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Cómo me convirtieron en una depravada (8/11)

en Grandes Series

La verdad es que la hermana de mi marido me sorprendió, y muy gratamente.

Me di cuenta en seguida de que ambos hermanos mantenían una relación muy estrecha, y desde el primer minuto Mónica se mostró muy cercana conmigo.

Así pues, la semana transcurrió animadamente, y cuando el trabajo me lo permitía, acompañaba a mi cuñada a hacer turismo o de compras.

Marco andaba inusualmente… “acelerado”, pero era importante que dejara reposar los piercings que me había puesto el fin de semana anterior, y quería que fueran una sorpresa para él, con lo que tuve que hacer buenos ejercicios de contención.

Desafortunadamente, el fin de semana siguiente, cuando tenía previsto darle la sorpresa, a Marco le surgió un viaje de urgencia a otra ciudad, para realizar una operación importante, durante todo el fin de semana, pero después de una semana de abstinencia, estaba que me subía por las paredes, así que me animé a llamar a Clarice para que se viniera el Sábado por la mañana, aprovechando que mi cuñada se decidió a ir todo el día de compras, para divertirnos un poco.

Clarice llegó a casa a media mañana. Llevaba una breve minifalda, una blusa anudada al ombligo y una ligera rebeca de punto que, sin quererlo, le daban un aspecto un poco de colegiala. Sólo al llegar me pidió que me pusiera algo de lo que había comprado el fin de semana anterior.

Todavía tenía la ropa en las bolsas, convenientemente escondidas para que mi marido no lo viera antes de lo previsto, así que tire toda la ropa nueva en la cama y le pedí a Clarice que hiciera la elección. Clarice escogió para mí un conjunto negro de sujetador, que dejaba los pechos a la vista para que mis nuevos piercings relucieran, y tanga y unas medias de malla con los zapatos tacón de aguja negros.

Clarice me sentó en el tocador y me maquillo como a una puta. Eso me puso a mil, así que me alcé y, apoyando mis brazos en el tocador, alcé mi culo y se lo ofrecí a Clarice.

Clarice se levantó la minifalda y sacó su pollón negro para meterlo en mi culo, mientras yo me masturbaba con una de mis manos. ¡Qué gusto notar su polla dura en mi trasero, y sentirme infiel a mi marido con mi asistenta!

– ¡Ummmmm! ¡Fóllame duro! ¡métemelo todo! ¡Ufffff!

– ¡Te voy a reventar este culo duro y apretado que tienes!

– ¡Aghhhhh! ¡Siiiiiiiii! ¡Qué gusstoooo!

En poco tiempo tuve un orgasmo anal brutal, pero necesitaba algo más, así que le pedí a Clarice que me la metiera por el coño, cosa a la que ella no accedió. Respete su decisión, pero tenía la necesidad de sentir un pene en mi vagina, y así se lo dije. A Clarice se le ocurrió una idea.

– En los últimos días me he fijado cómo te miras al jardinero. ¿No te gustaría follártelo?

– ¿Cómo te has dado cuenta, zorra?

– Chica, cada vez que lo veías, más allá del repaso que le pegabas con la mirada, ¡se te ponían los pezones como escarpias!

– ¡Aix! No sé, Clarice, no sé si me voy a sentir bien haciéndolo.

– Tu marido no lo va a saber.

– Bueno, está bien.

– Vamos a bajar a la piscina a bañarnos, pero antes nos vamos a vestir como putitas.

– No sé si quiero hacerlo, me siento un poco nerviosa.

– Tranquila Hannah. Nos tomamos unas copas para estar relajadas, y vas a aprender a ser infiel. No sabes lo placentero que es probar un pene distinto de vez en cuando. A lo mejor te gusta tanto como a mí.

– ¿Quién sabe? Puede ser… bueno, el daño ya está hecho, ¿no?

