juntos pero a Lucía no le gustaba nada ni esquiar, que se le daba bastante mal, ni el ambiente de las estaciones de esquí, así que tampoco me extrañó que no quisiera acompañarnos.

En esos dos días en los que estuve solo con Pablo, en una de las cenas, le pregunté sobre la visita de su madre a Milán y me estuvo contando que la notó distinta. Me dijo que comían juntos pero que sólo cenó con ella el día de su llegada y el último, antes de volverse. Pablo a esto no le daba mayor importancia porque así no le había roto su rutina habitual (o sea, aunque él no lo dijera, el folleteo) pero sí que me contó que el último día, en el que sí que cenaron juntos, estaba muy, muy tonta y al despedirse, antes de que ella volviese al hotel, le dijo que le echaba mucho de menos, que le quería muchísimo y que siempre lo haría y que se puso a llorar. Pablo lo había achacado al amor de madre y a que ella se pensara que igual se quedaba en Italia de por vida compartiendo piso con esos dos pibones, pero también a la botella de Lambrusco y el chupito de limoncello que se había atizado durante la cena.

Obviamente, no le dije nada a Pablo, pero aquello sonaba muy mal. Lucía había estado con su amante no solo en Roma, sino también en Milán casi seguro y además si le había dicho eso a su “niño” es porque no se sentía bien con lo que estaba haciendo.

Las navidades terminaron y Pablo volvía a Milán. Le llevamos al aeropuerto y aunque era día laborable yo había avisado en el trabajo que llegaría un par de horas tarde. Conducía su madre y después de dejarle en Barajas, Lucía me llevó a mi trabajo pero durante el trayecto de vuelta, ella empezó a llorar mientras conducía.

¿Qué te pasa mujer? Si en un par de meses está de vuelta… le dije.

Nada, me dijo Lucía sollozando y limpiándose la nariz y los ojos con un pañuelo. Es que veo que se hace mayor y lo pierdo. Nos quedamos solos tu y yo... y Pepe… yo…

Le entró una llamada al móvil. En la pantalla del coche apareció el nombre del contacto: “T.”, sin más. Lucía nerviosa, rechazó la llamada.

Puto trabajo, dijo después de rechazar la llamada entrante y cuando ya llegábamos a las puertas de mi oficina.

Le di un beso y le acaricié la cara.

Estás preciosa. Límpiate las lágrimas antes de entrar en la oficina. Luego nos vemos en casa y Lucía, le dije mirándole a los ojos, sabes que te quiero ¿Verdad?

Lucía volvió a llorar pero no me dijo nada, arrancó y salió hacia su trabajo. Tenía un pálpito. Nadie tiene en su agenda de contactos a un compañero de trabajo o a un cliente con el nombre “T.”

Llegué a casa sobre las seis o seis y media. Lucía no había llegado aún pero eso era lo normal. Apareció sobre las ocho mientras yo estaba viendo noticias en el ordenador, entró y no dijo nada. Se encerró en nuestra habitación. Al cabo de un rato, salió cambiada de ropa y con una maleta de viaje.

¿No me digas que sales de viaje ahora? Le pregunté extrañado porque no me había dicho nada de que tuviera algún viaje de trabajo.

No Pepe. Me voy de casa.

Me hundí. Por mucho que lo había barruntado y que la actitud de Lucía durante las navidades y más aún durante el día de hoy, me pudieran hacer sospechar que algo no iba bien, no me esperaba eso de ella. Ahora ya estaba claro que lo de Lucía con “T.”, no había sido sólo un pasatiempo ni había sido sólo la semana de Milán.

Yo quería conservar nuestro matrimonio, pero eso es cosa de dos y por mucho que hubiera aguantado el engaño con la mayor dignidad posible, estaba claro que Lucía tenía otros planes.

Lo que te dije esta mañana en el coche es cierto. Lucía, yo te quiero. Eres la mujer de mi vida. La madre de mi hijo. Quiero envejecer a tu lado. Te amo Lucía y seguramente mucho más de lo que tú crees, le dije puesto en pie delante de ella como impidiendo que cruzara la puerta de nuestra casa.

Pepe, no lo hagas más difícil. Yo ya no te quiero. Me estoy haciendo mayor pero aún no soy una vieja y necesito cambiar mi vida. Me aburro Pepe. Me aburro contigo. No te soporto.

¿Y a dónde te vas? ¿Hay alguien esperándote supongo? Le pregunté sin revelarle que yo sabía claramente que lo había, aunque aún no sabía quién era.

Lucía no contestó. Abrió la puerta y se marchó.

Continuará