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Otro adiós (VI)

en Grandes Relatos

Ciertamente, el tiempo ha empeorado. Las nubes son cada vez más oscuras y parecen amenazar lluvia. Seguís deambulando por las principales arterias de la ciudad. Charlais animadamente sobre cómo la edad os ha hecho refinar vuestros gustos en todas las facetas, cuando, hablando de moda y estilismo, te parece percibir como Anna te admira el trasero. ¿Es posible? Rápidamente decides desechar el interrogante, porque tanto si te respondes a ti mismo que sí como que no, te meterás en terrenos que no quieres volver a pisar.

Poco después, pasais por delante del escaparate de una conocida marca de ropa, del tipo que os gusta a ambos ahora y que habríais detestado 10 años atrás, cuando Anna, señalando a uno de los maniquíes publicitarios, te dice:

 

-Esta combinación te sentaría de película.

-¿A mí? La verdad es que me gusta mucho, pero no todos tenemos la planta de este señor de plástico – le dices guiñando un ojo. -Vosotras las mujeres siempre os fijais en unas cosas....

-Todos no, pero tu sí, ya te lo digo yo. -tu comentario te sorprende tanto como te halaga, pero decides no responder- Venga va, ¡pruébatelo!

-No, mujer, no hace falta.

-Vaaaa, por favor, confía en mi criterio. Ya verás como te lo vas a querer quedar -bueno, quizás sólo para complacerla... la verdad es que la americana te encanta.

-Eeeehh... No sé, Anna...

-Venga, va, dáme ese gustazo...

-Emm.... Ehh... La verdad es que me gusta, pero si le digo a mi mujer que he ido de compras yo sólo mientras estaba de viaje, no se lo cree ni en sueños.

-Hahahaha, también tienes razón, con Julio yo reaccionaría igual.

-Claro, seguro. Me apuesto algo a que ella sí que se compra algo por allí donde esté ahora, pero yo sólo, sin asesor de imagen a mi lado, ¡no es muy verosímil que me embarque en una tarde de compras!

-Oye, y yo que, ¿soy invisible?

-¿Qué quieres decir?

-Que yo también te puedo «asesorar» la mar de bien, eh? -La verdad es que por lo que viste ayer y hoy no tienes ninguna duda de que Anna ha desarrollado un gusto impecable.

-Estoy convencido de ello, pero recuerda que como mucho podrías ser mi asesora secreta, así que la cuestión es la misma: ¿de dónde le explico a Thaïs que ha salido mi repentino interés por ir de compras solo?

-Hahaha, tienes razón. Bueno, pero te gusta, ¿verdad?

-Pues si, la verdad es que mucho.

-Ya ves, te tengo clavadas las medidas... -¿cómo se responde a un comentario así? - A ver, desfila para mi, dáte una vuelta... -obedeces- ... Ahá, lo que creía. Te quedaría de muerte.

-Venga, va, señora modista, vamos tirando que me vas a a hacer sonrojar.

-El que tiene, tiene, no te avergüences...

-Venga, tira para adelante...

 

Escasos cien metros más adelante, es ella la que se lanza de cabeza hacia el interior de otra tienda, tomándote del brazo y arrastrándote con ella.

 

-¡Uooo! Esto lo quiero para mi!

 

En cuestión de segundos ha escogido un vestido que estaba expuesto en el aparador de uno de los centenares de estantes y se ha encerrado en los probadores. Hasta allí te ha hecho acompañarla, y tu la has seguido un poco abrumado por el repentino antojo de Anna. La esperas tras la puerta de su probador mientras escuchas como se va quitando la ropa y se enfunda el vestido. Veloz como un rayo, tu mente viaja a aquella ocasión en qué hicisteis el amor en un probador parecido a éste. Aunque no, la expresión no es ésta. Tu mente viaja a aquella ocasión en que FOLLASTEIS en un probador parecido a éste. Sí, eso es más exacto.

 

De repetente, Anna entreabre la puerta y mientras saca apenas un brazo (desnudo), te pide:

 

-Víctor, please, ¿puedes traerme una talla menos?

