miprimita.com

Otro adiós (V)

en Grandes Relatos

Son las 18:40 cuando llegas al hotel de Anna, y descubres acongojado que los nervios te corroen por dentro. Como si fueras un adolescente ante su primera cita con una chica, las ansias te han hecho llegar demasiado pronto, y ahora no sabes que hacer. Esperas con las manos en los bolsillos, pero cuanto más esperas sin nada que hacer más alterado te sientes. Además, el día se ha ido nublando, y este fresco atardecer primaveral te está destemplando, así que acabas decidiendo entrar y pedir una cerveza en el bar.

 

A las 19:11 baja ella, y enseguida os localizais el uno al otro. Hoy viste más informal: tejanos claros y ajustados, zapatos tipo bailarina, una blusa blanca, y una cazadora de ante marrón claro. Diferente de ayer, pero igual de preciosa. Tú, por tu parte, vienes directo de tu despacho y vistes aún el traje que te pusiste esta mañana, en tono gris claro, que te sienta especialmente bien.

Se dirige hacia ti y con la acidez que la caracteriza ahora y que antes no le conocías, te espeta:

 

-Vaya, vaya.... Pero si el caperucito se ha atrevido a entrar en el bosque... Vigila que no te coma el lobo. -Anna te guiña un ojo con simpatía.

-Más bien es una loba, ¿sabes? - Te inclinas hacia ella y os dais un beso en la mejilla que te hace estremecer.

-¿Y da mucho miedo o qué, esa lobita?

-Es una loba voraz, desde luego -Ahora eres tú quien le devuelve el guiño.

-¡Hahahaha! Ya será menos... Bueno, veo que tu ya has empezado, ¿me invitas a una cerveza?

-No, lobita, en este bosquecillo que es tu territorio, no. Vamos a dar una vuelta y luego ya veremos.

-Hehehe, me parece bien. Vamos.

 

Desde el hotel, situado en una de las grandes avenidas de la ciudad, os dirigis avenida arriba sin un destino fijo. Hablais de temas cotidianos: de su vida en el Norte, de la vida aquí. De sus aficiones, de las tuyas. De su família, de la tuya. Os poneis al día. A diferencia de ayer, ambos evitais a toda costa hablar de vosotros mismos, pero al cabo de un rato pasais por delante de una heladería.

 

Aparentemente es una heladería cualquiera, una de las muchas franquicias de una cadena multinacional, pero para vosotros no lo es. Es la vuestra. Es donde 14 años atrás, en vuestra primera cita, os tomasteis un helado que propició vuestro primer beso cuando ella se ensució la nariz. Tú lo recuerdas instantáneamente, y estás seguro que ella también.

 

-¿Te acuerdas, Víctor? - no ha tardado en sacarte de dudas

-¿De qué? - Pones una cómica cara de despistado que la hace ponerse a reir.

-¡Que mal disimulas! - te suelta entre risas.

-No sé de qué me estás hablando...

-¿No? Bueno pues en ese caso... ¿te apetece si nos pedimos un helado? No he comido desde las 13:00 y me muero de hambre... - Dudas un instante porque el cielo se está ennegreciendo y un helado no es lo que más te apetece, pero sucumbes a los encantos combinados de la nostalgia y de su sonrisa:

-¿Helado? Yummyyy! ¡¡Vamos!!

 

Pedís un cucurucho cada uno y tomais asiento en el banco del exterior. El mismo donde 14 años atrás ella se manchó la nariz el helado; donde tú la chinchaste diciendo que parecía una payasa; dónde ella se limpió con un pañuelo olvidándose más de la mitad del helado en su rostro; donde tú te acercaste a un palmo de ella, tomaste el pañuelo con tus manos y, con gesto delicado y respiración entrecortada, la ayudaste a limpiarse del todo; y donde una vez hecho esto, te inclinaste sobre ella y le diste vuestro primer beso. Hoy, en cambio, ambos vais con pies de plomo para no ensuciaros.

 

Y sin embargo, no puedes evitar espiar de soslayo sus labios cada vez que crees que ella no te ve.

 

La conversación ha fluído de manera natural entre ambos desde el primer instante, pero ahora languidece. El aire primaveral sacude las copas de los árboles y despeina a los transeúntes despistados, y tu pensamiento vaga también a su dictado. Te dejas llevar por los recuerdos y las sensaciones, aliviado de no pensar. Escenas de tus días con Anna se mezclan e intercalan con recuerdos felices junto a Thaïs sin orden ni concierto, pero permites que así sea. Estás cansado de intentar de forzar, y permites que tu mente vagaree libre por las esquinas de tu memoria con la esperanza de que sepa encontrar el hilo. Imágenes de tus vacaciones con Anna en Cuba son desplazadas por los planes que tienes con tu esposa este fin de semana; a la imprenta del generoso busto de tu antigua novia contra tu pecho ayer por la noche, le sigue la sensual forma de las esculpidas piernas de Thaïs; y a la vez que esperas su vuelta, te aferras al dulce paréntesis de esta tarde con Anna.

