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Don Evaristo el profesor.

en Gays

Recibí un mensaje de Andrés en mi móvil donde me decía “-He hablado con Paco y esta tarde tenemos una sorpresa para ti, te recojo a las cuatro de la tarde, lávate bien por dentro”. Antes de contestarle escribí a Paco para preguntarle por aquello y me contestó:

  • No estás obligado a nada pero si aceptas la aventura, ve hasta el final. Sólo puedo decirte que tiene que ver con lo que hicísteis en el bosque y que será muy morboso.
  • Uff, pues si me lo vendes así, no puedo negarme.
  • Le he pedido a Andrés que te grabe, quiero hacerme una buena paja con lo que vas a hacer.

 

Le contesté a Andrés que lo estaría esperando a esa hora. Él me respondió:

  • Vístete de Míriam, con el chándal por encima como la otra vez, yo te llevo la peluca, me ordenó.

 

A las 16:00 yo ya estaba en el coche de Andrés, quien iba conduciendo en dirección a las afueras. Apenas salimos de la ciudad me pidió que me quitara el chándal y me pusiera la peluca, por la autopista nadie me iba a reconocer. Una vez lo hice, él comenzó a decirme:

  • Bueno, Miriam, tengo que contarte un problema muy serio.
  • ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?
  • Sí, no es nada de salud. Es con Don Evaristo.
  • ¿Don Evaristo?
  • Sí, Don Evaristo, el profesor de química.
  • ¿Qué ocurre?
  • Me pilló copiando en un examen y me va a suspender.
  • Vaya.
  • Sí, pero si suspendo química, pierdo la beca y todas las opciones de entrar en la universidad que quiero. Por no decir que mis padres me matarían. Si no fuera tan grave, no me atrevería a pedirte lo que te voy a pedir.
  • ¿Qué me vas a pedir?

 

Andrés puso su mano en mi rodilla, la subió hacia mi muslo y lo apretó con deseo pero también con cariño:

  • Estuve hablando con Don Evaristo y le prometí que haría cualquier cosa con tal de que me aprobase.
  • ¿Y yo que pinto en cualquier cosa que le puedas haber prometido?
  • Que él sabe que tú y yo… que hemos follado. Me oyó contárselo a un amigo de confianza…
  • ¿Que lo sabe la gente? -interrumpí- ¡eres un bocazas!
  • Sí, soy un bocazas -Andrés simulaba arrepentimiento- me merezco cualquier cosa que me digas pero te pido por favor que me escuches y me hagas este favor.
  • Está bien, te escucho, ¿qué quieres?
  • Don Evaristo me dijo que sí había algo que podía hacer por él: concertarle una cita contigo.
  • ¿Una cita? Pero… ¿qué clase de cita?
  • Quiere follarte, así de claro.
  • ¡Joder con Don Evaristo!

 

Yo no tenía ni puta idea de quíén sería el tal Don Evaristo, ni si sería Andrés disfrazado o si se trataría de Paco o de Juan así que inventé una forma de indagar sobre esa cuestion:

  • Pero es que yo no sé si me podría acostar con un hombre que no me gusta.
  • Bueno, el profe me ha dado una foto suya desnudo para que te decidas, por si no estabas convencida sólo con verlo de clase.

 

Llegamos a un semáforo en la entrada a uno de los pueblos del cinturón metropolitano. Entonces sacó su movil, lo abrió y me envió dos fotos por whatsapp. Las abrí y vi un señor bastante guapo de unos 50 años, con barba, muy masculino, vestido de traje y corbata y con unos preciosos ojos verdes. Era muy sexy el cabrón. Iba a follar con él pero cuando vi la siguiente foto tuve aún más claro que quería ser la puta de aquel macho, ¡qué pedazo de polla tenía! Se veía gorda y venosa, se la agarraba por la base y le sobresalía como cuatro dedos por encima de la mano. Además era venosa y cabezona. Aquello era la clase de pollón que me pone los ojos en blanco:

  • Está bien te haré el favor. No me costará chupársela y dejarlo que me eche un polvo.
  • Sabía que podía contar conmigo aunque…
  • ¿Aunque?
  • Él me advirtió que quería domarte, que si eres tan buena puta como yo aseguraba, me dijo literalmente que “él quería ser el semental que te convierta en yegua”.

 

Reconozco que se me mojaron las bragas solo de pensarlo. Por eso contesté, como disimulando:

  • Está bien, lo aguantaré pero por hacerte este favor, me lo pienso cobrar caro.
  • Puedes contar con lo que quieras por mi parte.

