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Otro adiós (II)

en Grandes Relatos

Es noche cerrada. La terraza dispone de una barra mirador directamente sobre la barandilla. Dejais allí vuestras bebidas mientras seguís charlando. Una suerte de bucólico electrónico chill out pone la banda sonora, y la oscuridad de una noche de luna nueva con las ténues luces de la ciudad por debajo aportan el telón de fondo. ¿Es por la situación, que cada vez la miras más como mujer? ¿Es por las cuatro copas de vino y el cóctel, que cada vez te es más imposible soslayar tu mirada de la redondez exhuberante de sus pechos, o del magnético tono ciruela con que se ha repasado los labios después de la cena? Aunque todo ello ayuda, sabes que no. Sabes que sencillamente es ella y eres tu. Sabes que la deseas, hoy y siempre. No puedes obviar el hecho de que no pasa una semana sin que por lo menos una vez te masturbes pensando en ella. ¿Hará ella lo mismo? No lo sabes.

 

En cierto momento volveis a hablar de su futura boda. Cuando ella te pregunta por la tuya, te parece interpretar que lo hace con ánimo de regodearse en la ficticia imagen en la que ella ocupa el sitio de Thais, y aunque solo sea tu percepción, desencadena una agradable sensación de cosquilleo en tu interior. Incluso te pregunta, sarcástica:

 

-Y dime... ¿que tal la noche de bodas?

-Joder, tía, vas fuerte, ¿eh?

-Hombre, «tío», no es que me interese personalmente -pero su lenguaje corporal te dice que sí- pero me preocupa un poco llevarme una gran decepción, ¿sabes?

-No te comprendo, ¿a qué te refieres?

-Tengo dos amigas a quienes les pasó lo mismo... El novio, mucho de boquilla, y a la hora de la verdad se desfasan tanto en la fiesta que luego, donde cuenta... nada de nada. Y tú, ¿cumpliste?

-Mujer, ya sabes que yo soy cumplidor. No tuve ese problema, no.

-Ahá... ¿y qué tal fue? - Parce que ella quiere ser maliciosa, pero tu también sabes serlo.

-Bueno, un caballero no habla de estas cosas, pero tu misma tuviste durante años el placer de experimentar una aproximación bastante parecida a lo acontecido... Si cambias el vestuario y el atrezzo... más o menos.

-Bueno, si cambias el vestuario... y la mujer. No creo que con ella sea lo mismo que conmigo.

-... Ya, sí, claro, ese detalle no es menospreciable.

-No. Al fin y al cabo la preferiste a ella.

 

Parece que no hay manera de escapar del pasado.

 

-Anna, por favor. Sabes que no fue exactamente así.

-No, claro, «exactamente» no. Pero 90% sí. Si no hubieras hecho lo que hiciste quizás dentro de dos meses nos casaríamos tu y yo.

-Quizás, tienes razón. O quizás no. O quizás si tú no hubieras hecho lo hiciste, hoy ya estaríamos casados. Y tu sabrías lo que es gozar de una noche de bodas conmigo. -No sabes porqué, pero no has podido resistirte a la tentación de provocarla.

-¿¿Qué??

 

Anna parece irritada por tu último comentario y se gira hacia ti. Dios, ¡que atractiva está!

 

-Y yo sabría lo que es pasarla contigo, claro.

-¿¿Que quieres decir??

-Nada, nada... no lo sé, Anna, todo lo que hicimos ya no lo podemos cambiar. Bastante nos ha afectado, tanto a ti como a mi, todo aquello, y no quiero analizarlo más. ¿Para qué? Todo lo que cuenta es lo que somos hoy. Y donde estamos hoy. Aquí, ahora.

 

Anna se acerca un poco hacia ti, recortando la distancia a la mitad. Puedes oler su perfume. Puedes percibir el nacimiento de sus pechos entre las blondas azul oscuro de su vestido. Puedes incluso sentir su aliento escapar de sus hipnóticos labios. Y te pones nervioso, porque te das cuenta que deseas besarla.

