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Cómo me convirtieron en una depravada (2/11)

en Grandes Series

Como mi consulta dental estaba funcionando cada vez mejor, decidí contratar a una persona que me pudiera ayudar en la consulta con la recepción de pacientes i atención telefónica.

Me encargué de contactar con una agencia, y a los dos días me respondieron diciendo que tenían a la persona adecuada según mis requerimientos (un poco exigentes diría yo): a parte de su capacidad profesional, buscaba una persona educada y con buena presencia, puesto que buena parte de sus tareas eran de cara a los clientes.

Llego el día de recibir a la candidata para entrevistar. Tocaron el timbre y ahí estaba ella. Mi primera impresión, fue la de una chica que ni parecía una administrativa. Una mulata alta y delgada, con un tipazo tremendo, en el que destacaban unos enigmáticos ojos de color azul claro. Llevaba puesto unos jeans piratas, ajustados a sus largas piernas, y un suéter de punto entallado, que resaltaba unos pechos de tamaño considerable.

A primera vista no la iba a contratar, ya que me pareció demasiado exuberante para estar de cara al paciente en un consultorio, pero la hice pasar y me senté a conversar con ella. Le hice varias preguntas, de donde era, sus familiares y parte de su vida. Su conversación me sorprendió por agradable y educada, explicándome que se llamaba Clarice y que era originaria de Brasil, y que, una vez acabados los estudios administrativos en su país, se decidió a venir a nuestro país a labrarse su futuro profesional. Incluso me comentó que también se había formado en fisioterapia, por hobby.

Así pues, me decidí a contratarla. Le expliqué sus horarios y tareas, y le mostré el uniforme. La dejé en sus faenas y me fui a trabajar un poco apurada.

Cuando acabó nuestra jornada laboral y Clarice se marchó a su casa, no podía dejar de pensar que tendría que estar pendiente de que mi marido no apareciera demasiado en mi consulta en horario laboral, ya que la belleza de Clarice era espectacular, y mi marido nunca ha tenido reparos en flirtear con mujeres hermosas como ella.

Los masajes de Clarice

Habían pasado tres meses desde que contrate a Clarice. Al final de la jornada me quedaba muy cansada y tensa del trabajo, así que me había acostumbrado a darme una ducha rápida para que Clarice, antes de volverse a casa, me diera unos masajes relajantes que me dejaban como nueva.

Hablábamos de muchas cosas, y llegó un momento en que, a Clarice, más que mi asistente, la consideraba mi amiga.

En una ocasión, mi esposo se fue de viaje a Boston durante la semana, a un congreso internacional sobre su especialidad. Fue una semana, además, con mucho trabajo, y acababa muy cansada todas las noches.

El jueves mientras Clarice me daba el masaje de rutina, me preguntó:

– Hannah, nunca hemos hablado de lo que te voy a decir, y espero no te molestes. ¿Cómo haces tú para aguantar tanto tiempo sin sexo?

– Ay Clarice, si supieras que me vienen ganas, pero me tengo que aguantar. Marco se pasa más tiempo fuera que conmigo, y realmente hay veces que tengo muchas ganas de sexo, pero ¿cómo lo hago?

– Ay amiga, yo no aguantaría tanto así. Si hiciera falta me masturbaría.

– Nunca lo he intentado.

– ¿Nunca lo has intentado? ¿Y Marco? ¿Es bueno en la cama? Si quieres no respondas…

– Mira, tiene un pene de buen tamaño, para nada pequeño, y bien grueso… pero lo mejor de Marco es el aguante que tiene. Es como un martillo neumático, ¡que no para! Para cuando él tiene un orgasmo, ¡a mí me ha dado tiempo de tener dos o más! Lástima que no esté en casa más a menudo…

– ¿Sabes que es más relajante hacer el amor que cualquier otra cosa?

– Sí, lo sé, pero ¿cómo lo hago, cuando Marco está fuera?

– Haz lo que te dije.

– Algún día lo haré.

Seguimos hablando de otras cosas sin relevancia, pero sus preguntas me habían dejado un poco nerviosa y pensativa.

Al día siguiente, la misma monotonía. En el trabajo solo pensaba en lo que me había comentado Clarice y, no sé por qué, pero el estrés era tanto que solo pensaba en cerrar la consulta para empezar el fin de semana, ducharme y que Clarice me diera un masaje, antes de que llegara Érica.

Cuando me disponía a ir a la ducha, Clarice justo acababa de cerrar su ordenador, pero iba vestida de forma muy espectacular. Se había cambiado su ropa de oficina por unos shorts tejanos diminutos, que a duras penas podían ocultar sus redondas nalgas, y un top de punto muy calado, que dejaba entrever sus pechos, con los pezones insinuándose entre la tela. Yo me quede impresionada, el cuerpo de Clarice era perfecto.