 

Condujimos hasta la entrada de un chalet. Andrés aparcó en la puerta, no había nadie en los alrededores:

  • Don Evaristo me ha citado en su chalet para mantener la privacidad de todos. Aquí apenas hay nadie los días laborables y nadie te verá ni entrar ni salir. Además, él tampoco quiere escándalos ni que su mujer se entere.
  • Bueno, eso tengo que agradeceros, que penséis en mi intimidad.
  • Ya sabes: te cuidaremos para poder seguir tratándote mal.

 

Andrés llamó al portero automático del chalet:

  • ¿Sí?
  • ¿Don Evaristo? Soy Andrés.
  • ¿Traes la guarra contigo?
  • Sí, señor, la guarra viene conmigo.
  • Dile que se ponga.
  • ¿Don Evaristo? -dije acerándome al micrófono- soy Miriam, he venido.
  • Muy bien, puta, ¿estás dispuesta a todo?
  • Sí… -simulé un titubeo- vengo dispuesta a todo.

 

Por toda respuesta oímos el zumbido de la puerta abriéndose. Entramos, recorrimos un precioso jardín hasta la puerta del chalet y la encontramos abierta. Al pasar, entramos a un vestíbulo en cuyo final se encontraba Don Evaristo en batín. Viendo sus piernas desnudas bajo la ropa imaginé que el macho estaría en bolas debajo de esa prenda.

  • Pasad, pasad, estáis en vuestra casa, nos dijo.

 

Caminamos hacia el salón y Don Evaristo comenzó una conversación amigable. Nos decía que se alegraba de tenernos allí, se interesó por si nos había sido fácil encontrar el chalet y nos preguntó si queríamos un café que se ofreció a preparar. Parecía una persona totalmente diferente al que me había llamado “puta” y “guarra” segundos antes. Le acompañamos a la cocina y Don Evaristo llenó la cafetera, la puso al fuego y se dispuso a bajar las tazas y platillos del mueble donde estaban guardados. Yo estaba de pie, apoyado contra la encimera, conversando con él sobre el tiempo tan bueno que hacía cuando Don Evaristo se detuvo frente a mí y me metió mano debajo de la falda palpándome la entrepierna, restregando sus dedos y buscando mi ano:

  • ¡Qué pedazo de polvo tienes, zorra maricona, te voy a meter la tranca hasta los cojones. Quiero hacerte chillar como una perra.

 

Yo no supe qué contestar, aunque no hubiera podido porque el “profe” me metió la lengua hasta la garganta y empezó a morrearme bufando como un macho cabrío. Su otra mano me buscaba las tetas bajo la camisa y restregaba, sin pudor, el enorme bulto de su paquete contra mí. En esas estabamos cuando sonó el vapor de la cafetera y Don Evaristo se despegó de mí para retirarla del fuego.

  • ¿Cómo queréis el café, solo o con leche? ¿Azúcar o sacarina?¿Unas pastas?

 

Era increíble cómo mutaba de amable anfitrión a cerdo vicioso. Me tenía confuso y cachonda a la vez. Nos llevó al salón y nos sentó a cada uno en unos cómodos butacones individuales en torno a una mesa baja redonda sobre la que depositó una bandeja con la cafetera, azucarero, servilletas, tazas y pastas. Nos animó a servirnos los cafés, comer algunas pastas y estuvimos charlando sobre temas intrascendentes. En un momento dado, se levantó para traer un licor y servirnos unos chupitos.  Se colocó de pie entre Andrés y yo, brindamos y, cuando el licor entraba en nuestros estómagos, se dirigió a Andrés como si yo no estuviese presente:

  • Tu amiga la guarra sabe que viene a esta casa para que yo me la folle como me dé la gana, ¿verdad?
  • Sí… -balbuceó Andrés fingiendo estar azorado- lo hemos hablado en el coche y ella está de acuerdo.
  • Perfecto, no quiero problemas ni denuncias. Tu aprobado es caro y esta perra me lo va a pagar con creces. Dile que se deje hacer de todo.
  • Pero no le va a hacer sangre ni nada de eso ¿verdad?
  • No, hombre, no. Sólo quiero follármela duro, atragantarla con mi polla, meterle alguna hostia y llenarle el coño de leche. Pero no le voy a hacer sangre ni nada de eso… a menos que sea virgen, pero tengo entendido que no lo es.
  • No, no lo es. No es virgen por ninguna parte.
  • Cuando acaba con ella será menos virgen todavía. Venga, avísala.
  • Miriam -Andrés se dirigió a mí- ya te comenté en el coche que tengo una situación muy comprometida, que si no fuera por eso no te lo pediría pero necesito que te entregues a Don Evaristo y le permitas hacer contigo lo que le dé sexualmente la gana.
  • Está bien -musité- lo haré por ti.
  • Así me gusta, puta, que sepas aceptar lo que te viene, dijo Don Evaristo.

