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Cómo me convirtieron en una depravada (1/11)

en Grandes Series

Mi nombre es Hannah, tengo 30 años y soy dentista. Nací en Dinamarca, pero mis padres se mudaron a este país siendo yo bien pequeña. Físicamente, la verdad es que puedo estar bien satisfecha de mi herencia familiar: tengo las largas piernas de mi madre, coronadas por un trasero redondito del que estoy muy orgullosa, y los bonitos ojos azul grisáceo de mi padre, y llevo mi cabello de color rubio platino muy corto, casi como un chico. Mi busto es de buena medida, sin ser exageradamente grande, con unos pechos redondos y bien puestos.

Mi esposo, Marco, es cirujano y trabaja en una prestigiosa clínica privada. Vivimos en un bonito chalé, en la parte alta de la ciudad, donde además tengo mi consulta privada.

Con Marco nos habíamos conocido en mi consulta, que en aquel momento tenía en una Clínica en el centro de la ciudad. Su esposa, con la que se había casado muy joven, y con la que tuvo dos hijos, Simón y Érica, de 20 y 18 años, se vio afectada por una larga enfermedad y finalmente falleció. Mantuvimos el contacto después de lo sucedido, y ese contacto se convirtió en una relación de pareja.

Tengo con Marco y sus hijos una muy buena relación, hasta el punto de que los hijos de Marco me consideran su madre y me trata como tal. A nivel sexual, Marco y yo hemos tenido sexo a menudo, siempre que sus viajes lo permiten, aunque más de una vez me había insinuado su gusto por el sexo menos convencional. Su personalidad más liberal chocaba un poco con la mía, más tradicional, aunque he de reconocer cuanto me atraía y fascinaba la posibilidad de llevar mi vida sexual más allá de mis limitaciones, puede que auto-impuestas.

La cena

En el chalé colindante con el nuestro viven los O’Sullivan, una pareja irlandesa, con su hija. Kate y Sean vinieron a nuestro país por el trabajo de él. Sean es directivo de una importante multinacional tecnológica, con sede en nuestra ciudad, y Kate es diseñadora de interiores.

Con Kate y Sean nos llevamos muy bien ya que, además de tener edades similares a nosotros, su hija Claire es una de las mejores amigas de Érica; iban juntas al instituto y ahora también estudian la misma carrera universitaria.

Kate es una mujer bien hermosa: una cabellera de color rojo caoba enmarca una bellísima cara, con unos penetrantes ojos de color turquesa, nariz fina y voluptuosos labios, sembrada de finas pecas que le dan un aire fresco y juvenil. Posee además un cuerpo exuberante, con un generoso pecho, sinuosas caderas y largas piernas. Por lo que respecta a Sean, la verdad es que se trata de un hombre muy atractivo. Alto y fibrado, sin ser demasiado musculoso, y conos ojos verdes de mirada intensa.

Acostumbramos cenar juntos un par o tres veces al mes, entre semana, y fue en una de estas cenas que mi vida empezó a dar un vuelco.

Esa noche, Kate llevaba un vaporoso vestido veraniego de seda en color coral que acentuaba sus largas piernas, con un atrevido escote frontal hasta el ombligo, con un acordonado que a duras penas podía sujetar sus generosos pechos, que lucían una bonita caída natural. Durante la cena advertí que Marco no perdía detalle del escotazo que lucía Kate. En la parte posterior del vestido, un escote similar llegaba al filo del límite de su espalda, dejando entrever un bonito tatuaje con motivos florales.

Yo llevaba me había puesto unos jeans ajustados, que contorneaban mis bonitas piernas y hacían que mi trasero se viera espectacular, tal como comprobé, al pillar varias veces tanto a Marco como a Sean con la mirada clavada en él. En la parte superior, un top de seda floreado con los hombros descubiertos, que llevaba sin sujetador, acentuaba el bronceado de mi piel.

Los hombres iban vestidos de manera informal, Sean con unos bermudas y una camiseta ajustada, y Marco con unos pantalones de lino claros y una camisa a medio abotonar.

Al acabar la cena, mientras tomábamos unas copas en la sala, una conversación intranscendental nos llevó a descubrir los gustos liberales de nuestros vecinos. No pude evitar preguntar:

A lo que Sean nos confesó:

Y Kate, muy insinuante, añadió:

No me esperaba que una mujer bella como Kate me hiciera esa proposición de forma tan sugerente, y no pude evitar sonrojarme, mientras esquivaba su insinuación:

– ¡Uy, no, chica! Creo que nosotros tenemos una vida mucho más convencional, para estas cosas.