– ¡Te ves explosiva!

– Esta noche salgo de fiesta con amigas, a ver si ligo un poco...

– Pues con ese cuerpazo que te gastas, si no ligas... Oye, estoy muy estresada, si me ducho rápido, ¿me darías un masaje antes de irte?

– ¡Por supuesto!

Fui al baño y, mientras me duchaba, pasaba por mi mente el cuerpo de Clarice: no soy lesbiana, pero me llamo mucho la atención; tanto que recordé lo que me había comentado la noche anterior y comencé a acariciar mis pezones, los cuales se pusieron duros al primer contacto. ¿Qué me estaba pasando? ¿Tocándome y pensando en una mujer? ¡No podía ser! Dejé de hacerlo para terminar de ducharme, pero aun así algo en mi interior me hizo escoger un bonito conjunto blanco de tanga y sujetador y una bata semitransparente para bajar a darme el masaje.

Me estiré en la camilla de la consulta, y al rato llegó Clarice. Yo estaba casi dormida cuando abrió la puerta. Me quité la bata y, como siempre, me puse boca abajo esperando sus manos sobre mis hombros y espalda.

– Noto que estás muy estresada, Hannah. Tienes los músculos muy tensos. ¿No te molesta que me ponga encima de ti?

– Por supuesto que no.

Clarice acomodó sus dos piernas a los extremos de las mías. Su piel era mi suave y siguió dándome el masaje en la espalda. Sus manos son milagrosas y el dolor en mi espalda cesó, pero no el de mis piernas.

– Clarice, ¿me puedes dar un masaje en las piernas? Me duelen mucho.

– Si. Veo que estas aún muy tensa. Te voy a echar una crema que hace milagros.

Fue a su mesa a buscar la crema y se puso a mi lado. Comenzó desde los pies a untarme la crema y me daba un masaje que era placer para dioses. A medida que iba subiendo sentía, cada vez más, un cosquilleo divino. Hizo lo mismo con la otra pierna. Que bien se sentían las manos de Clarice sobre mis piernas.

Al llegar sus manos a la entrepierna, Clarice hizo una suave y ligera presión para que las abriera, y me dejé en sus manos. Sentí una ligera humedad en mi vagina mientras abría las piernas. Clarice cada vez más se acercaba a mi conejito. El cosquilleo se hacía más intenso. No quería que parase y abrí más las piernas. Sentí sus manos posarse en mi tanga, y pegué un gemido.

– ¡Uhhmmm!

– Déjate llevar – dijo Clarice.

Lentamente retiró mi tanga, dejando mi sexo al descubierto, que siempre procuraba llevar bien recortado. Como toda una experta, fue frotando mi clítoris y toda mi vagina cada vez se humedecía más. Lentamente me metió un dedo y fue masturbándome con suavidad, algo que nunca había experimentado.

Abrí más las piernas, y las flexioné para que ella pudiera trabajar con más facilidad. Sentí posar su lengua en mis labios vaginales y experimenté un profundo e inacabable orgasmo.

– ¡Ummmmmmmm! ¡Aghhhhhhh! ¡Siiiiiiii! ¡Riiico!

– ¿Te gusta?

– ¡Siiiiiiiii! ¡Ummmmm!

– Pues justo acabamos de empezar. ¿Seguimos?

– ¡Siiiiiiiii! ¡Ummmmm!

Volvió a posar su lengua en mi rajita y se tragó todos mis flujos mientras me metía un dedo por el agujerito de mi culo, dándome aún más placer. Luego su lengua llegó a mi ojete y me hizo sentir una nueva sensación muy excitante. No quería que parase.

Ella se quitó el top dejando sus grandes tetas al descubierto y se acostó al lado mí. Acercó su cara a la mía y sus labios se posaron en mi boca. Su lengua, con un piercing que hasta ahora no me había dado cuenta que tenía, hacia estragos en mi boca mientras mantenía dos dedos metidos en mi culo, dilatándomelo. Sus duros senos se rozaban con los míos y la electricidad en mi cuerpo era muy intensa y placentera.

Tanto tiempo con Clarice a mi lado y sin saber lo divino que hace el amor. Tuve otro orgasmo intenso, y se montó en la camilla, a horcajadas encima de mí antes de decir:

Bajó sus pechos y empezó a acariciar mi espalda con ellos. Podía notar sus duros pezones paseando por mi piel. En un momento dado, noté una presencia caliente en mi trasero.

Intenté girarme para ver qué era, pero antes de darme cuenta de qué ocurría, Clarice deslizó su polla dentro de mi culo, ya dilatado por los masajes que me había estado dando con sus dedos. Clarice tenía pene y, por lo que estaba notando, era un pene de dimensiones considerables, el que acababa de entrar en mi culo.