 

El macho se desanudó el lazo que mantenía su batín cerrado. Estaba en calzoncillos, unos slips blancos de algodón que abultaba jugosamente. El “profesor” me sujetó de la cabeza y llevó mi boca a su paquete:

  • Ahora empieza a lamer despacito, quiero ir comprobado lo zorra y sumisa que eres. Y tú, chaval, puedes hacerte pajas si quieres, no me importa que te la menees mientras me tiro a tu amiguita. Pero a esta yegua solo la monto yo, ¿entendido?
  • Entendido, dijo Andrés.
  • Estupendo, todos contentos -acabó Don Evaristo.

 

Yo lamía despacio su bulto, sintiendo cómo aumentaba de tamaño, grosor y dureza dentro de la tela, olía a macho como pocos paquetes de los que he lamido. Me ponía muy en celo con aquel aroma. Don Evaristo comenzaba a gemir y me animaba a continuar diciéndome que yo era una buena guarra y que se notaba que me gustaba dar placer a los machos, que otra hubiera sido mucho más reticente pero que yo estaba demostrando lo muchísimo que me excitaba darle gusto. Empapé el bulto de aquel semental con mis babas,. Yo estaba totalmente concentrado en sentir sus dimensiones y cuando él decidió que ya era bastante y me dió una bofetada que me sacó de mi ensimismamiento dejándome más sorprendido que dolorido. Aprovechó mi boca abierta para meter tres dedos de su mano izquierda dentro y decirme:

  • Chupa, puta, chúpame los dedos. Y mírame a los ojos cuando te hablo.

 

Obedecí a ambas cosas. Con su mano libre, llevó mis dos brazos a mi espalda y me ordenó dejarlos ahí. Me propinó otra bofetada para ordenarme que abriera las piernas. Me toqueteó el sujetadór por fuera de la camisa. Me la desabotonó, dejando mi ropa interior al aire y bajó las cazoletas del sostén para sacar mis pezones:

  • Eso, guarra, enseñando las tetitas. Y abre las piernas, que quiero toquetearte el chochito, guarra.

 

Me tocaba por todas partes con mucho vicio, relatando lo buena que estaba y que iba a hacer conmigo lo que él quisiera, que le ponia muy cerdo dominar perras como yo. Mientras tanto, yo no paraba de chupar sus dedos. Me los sacó de la boca para abofetearme de nuevo y preguntarme:

  • ¿Quieres mi polla, puta?
  • Sí, por favor.
  • Así me gusta, zorra, que pidas rabo. Esta tarde vas a pedir mucho, pero mucho, rabo.
  • Yo creo que lo que la llevó a decidirse fue la foto de su polla, nos interrumpió Andrés.
  • ¿Sí, puta? -me preguntó Don Evaristo- ¿te gustó mi rabo?
  • Mucho, me gustó mucho, le respondí relamiéndome.
  • Pues ahora lo vas a saborear. A ver si es cierto que la chupas tan bien como dice este gilipollas.

 

Se bajó el calzoncillo y sacó un cipote tremendo de sus slips blancos. Descolgó sus huevazos rasurados por encima de su ropa interior y me volví loco ante aquella visión. De su capullo goteaba un hilo de precum y quise tirarme de cabeza a lamer ese pollón. Don Evaristo me metió una hostia que me giró la cara:

  • Perra, me las vas a chupar cuando yo te  lo diga.
  • Lo siento, me disculpé.
  • Pero me encanta que te atraiga tanto mi rabo, me vas a dejar hacerte de todo con él, ¿verdad?
  • Verdad, se lo prometo.
  • ¿Porque te pongo cachonda o porque se lo has prometido a este?
  • Por las dos cosas.
  • ¿Quieres mamar?
  • Sí, por favor, déjeme mamarle ese pedazo de tranca.
  • Abre la boca, guarra. Y sigue con las manos en la espalda.

