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Cómo me convirtieron en una depravada (9/11)

en Grandes Series

Pasada una semana, mi tía Mónica volvió a Milán. Su paso por nuestra casa había provocado un descalabro en nuestras relaciones familiares, especialmente entre mi hermano y yo.

Si bien mi relación con Simón siempre había sido muy estrecha, la influencia de la hermana de mi padre había sido el detonante de una relación que estaba sacando mi lado más perverso. Siempre me habían atraído más las chicas que los chicos, pero me sentía totalmente seducida por mi hermano o, más exactamente, por sus inacabables eyaculaciones.

Me fascinaba tener sexo con mi hermano, con el simple objetivo de poder contemplar sus orgasmos y gozar de ellos. Realmente, me había vuelto adicta a su leche.

Andábamos por casa como un par de animales en celo, y a duras penas nos conteníamos en presencia de nuestros padres: a veces, mirando la televisión en familia, aprovechábamos la oscuridad de la salita para masturbarnos mutuamente en secreto, y esperábamos a que nuestros padres se retiraran para acabar follando en el sofá o en la habitación. O, cuando nos bañábamos en la piscina, si Simón se sentaba en el bordillo de la piscina me faltaba tiempo para ir buceando hacia él, emergiendo de entre sus piernas para bajarle el bañador, meterme su miembro en la boca, y chupárselo hasta notar su deliciosa leche inundando mi garganta.

Aquel lunes, mi padre se había ido a trabajar a la clínica, y Hannah estaba atendiendo a sus pacientes en el consultorio, y yo bajé a desayunar a la cocina. Como sabía que mi hermano estaba en casa, llevaba tan solo una camiseta de mi equipo de baloncesto favorito, y un tanguita minúsculo. Me senté en la barra de la cocina y me dispuse a prepararme unas tostadas con mantequilla y mermelada.

Al poco rato oí como mi hermano bajaba por las escaleras, y entraba en la cocina. Al verme de esa guisa, le faltó tiempo para acercarse por la espalda, y pasar sus manos bajo los tirantes para acariciar mis tetas, mientras me susurraba al oído:

– ¡Buenos días, hermanita! ¿Ya desayunando?

– ¡Hola tete! Aquí me tienes, con este aburrido desayuno…

Mientras decía eso, mis pezones se endurecían entre los dedos de Simón. Arqueé la espalda y eché para atrás mis caderas, haciendo que mi culito sobresaliera del asiento del taburete e invitando a mi hermano a acceder a mi entrepierna mientras notaba el contacto de mi conejito con el frío aluminio del asiento. Mi hermano empezó a acariciar mis glúteos, mientras yo le daba de comer una porción de tostada untada.

Simón metió dos dedos en la tarrina de mantequilla y con ellos empezó a untar mi trasero. Yo no lo pude resistir y me dejé caer hacia adelante, dejando que mis pechos se posaran sobre mi desayuno, y agarrándome a la barra de la cocina. Pasados unos minutos, la mantequilla se había fundido y los dedos de mi hermano entraban y salían suavemente en mis dos agujeritos. Simón se agachó y empezó a lamer mi trasero con avidez: su lengua se paseaba a lo largo de mi entrepierna en movimientos sostenidos, limpiando los restos de la mantequilla que no había introducido en mis agujeritos y entreteniéndose en mis partes más sensibles, jugueteando con mi clítoris y penetrando mi culito con la punta de la lengua.

Cuando consiguió tenerme bien cachonda y lubricada, volvió a ponerse de pie y deslizó su polla dentro de mi trasero, en un movimiento suave y certero.

Si esperar a que mi ano se acostumbrara, empezó a bombear con movimientos largos y pausados, provocándome escalofríos, mientras notaba mis pechos chafados sobre las tostadas.

– ¿Sabes? – me dijo al oído, mientras taladraba mi culito – Anteayer vi a tu madrastra montándose una orgía en la piscina

– ¿Cómo? – su relevación consiguió desviar mi atención del placer que me estaba dando.

– Sí. Nos anularon una clase en la facultad, y volví a casa antes de la cuenta. Cuando llegué a mi habitación, pude oír unos ruidos extraños por la ventana abierta, y me asomé con cuidado, y allí las vi.

– ¿A quién viste?

– Pues no te lo vas a creer: Hannah se lo estaba montando con la vecina.

– ¡No me jodas! Con… con… ¡uffff! con Kate, la madre de Claire? ¡Mmmhhh! ¡No pares, por favor!

La historia de mi hermano ya había captado totalmente mi atención, a pesar de que me estaba matando de placer con sus movimientos pausados y vigorosos.

– Sí, y con el jardinero y su nueva secretaria

– ¡El jardinero! ¡Por Dios, con lo bueno que está! ¿Y con la asistenta?

– Si, y eso no es lo mejor

– ¿Hay más? ¡Sigue, sigue!... ¡pero no pares de follarme!

– Sí, hay más – continuó Simón, con una voz misteriosa, mientras aumentaba la fuerza de sus embestidas – La asistente de nuestra madre tiene una buena sorpresa entre las piernas. ¡Un pollón que ya quisiera tener yo!

Era lo que me faltaba. Después de haber visto a mi padre follando con su hermana, y haber empezado una relación incestuosa con mi hermano, me enteraba de que la mujer de mi padre tenía una asistente transexual con la que montaba orgías con la madre de mi mejor amiga.

