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Evento de Trabajo (1)

en Hetero: General

Hola a todos. Me llamo Marta y voy a contaros una de las experiencias más morbosas y excitantes que me han pasado en la vida. Espero que divertida también pero antes, dejad que me presente.

 

Tengo 41 años y aunque los escritores/as de Todorelatos acostumbran a tener cuerpazos, tetazas, pollones y a ir todos los días al gym para estar fibrados y tener culitos respingones, ese no es mi caso. Me considero una tía normal, no soy un coco pero mentiría si dijese que los hombres giran la cabeza al verme pasar y sin embargo hay una faceta de mi misma de la que me siento especialmente orgullosa: soy especialmente buena en mi trabajo, le dedico todas las horas que puedo y tengo una sana ambición que me ha llevado a tener una carrera profesional creo que exitosa. Soy jefe de ventas en una multinacional de la tecnología que se instaló hace unos pocos años en España, tengo a mi cargo a un equipo de 10 comerciales (8 hombres, 2 mujeres) y mi posición me permite ganar un sueldo muy por encima de la media del país, tener un coche alemán a cargo de la empresa, que no es un Volkswagen precisamente, y viajar frecuentemente por Europa y EEUU. Eso sí, a cambio de interminables jornadas y muchos fines de semana dedicados al trabajo.

Trabajar tanto, no me supone un problema especial ahora mismo. Mi trabajo me apasiona y además no tengo obligaciones familiares: no tengo hijos y llevo tres años divorciada.

Carlos (mi ex) y yo, nos conocimos en la facultad y nos enamoramos como los colegiales que casi éramos de aquella. Cuando terminamos de estudiar y después de unos años en los que gastábamos todo nuestro dinero y energías en salir, viajar y follar, y cuando ya empezamos a tener trabajos estables, nos casamos. Al poco tiempo compramos un adosado en las afueras de Madrid y por esa época más o menos, la magia se acabó. Como os dije antes me considero muy ambiciosa, necesito triunfar en mi trabajo y esperaba (y espero) poder llegar algún día a ser presidenta de una compañía, pero Carlos no era así.

Carlos, del que de alguna manera sigo enamorada, es probablemente el mejor tío y una de las mejores personas a las que he conocido. Era, y supongo que sigue siéndolo, cariñoso, detallista y amable además de un muy buen amante, pero …. siempre hay un “pero” … Carlos era un hombre poco ambicioso en lo profesional, muy tranquilote y que siempre quiso construir una familia. Cuando compramos el adosado y tras un par de añitos de acondicionar la casa y pegarle un mordisco a la hipoteca, Carlos se obsesionó con tener hijos. Yo le daba largas, pero llegó un momento en que la relación se volvió tóxica y giraba exclusivamente en torno a los embarazos y los hijos cuando yo, en realidad, nunca he sentido esa necesidad. En mi entorno, tener un matrimonio feliz y una parejita de niños viste mucho, pero nunca he podido entender a compañeras en posiciones ejecutivas que tienen hijos criados por personal contratado y a los que ven los fines de semana y no todos. Llamadme mala mujer pero no me creo las historias de super-mujeres que triunfan en los negocios y mantienen una saludable vida familiar: Mienten.

Me estoy alargando con la historia de mi vida pero por terminar y como os podéis suponer, Carlos y yo nos separamos. Él se quedó con el chalé pagándome mi parte. Yo me trasladé al centro y si antes ya le echaba horas al trabajo, a partir de ese momento me convertí en una obsesa y empecé a escalar posiciones dentro de la empresa. Eso sí, mi vida sentimental se ha reducido a cero. No tengo mayor problema con ello. Vivo perfectamente sola y no echo en falta la vida en pareja pero claro, una cosa es no vivir en pareja y otra que no te peguen un revolcón de cuando en cuando y eso … eso sí que lo echo mucho de menos. Por eso me he vuelto adicta a leer los relatos de esta página, como fuente de inspiración para lo que os podéis imaginar y por eso tras suceder este verano la historia que quiero contaros, he decidido compartirla con todos los lectores. En parte devuelvo los buenos ratos que me hacéis pasar leyendo esta web.