 

Obedecí y me metió su rabo en la boca. Empecé a chupárselo con todas mis ganas y placer. Aquel rabo sabía a macho como pocos rabos de los muchos que he chupado. Me dejó chuparlo a mi ritmo hasta que, cuando menos lo esperaba, me sujetó de la nuca y me empujó contra su rabo mientras, de un golpe de pelvis, me enterraba la polla en la garganta. Me atraganté, por supuesto, y él dijo:

  • Sí, puta… y más veces que te vas a atragantar.

 

Me folló la boca largo rato mientras me daba algunas bofetadas y me llamaba guarra, cerda y todo lo que se le ocurría. Conversaba con Andrés:

  • Joder con tu amiguita, cómo la chupa. ¿A ti te la chupa así de bien?
  • La verdad es que sí, que a mí también me la chupa muy bien.
  • ¿Y tú también le follas la garganta así?
  • No, yo no le doy tan fuerte.
  • Pues tienes que hacerlo cuando te folles a una guarra, ellas buscan que el macho las domine. Si le follas la boca así, ellas mojan las bragas.
  • Uff, lo haré.
  • ¿Te pone cachondo ver cómo le follo la boca a tu amiguita?
  • La verdad es que… sí. La verdad es que sí.
  • Pues disfruta del espectáculo, chaval. Tú traes la puta y eso te da derecho a un asiento en primera fila.
  • Y tú, guarraza, sige tragando, me dijo.

 

Sus manotas recorrían mi cuerpo, me tiraba contra él, levantando mi culo del asiento. Me puso a cuatro patas sin dejar de follarme la boca, me levantó la minifalda mientras su pelvis bombeaba su rabo contra mi garganta, me bajó las bragas hasta medio muslo, me sujetó de la peluca, apretando mi cabeza contra su cuerpo mientras me seguía provocando arcadas con su bombeo y me azotó las nalgas repetidas veces con la mano izquierda, la que tenía libre.

  • Toma, puta, toma, ¡por perra! Ahí, ahí.. traga, guarrona, traga por esa boca de puta que tienes. La de pollas que habrás mamado para aguantar así de bien, qué puta más experta me voy a follar esta tarde, ufff… ¡cómo tragas, perra! ¡qué bien tragas!-me sacó el rabo de la boca para preguntarme- ¿Te gusta comerte mi polla, pedazo de puta?
  • Sí, muchísimo, le respondí.
  • Pues traga ahí, guarra.

 

Volvió a meterme su tranca en la garganta después de mi respuesta y me la siguió clavando. A veces paraba y me decía que me iba a dejar mamarla a mi ritmo un ratito. Yo me esmeraba en rozarle su glande contra zonas de mi boca que lo llevaran al paraíso. Aqué tío me ponía muy cerda y yo quería ponerlo más cachondo aún, ¿qué sería capaz de hacerme? Se sentó a mi lado. Con la mano izquierda me apretaba la nuca contra su rabo mientras que, con la derecha, iba tocando, acariciando, magreando y azotando cada centímetro de mi cuerpo. Mientras lo hacía, iba comentando detalles de mi anatomía: que si tenía tetitas de zorra, que mi culo merecía ser empotrado sin piedad, que tenía ya el coño abierto y pidiendo polla. Yo no podía parar de gemir a causa del calentón que ese cabronazo me estaba provocando. Me sujetó de la barbilla levantando mi cara hacia la suya. Me morreó de una forma que me hizo mojar las bragas inmediatamente: con la boca abierta, la lengua escarbando mi boca, gimiendo como un semental y respirando intensamente. Musitaba palabras entre beso y beso, me sorbía los labios y me los lamía, me tenía encendido con los movimientos de su lengua.

  • Quiero hacerte mi maricona sumisa.
  • Ya soy tu maricona sumisa, cabrón, me tienes como una perra.
  • Quiero hacerte todavía más mi maricona sumisa.
  • Haz conmigo lo que te dé la gana, te voy a decir a todo que sí.
  • Me gusta azotar.
  • Azótame todo lo que quieras.
  • Quiero azotarte ese culazo con un cinturón.