 

-Bueno Víctor, si por el aquí y ahora fuera... Aquí y ahora estamos tu y yo. No están los otros.

- ... Cierto... -las manos te tiemblan- Espera un momento, ¿has llamado «los otros» a tu prometido y mi mujer? - Se te escapa una carcajada a la que ella se une al instante. El humor consigue rebajar la tensión del momento.

-¿Sabes? ¡Es culpa tuya! - Con una mano te da un empujón juguetón.

-¿Mía? ¿Yo, que he hecho? - Le sigues la gracia y te haces el ofendido, encantado de comprobar que ella no está enfadada.

-Pues eso, tanto hablar del «aquí y ahora», y tal y cual, y... bueno, eso, que me alegro mucho de que finalmente hayas venido hoy... Lo estoy pasando muy bien.... Después de tantos años y tantos «no»’s, lo necesitaba.

-Y yo, Anna... Me alegro mucho de poder compartir esta velada contigo. Aunque ya sabes que deberá ser un pequeño secreto entre nosotros. - Y le guiñas el ojo.

 

Anna te abraza. Con tus manos alrededor de su cintura y su cabeza recostada en tu pecho, suspiras de felicidad. Mientras piensas que Thais debería comprender vuestra relación, Anna inspira profundamente sobre tu camisa, y tú absorbes su aroma. Cobras consciencia del volumen de sus senos, presionados contra tu torso. Besas su cabeza, y te separas, antes de perder el control de tus actos.

 

Anna vuelve a girarse, de cara al mirador, coge su bebida y da un sorbo más. Tu también.

 

-Entonces, ¿Thais no sabe que hoy estás aquí conmigo?

-No.

-¿Y eso? ¿Ya le mientes a tu mujer?

-¡Qué mala eres cuando quieres! No le miento a mi mujer, simplemente... no se lo he contado.

-A mi me parece lo mismo... -Y vuelve a darte un ligero empujón con una mano, provocativa.

-Dime, pues, Santísima Virgen, infalible y libre de pecado, sabe este tal Julio que has hecho un viaje en avión solo para reunirte conmigo? - Consigues que Anna se eche a reir.

-¡Vaya, pero que engreído! De hecho, nada en esa frase es cierto. Bueno, sí, una cosa.

-A ver, ilústrame.

-Bueno, para empezar de virgen no tengo nada, y eso lo sabes tú mejor que nadie.

-Y fue un placer cerciorarme de ello, por cierto... -ahora eres tu quien la pincha y le devuelve el empujón.

-Calla, burro. Eso, que de virgen nada. Y de viajar «solo para verte» aún menos, monada. Que de noche me convierta en una anfitriona encantadora no significa que no me pase el día trabajando.

-Vale, vale, tú ganas. Entonces, ¿qué es lo que era cierto?

-Bueno... que Julio no sabe que estoy aquí contigo.

 

Anna se vuelve a girar y te mira fijamente a los ojos. Se aparta un mechón de pelo.

 

Sus labios te llaman. Sus ojos te hacen perder la cordura. Te acercas a ella. Sientes que la llama del deseo te quema por dentro. Sientes la necesidad de besarla, de sellar su boca con la tuya, de volver a explorarar su cuerpo, de llegar más lejos que nunca, más lejos que nadie. Te sientes total y rendidamente seducido por su belleza.

 

No es Thais. Es Anna. Menos esvelta y más voluptuosa. Menos atlética y más carnosa. Da igual. La quieres, la necesitas. Y sin embargo, no debes. Excitado y con tu sexo enhiesto, callas. No te mueves.

 

-Víctor, puedo pedirte una cosa?

-Claro, dime.

-¿Hoy es la última vez que nos veremos?

-No lo sé, Anna. Ya nos hemos dicho tantas veces adiós que no me atrevo a decirlo una más. Pero... supongo que sí.

-Quiero saber por qué.

-Ya lo sabes.

- No. Quiero saber la verdad.