 

Naturalmente, satisfaces su petición sin inconveniente alguno. Cuando vuelve a encerrarse, tu mente vuelve a evocar aquél polvo, que para entonces significó el hito de lo más salvaje que jamás habías hecho. Y la verdad es, reconoces, que a día de hoy sigue siéndolo. Con Thaïs, a primera vista tan alocada y salvaje, creíste que este tipo de locuras serían más cotidianas, pero la verdad es que en ese aspecto resultó ser muy tradicional, y el resultado es que aún hoy, algunos de los polvos con Anna siguen siendo los más originales que has tenido en tu vida. Tampoco tantos, porque ninguno de los dos fue jamás un rompedor de esquemas, pero es cierto que las historietas que darían vidilla a un juego de «verdad o acción» las viviste más con la modosita Anna que con la irreverente Thaïs. Te saca de tus ensoñaciones de nuevo Anna, que de nuevo te reclama:

 

-Víctor, por favor...

-Díme, Anna.

-¿Te importaría hacerme un favor?

-Claro, ¿qué necesitas?

-Eeeh.. ¿te importaría entrar y ayudarme a abrochar los botones superiores de la espalda? Es que no llego...

 

Saltan algunas alarmas en tu cabeza, pero como caballero que eres, no puedes decir que no, y entras. Y se te cae la mandíbula al suelo.

 

-Joder Anna...

-¿¿Qué??

-Estás de infarto. Uau... -Anna se sonroja, y de hecho tu también. Desde atrás abrochas los últimos botones del vestido. Sin ser ceñido, define sus formas y las resalta. Es un vestido elegante para una mujer elegante, pero que al mismo tiempo transmite su poderío sensual e incluso lo amplifica. El escote es muy discreto, pero con un busto tan generoso como el suyo, es más que suficiente.- Insisto... Uau.

-Gracias...

-...

-Sal, aléjate un poco y a ver si al caminar me sienta bien.

 

Tu no sabes si Anna lo hace a propósito o si es así de innocente, pero sea como sea te está torturando. Está imponente, y cuando desfila ante ti y se da la vuelta se regodea en el gesto. Te das cuenta que se está luciendo ante ti a propósito, y la verdad es que lo consigue.

 

-No sé, no estoy convencida... ¿Tú que opinas, Víctor?

-Bueno, chica, si no te lo quedas yo ya dimito...

-Hahahaha, ¿dimitir de qué?

-Bueno, no sé, de lo que sea. Pero si esto no es un ejemplo perfecto de la expresión «me va como un guante», yo no sé qué podría serlo. Estás preciosa. Y elegante a la vez.

 

Anna se deja adular un poco más, y al final decide quedárselo. De nuevo te pide que la ayudes, y entras con ella para desabrocharle el botón superior.

 

Excepto que desabrochas el primero, y ella ni te mira ni se mueve. Se queda immóvil, esperando alguna cosa. Y tu desabrochas el segundo. Y el tercero. Y el cuarto. Y el quinto. Ella sigue sin moverse ni atreverse a mirarte, pero se estremece. Ahora su espalda está desnuda ante tus ojos. Sientes una fuerte tentación de besarla en el hombro o de, mejor aún, tomarla por la cintura y mirarla a los ojos a través del espejo mientras deslizas el vestido por sus brazos, pero no haces nada de eso. Esta vez no. Esta vez reúnes el aplomo necesario y le dices que la esperas fuera, que vas a ir haciendo cola para pagar.

 

Sales y respiras hondo. ¡Buf! ¡Que calentón! Te diriges a la cola, no sin antes recolocarte disimuladamente el paquete, y desvías tu lujuria en la dependienta de la caja, que está como un tren, pero como pronto va a volver Anna y estar como una moto no te ayudará en nada, decides mirar al suelo y pensar mentalmente en insecticidas y nidos de hormigas para que todo vuelva a su sitio.

 

Anna llega a tu lado después de un par de minutos más de los que habría sido necesario pero que te han ido muy bien. ¿Qué habrá estado haciendo ella? En cualquier caso, cuando llega a tu posición te sonríe encantadora como siempre, y tu consigues devolverle la sonrisa sin ninguna connotación añadida. El momento de tensión ha pasado.

 

Después de pagar, Anna deambula un poco más por la tienda y tu detrás de ella mientras te comenta que en su nuevo piso con Julio va a poder tener un vestidor propio y que por lo tanto podrá duplicar su fondo de armario. Nada de ésto te interesa demasiado, así que la sigues sin entusiasmo hasta que por fin se da cuenta y salís a la calle.

 

Tomais una calle lateral para dirigiros a otra de las grandes arterias de la ciudad. El tiempo ha refrescado, y tu postura corporal se encoge. De repente, una fría gota en tu hombro. Una fina llovizna empieza a caer y te encoges aún más, sin más solución ante los caprichos del tiempo. La lluvia cobra intensidad, y aunque no impide el paseo, lo hace incómodo si se carece de protección. Sin embargo, Anna saca un pequeño paraguas de su bolso cual Mary Poppins y ambos os colocais bajo su cobijo. Ahora volveis a estar muy cerca el uno del otro, y esta situación te recuerda vagamente a la de ayer.