 

Me quedé pensando unos instantes. Nunca me habían fustigado, ni con látigos ni con un cinturón. No sabiá si me dolería pero sí sabía que quería continuar con ese macho a donde fuera que me condujera su vicio. Contesté:

  • Hazlo.
  • ¿Sí? ¿Lo hago? ¿Te zurro con un cinturón, perra?
  • Hazlo, azótame con un cinturón. Hazme tu perra por completo.
  • Para hacerte mi perra por completo deben suceder más cosas pero no las voy a hacer todas hoy. Hoy solo un poquito, lo suficiente para enviciarte y para querer seguir domándote.
  • Uuuufff… quiero que hagas conmigo todo lo que te dé la gana.
  • ¿Sí? ¿Y quieres que lo haga con vicio?
  • Con muucho vicio, por favor.
  • Jejeje -se rió- se me ocurre algo.

 

Don Evaristo se puso en pie, me puso con la cabeza desacansando sobre el respaldo del sillón, a cuatro patas y con los brazos cruzados sobre la espalda. Se dirigió a Andrés para crear una nueva fantasía:

  • Niñato, debes necesitar mucho el aprobado cuando me has puesto el coño de tu novia en bandeja. Te voy a enseñar unas cuantas cosillas más sobre el vicio y la dominación: me vas a dar tu cinturón para que azote a tu novia con él.
  • ¿Mi cinturón?
  • Tu cinturón, ese cinturón de piel tan caro que seguramente habrá comprado la pija de tu madre para que su niñito vaya guapo al instituto.
  • Está bien.
  • Así me gusta. Te vas a poner delante de tu novia, mirándole a la cara, para presenciar como le azoto ese culazo de guarra que tiene. Mientras, tienes que pajearte. No pararé de darle azotes hasta que tú te corras así que si quieres que ella no sufra demasiado, más te vale zumbarte la polla rápido. Si tardas o te destrempas, ella seguirá sufriendo mi castigo.

 

La cara de vicio de Andrés era increíble. Se desprendió del cinturón y lo entregó a don Evaristo, se colocó frente a mí y se dejó caer pantalones y boxers hasta los tobillos. Su pollón tieso saltó en el aire, se lo agarró con toda la mano y comenzó a cascárselo.

  • Pégele a mi novia, señor, por favor -dijo.
  • ¡¡¡Zaaaas!!! El primer latigazo me dio en la nalga derecha. No fue muy fuerte pero me sorprendió y di un gritito.
  • Sí, zorra, chilla, -pidió Don Evaristo- que así nos ponemos cachondos todos.

 

Andrés se la pelaba rápidamente. Pensé que eso me evitaría una larga serie de azotes pero, a la vez, no quise que se corriera rápido porque, lo reconocí para mí mismo, me había gustado el primer cinturonazo. Don Evaristo sujetaba el cinturón, doblado por la mitad, en su mano derecha. Sabía cómo tenía que azotarme. ¡Zaaas! Un segundo latigazo en mi culo, en la otra nalga, y de nuevo Andrés estremeciéndose de vicio viendo como su “novia” era azotada. Andrés estaba descubriendo su punto cornudo-voyeur, yo estaba encontrando placer en el spanking y mi amo estaba gozando de sometar a su puta maricona y al supuesto novio de ella. Todo era morboso y retorcido. Los azotes iban y venían sobre mis nalgas, Don Evaristo aullaba con cada grito mío, animándome a chillar más, a ser más zorra y sumisa. Andrés se agitaba el rabo con furia, gimiendo de gusto cada vez que veía el cinturón marcar mis nalgas y veía mi cara de dolor pero también de puta cachonda y sometida. Una cámara lo grababa todo desde la librería para que Paco se pajeara después.

  • Me corro, gimió Andrés.
  • La leche va al suelo, ¿de acuerdo, gilipollas? No nos vayas a manchar a nosotros -dijo el amo- y tú, puta: ¡toma!
  • ¡Aaaahrg!, grité.

 

Los azotes aumentaron de intensidad y de ritmo, cada vez más fuertes y cada vez más rápidos:

  • Me corro, me corro, gritaba Andrés.
  • Toma, guarra, toma, que te voy a destrozar ese culazo de puta que te ha dado la naturaleza… toma, ¡toma, maricona!
  • ¡Más, más!, gemía yo totalmente entregado. Los azotes se escuchaban en toda la habitación, cada vez más seguidos. Yo gritaba de dolor pero, a la vez, sentía el culo abierto, mojado, de tanta excitación. Andrés comenzó un alarido feroz clavando su mirada en mi culo azotado:
  • ¡Me cooorrooooooooooooo!
  • Venga, guarra, vamos a darle una buena corrida al cornudo de tu novio.

