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Otro adiós (I)

en Grandes Relatos

Acaba la jornada laboral y recuperas, igual que los demás, tu vida personal. Tu teléfono marca tres llamadas perdidas de un número desconocido. Aún te preguntas de quien puede tratarse cuando vuelve a sonar, y esta vez puedes cogerlo.

 

Es Anna. Es la cuenta pendiente que los hados se quieren cobrar por tu felicidad. Es el saldo negativo de tus errores pasados mandando aviso de cobro. Es un faro, que de modo sincopado te baña de esperanza y de pavor.

 

Te sientes confuso. Tu joya por oir su voz se oculta entre la niebla del temor a hacer algo incorrecto. Sabes perfectamente que tu esposa Thais desaprueba cualquier contacto entre vosotros, y no la puedes culpar. Demasiadas heridas mal cerradas. Pero tu no eres Thais, y lo que para ella es una señal de peligro, para ti es una alegría.

 

-Hola...

-...

-Vaya, ni siquiera te acuerdas de mi...

-Hola Anna... Eh...¡Cuánto tiempo!... Claro que me acuerdo de ti, no seas boba... ¿Cómo estás?

-Bien... ¿Y tu? No sabía si querrías hablar conmigo...

-Bueno, ya sabes que no es tan sencillo como éso. Pero sí, me alegra escuchar tu voz. De verdad.

-¿Seguro? Lo que no quiero es hacerte sentir incómodo...

-De verdad, Anna, de verdad.

 

Pero no es exactamente cierto. Sí que te sientes incómodo, porque tienes claro que no le mentirás a Thais, y aunque tu no tienes nada que esconder, quien sabe por qué razón te ha llamado Anna.

 

-Bueno, Víctor, si es así me alegro. La verdad es que... necesito que nos veamos.

 

Oh, no. Deberías haberlo imaginado, pero como no lo has hecho pierdes la oportunidad de reaccionar y callas.

 

-¿Víctor?

- Anna, sabes que no puedes pedirme eso.

-Sí, ya lo sé, ya lo sé, pero lo necesito. Y me lo debes... Así que... No será mucho rato, pero necesito hablar contigo. Te parece si quedamos una tarde y nos tomamos una copa?

-Anna... Joder, Anna, sabes que me pones en un aprieto imposible. No le puedo pedir a Thais esto. Y tampoco quiero engañarla, porque... - Anna te interrumpe abruptamente.

-Mira, Víctor, déjate de historias. Ya sé todo lo que me vas a decir. Pero a mi me traicionaste dos veces por ella, primero nuestro amor y después la amistad que me prometiste que mantendríamos, así que... Yo solo te pido media hora.

 

Tiene toda la razón, pero la justicia de su demanda no hace menos espinosa tu situación.

 

-La semana próxima estaré en tu ciudad por trabajo. Estaré en el Hotel Continental. De lunes a viernes. Te esperaré cada día de 19:30 a 20:00 en el bar. Si vienes, bien, y si no... ya sabré que no debo volver a llamarte jamás. Hasta la semana que viene... espero. - Y Anna cuelga.

 

Esta última pulla te duele y se te clava hasta el corazón. Es la manera que Anna tiene de decirte que es tu última oportunidad.

 

De repente, un rayo de optimismo. Recuerdas que precisamente la próxima semana Thais también viaja por negocios, de lunes a sábado. Por supuesto, en cuanto que te alegra percibir esta ventana de oportunidad que te facilitaría ver a la una sin mentir a la otra, comprendes porqué tu esposa recela de vuestra amistad.

 

Por eso el lunes no vas. Y el martes tampoco, aunque esa misma tarde te sorprendres consultando el teléfono constantemente, deseando que Anna te llame e insista, dolida si es necesario, furiosa, incluso. Imploras por una oportunidad de demostrarle que tu firmeza no proviene de una falta de interés por ella, sino del respeto que le debes a tu mujer.

 

Sin embargo, Anna no llama. Y el miércoles a las 18:30 en punto te presentas en su hotel.

