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Cómo me convirtieron en una depravada (4/11)

en Grandes Series

Al día siguiente, por la mañana, llamaron a la puerta. Era Claire, la hija de Kate, que venía a casa para estudiar con Érica.

– Buenos días, señora Bianchi, he quedado con Érica para estudiar

– Buenos días, Claire, creo que Érica está arriba, en su habitación. Pasa, pasa…

– ¡Gracias!

La acompañé a la habitación de Érica, y yo fui a ponerme un bikini para bajar a la piscina y tomar un poco el sol.

Cuando llegué a la piscina comunitaria, con la toalla y un libro, Kate ya estaba allí, estirada boca abajo en una tumbona, leyendo una novela. Llevaba un bikini con braga tipo brasileño, que se le metía entre los cachetes de su culo, bien trabajado en el gimnasio. Después del espectáculo de la noche anterior, se me hacía raro verla tan recatada, con la parte de arriba puesta, aunque fuera con los cordones desatados.

Cogí una tumbona y me estiré a su lado.

– ¡Buenos días, Hannah! Me ha dicho Claire que se iba a estudiar con tu hija. ‒ me dijo, como si la noche anterior no hubiera sucedido nada…

– ¡Buenos días! Sí, justo le he abierto la puerta; ya están juntas.

– Me hace feliz que nuestras hijas sean tan amigas. Que Claire consiguiera nuevas amigas, era una de las cosas que más nos preocupaban… Oye, ¿quieres que te ponga crema?

– Pues muy bien que me iría. El sol está pegando muy fuerte, y como me quede dormida me voy a quemar.

Me estiré boca abajo, desabroché el cordón posterior de la parte de arriba de mi bikini, y le di mi aceite bronceador a Kate.

Kate esparció aceite en mi espalda, y empezó a masajearme la parte alta suavemente. Tenía unas buenas manos. Mientras notaba sus sensuales manos bajando por mi espalda, dijo:

– ¿Has visto al nuevo jardinero?

– ¿Nuevo jardinero? – contesté, sin entender mucho el objetivo de esa pregunta.

– Sí, han cambiado de empresa de jardinería, y el chico que viene ahora no tiene desperdicio. Mira, por ahí anda.

Me incorporé un poco, y vi al nuevo jardinero en un rincón, cerca de la caseta de herramientas, arreglando unas flores. Era un chico negro, espectacular: alto y musculado, con unos brazos muy fuertes que brillaban bajo el sol debido al sudor.

– Es senegalés, y se llama Mammadou ‒ añadió Kate ‒ ¿sabes lo que dicen, no, de los hombres africanos?

– Sí, claro. Todo el mundo ha oído esas cosas, pero no sé hasta qué punto son ciertas.

– Te lo puedo confirmar personalmente‒ contestó, entre risitas.

– ¿Cómo? ¿Has tenido sexo con un negro?

– ¡Noooo! He tenido sexo con ESE negro, y he de reconocer que ha sido muy buen sexo: tiene un pene increíblemente grande, y ¡ciertamente, lo sabe usar!

Estaba escandalizada de que mi vecina se hubiera tirado al jardinero, y reprobaba que lo hubiera hecho, pero mi curiosidad y morbo pudieron más:

– ¿Y cómo pasó?

– Pues mira, en realidad fue bastante rápido e improvisado, pero ya te digo que me he propuesto repetir.

Kate empezaba a aplicar aceite bronceador a mis piernas, mientras me explicaba la historia:

– Acababa de llegar de ver a un cliente y, al pasar por el jardín, oí un ruido extraño en la caseta de las herramientas. La verdad es que ya me imaginaba que sería él, y no otra cosa, así que me acerqué sigilosamente para ver qué hacía.

– ¡Eres una enferma! ¡Pobre chico!

– ¿Pobre chico? Cuando me asomé por la puerta, allí estaba, cambiándose. Se acababa de bajar el mono de trabajo, y ¡no te puedes creer lo que tiene entre las piernas!

– … ¿un pene?