 

Y, con esas palabras, Don Evaristo azotó ininterrumpida e intensamente mis nalgas hasta que Andrés dejó de sacudirse la polla y se derrumbó, de rodillas, en el suelo, totalmente exahusto. Don Evaristo rodeó mi cuello con el cinturón, se dejó caer sobre mi cuerpo, me giró la cara hacia la derecha y me acercó su boca mientras me decía:

  • Venga, guarra, vamos a morrearnos delante del cornudo.

 

Nos comimos la boca con mucho vicio un buen rato mientras restregaba su tranca enorme por la raja de mi culo. Mirábamos a Andrés mientras nos comíamos las bocas. Él nos observaba desde el suelo tratando de recuperar la respiración. Acababa de decubrir un nuevo morbo y se notaba que le había gustado.

  • Cornudo -ordenó Don Evaristo- ve al cuarto de baño y trae papel para limpiar tu lefa del suelo. Y tráete un tarro de aloe en crema que verás en la repisa.
  • Ahora mismo, respondió Andrés.

 

Hizo lo ordenado y se dispuso a limpiar el semen del suelo mientras el amo me ponía crema en mi nalgas y compartía conmigo sus impresiones.

  • Estás siendo una sumisa excelente, me has complacido mucho dejándome azotar tu culazo de guarra. Me está gustando mucho dominarte, tengo el rabo a reventar ¡cómo me ha puesto castigarte!
  • Gracias -le dije- confieso que me ha dolido pero me excita dejarme hacer de todo por usted.
  • Te romperé más límites y en algunos no serás tan dócil. Me encantará verte rebelarte sin poder evitar que haga contigo lo que me salga de los cojones.
  • Es usted duro, eso hace que se me moje el coño.
  • Lo sé, puta, lo he visto. En algunos latigazos he visto como se te contraía el coñito pero, inmediatamente después, se te volvía a abrir mucho más que antes. Estás loca por ser empalada, ¿verdad?
  • Se me nota tanto que no creo que haga ni siquiera falta que lo diga.
  • Sí, te te nota. Y a mí se me nota que me apetece descargar los cojones.
  • Por favor, descárguelos dentro de mi coño.
  • Claro, puta, ¿qué pensabas? Tú vas a salir de aquí totalmente repleta de mi semen.
  • Huuummm… gemí como una puta gata.

 

Don Evaristo comenzó a restregar su rabo entre mis nalgas, haciéndome notar cómo se endurecía en cada paseo que me daba por la raja del culo. Apoyó su capullo sobre mi ojete y dejó caer un buen goterón de saliva, empujando para metérmela, me dolió y quise apartarme pero una idea loquísima se cruzó por mi mente y…

 

  • Espere, señor -me salí de aquella postura y me di la vuelta. Don Evaristo me abofeteó.
  • ¿Qué coño haces desobedeciendo, guarra?
  • Un momento, señor -contesté.

 

Me desprendí de las bragas, quedándome solo con el ligero, me abrí de piernas en el sofá y le supliqué:

  • Quiero que me duela, destróceme el coño a pollazos, quiero ofrecerle el dolor de mi coño, hágame su perra.
  • Oooooh -gimió el macho- sí, puta, aprendes rápido.

 

Apuntó su pollón a mi ojete y metió el capullo, yo me abrí las nalgas y le miré sumisamente:

  • Por favor, destroce el coño de su maricona sumisa, hágame su puta completa.
  • Claro que sí, perra, te vas a enterar.

 

Clavó la mitad de su nardo gigante en mi “coñito”, yo chillé:

  • ¡Aaaaah! ¡Sí, destróceme, señor!
  • ¡Putaaaa! ¡Toma rabo, guarra!
  • ¡Aaaaaahrggggg!

 

De una clavada me metió el resto de polla, apoyó sus pies firmemente sobre el suelo y me abofeteó tres veces:

  • Por puta, por maricona y por sumisa, ¡pon el coño, perra!
  • ¡Hágame su puta, hágame su puta!
  • ¡Tooomaaa!