 

 

Anna aguarda tu llegada con pocas esperanzas en una mesa del elegante bar del vestíbulo del hotel. Ya desde la calle la ves, sentada al fondo, tomando una copa de vino mientras te espera, y su visión te sacude por dentro. Llevas mucho tiempo esperando que esto ocurriera. En cuanto te acercas a su mesa puedes leer en su rostro que tu aparición la toma por sorpresa. Una cálida sonrisa se dibuja en su expresivo rostro, y otra, recíproca, se manifiesta en el tuyo. Os saludais con un par de besos, contentos pero incómodos, y os sentais a hablar. Pides una copa de tinto para acompañarla. La necesitarás, piensas.

 

-Anna, me alegro mucho de verte, te lo digo de corazón.

-Yo también, Víctor, no sabes cuánto me alegra que hayas venido. Reconozco que después de nuestra conversación, no creía que fueras a hacerlo. Y después de darme plantón – te guiá un ojo y te da un codazo juguetón- el lunes y ayer, ya lo daba por imposible. Creo que hoy ya era la última vez que me forzaba a mi misma a pasar por esto...

- Ya, por eso la copa de vino, ¿verdad? - Ya que estás aquí, lo mejor es hacerlo con buen humor.

-Así es, me has calado. Lo que no sabes es que en realidad ya es la segunda – Y vuelve a guiñarte un ojo.

-¿La segunda ya? ¡Que mujer, esto es ir a tope!Si he llegado a la hora clavada, a las 19:30, ¿cuándo has tenido tiempo para la primera?

-De eso nada, guapo. Llegas dos días tarde... Por no decir unos cuantos años...

 

Anna ha empezado la última frase con el mismo tono cordial, pero su entonación se ha tornado agria. La incomodidad vuelve a posarse entre vosotros, y te preguntas si será siempre así, si es inevitable, si del final tierno y agradable que entonces no supiste rubricar solo queda un pozo insondable de silencios, rencores y preguntas sin respuesta.

 

-Ya... sí... En todo caso, creo que será mejor que me ponga a tu altura para igualar las cosas. ¡Camarero! -Y pides la segunda- En fin, creo que tenías alguna cosa importante que decirme, verdad?

-Sí... Me cuesta decirlo, y eso que me has regalado dos días más para ensayar, pero en fin, creo que lo más fácil es soltarlo de golpe.

-Dime, soy todo oídos – Respondes esbozando tu mejor sonrisa. A pesar de todo, sigues esforzándote en ser amable. Te importa mucho, muchísimo, que Anna tenga una buena imagen tuya.

-Mira, Víctor, cuando te prometiste con Thais... no me avisaste. No me dijiste nada. Y no sabes cómo me dolió. Naturalmente me enteré, y sé, porque te conozco, que tu ya planeabas que me enterara así, indirectamente.

-Anna, perdona, sabes que no es exactamente así. Sabes que las cosas no son tan sencillas...

-No me interrumpas, por favor, déjame acabar. Ya hablamos una vez, después de tu boda, y ya te expliqué que aunque me doliera, ya lo tenía digerido y que te deseaba lo mejor.

-Lo sé, Anna. ¿Entonces...?

-Entonces... el caso es que de todo lo que me hiciste, me prometí no hacerlo yo jamás. El caso... la cuestión es que me caso, Víctor. Estoy comprometida. Y sentía que no podía lanzarme de cabeza a mi matrimonio si no cerraba del todo lo que pasó.

 

Con toda franqueza, le deseas todo lo mejor en todos sus propósitos. Es la más pura verdad, pero también lo es que este desinteresado sentimiento se entremezcla con la agridulce y punzante actividad de tu imaginación. Aquellos «¿y si...?» siempre abiertos, siempre dolorosos. ¿Y si su prometido fueras tu? ¿Y si la noche de bodas fuera contigo? ¿Y si no te hubieras largado con otra? ¿Y si ambos hubieras sabido perdonaros?

 

Sin embargo, es tanta la estima recíproca que os teneis, que todo queda en segunda plano. Estais juntos, por primera vez en mucho tiempo, quizás por última vez en vuestra vida. Sabes que para darle mil vueltas a todo tendrás tiempo de sobra, no es necesario malgastarlo hoy. No, hoy es mejor disfrutar del presente, dejar que la noche fluya.