– Un pene, no, ¡la barra de carne más grande que he visto nunca! Ya en reposo es más grande que la de mi marido, empalmada.

– Venga, no digas tonterías.

– Te lo prometo. Era tan grande que me quedé como hipnotizada y, a pesar de que me pilló mirándole, no pude evitar entrar en la caseta y arrodillarme enfrente de esa majestuosidad.

– ¿Así? ¿Tal cual? ¿Y cómo reaccionó él?

– Él se quedó pasmado, mientras me metía su polla en la boca sin decirle nada. ¡Me sabía a gloria!

Mientras explicaba esto, las manos de Kate masajeaban la parte alta de mis piernas mientras aplicaba el aceite bronceador. Se acercaba peligrosamente a mi entrepierna, que empezaba a humedecerse al imaginarme la escena con el jardinero. A pesar del pudor, no pude evitar abrir un poco las piernas para facilitar la labor.

Mientras atendía a la historia que me contaba Kate, notaba cómo sus manos de Kate se volvían más atrevidas, recreándose en mi entrepierna con suaves roces con mi sexo, que ya emanaba calor y flujos como un geiser:

Me incorporé, para sentarme en la tumbona. La parte de arriba de mi bikini, medio desatado, tapaba mis pechos a medias, pero no podía disimular mis pezones erectos de pura excitación por imaginar la escena. Kate se sentó detrás de mí, apoyando sus pechos en mi espalda, para aplicarme bronceador por delante, mientras me continuaba susurrando esa excitante historia al oído.

Las manos de Kate, untadas en aceite bronceador, se paseaban por mi pecho, con pequeñas caricias furtivas a mis pechos. Entre el bronceador y la historia que me estaba contando, yo no podía estar más cachonda.

– Y así estuvo, follándome y comiéndome las tetas durante un buen rato. ¡No imaginas lo que aguanta ese semental! Yo no paraba de encadenar orgasmos, hasta que finalmente se corrió dentro de mí. Me llenó la vagina con tal cantidad de leche que al acabar derramaba por mis piernas. – finalizó Kate, mientras dejaba de masajearme el pecho.

– I, ¿ya está? ‒ dije, intentando ocultar mi decepción al notar que mi vecina no llegaba más allá en sus caricias.

– Si, si, ya te lo he dicho, fue algo corto… ¡pero muy bestia! Llegué a casa derrengada, con la blusa hecha jirones y el tanga en el bolso, y las piernas empapadas con su leche.

Kate se levantó de mi tumbona y se volvió a la suya.

Me quedé con las ganas de acabar, mientras veía cómo Kate se dirigía a la pequeña ducha al lado de la piscina, contoneando sus caderas. No sé qué pretendía Kate al contarme esa historia, los masajes con el bronceador… ¿quería ponerme cachonda y dejarme con las ganas?

Al abrir Kate la ducha, me di cuenta del secreto de ese bikini tan “recatado”: la tela se volvía transparente al mojarse. Kate se enjabonaba sensualmente, y sus manos acariciaban todo su cuerpo regado por el agua de la ducha. No pude contenerme y llevé una mano a mi rajita, empezando a acariciarme mientras no perdía de vista el espectáculo que Kate me estaba dando, aparentemente ajena a mí.

Cuando Kate se acabó de duchar, se cubrió con una toalla y se dirigió hacia mí. Yo ya había dejado de disimular, y me estaba metiendo dos dedos en la rajita mientras me pellizcaba los pezones. Al llegar a mi altura, Kate dejó caer la toalla, mostrándome su cuerpo desnudo a través la tela de su bikini mojado, y tomó el relevo con su mano en mi vagina encharcada, acariciándome el clítoris mientras me besaba dulcemente un pezón. Tardé poco en correrme en las manos de mi vecina, que al notar que acababa, me susurró al oído:

Al acabar, Kate se llevó los dedos a la boca para relamerlos y posteriormente me besó, dejándome probar mis propios jugos, antes de girarse e irse a su casa, dejándome descompuesta y medio desnuda en la tumbona.