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Otro adiós (VII)

en Grandes Relatos

Evidentemente recuerdas que fuiste tu quien insistió en que si hoy os veíais no fuera en el hotel, pero a estas alturas no te quedan muchas alternativas.

 

-Anna, no te acuerdas de lo que acordamos?

 

-Jopetas, Víctor, sí ya lo sé... que en el hotel no... pero las cosas han ido como han ido, nadie tiene la culpa de que se haya puesto a diluviar así, no? -Se acerca a ti, se inclina a tu oido, y te susurra: - venga va, que no te voy a comer...

 

La cadencia de su dulce voz en tu oído y su actitud de mujer poderosa te empalman al instante.

 

- Esta bién, Anna, vamos a por la última, la verdad es que nos la merecemos.

-Así me gusta, caperucito. No tengas miedo al lobo...

-No sufras, lobita, que te tengo muchas cosas pero miedo ninguno...

-Ay ay ay, que mi capericuta se envalentona... A ver si va a resultar ser el cazador y voy salir cazada... -Te dice todo esto con un tono juguetón, como quien pretender decir cosas picantes sin intención de hacerlas... o por lo menos eso te parece- ¡Vamos, pues! Está en la cuarta planta.

 

Anna se gira y coge el camino del ascensor. Cuando te dispones a seguirla no puedes dejar de admirar su espectacular culazo.

 

A veces te parece mentira que después de tantos años con Thaïs jamás le hayas sido infiel, porque sabes perfectamente que siempre se te van los ojos detrás de las mujeres bellas, especialmente de las que son diferentes a ella. Como Anna, con su rotundo trasero y sus pechos exorbitantes. Immediatamente te imaginas como sería follarla desde atrás: agarrarla firmemente de la cadera y hundir tu carne entremedio de sus generosas nalgas; rellenar hasta el fondo su sexo mientras desde atrás ves como arquea la espalda de placer e intuyes sus pechos balancearse con tus movimientos.

 

Pero aunque siempre has sido sensible a la belleza femenina, nunca has tenido deseos reales de traicionar a tu mujer y has rehuído las situaciones en que la tentación podría llegar a presentarse. Y ahora que te diriges a la habitación de Anna para dejar tu americana, observas como balancea las caderas al andar, y entiendes que nunca has estado tan tentado como ahora. Necesitarás cambiar de tema, igual que has hecho ya en un par de ocasiones esta tarde, y desviar la atención.

 

Llegais a su habitación y cuando Anna te invita a pasar un segundo, alucinas con su suite. Joder, pues sí que le van bien las cosas laboralmente, sí. Afortunadamente para ti, el evidente nivelazo de la habitación proporciona un cambio en la conversación nada forzado. Anna te explica que paga la empresa, que patatím, que patatam. De repente te das cuenta que llevais ya unos minutos en la habitación. ¿No habíais entrado simplemente a dejar tu americana para que se secase?

 

-Bueno, Anna, ¿no teníamos que hacer la última copa? ¿Subimos a la terraza?

-Hahaha, ¿estás loco, con esta lluvia?

-Hahaha... Vaya, me has pillado, yo que quería verte en plan concurso de camisetas mojadas... -Lo dices en broma, claro está, pero es que no puedes permitir que sea ella la única en lanzarte pullas.

-Anda, míra el pícaro... es que en casa no te alimentan bien, que tienes ganas de ver pechuga?

 

Joder, que mujer. Desde luego no es la misma que hace unos años. Te devuelve la pelota con una sonrisa y una naturalidad aplastantes, con total dominio de si misma. Ey, pero si de autodominio se trata, en eso no te vas a dejar ganar.

 

-En realidad me van mas las frutas y las verduras, y como en casa tengo naranjas, en el mercado me gusta mirar melones.

-Hahahahaha...... Aaay...hahahaha -no puede dejar de reirse. Ay, señor.... sigues siendo tan divertido como siempre...

-Se hace lo que se puede.

-Bueno, podríamos ir a echar un vistazo a la terraza, quizás haya amainado y bajo las carpas se pueda estar. Y si no, vamos abajo.

-¡Excelente idea!

 

Salís de la habitación y subís a la azotea. Antes de llegar suena el teléfono. es Thaïs. Y tienes a Anna al lado.

 

-Hola amor, ¿como estás? - En cuanto pronuncias la palabra «amor», Anna se tensa y se aparta un par de pasos.