De la ropa amontonada sobre la cama, sacó un bañador de tipo slingshot. Si el bañador que le había visto puesto a mi vecina Kate aquella noche era mínimo, este rozaba lo inexistente: dos pequeños trozos de tela de color fucsia semitransparente, que apenas tapaban mis pezones, se unían a un tercer triángulo que cubría mi entrepierna mediante cordones elásticos bien finos. El triángulo era tan pequeño que difícilmente hubiera cubierto mi chochito si Clarice no me lo hubiera arreglado en su momento. Por detrás, los dos cordones pasaban por encima de mis hombros para unirse en un único cordón que bajaba a lo largo de mi espalda para desaparecer entre mis nalgas. Lo acompaño de unas sandalias blancas con largo tacón de aguja.

Clarice sacó de su equipaje otro bañador mínimo para ella, de color plateado. Se trataba de una parte inferior tipo tanga brasileño, con más tela para poder contener su fabuloso paquete, con un par de tirantes que, desde los laterales del tanga, se cruzaban por delante de los pechos para unirse en un broche de bisutería, atado al cuello con cordones.  Complementó el sensual bañador con unas sandalias transparentes.

Fuimos juntas al espejo de pared que tengo en mi cuarto para vernos. Verme así me hacía sentir como una diosa del sexo, y mi rajita se sentía muy húmeda, abrace a Clarice y nos dimos besamos, jugueteando con nuestras lenguas durante un buen rato. Nos volvimos a ver en el espejo.

– ¿Qué, vamos a tomar el sol a la piscina?

– ¡Venga, vamos!

Seduzco al jardinero

Nos preparamos un par de mojitos bien cargados y bajamos a la piscina, donde nos encontramos con Mammadou, nuestro jardinero, que precisamente estaba repasando los bordes del césped de la piscina.

– Buenas tardes, Señora, saludó Mammadou

– Hola Mammadou, te presento a mi asistente en la consulta, Clarice

– Encantado, señorita Clarice – dijo Mammadou, sin poder apartar la mirada de las tetazas de mi amante.

Clarice se relamía, admirando la musculatura del jardinero y el bulto que empezaba a notarse entre las piernas.

– Mammadou, si no te importa, pensábamos pasar la tarde en la piscina, bañándonos y tomando el sol.

– Sin ningún problema, señora. Si lo desean, puedo dejar esta tarea y venir más tarde.

– Si quieres bañarte con nosotras… ‒ le dijo Clarice, muy insinuante.

– Me encantaría, señoritas, pero saben que no puedo – respondió Mammadou, visiblemente apurado

– En fin, nosotras no nos vamos a chivar – le dije, guiñando un ojo, mientras repasaba el cuerpo del jardinero, brillante por el sudor, y clavaba su mirada en la entrepierna, donde se apreciaba una buena herramienta “de trabajo” – Así que, si te quieres unir, estaremos por aquí.

Dicho esto, nos giramos hacia la piscina, y nos alejamos, contoneando nuestros culitos y bamboleando nuestras tetas, sabiendo que Mammadou no podría dejar de observarnos.

Realmente, esa nueva situación me estaba excitando sobremanera, y Clarice se estaba dando cuenta de ello.

Al llegar a la piscina, saqué el aceite protector y le pedí a Clarice que me lo aplicara, dándole un buen espectáculo a Mammadou, que no podía dejar de desviar la mirada mientras intentaba trabajar. Clarice se estiró en una tumbona para tomar el sol, y yo me lancé a la piscina para refrescarme. Al salir por las escalerillas, noté como mi micro‒bañador, mojado, transparentaba mis pezones y mi conejito, y la combinación con mi cuerpo brillante por el aceite bronceador no podía ser más erótica. Mi mirada se dirigió a Mammadou, que estaba totalmente paralizado observándome, mientras su herramienta no dejaba de crecer.

Me dirigí a la hamaca libre al lado de Clarice, que se hacía la dormida, y me incliné para estirar la toalla en la tumbona, cuando Mammadou se acercó por detrás, apoyando sus manos en mis caderas y pegando mi culo a su paquete, que tenía durísimo.

– Señora, está usted muy buena, y creo que anda usted muy caliente

– Y que lo digas – murmuré, mientras me sentaba en la tumbona y empezaba a manosear su entrepierna.