 

Pocas veces me habían bombeado con tanta furia. El cabrón de Don Evaristo me bombeaba con clavadas profundas, metiendo toda su polla en mi agujero, sacando la mitad y volviendo a meterla con más furia. Bombeaba sin freno. Se sujetó por una mano del respaldo del sillón donde yo le ofrecía mi coño de puta para ser destrozado por su nabo. Con la otra mano me daba bofetadas y me tiraba de los pezones. Todo ello sin dejar de insultarme y bramar como un cabrón en celo. Me llamaba “puta, guarra, pervertida” y todo lo que se le ocurría. Me decía que era una buena maricona sumisa y que me iba a desfondar el coño. Apretó su polla, toda entera dentro de mí. La sentí donde nunca antes había sentido la polla de un macho:

  • ¡AAahhhhrgg! ¡Dios, me está rompiendo el coño! ¡Ningún macho me había llegado tan profundo antes!
  • ¡Yegua, ya era hora de que te montara un caballo!
  • ¡Sí! ¡Síííí! ¡Más! ¡Más, me vuelvo loca!
  • ¡Traga por el coño, puta!
  • ¡Ahh, ahhrg! ¡Me duele, señor, me duele, me está rompiendo el coño, no pare!
  • Eso es lo que quieres, ¿verdad, perra?
  • ¡Sí! ¡No! ¡No lo sé! ¡Me duele, me parte por la mitad! ¡Pero no puedo cerrar las piernas! ¡Se lo suplico, no pare!
  • ¡Bufff! ¡Puta, qué coño tienes!
  • ¡Fólleselo, señor, haga de mi coño un estuche para su rabo!
  • ¡Ooooohhh,  zorraaaa, así me gustan las perras!
  • Eso es lo que quiero, ser su perra, quería demostrárselo, señor.
  • Me lo estás demostrando de puta madre, me tienes la polla bien dura, perraca.
  • Y yo estoy tan cachondaaaaa, me excita muchísimo ser su sumisa… señor, por favor, más, ¡más!

 

Don Evaristo bombeaba sin parar. Me clavó su tranca hasta los huevos y empezó a bombear como a mí me gusta, con toda la polla dentro y los huevos golpeando contra mi cuerpo. Andrés se pajeaba frenéticamente a nuestro lado sin perder detalle de la follada.

  • ¡Ahha! ¡Ahhh! ¡Ahh! ¡Qué fuerte! ¡Qué rabo! Me destrozaaa… me está poniendo muy cerda! -instintvamente comencé a pajearme y me di cuenta de que estaba al borde de correrme- ay, ay, ay, ayyy -gemí como una cerda- señor, me voy a correr, va a hacer que me corra por el coñoooo.
  • ¡Qué guarra eres, perra, te vas a correr con un macho destrozándote el coño!

 

La follada me dolía pero yo gozaba. Mis tocamientos me estaban llevando al borde del orgasmo. Yo chillaba como una cerda:

  • Ayy, ayy, ¡ayyyyyy!
  • Toooooma, putaaaa (bofetada).
  • Sí, por favor, pégeme, señoooor, se le pone la polla aún más dura cada vez que me pegaaaaa.
  • Ooooooh, peeeerraaaa, eres una guaaarrraaaaaa sumisaaaaa.

 

Don Evaristo me montaba con los ojos en blanco, bombeando como un toro, dejando caer todo su cuerpo sobre mí cada vez que lanzaba su polla a lo más profundo de su culo. Me escupía en la cara y me abofetaba, la cara me ardía. Me iba a correr. El macho se dirigió a Andrés quien se pajeaba observando nuestra follada:

  • Mira tu novia, cornudo, se corre como una perra con el coño roto, a esta le gusta que la monten machos como yo.
  • ¡Máaaaas, máaaaaas! -gemí.
  • Toma, puta, ¡toma, puta! -me empotraba y abofeteaba.
  • Me corro, me corro, me corro con su tranca en el coño, señor.
  • Siii, putaaaaaa.
  • Me corro, me corro, ¡me coooo-rrooooooooooooooo!

 

Mi dueño arreció sus embestidas mientras yo me corría chillando como una histérica. Yo le pedía polla como una auténtica guarra y el macho me complacía. Cuando acabé de correrme quedé medio desfallecido y se me bajaban las piernas. Don Evaristo ordenó a Andrés que me sujetara una de mis piernas para mantanerme en alto:

  • Pajéate viendo como le destrozo el coño a la puta de tu novia pero aguántamela abierta, ¡venga, colabora!
  • ¡Aaaah! -grité al verme tan ofrecida.
  • Toma puta, toma, puta… ¡toma putaaaa! Me voy a correr en tu puto coño, cerda.
  • ¡Sí! ¡Por favor, señor, quiero irme de aquí con el coño lleno de su semen.
  • ¿Sí, cerdaaaa? ¿Eso es lo que quieres?
  • Sí, sí…

 

Me interrumpió un chorro de lefa que me caía en la boca. Andrés se estaba corriendo en mi cara, gimiendo y observando mi cara desencajada de placer.