La fuerza con la que mi hermano estaba arremetiendo, hacía que me costara mantener el equilibrio sobre el taburete, así que bajé al suelo, me arrodillé sobre las baldosas y bajé mi cabeza hasta apoyarla sobre el frío embaldosado, para poder abrir los cachetes del culo con las manos e indicar el camino. Mi hermano se puso detrás de mí, en cuclillas, me agarró por la coleta y volvió a metérmela, esta vez en el coño, montándome como a una yegua.

En ese instante, empecé a imaginarme a Hannah follando con la asistenta, y también recordé cómo nuestra tía se folló a nuestro padre, y así se lo dije, mientras mis dedos iban directos a mi entre pierna, y empezaban a torturar mi clítoris mientras mi hermano me follaba el culo y el coño alternativamente.

– Pues no… no… ¡uhhmm! no me importaría echarte una mano… ¡Jo… Jo… joder! ¡qué gusto! A mí también me parece muy sexy… ¡¡Aaaagh!!

– Oye, tengo un…

– ¡Joder! ¡Deja de hablar, y concéntrate en los que estás haciendo, que estoy a punto de correrme como una cerda!

Mi hermano se calló, y redobló su intensidad en las penetraciones, acelerando mi vertiginosa carrera hacia un orgasmo brutal. Finalmente, mis piernas empezaron a flaquear, y estallé en un húmedo orgasmo mientras yo no podría reprimir los gritos de placer.

Viendo que todavía le faltaba un poco para correrse, mi hermano de levantó del suelo, agarrándome por la coleta, y me hizo agachar frente a la barra de la cocina, apoyando mi espalda en ella. Se plantó en frente, con su duro pene señalándome, apoyando las manos sobre la repisa.

Yo tenía bien claro lo que mi hermano deseaba. Y yo también lo quería: agarré su miembro y me lo metí en la boca, para relamer esa deliciosa combinación de mis jugos mezclados con mantequilla. Quería sentir otra vez la leche de mi hermano en la garganta, y él lo sabía: me agarró la cabeza con firmeza y empezó a follarme la boca con suavidad, permitiéndome succionarla y que mis manos acariciaran sus testículos, hasta que empezó a correrse copiosamente, en medio de gruñidos.

Otra vez, la corrida era tan abundante que, a pesar de mis esfuerzos por tragar toda su leche, esta rebosaba y se derramaba por mis labios. Pero, aun así, no dejé de masturbarlo hasta asegurarme de que estaba totalmente seco.

Cuando hubimos acabado, me volví a sentar en el taburete, mientras mi hermano, descompuesto, iba a la nevera a servirse agua fría.

– Oye, ¿qué me estabas diciendo?

– ¿eh?... ¡Ah sí! Que tengo un plan

– ¿Para qué? ¿Para follar con Hannah?

– Si. Ayer Hannah me animó a que este viernes nos fuéramos de marcha, tú y yo, con nuestros amigos. Parece que quiere tener cena con papá, así que ya te puedes imaginar cómo van a acabar.

– Si, bueno, pero tampoco puedes estar seguro de eso…

– Espera, que no he acabado… ¡Hannah me dijo que su asistenta vendría a cenar! Ya me dirás tú qué pinta la asistenta de mamá en esa cena, si no es que tiene planeado montar un trío con papá.

– ¡Ostras! – Mis ojos se abrieron como platos – entonces sí que la cosa está clara. Y… ¿quieres pillarlos follando?

– Sí, podemos volver a casa antes de la cuenta, y pillarlos in fraganti.

– Sí... pero… de pillarlos a que nos unamos a su fiesta… ¿qué pasa con papá?

– Bueno… mientras tía Mónica estuvo estos días en casa, me contó algo…

– ¿Te contó algo, dices? ¡Te he pillado! ¡Tú y tía Mónica os habéis enrollado más veces! – exclamé, no sin sentir un poco de celos.

– ¡Bueno, eso no viene al caso! La cuestión es que tía Mónica me comentó que a papá no le disgustaría en absoluto que lo intentaras seducir. Ya viste que ninguno de los dos hermanos parece tener mucho pudor para estas cosas.

De repente me di cuenta de lo que proponía mi hermano, que permanecía de pie al lado de la nevera, con la botella de agua en la mano.

– ¡Eres un cerdo vicioso! – respondí, sin mucha convicción.

– ¡Venga! ¡va! No me niegues que no te importaría, que no me lo creo. ¡Pero míranos! ¡Que no somos precisamente una parejita de hermanos puritanos! Y, en el peor de los casos, siempre tienes a la asistenta…

– ¿Una transexual?

– Una transexual… mulata. Igual tiene algo bien interesante que ofrecerte…

Al final, por mucho que pretendiera disimularlo, la posibilidad que planteaba Simón no me desagradaba en absoluto.

– Está bien… me apunto – acabé diciendo, intentando ser un poco condescendiente

– Ya verás cómo lo vamos a disfrutar

– Bueno… a ver como acaba esta idea de bombero…

Mi hermano asintió, sonriendo, mientras guardaba la botella en la nevera, antes de salir de la cocina para volver a su habitación. Yo me quedé en la cocina, acabando de desayunar, e intentando asimilar toda esa información.