 

Te das cuenta que Anna escucha tu conversación con tu esposa desde la lejanía con interés. Cuando te ríes con Thaïs, te parece vislumbrar una mueca de desdén en su rostro, y entonces la ves salir sola a la azotea. Toda esta situación de evidente duplicidad te está poniendo nervioso, y cortas la comunicación tan rápido como puedes. Cuando vuelves a reunirte con Anna no sabes lo que te vas a encontrar y te esperas lo peor, pero para tu tranquilidad parece que ha recuperado el aplomo e incluso ya ha pedido sendos gin tonics.

 

Hoy la terraza esta vacía, y apenas hay un par de mesas en la que se pueda estar sin mojarse. Además la temperatura no acompaña, y en mangas de camisa te estás helando.

 

-Oye Anna, y si nos llevamos la copa y la terminamos abajo...

-Mmm... Interesante... ¿Qué me propones?

-¡Es que aquí me estoy helando!

-Ostras, es cierto, yo voy abrigadita y tu no... Eeeeh, bueno, podríamos bajar, pero no nos dejarían llevarnos las copas...

-Oh, claro.... Bueno, pues nada, eso se arregla fácilmente.

-¿Cómo?

-¡Así! - Apuras la mitad restante de tu gin tonic de un trago.

-¡Hahahaha, buen plan! -Anna intenta imitarte pero no lo consigue. Te levantas, la ayudas a incorporarse, tomas su copa de entre las manos, e ingieres casi la totalidad del cóctel restante, y ella, que te miraba divertida, se queja: - Ehhh, que este era el mío!

-Toma -le respondes, cediéndole el último sorbito.

-Hahaha, no no no, esto no es justo.

-Bajemos al bar de recepción y te invito a otro.

-Vale... pero déjame pasar por mi habitación para dejar mi chaqueta, que dentro me va a estorbar.

 

De nuevo ella abre el camino y tu vuelves a quedar prendado de su culo. Oh Dios, ¿porqué no lo disfrutaste más cuando tuviste oportunidad? Que monumento...

 

Os encerrais otra vez en el ascensor y un silencio incómodo se instala entre los dos. Os mirais atentamente y sonreís nerviosos. Ay ay. Observas su pecho como bascula con su respiración y te permites soñar con lamerlo entero.

 

Entrais en su habitación. Ella cuelga su chaqueta en el colgador, y al estirarse para hacerlo te regala una vez más una vista sensacional de su perfil trasero. Se gira y te dice:

 

-¿Vamos?

 

Tú solo puedes mirarla a los ojos y responder:

 

- Vamos...

 

Pero ni tu ni ella os moveis. Pasan cinco segundos, diez, quince. Ella se aparta un mechón del pelo y te devuelve la mirada. Tu guardas las manos en tus bolsillos sin dejar de examinarla. Sientes el alcohol hacer efecto hasta que te das cuenta que ni has tomado tanto ni hace suficiente rato para que sean las virtudes del destilado etílico lo que altera tu estado de consciencia. No es el alcohol lo que te afecta. Es Anna.

 

Cinco segundos más, diez. Anna se mueve, te guiña un ojo y te dice:

 

-Sígueme, te enseñaré el camino, haha.

 

La sigues a escasos centímetros. Cerrais la puerta de la habitación, y al girarse para enfilar el pasillo tienes una fugaz visión de su perfil: melena rebelde muy cuidada, frente generosa, cuello largo y níveo, busto excelso, cintura generosa y caderas abundantes.

 

Anna da unos cuantos pasos hasta el ascensor. Tu no te sitúas a su lado, sino justo detrás suyo, embriagándote de ella. Y ella no se gira, no se queja, no huye. Sabes que te siente detrás suyo, sabes que es consciente de que en estos precisos momentos estas repasándola entera, y se deja. Tus manos están a meros centímetros de su culo, y tu mirada se clava en su cuello, su clavícula, la comisura de sus labios, el nacimiento de su escote.

 

Sin darse la vuelta, intenta mirarte a los ojos por encima de su hombro, y justo entonces se abre la puerta del ascensor.

 

Ella da un paso para entrar, pero tu desde atrás, la tomas de la mano para que permanezca exactamente donde está. Y lo hace. De espaldas a ti. Los dos mirais immóviles un ascensor vacío.

 

La puerta se cierra. Diriges a Anna hacia su habitación. Ni tu ni ella vais a ir a ningún sitio hasta el amanecer.