Palpé por encima del pantalón, y noté como un gran cilindro de carne se extendía a lo largo de la pernera de sus bermudas. Si la polla de Clarice me había parecido grande en su momento, el tamaño de la herramienta del jardinero jugaba ya otra liga.

Empecé a besar su miembro por encima de la tela, mientras notaba como éste se endurecía más y más, amenazando con romperla, así que desabroché los botones de los bermudas, haciendo que la estaca de Mammadou saliera como un resorte, golpeándome la cara.

No podía creer lo que tenía delante de mis ojos. Una barra de carne de más de 25 centímetros, gruesa como un vaso de tubo, y con unas pelotas grandes como huevos de gallina y perfectamente afeitadas.

Me faltó tiempo para escupir en la punta de esa arma y empezar a dar lametones al prepucio, mientras con una mano acariciaba el tronco, aun no pudiéndolo abarcar, y con la otra acariciaba suavemente sus pelotas.

Esa polla era descomunal. Al principio me costó metérmela en la boca, pero fui buscando la posición para tenerla casi toda dentro de mi boca, hasta que el africano me agarró la cabeza y empezó a mover las caderas, follándome hasta la garganta y provocándome arcadas. Mammadou parecía un amante más bien dominante, y eso me estaba poniendo tal vez más perra.

Me hizo levantar y apoyar en el árbol que nos estaba protegiendo del sol. Levantó una pierna y apartó el hilo de mi bañador para deslizar lentamente su pollón dentro de mi empapado sexo, mientras me daba palmadas en los cachetes del culo. ¡Pensaba que me partiría en dos! Mientras bombeaba con movimientos largos y lentos, para facilitar mi adaptación, arqueé mi espalda para mejorar la penetración y me agarré fuertemente al árbol. Mammadou, al notar que la posición me era más cómoda, empezó a aumentar el ritmo de sus embestidas hasta parecer un martillo pilón.

Me pareció ver alguna sombra en una de las ventanas de nuestra casa, pero estaba demasiado ocupada gritando de placer, y el hecho de pensar que Clarice nos estaba observando, y que incluso cualquier vecino – especialmente mi vecina Kate – pudiera oír mis gemidos, me estaba poniendo más cachonda.

Giré la cabeza para ver qué hacía Clarice, y pude ver cómo había dejado de hacerse la dormida y se había apartado la tela de su bañador para acariciar su gran pene mulato. La visión fue demasiado para mí, y me empecé a correr como una cerda, mientras Mammadou seguía taladrando mi conejo como un animal.

Mammadou paró y se sentó en el borde de la tumbona, con su polla tiesa como un palo mayor, todavía por terminar. Era todo un semental. Sin pensarlo me puse de cara a él, me apoyé en sus anchos hombros y me empalé de un solo golpe. Mi raja ya se había acostumbrado al tamaño de ese cañón, y se lo tragó todo entero. El placer fue aún mayor cuando Mammadou me agarró por la cintura y comenzó a hacerme cabalgar con rapidez e intensidad, mientras apartaba los minúsculos trozos de tela mojada que tapaban mis endurecidos pezones y empezaba a mordisquearlos y a jugar con mis recién estrenados piercings. La combinación de sensaciones me estaba llevando a un estado catatónico.

El jardinero separó las manos de mi cintura y empezó a ordenarme como a una cualquiera:

– Ahora dese duro usted sola. Quiero ver lo zorra que es.

– ¡Siiiiiiiiii! ¡ufffffffff! ¡Diosss, que gustoooo!

– Dele duro puta. Es una zorra barata – era surrealista que, diciéndome esas barbaridades mientras me follaba, lo hiciera hablándome de usted.

– ¡Siiiiiiiiiiii! ¡Dime más cosas sucias! ¡ummmmmmm!

De repente, sentí por detrás algo tratando de entrar en mi culo. Era la polla de Clarice, la cual entro con facilidad y placer en mi ano, ya que venía bien dilatado del rato en el tocador. Clarice comenzó a follarme el culo como tan solo ella sabe, mientras mi coño se tragaba la polla de Mammadou con furia y deseo. Nunca me había sentido tan llena, y nunca me había sentido tan sucia.