 

La organización europea de nuestra empresa organiza todos los años al comienzo del verano y antes de que la gente empiece a coger vacaciones una reunión/fiesta de celebración para los ejecutivos de ventas que hayan tenido los mejores resultados en su mercado durante el año anterior. El evento suele ser divertido, con poco trabajo y mucha fiesta de celebración y todos los años se escogen sitios atractivos para organizarlo en alguna ciudad bonita o en algún resort playero. Este año tocaba playa, el evento de marras era en Malta y la delegación española la componíamos tres personas, yo misma como jefe del equipo de ventas y dos de mis comerciales, Andrés y David.

Como llevo ya unos años trabajando en esto, tengo perfectamente catalogados a los ejecutivos de ventas y, con sus matices, hay dos estilos claramente diferenciados. Están por un lado los comerciales tradicionales, gente que lo mismo te vende una cosechadora que el último software de gestión empresarial, que no tienen grandes conocimientos de los productos que venden, pero lo suplen con labia, empatía, don de gentes y una lista de contactos que les permite acceder a casi cualquier cargo relevante dentro de sus clientes. Andrés era el prototipo de vendedor “clásico”. Más próximo a los cincuenta que a los cuarenta, de buena familia y educado en colegios caros, conocía y se trataba con todos los apellidos importantes del país. Casado con una mujer florero más pija si cabe que él, que jamás había trabajado y a la que yo conocía de alguna celebración navideña en la que nos habían presentado, la señora se dedicaba en exclusiva a la cría y educación de los dos vástagos adolescentes de la pareja, pero se debía dedicar poco por las historias que a veces contaba Andrés sobre las andanzas de sus retoños, que por lo visto habían salido igual de pijos que el padre, pero con el mismo gusto por el trabajo que la madre.

El otro estilo comercial es el “técnico”. A diferencia de los “clásicos”, este grupo conoce a la perfección los productos que vende, suelen trabajar en equipo y echar muchas horas al trabajo, son serios y prefieren las reuniones de despacho a las comidas de trabajo. No tienen el mismo nivel de acceso a los clientes que los otros, pero lo suplen con constancia y presentando ofertas muy trabajadas en tiempo y forma. David era el ejemplo más típico de este grupo de comerciales en mi equipo. David es un chaval que no creo que llegue a la treintena, lo que en un departamento comercial es ser junior, al que yo misma había fichado desde un programa de post graduados. David sobresalía, aparte de por sus capacidades profesionales, por el casi metro noventa que levantaba, que siempre llevaba barbita de dos o tres días y que los trajes le sentaban más bien mal. Se notaba a la legua que, a diferencia de Andrés que debió de nacer con un traje y una corbata ya puestos, a David la ropa formal le parecía un uniforme impuesto. En la oficina, era bastante reservado respecto a su vida privada y lo cierto es que yo ni sabía, ni me importaba, si estaba soltero o casado (aunque por la edad lo normal hubiera sido lo primero), o si tenía novia o simplemente pasaba de relaciones.

Por abreviar, que me estoy alargando mucho, una mañana de martes a finales de junio de este año, quedamos en el aeropuerto Andrés, David y yo para coger nuestro vuelo e irnos a pasar los tres días de celebración de turno. Yo me había pasado primero por la oficina a rematar un par de temas y a dejarle indicaciones a Gloria, mi asistente, sobre varios asuntos importantes que dejaba en el aire así que me presenté tarde en el aeropuerto donde Andrés y David ya estaban esperándome. Andrés iba “business casual” eso sí, no había logotipo de marca pija que no luciese en alguna parte de todas y cada una de las prendas que llevaba puestas. La sorpresa fue David al que yo sólo conocía de la oficina y nunca antes había visto vestido de calle porque estaba muy mono el condenado, llevaba bermudas, un polo bastante gastado y unas zapatillas más gastadas si cabe pero claro, con su altura, la barbita y esa juventud envidiable a una le entró un cosquilleo que, de no ser por lo obvio, no sé si no le hubiera echado la caña.

El vuelo hacía escala en Roma y en principio deberíamos aterrizar en Malta sobre las seis de la tarde, pero la conexión se retrasó, nos tocó esperar un par de horas de más en Roma y terminamos aterrizando en Malta pasadas las ocho pero es que encima desde el aeropuerto al resort donde se iba a celebrar el evento, en el norte de la isla, el taxi tardó otra hora larga, de forma que cuando llegamos al hotel eran casi las diez, lo que para Junio no está mal porque acababa de oscurecer pero en Malta, donde se siguen los horarios europeos era casi hora de cerrar el restaurante del hotel y nos íbamos a quedar sin cenar. De todas formas, eso no fue lo peor.