 

La conversación se alarga, y ambos gozais de ella. Es un instante mágico robado al tiempo. A la segunda copa de vino le sucede la tercera, que de buen talante acordais acompañar de una cena, sobria y elegante como el hotel. Y como Anna, observas para ti. Qué guapa está.

 

Te cuenta que su novio se llama Julio -afortunado Julio, piensas para ti y le respondes a ella, no exactamente con el mismo significado-. Que es ingeniero. Que se conocieron hace 2 años. Que en el trabajo le va bien, pero que ahora viven en el Bilbao. De tus cosas no hablais tanto, puesto que ni tu ni ella teneis ganas de sacar a Thais a pasear. Te cuenta que el frío del Norte le sienta bien, pero que está harta de la lluvia. Que hecha de menos cosas de aquí. Como la playa, o la comida. O algunos amigos, no todos. O como a ti. Así de sencillo, así de directa.

 

Tu semblante cambia al instante, tu alegría y tu temple dan paso a una sombría introspección. Bajas la mirada. Ella se percata al vuelo, y preocupada, te toma de la mano y te pide disculpas. Y tu reacción, incoherente e inesperada, es explotar en una carcajada. Anna te sigue, se ríe contigo incluso sin saber porqué. Al fin y al cabo, tres copas de vino son tres copas. Para ti y para ella.

 

-Brindemos por nosotros, Anna. Por el absurdo de estar hoy aquí, por estarlo pasando tan bien a espaldas de tu novio, que seguro que no lo sabe, y de mi mujer, que lo sabe aún menos. Porque si lo supieran, ni él lo toleraría ni la mía me dejaría salir solo de casa.

-Hahaha, tienes razón, ¡brindo por nosotros! Y a ellos... ¡Que les den! Solo hoy, ¿eh?, pero que les den. Aquí estamos, tu y yo, más divinos que nunca, disfrutando mútuamente de nuestra compañía... ¿Qué hay de malo en ello?

 

No quieres replicar, pero no se te escapa que el exabrupto de Anna, expresado en plural, claramente va dirigido a Thais, la mujer que le birló al que debía haber sido el amor de su vida: tu. Y tampoco crees necesario añadir (¿para qué?) que si el tal Julio os viera ahora se sentiría exactamente igual que Thais. Así que en el fondo le das la razón Anna, y piensas: ¡Que les den!

Incluso irías mas allá y le darías la razón también en su despecho contra Thais. Renunciaste a Anna y a cualquier atisbo de relación con ella por ella, y lo hiciste por amor, pero no a gusto. Un sacrificio exigido por los celos de Thais, con o sin razón, un sacrifico consciente, pero un sacrificio al fin y al cabo. Y no pequeño. Tu mente vuelve hacia Anna con regularidad, y no ha dejado jamás de hacerlo. A vuestros días pasados, a lo que pudo haber sido, a sea lo que fuere que Anna se dedicara en un momento dado, y también, desde luego, a su cuerpo. Nunca la has podido borrar de tus recuerdos, y tampoco has deseado hacerlo. Ni tampoco has querido dejar de rememorar su cuerpo desnudo, o la manera en que hacíais el amor. Tampoco ahora. No puedes dejar de admirar su figura ni pensar en lo atractiva que sigue estando.

 

Así pues, sin espíritu para rechistar y con ganas de seguir deleitándote con su compañía, te unes a ella para reafirmar simultáneamente el placer de vuestro clandestino encuentro y la injusticia de tal condición.

 

El hilo de la conversación os lleva con fluidez de un tema a otro. Ya son las 22:00 cuando terminais de cenar, pero no quieres que acabe la velada. Cuando Anna te propone subir al bar de la azotea del hotel con vistas sobre toda la ciudad a tomar aquel cóctel que a ambos os gustaba tanto, aceptas su propuesta con sumo placer y te dejas guiar hacia el ascensor. Un palmo por detrás suyo, no puedes sino quedar enganchado a la suave cadencia de sus caderas, y piensas que, así, ella podría guiarte hasta donde quisiera. ¿Lo hace a conciencia? Sabes que no, es simplemente su manera de andar. Pero te halaga pensar que quizás sí, que quizás hoy se regodee un poco más por ti, aunque solamente sea para restregarte por la cara todo lo que te perdiste.