Finalmente, el jardinero empezó a gruñir como un toro, acabando dentro de mi vagina sedienta de leche, a la vez que Clarice estallaba en mi culo, mientras besaba mi boca con pasión. En ese momento tuve el enésimo orgasmo, y me dejé caer en la tumbona, mientras Clarice limpió primero el pollón del jardinero para luego relamer la leche que rebosaba de mis dos agujeros.

Sin embargo, la mulata tenía otros planes: acercó su boca a la mía, para darme un largo y profundo beso, obligándome a tragar todo el semen que había podido rebañar de la verga del jardinero, mi coño y mi culo.

Finalmente pude estirarme en la tumbona, para poder asimilar la excitante sesión de sexo que acababa de tener, cuando Clarice, dijo:

– Me ha parecido oír que han llamado a la puerta, ¿quieres que abra?

– Si, por favor, pero… ¿no deberías de taparte un poco?

– ¿Y si detrás de la puerta hay algo interesante?

– ¡Realmente eres una zorra insaciable! ¡Anda! ¡Ve a abrir como te dé la gana!

Nuestra vecina se une a la fiesta

Apuramos los mojitos mientras Mammadou no paraba de tocarme por todos los lados con sus grandes manos, cosa que me encantaba, cuando volvió a sonar el timbre.

Clarice fue a abrir la puerta, y volvió con nuestra vecina Kate, que iba vestida de negocios, con una fina camisa blanca y una falda corta de franela oscura. Sus hermosas piernas iban envueltas en unas finas medias negras de seda, y calzaba unas bonitas sandalias de tacón. Kate todavía llevaba puestas sus gafas de trabajar y el bolso, y en su mano había una botella de champán. Me quedé ruborizada con tan solo verla.

Kate se acercó y se sentó a mi lado, encima de las piernas de mi jardinero, dándome un sensual beso en los labios que no tuve tiempo de rechazar. El intenso beso que me dio, me incomodó un poco, y ella lo notó.

Kate se levantó de las piernas de Mammadou, y se sentó en las de Clarice.

– Hola amor. ¿Cómo te llamas?

– Clarice.

– Me encanta tu nombre, Clarice. Yo soy Kate, la vecina de Hannah. Ya he visto que eres una putita con sorpresa – dijo, mientras abría la botella de champán.

Empezó a beber directamente de la botella, dejando que el espumoso se derramara por sus labios y mojara su blusa, antes de acercar su cara a la de Clarice y estamparle un beso en la boca. Kate tiene unos labios preciosos, muy sensuales, y su lengua empezó a jugar en la boca de Clarice, que le correspondió mordiéndole los labios mientras le arrebataba la botella y la vertía sobre su blusa. Con la humedad, la blanca tela transparentó y mostró la ropa interior de Kate: un sujetador negro de encaje, con los pechos abiertos, que dejaban que sus puntiagudos pezones se marcaran claramente bajo la mojada tela.

Realmente, la sensualidad de Kate era avasalladora, y hacía que me ruborizara y me pusiera cachonda a la vez.

Volvió a acercar su boca a la mía mientras con sus largas uñas metía un dedo en mi raja, cosa que hizo excitarme muchísimo.

Separo su boca de la mía y fue recorriendo con su lengua cada parte de mi cuerpo. Me mordió los lóbulos de las orejas y luego fue bajando a mis tetas las cuales succionó con facilidad, luego mordió mis pezones hasta dejarlos duros otra vez.

Por otro lado, Clarice se estaba preparando para ser ensartada por Mammadou, que con ese espectáculo lésbico había vuelto a ponerse duro como el mármol. La imagen grupal era fascinante y alucinante.

Kate por fin llego a posar su boca en mi rajita, haciéndome lanzar gemidos de placer.

