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Otro adiós (IV)

en Grandes Relatos

Algunas veces (pocas, por suerte), la vida nos remueve de tal manera que necesitaríamos que el mundo entero se detuviera para recobrar el equilibrio. Pero nunca lo hace.

 

Has dormido lo que has podido y has pensado más de lo que deberías cuando el trabajo vuelve a reclamarte. Con el corazón en parada técnica, encuentras en tu reserva de emergencia los arrestos necesarios para arreglarte un día más y dirigirte a tu despacho. Incluso te esmeras más de lo habitual en ponerte guapo para compensar por fuera lo desencajado que te sientes por dentro, y bendices al brillante sol con el que ha amanecido el día por iluminarte el camino a seguir.

 

Esta vez es una fortuna, comprendes, que el mundo tenga la manía de seguir siempre adelante. La rutina de la oficina te ayudará a aparentar ante ti mismo que la vida sigue igual. Después de desayunar, incluso conversas telefónicamente con Thaïs, que te explica sus andares y te pregunta por tu tarde de ayer. ¡Ha! Como buenamente puedes, sales del atolladero.

 

¿Decirle la verdad? Imposible. Ni hoy por teléfono ni cuando regrese en persona. ¿Para qué? Aún la amas. Inmensamente, de hecho. Te has alegrado de veras de escucharla, casi agradeciéndole que viniera a tu rescate, que te recordara sin saberlo todo lo maravilloso que teneis en común. Lo de ayer aún carece de explicación, per de momento te inclinas por pensar que se debió a algún cruel pliegue en el espacio-tiempo que, cuál interferencias radiofónicas, trajo brevemente al presente un lejano pasado.

 

Sin embargo, la rutina de tu despacho te defrauda. Pospones las tareas importantes porque no te ves capaz de acometerlas y las más rutinaras te resultan insuficientes para apartar de tu mente los hechos de anoche. Te permites la indulgencia de un café que jamás tomas, pero ni así. El juego de sombras chinas que la blonda del vestido de Anna proyectaba sobre su escote te tortura. Y tanto o más que el beso y el tacto de su cuerpo contra el tuyo, el cálido poso que ha dejado en tu alma la tarde que pasasteis juntos. La última, esta vez sí. Los últimos momentos que habrás compartido con ella, la última conversación. Que triste pensarlo ahora. Una vez más, habeis perdido la ocasión de escribir un buen final a vuestra historia.

 

Porque lo que está claro es que tu no vas a llamarla. No puedes hacerlo, estás casado y sabes que ayer estuviste a un paso de caer en brazos de otra. Incluso que deseabas caer en ellos. Y del mismo modo, estás seguro que Anna no te llamará tampoco, puesto que fue ella quien se marchó ayer. Y porque tiene pareja. Y porque de hecho, se casa. Con un tal Julio -que nombre tan cutre, seguro que es un pelmazo-. Y porque, para ser honestos, ayer fuiste tú quien la besó. Fuiste tú quien lo estropeó todo. Seguramente Anna te esté maldiciendo, porque además de hacer trizas vuestro acto de clausura, la pusiste en situación de engañar a su prometido. Y piensas que, seguramente, para Anna eso debe ser lo más grave de todo. Más grave que todo lo que ocurrió entre vosotros años atrás, que los buenos propósitos no cumplidos, que el olvido, que la indiferencia, incluso que el beso de ayer en si mismo, más grave que todo ello tiene que ser el hecho de que, por tu culpa, una mujer noble y sincera estuvo a punto de serle infiel a su prometido. Si es que no se puede decir que lo fue ya, aunque sea un poquito. Por todo ello, mientras haces cola en la máquina de fotocopias, te acabas de convencer que ya está, que tu última imagen de Anna será verla huir de ti, y que tu último recuerdo de su voz será el de un suspiro por ti del que se arrepiente. Te gustaría por lo menos que pudierais hablar e intentar olvidar lo ocurrido, peru tu no la vas a llamar, y estás convencido que ella tampoco, e incluso llegas a decidir que eso es lo mejor. Te convences a ti mismo de que no quieres volver a verla, de que ya habeis quemado todos vuestros cartuchos, de que si tuvieras la ocasión de volver a verla la rechazarías de plano porque no aportaría nada nuevo, de que como mucho aceptarías su llamada -eso sí que te gustaría- para poder deciros adiós, pero que ella no te llamará y tu menos, y que puestos a elegir entre el todo y la nada, te sientes más satisfecho con nada.

 

Y entonces llama. Y tu te olvidas al instante de las fotocopias, de tus decisiones y tus propósitos, buscas un lugar discreto, y respondes su llamada.