Tan solo fue un poco de dolor lo que sentí y luego un placer indescriptible al notar su miembro entrando y saliendo suavemente. Del placer que estaba experimentando, alcé mi culo para que las estocadas fueran más profundas, y empecé a moverlo, siendo yo la que me estaba ensartando en esa estaca, hasta tener varios orgasmos seguidos, cosa que nunca había experimentado con Marco.

Ahora si sabía lo placentero del sexo. Sentí como Clarice acabó en mi culo, llenándomelo de leche y dejándome totalmente satisfecha.

– ¿Te ha gustado?

– Si amor, si hubiera sabido esto antes…

– Es que, tú sabes, es raro tener una transexual como asistenta.

– Bueno si, y quizás si no me hubiera enterado de esta forma, te hubiera despedido, pero lo hiciste muy bien, y no pienso dejarte.

Acerqué mi boca a la suya y nos besamos durante un buen tiempo. Mi lengua se metía en su boca y disfrutaba plácidamente.

Me agarro de la mano y fuimos hasta mi cuarto. Ya allí, abrió una mochila que llevaba consigo, y me quede impresionada, tenía sandalias y zapatos con tacones altísimo, ropa súper sexy, lencería diminuta y una bolsa de terciopelo con todo tipo de consoladores, dildos y bolas chinas.

– Vamos a disfrutar como locas, ven pruébate estos zapatos que quiero ver cómo te quedan.

– ¿No te esperan?

– Tranquila, mis amigas pueden esperar, y esto vale mucho más la pena.

Me dio unas sandalias con tacón de aguja, que se sujetaban a la pantorrilla con una lazada al estilo romano. Me las puse, y en el espejo me veía muy sexy. Clarice se acercó a mí y nos besamos mientras su mano tocaba mi conejito y me volvía a poner a mil.

Agarro de la bolsa un gran consolador de color negro, y me hizo acostar boca arriba sobre mi cama.

– Quiero que te masturbes para mí.

– Me da vergüenza, ¡y Érica podría llegar en cualquier momento!

– ¿Qué vergüenza? Acabamos de follar en tu consulta, y estamos en la intimidad; y tranquila por Érica, que todavía es muy temprano para que llegue.

Me dio el consolador, cerré los ojos y comencé a frotarlo en mi almejita. Clarice puso su mano también sobre ella y la abrió con sus dedos, frotándome el clítoris. No aguante más y metí el consolador, comenzando a masturbarme.

– Así guapa, disfruta de lo que haces, gime si es necesario.

– ¡Ummm! ¡Siiiiiiiiii!

– ¿Te gusta?

– ¡Siiiiiiii, muuuchooo!

– Métetelo bien y mastúrbate duro, ¡perrita!

– ¡Ummm! ¡Siiiiiiiiii!

Clarice acerco su pene a mi cara y lo posó sobre mis labios.

En ese momento pude apreciar la polla de Clarice en todo su esplendor. Debía tener unos 20cm de diámetro, y un groso considerable, que no acababa de entender cómo podía haber invadido mi culo. Gruesas venas recorrían ese tronco de ébano, coronado por un capullo ancho y rosado.

Sin dejar de masturbarme, deslicé mi lengua a lo largo y ancho de aquella verga, entreteniéndome en sus grandes y perfectamente depiladas pelotas, que me metí en la boca. Volví a ensalivar y lamer el tronco para, ahora sí, abrir la boca y meterme ese trozo de carne. Ella lo metía y sacaba como si me estuviera follando. Mi excitación cada vez iba en aumento, hasta que sentí un torrente de leche inundando mi boca, mientras tenía un orgasmo.

¡Uffffff!  ¡Qué bestia es follar con Clarice! Quedamos extenuadas una al lado de la otra.

– ¿Te has dado cuenta de todo lo que te perdías?

– Si. Pero ya no.

– Voy a hacer de ti una caliente putita, para que atiendas bien a tu esposo cuando esté en casa, y te diviertas cuando se vaya de viaje.

– ¡Ummm! Suena bien. Es más, me han encantado tus zapatos y un día de estos me gustaría ir de compras. ¿Me acompañarías?

– ¡Claro, amiga!

Clarice recogió sus cosas y se marchó a su casa, dejándome estirada en la cama, digiriendo lo que me había ocurrido esa noche, hasta que a los pocos minutos oí ruido en el hall. Debía ser Érica, llegando de la universidad, así que me volvía vestir a toda prisa para bajar a recibirla, poniéndome la camisola por encima de la lencería, para poder andar cómoda por casa.