 

Desde tu natural posición de superioridad en altura, y con el cuello encorbado bajo el paraguas con la inofensiva intención de poder escucharla, aparece insoslayable en tu campo de visión el tímido apunte de escote que ofrece el botón superior sin abrochar de su blusa. La mera insinuación de su prominencia y la efímera visión del nacimiento del valle que separa ambos promontorios es suficiente para exacerbar tu deseo más animal. Ya te parece volver a sentir el impacto de sus pechos contra el tuyo, igual que ayer... Así no puedes seguir, te estás poniendo enfermo de calentura otra vez. ¡Malditos genes masculinos!, piensas. Se te pone un buen par de tetas delante y se te van los ojos. Y si a esta circunstancia general, que reconoces que te domina, le añades la información adicional de que estas tetas tienen morbo añadido, por no mencionar que te consta que su dueña gusta de utilizarlas con arte y prodigalidad en la cama, y que las de tu mujer, aunque también excitantes, no pueden hacerte las cosas que éstas sí que te hacían...

 

Ya basta. La lluvia no sube de intensidad pero tampoco decae, y así no puedes continuar. Arrastras a Anna al interior de un moderno café y pedís algo caliente. Ahora diriges la vista hacia su rostro, y la conversación hacia vuestras respectivas perspectivas laborales, determinado a esquivar campos más personales. Te agrada ver cómo Anna ha encontrado su camino y lo bien que parece apuntar. En cierto modo es enternecedor rememorar vuestras conversaciones pasadas sobre este mismo tema y comprobar como la madurez las ha tamizado sin hacerles perder por completo la candorosa pátina de la juventud. Las expectativas son más razonables, el análisis más rico, pero la ilusión y el compromiso se mantienen. Tú, que aún hoy sigues afrontando tus tareas con empuje y entusiasmo, sonríes para ti mismo al comprobar que Anna, a centenares de kilómetros de ti, ha desplegado una actitud tan encomiable.

 

Acabado el café y las pastas, os asomais a la calle y comprobais que la lluvia ha cesado. Así que volveis a salir. Cerca de allí se encuentra una tienda de vinilos de segunda mano, una especie de milagro de supervivencia en medio del monopolio de las megastores, donde habíais pasado juntos horas y tardes enteras, y a sugerencia suya, decidís ir hacia allí.

 

Pero ya no existe. Ahora se ha convertido en una franquicia más, una de cientos en tan sólo esta ciudad, de una cadena de comida rápida.

 

- Joder, ¡que decepción! ¿Cómo puede ser? -espetas

- El mundo se va al carajo, Víctor...

- Parece que sí... A no ser que la gente que vale la pena le ponga freno a estas diabólicas dinámicas.

- Ya, pero a veces pienso que ni así, ni siquiera si todas las personas «que valen la pena» se ponen en acción será suficiente...

- No digas eso, mujer, ya tendrás tiempo de quejarte de todo cuando seas una ochentona.

- Hahaha. Seguramente, sí, pero hoy también da asco, todo esto. Dime tú, que pueden ofrecer en esta hamburguesería que no ofrezca... mira, ¡esa otra de ahí mismo!

- Si no te falta razón, pero quejándose uno no arregla nada. Lo que hay que hacer es involucrarse en iniciativas nuevas que se salgan de la dinámica de mercado... -Anna te corta con una carcajada- Oye, ¿de que te ríes?

- Bueno, me hace gracia, porque hablas como un lider comunista cuando precisamente tu te dedicas al análisis de mercados...

- Bueno, esto es cierto en parte, sólamente. Pero en fin... El mundo cambia. Quizás una tienda exclusivamente de vinilos ya no tenga sitio o no sea necesaria en un lugar tan céntrico y solicitado. No significa que ya no se vendan ni utilicen, sino que han encontrado otro sitio en el mercado. De hecho se venden más que entonces.

- ¿Cuánto hace que no te has comprado ninguno?

-¿Yo?

-Sí, claro.

-Eeeeh.... nunca. Ya sabes que yo no tenía tocadiscos.

- ¿Queee? ¿Y no te has comprado uno jamas, en todos estos años?

- Pues no.

- ¡Pero si te encantaban! ¿Que te pasó?