 

 

-¿Anna?

-Hola, Víctor...

-Creía que no me llamarías... Estaba seguro de ello, de hecho.

-... Bueno, si querías hablar conmigo también podías llamar tu...

-Ya... Eh.... ¿Como estás?

-¿Que como estoy? Cabreada...

-Anna, lo siento.

-Víctor, por favor, déjame hablar. Te he llamado porque necesito decirte algo...

-Perdona, sí, tienes razón. Adelante. - Te gusta su firmeza, incluso te atrae. Años atrás no la tenía.

-Mira... tenía muchas esperanzas en nuestra «cita» de ayer. Y que conste, digo «cita» pero no en sentido romántico, sino simplemente de encuentro.

-Lo sé, Anna, perdona. El beso fue un e...

-Cállate, Víctor, por Dios. Llevo toda la noche y toda la mañana dándole vueltas a todo, intentando hilvanar mis pensamientos. Bastante me cuesta estar hablando contigo otra vez después de lo de ayer. Incluso te diré que no quería volver a saber nada de ti, ¿sabes? No iba a volver a llamarte.

-Perdona que te interrumpa, Anna, pero tengo que decirlo. Necesito que me escuches. Sólo una frase antes de que digas nada más.

-¡Víctor! Está bien... dime.

-Mira, sé en qué situación estás, y lamento muchísimo lo de ayer. Te pido disculpas por haberte besado, lo siento de verdad. De verdad, Anna, lo siento...

-Joder, Víctor, ya sé que lo sientes, no hace falta que me lo digas. Yo estoy comprometida y para mi estuvo mal, pero tu estás casado, tu estuviste aún peor.

-...Vaya, gracias....

-No, perdona, no quería decir esto...,

-Tranquila, si tienes razón.

-Ya, bueno.... -Anna suspira profundamente, puedes sentir a través de las ondas como intenta recomponer su discurso-. Víctor, no te he llamado para hecharte en cara el beso. Nos besamos los dos. Yo también lo hice, no me obligaste, pero aún así fue un error. Incluso... sí, por qué no, supongo que es evidente y no cambia nada el hecho de decirlo... Sí... Cuando tu me besaste... yo... quería que lo hicieras. Hala, ya está. Yo también quería. No sé si habría dado el paso, pero reconozco que lo deseaba. Los dos lo deseabamos, pero lo desabamos por error. Nos confundimos, Víctor, ¿me entiendes?. Pasamos una buena tarde juntos, llevábamos años sin vernos, los sentimientos afloraron demasiado rápido, y supongo que confundimos lo que somos hoy con lo que éramos antes.

-...

-... ¿Víctor? ¿Estás ahí?

-Sí, Anna, estoy aquí, Mira... escucha... En primer lugar, gracias por decir lo que has dicho. No obstante, debo asumir mi responsabilidad. Lo último que quería era que nuestro encuentro de ayer estropeara más la imagen que puedas tener de mi en vez de poner un bonito final a nuestra historia. Y no me malinterpretes, cuando digo un bonito final no me refiero a... a eso... Me refiero a que la velada fue maravillosa, era una buena manera de despedirnos, y luego ocurrió eso.

-Ya... bueno, ocurrió, no se puede hacer nada ya al respecto, eso ya me lo comeré yo con patatas el resto de mis días.

-Anna, vas a ser una esposa maravillosa, no te tires piedras. Tu prometido es un hombre afortunado.

-Gracias, Víctor. No sé si creerte pero gracias.

-¿Y porqué no ibas a creerme?

-Hombre, pues no sé.... A ver... por un lado tenemos lo de que voy a ser una esposa maravillosa: sí, tan maravillosa que antes de casarme ya me he liado con mi ex... Y luego tenemos lo de que tu me digas que mi prometido es afotunado... ¿que me lo digas tu, de la manera en que me dejaste? Digo yo que si no fui suficiente para ti es que no debo ser tan maravillosa. Bueno, y por último, cómo no, ¿te parece suficiente porque ayer fui yo quien rompió el beso y tu te quedaste ahí como un pasmarote? Ni me intentaste parar, ni quisiste hablar, ni me has llamado hoy... Si no te llamo yo, tu no me llamas, ¿me equivoco?

-Anna...

-No, ¡«Anna» no! ¿Tengo razón o no?

 

Tu antigua novia no tenía esta rabia interior. Estás descubriendo una nueva faceta de su personalidad que te inquieta y te desasosiega, porque intuyes que podrías ser tu la razón de que su carácter se haya vuelto un poco más agrio. Y a la vez te indigna, porque tiende a pintar vuestra ruptura de un modo sesgado que te hace más culpable de lo que fuistes, que ya fue bastante.