– Pero, mi amor, tú bien que eres de un país reconocido per ser más bien abierto respecto a estos temas, ¿no?

– Uffff, no creas todo lo que se dice sobre estas cosas. De verdad que no hay para tanto.

Y así intenté cerrar el tema, que empezaba a incomodarme, aunque no pude evitar notar como mi vagina se humedecía y ver como Kate se daba cuenta de cómo mis pezones de erizaban, marcándose bajo la delgada tela de mi top. Continuamos charlando animadamente de otros temas, hasta que se nos hizo tarde y Kate y su marido se despidieron.

Marco me somete

Confirmé lo caliente que se había puesto Marco, primero con el escotazo de Kate y luego con la charla con los O’Sullivan, en cuanto cerramos la puerta tras despedirnos de ellos.

Marco me agarró con fuerza desde atrás, y empezó a acariciarme; sus manos merodeaban por mi cuerpo mientras me besaba el cuello y mordisqueaba sensualmente la oreja. Yo me dejaba acariciar, mientras volvía a ma mente la imagen de mi guapa vecina y su sensual vestido. Súbitamente, me empujó contra un gran espejo que tenemos en el recibidor.

Me puso de cara al espejo, mirándome fijamente a través de él mientras me bajaba el top y sacaba mis tetas por encima del escote, y me empujó hacia adelante, haciendo que mis ya erectos pezones se aplastaran contra la fría superficie de cristal. Nunca había visto a Marco en esta tesitura tan dominante, y por un instante sentí temor.

Mientras me mordía el cuello y decía guarradas, me desabrochó y bajó los pantalones y metió su mano en mi entrepierna, deslizando el tanga a un lado. Con una mano acariciaba mi coño de una forma nada delicada, deslizando dos o tres dedos dentro de mi agujero mientras su pulgar jugueteaba con mi ano, y con la otra manoseaba mis tetas y pellizcaba mis pezones. Mi coño, que ya estaba húmedo desde la charla con Kate, acabó bien empapado con la intrusión de sus dedos, así que no le costó nada deslizar su pene hasta el fondo de mi matriz.

Empezó a bombear rudamente mi sexo, como si no hubiera mañana, mientras metía en mi boca los dedos que hacía unos segundos habían estado hurgando en mi agujerito, para que se los chupara. Estaba descubriendo a qué sabía mi coño, cuando me susurró a la oreja:

– Te ha puesto cachonda la charla, eh, ¿zorrita?

– ¡Uhhmmm! ¡Siiiiiii!

– Apuesto a que, si en ese momento Kate te besa, se te caen las bragas de la excitación

Me daba pudor reconocerlo, pero estaba tan cachonda que no pude ocultarlo:

– ¡Siiiiii! ¡Me ha puesto mala! ¡Por favor, no pares!

– ¡Mírate al espejo! ¡Mira la perra cachonda que tienes en frente! ¿No te dan ganas de besarla?

Levanté la mirada, y vi mi reflejo en el espejo. Estaba tan desatada que no pude evitar empezar a lamer y besar mi reflejo en el espejo, imaginándome que era la guarra de mi vecina, mientras mi marido me agarraba del cuello y perforaba mi sexo sin compasión.

Después de un buen rato bombeando, se separó un poco y empezó a darme fuertes nalgadas, desatando en mí un orgasmo como nunca lo había tenido, a la vez que él también se corría y me llenaba la vagina con su espesa leche. Mis piernas no soportaron el orgasmo, y caí rendida al suelo, con las tetas fuera de la blusa, los pantalones en las rodillas, el tanga destrozado y un hilo de semen que iba saliendo de mi cueva inundada por Marco.

Durante los siguientes días, no conseguía quitarme de la cabeza la mirada sensual de Kate ni la sesión de sexo al despedirnos de los vecinos. Sólo de pensarlo, notaba como mi vagina se humedecía otra vez y mis pezones de erizaban.

Las sesiones de sexo con Marco dieron un giro radical. Marco se mostraba aún más desinhibido, y cuando follábamos me decía cerdadas que, no solamente no me incomodaban, sino que incluso me ponían a mil. Realmente, aquella conversación con nuestros vecinos llevó un cambio positivo a nuestra vida sexual.