Al hacer el check-in resultó que Andrés, que es un auténtico inútil con las herramientas informáticas y todo se lo tiene que acabar haciendo algún compañero o una secretaria, había hecho mal su reserva y aunque estaba inscrito en el evento, no había confirmado su asistencia, por lo que el hotel canceló su habitación. Intentamos arreglar el entuerto, máxime cuando nuestra empresa tenía reservada la mitad del hotel durante esos días, pero ni la labia de Andrés con la chica de la recepción ni mis llamadas a la organización del evento pudieron solucionarlo. El hotel estaba completo esa noche y para el día siguiente tendrían una habitación disponible pero hoy no, y menos tan tarde.

Buscar otro hotel a esas horas no era factible así que al final y tras tener que mediar entre Andrés, la recepcionista y David que ya se estaba temiendo lo peor, sucedió lo inevitable durante esa noche, debería compartir su habitación con Andrés.

Sin dejar las maletas, nos fuimos al único de los restaurantes del hotel que aún servía cenas a picar algo antes de subirnos a dormir porque, aunque Andrés como buen casado cincuentón, quería tomar una copa y aprovechar los tres días que iba a estar sin ver a la familia, pero ni David ni yo estábamos por la labor.

Yo me subí a mi habitación que lindaba con la de David y que ahora también iba a ser la de Andrés.

El verano empezaba fuerte y hacía un calor húmedo y sofocante así que además de poner en marcha el aire acondicionado, abrí la ventana que daba a una terraza con unas vistas espectaculares sobre el Mediterráneo y donde había una tumbona y una mesita. Me pegué una ducha y me puse cómoda para dormir: un pantaloncito corto, una camiseta sin mangas y me metí en la cama, pero a pesar del cansancio y supongo que por el calor, no conseguía pegar ojo. Después de dar vueltas en la cama durante un buen rato y ser incapaz de dormir, decidí salir a la terraza a fumarme un cigarrillo. Estaba intentando dejarlo pero aún así de vez en cuando caía en el vicio y a esas horas sin nada mejor que hacer me apetecía. Salí a la terraza y me quedé de piedra al ver en la terraza de al lado, a David echado en la tumbona de su terraza en calzoncillos, con los ojos cerrados y aparentemente dormido.

No pude evitar darle un buen repaso porque el chaval estaba muy, pero que muy bueno. Sin tener un cuerpo de atleta, no dejaba de tener el vientre liso propio de la edad, una capa de vello fino y castaño en el pecho y unas piernas propias de una escultura de Miguel Angel. Llevaba unos calzoncillos tipo boxer de esos holgados y aunque con ese tipo de ropa interior es complicado entrever lo que hay debajo, daba la sensación de que o tenía algo serio entre las piernas o estaba teniendo un sueño muy agradable. Me encendí el cigarrillo mientras continuaba admirando el panorama, que no era el marino precisamente, hasta que me pareció ver que David se movía.

Rápidamente me puse a mirar al mar mientras apuraba el pitillo y cuando fui a apagarlo para volver a la habitación no pude resistir echar otra miradita, pero David estaba despierto y mirándome. ¡¡Tierra trágame!! La situación era incómoda, un empleado jovencito descubre a su jefa madurita echándole un repaso pero, por otro lado, él estaba mirándome también, a su jefa siempre seria y correctamente vestida, en pijama. Había que romper el hielo de alguna forma y rápido, así que le pregunté lo obvio:

  • ¿Qué haces durmiendo en la terraza?

David, yo creo que al sentirse más incómodo que yo, se recolocó en la tumbona sentándose sobre ella en lugar de permanecer tumbado como antes.

  • Dentro es imposible. Andrés ronca como un búfalo. O duermo aquí fuera, o me visto y me bajo a la recepción y me tumbo en uno de los sofás

Me dio la risa y luego cierta pena por él y la verdad es que sin pensármelo mucho le dije:

  • Pásate a dormir aquí. Mi habitación tiene dos camas, mientras no ronques tú, a mí no me supone un problema.