 

-Pues no, no tienes razón, Anna. Cierto es que no te habría llamado, pero no me puedes recriminar eso. ¡Estoy casado y ayer nos liamos! ¡No me puedes pedir que, estando casado vaya llamando a mis exnovias con quienes encima me voy liando!

- Ah, ¿Es que tienes más? - Este cinismo también es nuevo, pero te gusta. Es evidente que ahora es una mujer más fuerte que la que tu conociste.

-No, Anna, no hay más. Eres la única. Y me atrevo a decir que eres la única que podría tentarme a hacer lo que estuvimos a punto de hacer.

-... -Anna se esconde en su silencio.

-Sin embargo, ni debo ni quiero hacer eso que estuvimos a punto de hacer, como sé que tú tampoco lo quieres. Así que déjame asumir mi responsabilidad por lo ocurrido. Y déjame también agradecértelo todo, mujer.

-... Esta bién, Víctor... ¿Pero qué quieres decir con «todo»?

-Pues todo, todo significa todo. Te agradezco que rompieras el beso, te agradezco que te fueras sin dar opción a meter más la pata, te agradezco que a pesar de todo hoy me llames, y te agradezco que a pesar de todo, tanto lo pasado como lo presente, me tengas aún en buena consideración.

-...Víctor... ¡Claro que te tengo en buena consideración! Eres un hombre maravilloso, y esto que dices lo demuestra, porque no te da miedo ser humilde delante mío.

- Gracias, Anna.

-De nada....

-...

-... -El silencio se hace el dueño de la conversación. Parece que de un modo mucho más sencillo de lo que ninguno esperaba, habeis pasado página a lo de ayer, pero ahora no sabes qué es lo que debería venir a continuación.

-...

- Entonces.... ¿Quedamos esta tarde?

 

Te quedas absolutamente anonadado.

 

-¿Cómo dices?

-Bueno... solo si te apetece, pero no se, creo que ahora que lo hemos hablado y ambos lo tenemos claro, hoy podríamos volver a intentar tener una última tarde juntos... Ayer se acabó torciendo... Y lo que yo quería era tener un último recuerdo nuestro en positivo, así que.... si tu quieres, a mi me gustaría darnos otra oportunidad.

-...

-¿Qué te parece?

-Anna.... Para serte sincero, me encantaría pero no se si es lo mas prudente.

-Por favor, Víctor...

-...Bueno, está bien. Pero con una condición:

-¿Cual?

-Que ni cenemos ni entremos en tu hotel. Vayamos a pasear. - supones que ella lo habrá entendido meridianamente: si vamos a vernos, que sea en público, lejos de la tentación.

-¡Hecho! ¿A qué hora sales de trabajar?

-Yo sobre las 18:00. ¿Y tu?

-Huy, sería un poco demasiado justo. Yo estaré lista sobre las 19:00... ¿Te parece recogerme a las 19:00 en mi hotel?

-Anna, hemos quedado que nada de hotel.

-Ya, ya, sólo recogerme. No entres, si te quedas más tranquilo. A las 19:00 quedamos en la puerta. Es que si quedamos en otro sitio simplemente llegaré más tarde.

-De acuerdo, está bien, entonces. A las 19:00 en la puerta de tu hotel.

 

Ni lo comprendes ni lo quieres comprender. A la vista de los sucesos es cristalinamente claro que estais jugando con fuego. Ni tú ni ella deberíais querer volver a veros, y sin embargo ambos lo esperais. Creías que no volverías a saber nada de ella, y te ha llamado. Creías que te llamaba poseída por la furia, y sin embargo quiere verte. Creías que... En fin, ya más vale no creer.

 

Sin embargo, ¿que hay de ti mismo? Te das cuenta de que no has tenido el menor control sobre toda esta serie de acontecimientos. Aceptaste un primer encuentro en contra de tu criterio. Dijiste cosas que no habrías querido decir y te sorprendiste mirando en partes donde no querías mirar. Besaste a una mujer que no es la tuya sin querer hacerlo. Y ahora te llama y, a pesar de tus resoluciones, vuelves a acceder. Te incomoda sentirte tan desvalido, tan débil ante ella, pero te tranquiliza la sensación de que ella se siente igual. No es ella quien te domina, y eso ya es alguna cosa. Podrías darte cuenta de que sois ambos, quienes seguís un curso de colisión anunciada sin que ni el uno ni el otro sea capaz de variar el rumbo y evitar la catástrofe, pero no lo haces. En tu bendita ignorancia sigues avanzando, indefectiblemente, hacia lo que tenga que ser.