Si no piensas en nada te sientes bien, incluso mejor que bien. Te gusta escucharla hablar de sus sueños y proyectos e incluso te atreves a compartir alguno de los vuestros, a sabiendas que para Anna es violento que le hables de tu vida con Thaïs. Incluso a pesar de los temas tabúes y los secretos que no estás dispuesto a rebelar, sientes que vuestra conversación toma un cariz más íntimo, más profundo. En cambio, tan pronto como tu inquisitiva mente se rebela al ostracismo a la que intentas forzarla te tensas de immediato, porque se alarma ante la absoluta falta de armonía entre lo que dices y lo que callas, lo que comprendes y lo que se te escapa.

 

Ningún escenario habría sido más adecuado para que volvieras a caer en el vicio de establecer comparaciones. Como es natural, Anna ha cambiado mucho en los 14 años transcurridos desde que os sentasteis aquí mismo para empezar vuestro romance. Voluptuosa como siempre, generosa en todo, sus curvas parecen haberse pronunciado un poco más. Quizás ha ganado un poco más de peso y perímetro, pero el perfil de su cintura y sus caderas te sigue pareciendo una invitación al peligro. Lleva el pelo un poco más corto y escalado y con unos reflejos cobrizos que nunca le viste y que, te parece, le sientan francamente bien. Las gafas son una gran novedad y te sorprenden, pero detrás de ellas se esconden los mismos ojos rebosantes de bondad que años atrás te embelesaron. Habla más segura de si misma y más deprisa, pero escucha menos, aunque quizás se deba a que no tiene un gran interés por escucharte hablar de Thaïs. Se desenvuelve con más soltura y gesticula con más asertividad, y parece haber recubierto toda su dulzura de una fina capa de hiel. No puedes dejar de preguntarte si se comportará así sólo contigo, o simplemente ahora ella es así.

Si la vieras por la calle la reconocerías al instante, y a pesar de los pequeños cambios que el tiempo ha grabado en su fisonomía concedes que sigue siendo una mujer a quien tu mirada perseguiría con deseo, pero si la escucharas sin saber quien habla te costaría identificar en esta Anna a tu antigua compañera. Percibes tantos matices nuevos en ella que sientes curiosidad por encajarlos todos, por entenderla, por comprender cómo y porqué ha cambiado.

 

Paralelamente, no puedes evitar comparar a Anna con Thaïs. ¡Son tan diferentes! Siempre lo fueron, de hecho. Dos bellezas salidas de moldes diferentes. Thaïs sigue teniendo un cuerpo envidiable, duro y firme. Cintura de avispa; nalgas envidiadas por todos y todas conformando un culo de infarto, firme y respingón; pechos pequeñitos que destacan poderosamente sobre su planísimo vientre y que piden a gritos ser mordidos. Su larga melena azabache y su fuerte carácter le dan el aire de una salvaje e indomable amazona, capaz de cabalgar su bestia hasta el fin del mundo. Anna, por su parte, goza de un arsenal totalmente distinto. Su cuerpo no es el arquetipo de una modelo, pero sus formas abundantes y su permanente sonrisa prometen dulzura y sensualidad. Se te ocurre, incluso, que ni siquiera la manera de hacer el amor con la una se parece en nada a la manera de hacerlo con la otra. Con Thaïs, lo que más os excita es hacerlo con ella debajo, agarrándola de las muñecas por encima de su cabeza, penetrándola con fuerza hasta que tu pubis topa con el de ella, con tu torso incorporado encima suyo, deleitándote con la visión de sus pequeños pezones rebotando al son de tus embestidas y de su boca, gimiendo desencajada y como para adentro mientras sus paredes vaginales te aprietan con una fuerza que jamás antes habías experimentado. Con Anna, en cambio, vuestra postura favorita siempre fue en posición de cucharita, de lado, penetrándola por detrás hasta frenar paulatinamente con su suave trasero mientras con un brazo acariciabas su costado y te aferrabas a su pecho, con su cuerpo ligeramente ladeado para que vuestros labios no tuvieran que despegarse más de lo imprescindible y para que tus ojos pudieran gozar de la totalidad de su sensual silueta, buscando la unión total, toda ella entera para ti, presionándola por la cadera para penetrarla hasta el fondo, acariciando y presionando sus espectaculares senos, gozando del aroma de su sudor mientras la haces tuya, observando con pasión sus carnosos labios a escasos centímetros de ti...

 

... En fin. Nada dura para siempre. Ahora el espacio entre vuestros labios se mide en metros y no centímetros, los transeúntes pasean arriba y abajo a vuestro alrededor, ambos os encontrais civilizadamente vestidos, ambos os habeis entregado a otras personas y estos recuerdos son cosa del pasado. Y sin embargo, estos labios...

 

- Víctor, ¿me escuchas?

-...Eeeeh, perdona, Anna, ¡me he despistado! ¿Que me decías?

-¡Que estás buenísimo!

-¿Quééé?

-Hahahaha...¿En qué dimensión desconocida estabas?

-Pues no lo sé, la verdad.... -¿habrá dicho de verdad lo que ha dicho, o simplemente te ha gastado una broma?

-Ya ya... ya veo que no me lo quieres contar.

-¡Que no mujer, no es eso! -Vaya si no lo es... Será mejor cambiar de tercio- En fin, ¿te parece si seguimos paseando? Después del helado nos vendrá bien activarnos, que el tiempo refresca.

-De acuerdo, ¡vamos!