Su lengua se metía muy adentro de su mi concha haciéndome tener espasmos tan intensos que tuve otro orgasmo en un momento, a pesar de la larga sesión de sexo que había tenido. Luego se separó.

Realmente, Kate tenía algo enigmático que me hizo obedecer de inmediato. Empecé a acariciarme la rajita, estimulando mi clítoris y jugando con mi recién estrenado piercing con mi  dedo corazón, mientras exploraba mi culito con los dedos de la otra mano.

Kate se deshizo de su falda, dejándola deslizar sobre sus sinuosas caderas y mostrando una combinación de tanguita y liguero, a conjunto con el sujetador que llevaba. Se bajó también el tanga y, de su bolso, sacó un gran pene con arnés y se lo ajustó. Se acercó mientras escupía sobre la punta del grueso pene de goma y con la mano lo lubricaba; apunto a mi sexo y me penetró de un empujón, antes de comenzar un mete y saca intenso y divino.

No podía más que emitir gemiditos, como una geisha japonesa, mientras observaba como Clarice se había sentado sobre el regazo del jardinero, dándole la espalda, y lo cabalgaba mientras él de manoseaba los pechos.

– Así que la reprimida de mi vecinita, no lo es tanto ¿eh? ¿putita? ¿Te apetecía follar con tu querida vecina?

– ¡Siiiiii! soy una putita reprimida ¡siiiiiii!

– ¡Y tu empleada, una secretaria bien lasciva! ¿eh?

– ¡Siiiii! – respondía, viendo cómo Clarice cabalgaba la inmensa verga del jardinero con los ojos cerrados.

Me sentía llena con ese pene de goma en mi vagina, que brotaba litros de flujo.

Tuve otro orgasmo divino. Ya no sabía cuál era mejor. Todos me habían hecho sentir muy satisfecha. Kate acercó su cara a mi concha y tragó todos mis flujos, cosa que me excitó aún más. Luego se incorporó y puso su rajita encima de mi cara.

Hundió su chochito en mi cara dejándome casi sin respirar. El olor de su bollito me embriagaba. Era la primera vez que iba a probar uno. Pasé con cautela mi lengua por su raja, dándome cuenta de que su sabor era divino.

Mi lengua fue buscando meterse dentro de su vagina, lo cual logró con facilidad, ya que sus labios estaban totalmente abiertos de pura excitación.

Empecé a saborear sus flujos, y cada vez que los probaba me gustaba más saborearlos.

Kate no paraba de decirme cosas que me excitaban aún más y, mientras mamaba su rosado conejito, me pajeaba con un dedo metido en la raja. Kate también encadenaba orgasmos mientras yo no paraba de saciar mi sed.

Ya Mammadou había llenado el culo de leche a Clarice y se dirigió hacia mí y volvió a meter su gran polla en mi raja.

– ¡Aaaaagh! ¡Diossssss!

– Perra ¡muérdeme el coño! ¡uhhmmmmmm!

Mientras el jardinero me penetraba sin piedad, yo daba mordisquitos con placer en el chochito de mi vecina, y ella a la vez le comía la polla a mi asistenta, que se le había puesto en frente. Era un espectáculo digno de una película porno. Mammadou me hizo tener otro orgasmo y Kate también tuvoel suyo.

Finalmente, Mammadou y Clarice se incorporaron, y empezaron a pajearse mientras Kate y yo nos besábamos, hasta que se corrieron sobre nuestras caras. Goterones de lefa caían por nuestras mejillas, y se mezclaban con nuestras lenguas mientras nos besábamos.

Al rato nos reincorporamos y apuramos la botella que Kate había abierto.

Mammadou dijo:

Me sorprendió que, después de haberme follado como nunca, el jardinero continuara hablándome de usted, mientras observaba, admirando ese cuerpo y ese pollón de ébano, Mammadou terminó de vestirse, recogió sus cosas y se marchó.

Un poco más tarde, fue Kate quién de despidió.

Cuando Kate y el jardinero se fueron, Clarice y yo entramos en la casa y fuimos a ducharnos juntas. El cansancio era tal que nos quedamos dormidas desnudas en mi cama.