David, se me quedó mirando un segundo con cara de sorpresa y yo enseguida me di cuenta de el lío que podía provocar pero ya era tarde para negarle al pobre hombre la posibilidad de dormir un rato antes del evento del día siguiente.

  • Tranquila, que yo sepa no ronco o al menos nunca nadie se me ha quejado. Déjame que coja mis cosas y paso.

Ahora si que no había vuelta atrás y a los dos minutos abrí la puerta y David, que se había puesto las bermudas y el polo se pasó a mi habitación:

  • David, si no te importa, yo me vuelvo a la cama a ver si consigo dormir a pesar del calor

  • Claro

David apagó la luz, se desvistió, se quedó en los mismos calzoncillos que llevaba hacía un momento y se metió en la otra cama pero entre el calor y la novedad de compartir habitación con uno de mis empleados seguía sin poder dormir, me giré hacia el lado de la otra cama y allí vi a David de espaldas sin taparse y si por delante era un espectáculo por detrás no lo era menos. Espaldas anchas y un culo como para restregarse con él durante toda la noche. Ahora ya el calor no era sólo el del ambiente, me estaba empezando a poner muy cachonda y si no se me hubiese ocurrido invitar a David a mi habitación, en ese momento me hubiera hecho un dedo.

Pero estaba David, que además se giró en la cama quedando en frente de mí. Estaba despierto y ¡¡Mierda!! Me había vuelto a pillar mirándole:

  • Con este calor no puedo dormir, le dije.

  • A mi me pasa lo mismo

Aprovechando el momento se me ocurrió sacar un tema que me estaba dando vueltas en la cabeza desde el mismo instante en que le invité a pasar a mi cuarto:

  • David, en la oficina todo el mundo te tiene por un tío callado y discreto. Nadie sabe nada de tu vida privada y, tranquilo, que no quiero que me cuentes nada, pero entiende que es mejor que no se sepa que hemos compartido habitación

  • Puedes estar tranquila, como tu dices no me gusta airear mi vida privada en el trabajo. Ahora en dos o tres horas, antes del amanecer, me vuelvo a mi habitación antes de que se despierte Andrés y descubra que no he pasado la noche allí. Nadie en la oficina va a saber que hemos compartido habitación y tampoco le diré a nadie como me mirabas en la terraza.

¡¡¡¡Vaya!!!!! El chaval podría ser discreto, pero estaba claro que de tonto tenía lo justo

  • David, soy una mujer adulta. Divorciada. Eso ya lo sabes. No me puedes reprochar que se me hayan ido los ojos al ver un cuerpo joven y muy bonito por cierto

Mierda. El calentón me estaba pudiendo, le estaba tirando los trastos a un empleado. Un empleado mucho más joven que yo

  • Marta, tu eres una jefa estupenda y una mujer fantástica. No tengo ni idea, ni quiero saber, las causas de tu divorcio, pero el hombre que te dejó, se perdió algo que yo no hubiera dejado escapar.

El hijo de puta me estaba derritiendo. Yo había lanzado la caña, pero él me estaba tirando descaradamente los trastos. En ese momento, David se levantó de su cama, se acercó a la mía, acercó su cara y empezó a besarme de forma muy suave en los labios.

Ahí yo, Marta, una ejecutiva respetada, seria y rigurosa, había perdido los papeles por completo y me olvidé de todo, de mi posición, de la de David y de que al otro lado de la pared estaría Andrés roncando, o quien sabe si escuchando, y no pude más que dejarme llevar. Me incorporé en la cama para poder abrazarme a David a la vez que nuestros besos suaves del principio se iban transformando en una lucha de lenguas mientras las manos de David empezaron a trepar hacia mis tetas que comenzó a amasar lenta y suavemente al principio y con más energía después de quitarme la camiseta de dormir para que ya, sin tela de por medio, pudiera magrearlas a gusto.

Empezaba a estar empapada, David dejó mi boca y bajó por el cuello hasta llegar a mis pezones que empezó a mordisquear mientras yo empezaba a disfrutar ahogando mis gemidos mordiéndole la espalda. Mientras él seguía jugando con mis tetas, aproveché para alargar la mano y cogerle la polla que se le salía por la abertura del boxer. La tenía durísima, mojada en la punta y de un tamaño moderado.