  • ¡Hostias! -gritó Don Evaristo- el cornudo no ha podido más y se ha corrido en la cara de la perra. ¡Hostias, qué bueno! ¡Uff, guarra, tienes la cara llena de lefote!
  • Oooh, oohh, ¡ohh!

 

Yo estaba sorprendido, excitado, reventado. Con la cara llena de la lefa de mi supuesto novio y el culo repleto de carne de macho. Verme con la cara y la peluca repleta de la leche de Andrés, fue el remate que le faltaba a Don Evaristo. Metió un empujón, clavó su pollaza en mi culo hasta los huevos y sentí las contracciones de su corrida:

  • ¡Putaaaaaaaaaaa, tooooma leeeeeeeche! ¡Uuuuuuoooooooohhhhhhhhhhh!

 

Si por cada contracción de su rabo estaba saliendo un chorro de lefa, el rabo de Don Evaristo me estaba soltando al menos una docena de descargas. Sumisamente le pedí que me llenara:

  • Si, por favor, por favor, lléneme el coño de leche, por favor, señor, vacíe sus cojones en mi coño. Gracias, ¡gracias!
  • Uuuuuooooooohhh, peeeeerraaa, ¡qué corriiiiidaaa! Eres de las mejores putas que me he tirado.

 

El macho estaba sobre mí, con los ojos en blanco y su polla aún totalmente clavada en mi culo. Andrés me había levantado la segunda pierna dejándome totalmente ofrecido al semental que me acababa de preñar. Mi cara estaba llena de la lefa de Andrés, mi vientre estaba cubierto de mi corrida y mi “coñito” estaba inundado del semen de mi dominador. Don Evaristo permaneció un rato dentro de mí, dejando que su polla se reblandeciera y saliese sola. Cuando lo hizo, salió acompañada de un chorro de lefa. Mi culo era incapaz de cerrarse y se me resbalaba la lefa hacia afuera, cayendo en goterones espesos. Andrés recibió la orden de mantenerme abierto de piernas y le dijo:

  • Estás aprobado, cornudo. Pero que no vuelva yo a pillarte copiando. O sí, mejor sí. Y me traes a esta yegua para que me la folle otra vez.

 

Don Evaristo se dirigió a la estantería donde recogió la cámara que seguía grabando. La trajo en su mano mientras iba diciendo:

  • Esta toma es para el chulo de esta puta -apuntó el objetivo a mi culo- mira cómo le he dejado el coño a tu puta: bien abierto y rebosante de esperma caliente. Te la devuelvo embarazada.

 

Entonces retrocedió unos pasos y me ordeno que me pellizcase mis propios pezones para grabarme abierto de piernas y sujeto por Andrés, cuyo rabo flácido le colgaba entre las piernas:

  • Mira, tío, -decía para Paco- mira cómo está: llena de lefa por todas partes. Y tú, puta -dirigiéndose a mí- dile a tu chulo cómo te he dejado.
  • Me ha destrozado el coño, Paco -dije mirando a cámara- este cabrón me ha reventado viva y me ha preñado. Me ha pegado y me ha humillado. Pero estoy loca por volver a ser su maricona sumisa.
  • Así me gusta -dijo Don Evaristo -apagó la cámara.

 

Nos duchamos uno por uno, nos vestimos, comimos un tentempié y nos dirigimos a la puerta para marcharnos.

  • ¿Podré volver a ser su maricona sumisa? -le pregunté a Don Evaristo.

 

Me sujetó de la nunca y me recorrió la garganta con su lengua en un morreo feroz:

  • Claro, puta, aún tengo que someterte mucho más.

 

Me dió un azote en el culo y me dijo:

  • Por cierto, me llamo Eduardo.

 

Se dirigió a Andrés y le dió un abrazo, con palmadas en la espalda:

  • Pedazo de polvo, tío, tenemos que repetir.
  • Cuando quieras, cabrón, me lo he pasado de puta madre. Pero la próxima vez yo también quiero meterla, dijo Andrés.
  • Te lo aseguro -y soltó una carcajada.

 

Cuando me devolvió a mi casa, Andrés me dio la cámara:

  • Tienes que entregársela tú a Paco.

 

Continuará.