 

Como no tienes ganas de volver a jugar al gato y al ratón, esta vez se lo dices directamente:

 

- Pues para serte sincero, simplemente me recordaban demasiado a ti. Escuchar discos antiguos era algo que hacíamos juntos, incluso que descubrimos juntos, porque antes de estar conmigo tu tampoco tenías este hobbie tan arraigado. Así que dejé de hacerlo un tiempo, y luego... pues no sé, no volví a encontrarle un sitio en mi vida.

-Vaya, lo siento, no quería que...

-Tranquila, no te preocupes.

-Pues me he quedado de piedra, Víctor, porque siempre has sido como muy hipster, muy cultural, y la verdad es que ahora que te veo después de tanto tiempo puedo confirmar que eres una persona súper interesante... a nivel cultural, me refiero -¡aaaaay!- No sé, esto de los discos como que te encajaba mucho y lo daba por descontado...

-Bueno, pues ya ves... es por razones personales.

-En serio, lo siento, de verdad que no quería herirte.

- ¿Cuando, ahora o hace años? - le sueltas en broma

-Hahahaha, que morro tienes. Sabes perfectamente que hace años fuiste tu el que te piraste con otra y que quien me irió fuiste tu a mi.

-Bueno, no volveremos a entrar en ese debate. -Su insistencia en este punto sí que te hiere, y profundamente. Lo que Anna dice es absolutamente cierto, pero solo es parte de la verdad.

-Ya, mejor no... Ah, bueno, y que por cierto es ahora tu esposa.

-Sip... En fin, ¿qué hacemos ahora? Quieres que vayamos volviendo por esta avenida hacia tu hotel?

 

El dios del trueno viene en tu apoyo en el intento de cambiar la conversación, y a modo de signo de exclamación hace coincidir la última sílaba de tu pregunta con un sobrecogedor trueno, y en cuestión de segundos se desata un aguacero torrencial.

 

Anna te sonríe encantadora y arranca a correr avenida abajo, espontánea como un potrillo, radiante como un niño con botas de agua saltando sobre un charco. La persigues sin esfuerzo, puesto que eres mucho más atlético que ella, aunque no sin resuello. Sin dejar de correr, le arrancas el paraguas de la mano, que ni siquiera ha pensado en utilizar, lo abres y la fuerzas a venir junto a ti bajo su amparo. Correr juntos y con un paraguas en medio es complicado, pero no cejais en vuestro empeño, ya que el chaparrón no muestra signos de debilitarse. Agarras firmemente el paraguas entre los dos con la mano derecha, la izquierda la situas alrededor de su cintura y acompasais vuestros pasos. Afortunadamente, el viento no hace girar el paraguas. Cruzais semáforos en rojo, gritais a los turistas que os abran paso, resbalais y casi os caeis de bruces al suelo un par de veces, y reís mucho.

 

Al trote y cogidos de la cintura, en pocos minutos estais en la puerta de su hotel. Bajo la marquesina del mismo recobrais el aliento sin poder dejar de reir por la loca cabalcada que os acabais de marcar. Son las nueve de la noche clavadas, llevais un poco menos de 2 horas de paseo, y parece que ya todo llega a su fin.

 

Cuando levantas la mirada casi esperas verla empapada, con la blusa pegada a su voluminoso pecho como Scarlett Johansson en Match Point, pero resulta, incomprensiblemente, que apenas os habeis mojado. ¡Que decepción! Habría sido una bonita escena final. Excepto que, en realidad, no sientes que esto se acabe aquí y ahora. Quizás si hubieras podido emprender el camino de regreso con calma ahora os despediríais y punto, pero habeis vuelto tan súbitamente, en una cabalgata precipitada y sin poder cruzar palabra... No sientes que ya sea el momento de decir adiós, y sin embargo, lo es. ¿O no?

 

-Vaya, parece que has sido mi caballero andante.

-¿A que te refieres?

-Me has protegido con el paraguas y yo estoy casi seca, pero en cambio tu... ¡estás como un pollito! Parece que más que con el paraguas me has protegido con tu cuerpo...

 

Ni siquiera te habías dado cuenta. Efectivamente, tu americana no ha tenido tanta suerte y está un poco más que húmeda, aunque tampoco tanto como Anna da a entender. En cualquier caso, te encoges de hombros y respondes con una mueca de resignación.

 

-Bueno, Anna... Creo que...

-¿Sabes qué? No puedes irte así de empapado.... y tampoco quiero que nos despidamos así de precipitadamente... Porque no dejamos tu americana en mi habitación para que se seque y nos tomamos una última aquí en el bar o en la terraza?