Llamadme rara pero a mí nunca me han gustado las pollas grandes. Uno de mis primeros novios tenía entre las piernas un trasto con el que hoy en día hubiese podido ganarse la vida en la industria del porno, pero en aquella época con mi escasa experiencia y la nula que demostraba él, follar con aquello me acababa doliendo siempre. Más tarde llegó Carlos, mi ex, con su polla más normalita pero con el que el sexo era espectacular y por supuesto, indoloro. Desde entonces, nunca he añorado un pollón como el de los actores porno. Y siempre que leo relatos donde las mujeres lo hacen, me quedo con la sospecha de que, en realidad, están escritos por hombres con complejos.

Pero daba igual, como si David hubiese gastado un carajo del tamaño del Empire State, yo necesitaba aquello y él por lo visto también, porque siguió besando y bajando de mis tetas hacia el ombligo, lo que me obligó a soltar su miembro. Él se separó irguiéndose sobre la cama y se quitó de un tirón el calzoncillo dejando a mi vista su polla erguida sobre un matojo de vello púbico más que consistente. No me dio tiempo a recrearme porque inmediatamente volvió a la cama, me levantó las piernas y me quitó de otro tirón mi pantaloncito dejándome completamente desnuda ante su mirada. Menos mal que él no se depilaba porque yo llevaba sin retocarme el tema, salvo la depilación del bikini, casi tanto tiempo como el que llevaba de divorciada y menos mal también que a él pareció no importarle en absoluto porque automáticamente siguió donde lo había dejado, volviendo a mi ombligo y dirigiéndose raudo hacia mi coño que empezó a besuquear hasta que sacando la lengua me pegó un lametazo desde el perineo subiendo por toda la raja hasta llegar a mi clítoris empapado que empezó a succionar y lamer a la vez que sus dedos empezaban a jugar dentro de mí. Mi espalda se arqueó inmediatamente ante la oleada de placer que aquel hombre me estaba dando. Sentía sus dedos jugar en mi coño, dándome un placer indescriptible. Mis jadeos debían de oírse a estas alturas hasta en la recepción del hotel pero cuando estaba a punto de correrme, David paró. El cabrón sabía lo que hacía. Subió hasta mi boca y empezó a besarme suavemente mientras yo le pedía que siguiera pero él, mientras frotaba su polla sobre mi entrepierna, sin llegar a penetrarme, empezó a susurrarme al oído:

  • ¿Te gusta, mi amor?

  • Me estás matando cabrón …. ¡¡Házme el amor!!

  • Ya te lo estoy haciendo ¿No te gusta?

  • Me encanta, pero necesito que entres dentro de mi

  • Ya estoy entrando ¿no notas mis dedos?

  • Los dedos no. Metémela. Penétrame. Fóllame por favor

Y poco a poco, milímetro a milímetro, noté como la polla de David iba entrando dentro de mí, rellenando mi vagina y haciéndome sentir de nuevo, cosas que hacía muchísimo que no sentía.

David bombeó no mucho rato porque yo estallé en un orgasmo como hacía años que no tenía. Aún no sé cómo no me partí la espalda al arquearla en medio de la explosión de un placer que me llenó toda. Al abrir los ojos tras el orgasmo me fijé en que David, que seguía follándome, estaba a punto de correrse y ¡¡Mierda … sin condón!!

  • No te corras dentro por favor, le dije entre mis jadeos y sus espasmos, a la vez que hacía algo de fuerza para que él se saliera de dentro de mi

David, se salió en el último momento, se tumbó de espaldas en la cama y tras darse un par de sacudidas en la polla, empezó a lanzar chorros de esperma que se extendieron sobre su pecho y abdomen y le dejaron la pelambrera del pubis empapada. Quedó tendido exhausto sobre la cama y empecé a besarle tiernamente mientras con mi mano extendía la leche sobre su vientre evitando que se empapasen las sábanas. Tras unos instantes de relax, me levanté al baño, me lavé las manos, me aseé ligeramente y cogí una toalla para secar a David del corridón que acababa de tener, pero cuando regresé a la habitación, David sin ningún reparo se había dado la vuelta y dormía plácidamente.

 Continuará